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�El catolicismo argentino jugó el papel de una ideología nacional�

Dos especialistas en historia de la Iglesia argentina explican su rol en el país, su crisis antes, durante y después del Proceso y la irresistible tentación que sufre de insertarse en el poder.

Por Sergio Kiernan

Uno es italiano, politólogo, apasionado por las arquitecturas del poder, doctorado en Historia Latinoamericana por la Universidad de Génova, profesor e investigador de Historia e Instituciones de nuestro continente en Bologna, autor de dos libros sobre las relaciones entre militares y curas en nuestro país. El otro es argentino y su especialidad es la historia religiosa, en la que se doctoró por la Universidad de Bologna y sobre la que enseña e investiga en el Conicet y en el Instituto Ravignani. Loris Zanatta y Roberto Di Stefano tienen exactamente la misma edad, 38 años, y un interés común, la Iglesia de nuestro país. Acaban de publicar Historia de la Iglesia Argentina: desde la Conquista hasta fines del siglo XX, donde explican la evolución de una institución que muchas veces se teme, otras se desprecia, pero que siempre es difícil juzgar con realismo.
–¿Qué tan importante es la Iglesia en Argentina?
Loris Zanatta: –Más de lo que muchos creen. En la época contemporánea ha tenido una gran influencia por su vínculo con el Estado, con las Fuerzas Armadas. Y también la tiene por reflejar una cultura política muy antigua que tiene la fuerza de la tradición. En la Colonia, la Iglesia era en buena medida la sociedad, tenía un poder político orgánico. Estos dos niveles le dieron una gran influencia sobre el imaginario social, sobre el imaginario corporativo. Es un elemento central del mito nacional que se creó en este país, particularmente después de la inmigración, como elemento de cohesión colectiva.
Roberto Di Stefano: –Después de la Primera Guerra Mundial, después de la crisis del liberalismo, el catolicismo se convierte para muchos argentinos en algo más que una fe religiosa. Es parte de una identidad cultural y política.
–Y sin embargo, éste no es un país tan católico, comparado con otros del continente...
L.Z.: –Esto es cierto hasta cierto punto. Puede ser en Buenos Aires, pero no en el interior. Y hasta en la Capital hay fenómenos como San Cayetano o la peregrinación a Luján, que juntan muchísima gente. Pero que la religiosidad sea menos visible que en otras partes demuestra que el catolicismo aquí jugó más el papel de ideología nacional, de religión civil, secular, de espacio de organización social para importantes sectores.
–Si tiene semejante rol y semejante capital político, ¿por qué la Iglesia nunca pudo desarrollar su propia opción electoral? ¿Por qué nunca hubo un Partido Demócrata Cristiano o conservador fuerte que la represente?
R.D.S.: –Siempre hubo sucedáneos, organizaciones que funcionaron como si fueran un partido católico. El Ejército, el peronismo en buena parte de su trayectoria.
L.Z.: –En Chile hubo un Partido Conservador que sí representó a la Iglesia políticamente, lo que estuvo unido a la separación de Iglesia y Estado. En Argentina pasó lo contrario: no hay partido que la represente, hay vinculación jurídica entre Iglesia y Estado. La Iglesia siempre hizo lo imposible para que no hubiera un partido católico en Argentina, y lo logró. Siempre se colocó, de acuerdo con la doctrina tomista, afuera y por encima del sistema político liberal. Ella encarnaba a la nación en su conjunto, y no podía tener una parte.
R.D.S.: –Los partidos “dividen” a la Nación, por lo que la Iglesia se oponía, porque ella es todo. Lo que buscaron fue inserción en el Estado y en el peronismo, que fue a medias un partido católico y que fue la otra organización que se propuso como representante del todo, de la nación entera.
L.Z.: –En 1946, el peronismo llega al poder definiéndose como el primer partido en la historia argentina que reivindica y asume como propias la agenda, la visión del mundo, las prioridades de la Iglesia. Ahí se cierrala era liberal, que la Iglesia había combatido siempre, y se abre el proyecto católico. Que no es espiritual, de cristiandad, sino secular, que lo lleva al conflicto con el peronismo.
