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ENTREVISTA A JOSE CARBAJAL, “EL SABALERO”, ANTES DE SU VISITA A LA ARGENTINA
“La vida no les sigue el ritmo a las canciones”

El cantautor uruguayo amasó su leyenda con su cóctel de melodías sensibles, nostalgia y trasnoche. Desde hace años vive en Holanda donde, lejos del mito, es todo un amo de casa. En Uruguay, donde vuelve para trabajar, afronta un juicio por haber insultado a los militares.

Por Fernando D’Addario

En José Carbajal, “El Sabalero”, se cumplen con creces coordenadas físicas y espirituales que serían dignas de ser aprobadas por un eventual uruguayómetro: voz grave y “decidora”, apego al barrio y/o pueblo chico, nostalgia congénita, sentido de la solidaridad, buena educación, perfil bajo y un largo etcétera cuya verosimilitud se constata por oposición simple, testeando a sus colegas de este lado del Río de la Plata. En El Sabalero, además, estos atributos se ven potenciados por un largo exilio, político primero (como tantos uruguayos que deambularon por el mundo en tiempos de la dictadura militar), familiar después (se enamoró de una holandesa), disparador en ambos casos de un itinerario creativo que fue dejando canciones como si fuesen jirones de su propia existencia.
El autor de “Chiquillada”, “Borracho pero con flores” y “No te vayas nunca, compañera”, entre otros, actuará el sábado y domingo próximos en el teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Allí mostrará material de su último disco, el intimista y melancólico La casa encantada, aunque según adelanta en una entrevista con Página/12, la segunda parte del show incluirá algunos candombes y un puñado de clásicos, “para que la gente se sacuda un poco la angustia de La casa...”. En estos días sale su nuevo disco, Noche de rondas, que incluye boleros y rancheras mexicanas, un rescate que también tiene que ver con su breve paso por ese país. Y está preparando otro más, que se llamará El viejo animal y tendrá, como todos sus trabajos, historias y anécdotas autorreferenciales. Después de sus conciertos en Buenos Aires iniciará su primera gira patagónica, por El Bolsón, Trelew, Esquel y Comodoro Rivadavia, lugares “donde tengo muchas ganas de tocar, porque la Patagonia es un misterio para mí. La conozco sólo a través de Osvaldo Bayer y su libro La Patagonia Rebelde”.
Al momento de la entrevista, el Sabalero está en el departamento de Canelones. Viaja todos los años de Holanda (donde vive) al Uruguay (donde están todos sus tesoros afectivos, menos su mujer y sus dos hijos, Antolín de 14 años y Catalina de 11: “El mayor, aunque se crió en Holanda, toca milongas como uruguayo que es”, confiesa, orgulloso). A veces se da una vuelta por Juan Lacaze, el pueblo que lo vio crecer y donde muchos de sus ocho mil habitantes son también sabaleros, término que, aludiendo a una especialización laboral (la del pescador de sábalos) termina convirtiéndose en algo así como un gentilicio. José Carbajal cuenta que le gusta andar por allí con el auto. “Recorro la playa, el puerto, no hablo con mucha gente porque no están los mismos que yo conocía, y me voy. Es algo que hago solo para despuntar la nostalgia. Porque la nostalgia, aunque parezca triste, también es un placer, cuando te lleva a recuerdos felices, y se padece en el recorrido de vuelta, en la distancia y el tiempo. Entonces es más fácil pasar por los lugares aunque la gente ya no esté, porque nosotros cambiamos siempre, en cambio el paisaje demora mucho más en morirse.”
El Sabalero reúne, como se dijo, muchos argumentos que avalan el arquetipo del “ser uruguayo”. Y siguiendo ese camino reconocible hasta en los más mínimos gestos se llega a completar una fisonomía artística que le escapa a las etiquetas y se acerca, por eclecticismo y falta de prejuicios, a ese difuso perfil delineado por el canto popular de su país. Candombes, milongas, baladas, algo de rock, letras que remiten a recuerdos de infancia, a alcoholes, putas y ladrones, ninguno de esos estilos y caracterizaciones alcanzan, por separado, a definir al Sabalero. “No se puede decir ni que sea rockero, folklorista, candombero o tanguero. Tal vez porque nunca me até a ningún género. Ahora estoy preparando otro disco, El viejo animal, que va contando, a través de distintos estilos, las edades de la vida desde la perspectiva de un tipo como yo, de 57 años. Si es por lo generacional, yo soy de la generación del rock and roll, y la primera canción del disco es un rock and roll. Si hasta fui campeón de baile. A los 17 años también bailaba merengue y, a lo mejor, muchos de los que me conocen hoy ni se imaginan que yo pude haber hecho eso”. Desde hace años El Sabalero vive en Grolingen, al norte de Holanda. Llegó allí, como corresponde, atraído por una holandesa. Aunque reconoce que lo único que se le pegó de Holanda es “la cerveza”, se ve en la obligación de aclarar que no se siente perdido allí, porque “también en Holanda tengo el agua a los pies. Me crié pegado al agua y siempre, adonde fui, la busqué. El holandés, además, es en algunos sentidos parecido al uruguayo, porque es sencillo, austero”. Contradice su propia leyenda saliendo poco de noche, cocinando para sus botijas, siguiendo la campaña del Ajax. Los resultados de Peñarol llegan vía Internet, mira por TV fútbol argentino y, más allá de su condición de autor que lo sumerge varias horas en la computadora, ejercita con orgullo su rol de “hombre de la casa”, certificado que no se refiere tanto a su autoridad de “padre de familia” como a la cotidianeidad de lavar los platos y llevar a la nena al colegio.
–Las historias que cuentan sus canciones instalaron en la gente otro “personaje”: melancólico, noctámbulo...
–Mis canciones cuentan historias. Algunas me pasaron a mí, otras a amigos míos. Pero la vida no puede seguirles el ritmo a las canciones. Ahora salgo muy poco a la noche. También soy un hombre grande, ¿no? (tiene 57 años) Nadie puede emborracharse todos los días y seguir escribiendo. Esos son mitos populares. No soy un alcohólico. Me paso horas y horas trabajando. Claro que cuando salgo a tomar, me paso horas y horas tomando...
–En muchas de sus letras está retratada su infancia y adolescencia. ¿Fueron así como las describe?
–En realidad, tengo que confesar que yo era un botija bueno. No le causaba problemas a mi familia. Nunca tuve una rebeldía generacional, sino que mi rebeldía era social. Jamás se me hubiese ocurrido que mi padre podría ser el enemigo cuando tenía un patrón en la fábrica. A los 14 años empecé a trabajar allí y desde entonces mis inquietudes tuvieron que ver con lo sindical más que con lo político. Lo que quería era defender a la clase social a la que pertenecía. Las consecuencias de esa lucha fueron políticas.
–¿Por qué no trabaja de músico en Holanda?
–Porque a los holandeses no les interesa la música uruguaya. Primero, el lenguaje es una barrera muy fuerte. Y los uruguayos no tenemos un aparato nacional de divulgación musical. Al candombe no lo conoce nadie, y sin un sello discográfico que apoye, arrancar solo, a esta altura, no. Prefiero cocinarles a los botijas. Además, para trabajar, me voy a Uruguay. Entre dos y tres veces por año viajo a mi país y actúo. El año pasado estuve nueve meses.
–¿Cambia mucho, a la distancia, la mirada sobre su país?
–Cuando uno está afuera tiene más tiempo para reflexionar, para pensar las cosas que suceden y no te están pasando sino que te enterás de que están pasando. Lejos del ruido se puede escuchar mejor. Yo, igual, no cambié mucho mi manera de ver las cosas. Para mí sigue siendo imposible ser optimista frente a un país que está en la lona. Recuerdo que mi madre decía, hace 50 años: “Yo no sé cómo hace la gente para vivir”. Ahora estamos en otro siglo, vivimos peor, y seguimos diciendo “Yo no sé cómo hace la gente para vivir”.

