Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

OPINION

Sin hoy, no hay mañana

Por Washington Uranga

Los hay frustrados, desconsolados y también gravemente indignados. Hay otros que muestran los índices, las declaraciones y releen las noticias de los diarios repitiendo, cada vez en tono más alto, que “yo te lo había dicho”. Hay quienes, desengañados de ayer y de hoy, se limitan a repetir que “son todos iguales”. Son ciudadanos y ciudadanas que, más allá de sus diferencias circunstanciales, coinciden en el malestar general del que hablan las encuestas. El Presidente, destinatario de buena parte de las quejas que originan en ese malestar, ha decidido sumarse a la mayoría: coincide con el diagnóstico de la crisis y para revertirla eligió el camino de nuevos ajustes y más golpes a la calidad de vida de los ciudadanos. ¿El propósito? Calmar a los inversores y a los mercados con el argumento de que si los inversores están felices y saciados, las ganancias que desborden de la copa repleta caerán como una bendición sobre los marginados, indigentes y desempleados. Un clásico argumento del liberalismo.
Mientras se multiplican las quejas, los cortes de ruta, la insatisfacción y los reclamos, las críticas y las observaciones, Fernando de la Rúa y por extensión gran parte de los funcionarios que forman parte de su gobierno, siguen empeñados en no darse por aludidos o en esconder bajo declaraciones retóricas o falaces su insensibilidad por los problemas, las angustias y las dificultades de la gente. Sumarse al diagnóstico y seguir insistiendo en argumentos que tienen que ver con la herencia recibida y con factores externos ya se ha convertido en un lugar común. No basta con el tono adusto y el gesto firme para manifestar una voluntad de cambio que no se advierte en los hechos, si al mismo tiempo no se arbitran medidas para, en el ejercicio del poder, torcer el rumbo de los acontecimientos. Máxime cuando los mismos gobernantes critican a quienes demandan mejor calidad de vida y se muestran extremadamente sensibles frente a las voces anónimas del mercado o a los mensajeros de los inversores que llaman desde el exterior para advertir, amenazar o indicar el tenor de las resoluciones que deben adoptarse. No se puede seguir esgrimiendo con impunidad la promesa de un mañana mejor con el argumento de la continuidad del sacrificio de hoy. Porque el mañana nunca será mejor si la condición para construirlo es que una parte de los que hoy habitan en este suelo argentino tengan que resignar definitivamente su dignidad (o su vida). Y porque la paciencia tiene un límite y la desesperación es mala consejera.


 

PRINCIPAL