R.D.S.: –Perón toma esa agenda en parte porque no tenía demasiadas opciones en 1945. Los fascismos habían fracasado; el liberalismo era de sus enemigos; la izquierda también... no tenía mucho qué elegir.
L.Z.: –Y la Iglesia empieza a plantear las cosas de otro modo, a pensar en participar políticamente como católicos, pero sin crear un orden totalmente católico. Lo que plantea Perón es visto con sospecha por buena parte de la Iglesia.
–¿Qué tipo de Iglesia surge de este fuerte contacto con el Estado?
R.D.S.: –Una Iglesia muy dependiente del Estado, muy acostumbrada a lograr del Estado lo que quiera, que pensó muchas veces que el Estado tenía que protegerla y cumplir sus objetivos, a cambio de legitimarse. Se trató de reeditar la situación de la Colonia, en la que Estado e Iglesia están confundidos. Muchos, efectivamente, sabían que era una utopía imposible y tratan de mostrar una alternativa aunque siempre construyendo una nación católica.
L.Z.: –La Iglesia es custodia, en estos términos, de la identidad nacional, la unidad confesional equivale a la unidad nacional. Hasta en los años 60 y 70, cuando la sociedad se diferencia cada vez más, se hace cada vez más compleja y diversa, sigue tratando de jugar un rol homogeneizador. Esto hace que la Iglesia se ponga cada vez más autoritaria y rígida.
–En esa época liberal que ustedes mencionaron, la clase dirigente argentina estaba bastante en contra de la Iglesia. Difícil de creer, ¿no?
R.D.S.: –Es un tema que no se investigó realmente. Pero para mí se amplificó demasiado el conflicto de Roca con la Iglesia. Los hubo, hasta se fue el nuncio, pero el liberalismo argentino no fue tan clerical como otros latinoamericanos.
L.Z.: –Es cierto, fue moderado. La formación del Estado en todas partes significa unificar la sociedad y la soberanía, lo que significa reducir o someter otros poderes, como la Iglesia. Aquí duró poco, fue limitado, no fue como en México, donde la pelea fue muy dura. El liberalismo veía al catolicismo como un humus fértil; el catolicismo se veía a sí mismo como el núcleo de la identidad nacional.
R.D.S.: –Los liberales argentinos limitaron a la Iglesia y le sacaron ciertos elementos de soberanía, como el casamiento, los cementerios y la educación pública. Pero no la encerraron ni le prohibieron tener sus colegios. Muchos liberales que hasta eran masones mandaban a sus hijos a colegios religiosos, y hasta Sarmiento, pintado como un anticlerical, siempre dijo ser católico. Su problema no era con la religión sino con el lugar que quieren ocupar los obispos. Los historiadores católicos lo pintaron como un anticlerical porque si estás en desacuerdo con la jerarquía, es que sos anticatólico, pero no lo era.
–Este proyecto de insertarse en el Estado hace que la Iglesia quede pegada a todos los avatares políticos, incluyendo el Proceso, que aplaude y bendice.
L.Z.: –Como tantos otros sectores que apoyaron el golpe del ‘76. La Iglesia llega profundamente dividida desde la renovación conciliar de 1962, que destruyó la base doctrinaria tomista que sustentó dos siglos de renacimiento católico. Una parte de la cúpula legitimó y sostuvo a los militares. Pero otra parte de la Iglesia, en conflicto con su cúpula, quería construir una sociedad con bases católicas y muchos se radicalizaron, una minoría legitimó la violencia como herramienta de cambio. Un gran sector se puso como prioridad eliminar la división en la Iglesia, que reflejaba la división en la sociedad. Esta politización le crea heridas y un trauma muy profundo a la Iglesia.
–Pero la Iglesia quedó profundamente comprometida con el Proceso. Hubo capellanes que bendecían la tortura, obispos de altísimo perfil en apoyar a los militares.
R.D.S.: –Eso tiene mucho que ver con que se espera más de la Iglesia que de otras instituciones. Cuando la Iglesia no da respuestas frente a un problema, es mucho más grave que cuando no las da un partido.

 

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