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PAGINA/12 VISITO A LOS PRESOS POR EL
ASALTO AL CUARTEL DE LA TABLADA Y DIALOGO CON ELLOS
“Esperemos que no emulen a la Thatcher”

Los ayunantes están internados. Lucen débiles y demacrados. Tratan de mantener el humor. Lo que dicen. Lo que leen. Lo que recuerdan. Sus familias. Sus recuerdos. Crónica de una tarde con presos en zona de riesgo.

Miguel Aguirre (izquierda arriba), Enrique Gorriarán (izquierda abajo) y Carlos Motto (derecha). Van por los 80 días de huelga de hambre.

Por Miguel Bonasso

Hasta ahora nadie dijo “nos podemos morir” y cuando el periodista de Página/12 (violentándose a sí mismo) pronuncia el temible verbo en infinitivo, Miguel Aguirre (36 años) le responde con una sonrisa espectral: “no pensamos en eso, pensamos en que vamos a ganar”. Al lado de su cama hospitalaria, en la mesilla de metal donde le trajeron una comida que rechazó el primer día de internación, asoma un libro que le acercó un amigo y luce muy leído: “La lucha por la libertad en Irlanda” del líder del Sinn Fein, Gerry Adams. En el que se habla, naturalmente, de Bobby Sands y los otros luchadores irlandeses a los que Margaret Thatcher dejó morir en huelga de hambre. Es la única sombra agorera que rasga el ánimo de los presos de La Tablada, en la tarde cálida, apacible, que transcurre en el Hospital Fernández. Los seis huelguistas internados aquí (hay otros siete en el Santojanni) hablan serenamente con algunos familiares que han ido a visitarlos. Todos hacen bromas, empezando por Enrique Gorriarán Merlo, a quien se ve completamente emaciado, como si estuviera por sucumbir a una enfermedad terminal: “Hola, el Mahatma Gandhi lo saluda”. Pero sabe, igual que sus compañeros, que ya llevan casi ochenta días de ayuno; muchos más que Bobby Sands. Y que están pero no están en esas habitaciones limpias y claras del Fernández, detrás de cuyas ventanas asoman los árboles primaverales de la calle Cerviño. Que están, en realidad, en ese territorio atroz que los médicos llaman “zona de riesgo” y que no van a salir de ese territorio si el Tribunal de Casación no les abre la puerta.
En las últimas dos semanas los presos de La Tablada se fueron descompensando uno a uno y, al final, ese Estado que sigue negándoles el derecho al juicio con doble instancia, tal como reclama la OEA, tuvo que internarlos a los trece en dos hospitales. Tres mujeres (Claudia Acosta, Isabel Fernández y Ana María Sívori) y cuatro hombres (José Moreira, Claudio Veiga, Gustavo Messutti y Sergio Paz) fueron alojados en el Hospital Municipal del Tórax F. Santojanni. Otros seis prisioneros (Enrique Gorriarán, Roberto Felicetti, Carlos Motto, Luis Alberto Díaz, Miguel Aguirre y Claudio Rodríguez) fueron derivados al de Agudos, Dr. A. Juan Fernández, un hospital general de los cuarenta, muy bien conservado, que se especializa en emergencias. Y fue en verdadera situación de emergencia que arribaron Luis Alberto Díaz y Claudio Rodríguez, a quienes entubaron rápidamente para pasarles suero. No mucho mejor llegó el veterano Gorriarán, a quien este cronista había entrevistado en el penal de Villa Devoto en abril pasado, cuando cargaba ochenta y dos kilos y no los escasos sesenta que pesa ahora. Hace unos quince días Gorriarán estaba charlando tranquilamente (“como ahora con usted”), cuando el corazón se le desbocó en una frenética taquicardia y se dispararon hacia el abismo todos los signos vitales.
A los más graves comenzaron a hidratarlos y a suministrarles sales con el suero, mientras les practicaban diversos estudios y mediciones. Comprobaron entonces que el ayuno les había devorado las grasas y avanzaba ahora sobre la masa muscular. Situación inquietante que puede generar accidentes neurológicos en cualquier momento. Ese es el cuadro que encontró Página/12 cuando logró camuflarse entre las visitas.
