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Cuando los ricos y famosos se sacan todo el maquillaje

�Grosse Pointe� muestra una ácida trastienda de las comedias juveniles. Y lo hace nada menos que en Sony, la señal especialista en el género.

Por Julián Gorodischer

Los galanes de “Grosse Pointe” son impresentables: se vanaglorian de sus besos falsos que parecen reales, crían chanchos con la pasión que otros dedican al romance, deberían mostrarse habilidosos pero nunca embocan la pelota en el aro de básquet. Pero cuando se enciende la luz comienza otra historia. Alguien dice “Acción”, y esos galanes se convierten en los carilindos de una tira dentro de la tira. Una apuesta ingeniosa que los guionistas de “Sex and the city” convirtieron en un éxito en los Estados Unidos. Dentro de la ficción funciona una comedia juvenil en el registro de “Beverly Hills 90210” o “Dawson’s Creek”. Por primera vez, el canal incluye un espacio autocrítico. Burlador y burlado comparten una pantalla: la flamante serie se ríe del star system que consagra sólo caras bonitas, en el mismo espacio en el que se emiten comedias juveniles de estructura coral, con argumentos repetidos y consagración de famosos por mérito estético.
“Grosse Pointe” (lunes, a las 20.30) denuncia una hipocresía: nadie es lo que parece cuando las luces y las cámaras de la comedia juvenil se encienden. En el estudio, Johnny simula ser un donjuán, pero los suyos son besos falsos y de compromiso. El exitoso resulta patético cuando una segunda cámara lo toma de frente y se lo puede ver besando el aire, colgado de un ridículo rictus que reemplaza el contacto. Quentin, a su vez, es “el rompecorazones de todas las americanas” por su papel en la comedia, pero por fuera de su personaje de cartón no tiene ojos más que para su cerdo, a quien cría con veneración. La rivalidad es alimento diario para estas estrellas: Johnny y Quentin se dicen a cámara: “El destino nos dio el regalo de habernos conocido” (siempre cursis, sobrecargados) y poco después se confiesan recelosos de cada gramo de popularidad que el otro les escatima. Es que el más conocido acumulará una nueva portada de revista, verá crecer su club de fans, será consagrado con más minutos en el aire. En busca de esos beneficios, Quentin engola el tono como si se tratara de un amante ardiente y se entusiasma sacando la lengua en un beso para hacerlo parecer “bien verdadero”. Susurra a su compañera un romanticismo pegajoso, sólo para aportar algo de calor a esa alcoba cargada de tules y artificio. Un poco más tarde quiebra la impostura del recio, y se horroriza como un niño o una doncella tras un pelotazo: “Dios mío, estoy sangrando”.
Quentin podría ser el análogo perfecto de personajes como Brandon (de “Beverly...”) o cualquiera de los pueblerinos de “Dawson’s...”. Pertenece a los venerados por las chicas, generadores de aullidos histéricos y devotas incondicionales. Sus seguidoras hacen guardias en casas y canales sólo para contemplarlos unos segundos. Pero a “Grosse Pointe” no le interesa mantener la farsa. “Cada vez que te beso, siento que soy la merecedora más grande de un Emmy”, ironiza la chica del galán principal tras finalizar un bloque. Y revela sus secretos mejor guardados: Quentin usa peluquín y acredita unos cuantos años menos de los que en realidad tiene. El le devuelve la gentileza: a ella la mortifican unas ladillas y sus pechos son artificiales. El duelo verbal enloda a los consagrados.
Como debería suceder para que ese pequeño infierno suene verosímil, alguien debeestallar. Marcy a veces expresa su espanto, pero no puede sustraerse a su pasión por Johnny: no puede evitar agasajarlo con una sushi fiesta (el pescado crudo no podía faltar) y perseguirlo. Después se dará cuenta de las ventajas de otros señores más reales, pero a pesar de todo el reemplazante nunca será como Johnny. ¿Acaso es importante que sea un vanidoso sin habilidad para coordinar frases? Frente a las cámaras es el acompañante perfecto. Con eso basta.

Beverly Hills, en la mira

Pocos dudan de que la serie detrás de “Grosse...” es “Beverly Hills 90210”. Incluso, algunos intérpretes de la tira admitieron su recelo hacia la cínica creación de Darren Star. “Grosse...” presenta personajes demasiado parecidos a Brandon, Brenda, Kelly, Donna y otros bellos del grupo de estudiantes dedicados a flirtear y mejorar su aspecto personal. Sólo que en la parodia ninguno es tan perfecto: Quentin es incapaz de generar una sonrisa o un llanto con algo de verdad ante cámaras, y Johnny sólo está preocupado por evitar que la fama de su rival le haga sombra. Las chicas (Marcy y Hunter) salen algo mejor paradas, pero se limitan a repetir textos trillados y exagerar el romanticismo. La industria que le dio forma a “Beverly...” creyó igual de rentable esta propuesta. ¿Podrá el tono cínico capturar una legión de fans tan importante?

 

 

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