Un juicio algo desigual
José Carbajal tenía pensado viajar la semana pasada a Buenos Aires, pero un entuerto judicial lo impidió: el músico fue querellado por los jefes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea uruguayos. Nada menos. Recién pasado mañana el juez lo autorizaría a viajar a la Argentina. El Sabalero cuenta que hace unos meses, en el programa de TV “Debate abierto” (“está mal puesto el nombre”, ironiza) “estábamos hablando de la educación, y no sé cómo salió el tema y yo dije que los padres que mandan a sus hijos a las escuelas militares estaban ayudando a formar hijos de puta. Y me hicieron juicio. Estoy en guerra con las tres armas. Igual, estamos progresando. Es la primera vez que le veo la cara a un juez. Antes, en la dictadura, nos llevaban a los cuarteles. Una vez, me llevaron, me tuvieron encerrado y me salvé porque era el autor de `Chiquillada’. Si hasta los milicos la cantaban...”

 

Canciones en la voz de otros
Algunas de sus canciones fueron conocidas masivamente en la Argentina gracias a la interpretación de otros artistas. “Chiquillada”, por ejemplo, fue un éxito en la voz de Leonardo Favio. Y “A mi gente” fue grabada por Soledad. El Sabalero, muy popular en Uruguay pero artista de culto en Argentina, cuenta que “Chiquillada” “la hizo todo el mundo. Hasta tengo una grabación del Topo Gigio. Las tengo en casa, para mis hijos. La de Favio me gusta mucho, y fue un gran éxito. Después nos volvimos a ver. Y Soledad me pareció una botija muy macanuda, muy gauchita. La fui a ver en el Gran Rex el año pasado, y también trabajamos juntos en Uruguay. Cuando nos vimos nos agradecimos mutuamente. Ella me agradeció por haber escrito esa canción y yo le agradecí por haberla grabado. No sólo porque me gané un buen dinero por derechos de autor, sino porque se dio esa cosa rara de que un tema que escribí un día, en una pieza, dedicada a los uruguayos, de repente era cantado por miles de argentinos”.

 

 

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