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OPINION

Las duras alternativas

Por James Neilson

A diferencia de sus antepasados ideológicos, que entendían muy bien que “construir el socialismo” requeriría décadas de trabajo arduo e incluso heroico por parte de todos pero en especial de los dirigentes, los progres actuales y sus auxiliares eclesiásticos sueñan con un modelo que funcione sin que nadie se vea obligado a esforzarse mucho. Cuando protestan contra el “neoliberalismo”, el “mercado” o “la tiranía de lo económico”, atribuyéndoles los males del país, insinúan que si no fuera por la rapacidad insaciable de los ya muy ricos y el dogmatismo del FMI el Gobierno no tendría que preocuparse por el déficit, los salarios aumentarían, el sistema previsional sería mucho más generoso, todos recibirían una buena educación y se multiplicarían las fuentes de trabajo.
Se trata de una ilusión. Mal que les pese a los bien pensantes, cualquier alternativa al “neoliberalismo” puro y duro exigiría un grado de disciplina muy superior al habitual en estas latitudes. Para comenzar, sería necesario un Estado sumamente eficiente, uno que, entre otras cosas, sea capaz de recaudar impuestos y de instrumentar con el vigor imprescindible programas sociales destinados a asegurar que todos tengan la oportunidad para participar plenamente en la vida del país. ¿Es lo que están reclamando los angustiados por “la crisis”? Claro que no. En el fondo, lo que quieren es más dinero para financiar sus propios esquemas clientelares.
Tal como están las cosas, la Argentina está en vías de transformarse en el país más “neoliberal” de la Tierra, lo cual a primera vista parece paradójico en vista de que aquí la mayoría abrumadora preferiría un sistema muy distinto. Sin embargo, sucede que casi todos los avances del credo aborrecido se han debido a la incapacidad realmente asombrosa de sus adversarios, los cuales ni siquiera se han dado el trabajo de procurar crear una administración pública competente. Están más dispuestos a “luchar” contra el enemigo en el plano moral o filosófico –desde hace años están bombardeándolo con declaraciones principistas, citas bíblicas y alusiones indignadas a los estragos que ha provocado–, pero no se les ha ocurrido intentar frenarlo con instituciones públicas, similares a las ya existentes en muchos países europeos, que sean lo bastante eficientes para impedir que “los mercados” terminen decidiendo absolutamente todo. ¿Por qué? Porque a esta altura lo que más les interesa es ya aprovechar los desastres en beneficio propio al endosarlos a sus rivales, ya defender a un establishment político que se ha independizado del resto de la comunidad y que no tiene intención alguna de compartir sus penurias.


 

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