Primero hubo que sortear los distintos anillos de guardia, de la Policía Federal y el Servicio Penitenciario Federal que, en verdad, han sido emplazados con discreción. En la puerta del Fernández, sobre la calle Cerviño, hay apenas un patrullero con dos policías. En el tercer piso, al final del ala derecha, hay un nuevo control con guardias que llevan chalecos antibala y armas cortas y en el pequeño hall que se comunica con las tres habitaciones de los prisioneros está el retén principal, donde otros tres guardias del SPF chequean a los visitantes y los someten a una ligera revisión. Al superarla y acceder a las habitaciones, limpias y aireadas, la visión de los internos lastima al cronista. Carlos Motto, a quien el autor de esta nota había visto hace unos meses en la presentación de un libro de relatos, parece salido de un campo de concentración. Gorriarán, puro ojos y orejas, roza lo cadavérico, igual que Miguel Aguirre, chupado y ceniciento. Felicetti despista con su sempiterna sonrisa optimista, pero algo espeso e inquietante acecha en su hablar barboteante, pegajoso, como de borracho.
A pesar de todo, el visitante puede superar la impresión y quedarse un buen rato con los seis prisioneros, sus mujeres y sus hijos, porque el estado anímico de los internos es opuesto al físico. Se los siente serenos, tranquilos y hasta se podría decir que de buen humor. Nadie hace demagogia barata con el dolor y son más frecuentes las bromas que las declaraciones enfáticas.
El periodista va de habitación en habitación, de cama en cama. En las mesas de luz hay mates y gaseosas: las únicas bebidas que se permiten los ayunantes. Aguirre y Gorriarán le comentan al cronista que el primer día les ofrecieron una magnífica cena a base de escalopes que, naturalmente, rechazaron. No quieren creer que fue una perversidad como la que perpetraban los británicos con los presos irlandeses a los que ponían todos los días manjares por delante, sino una rutina hospitalaria o una involuntaria torpeza de los ecónomos. “La verdad es que lamenté rechazar esos escalopes”, dice Gorriarán con sonrisa melancólica, “porque se los veía bárbaros”. En el televisor suspendido en un ángulo de cada habitación, el canal favorito es “G”, el de los gastrónomos. Y la charla entre ayunantes suele versar, morbosamente, sobre las distintas preparaciones que se ofrecen a la gula del televidente. Sin embargo, a dos meses y medio de una huelga de hambre, lo que menos se siente es apetito. Hay, por el contrario un sopor, un estado algodonoso de debilidad que paradójicamente permite soportar la privación del alimento y vegetar, día a día, en un peligroso nirvana. “Sentís un hambre terrible en los primeros cuatro o cinco días y te parece en ese momento que no vas a poder aguantar”, explica Miguel Aguirre, un muchacho de rostro barbado y macilento, que integra el lote de los más afectados. “Pero a medida que pasa el tiempo te acostumbrás. No sin molestias, por cierto. Porque al hambre lo siguen las náuseas y los mareos y luego, cuando llevás ya mucho tiempo como nosotros, los desvanecimientos y las taquicardias.”
“El hombre se acostumbra a todo”, filosofa otro de los muchachos y el lugar común, que parece certificarse con su propia experiencia, no alcanza a ocultar la amenaza: pese al cielo azul, a las copas de plátanos y paraísos que se entrevén por los ventanales, a la revista de historietas que trae uno de los hijos pequeños, al aire de normalidad que se desprende de abrazos, besos y caricias de un fin de semana luminoso, la muerte es una posibilidad tan real como esos datos cotidianos que despistan.
Y a veces, se asoma en los espejos. Todos han ido espantándose, al descubrirse en el espejo. Y el cronista se espanta al saludarlos, al palmearlos: son frágiles sacos de cuero y huesos.
A través de las puertas, abiertas, se ve a los guardias y el autor de la nota no puede ni grabar ni anotar. Pero se clavan en su memoria jirones de historias de vida. La de Claudio Rodríguez, otro muchacho que atraviesa la treintena y ya tiene un hijo de trece años, que mira con enormes ojos negros desde la cama de su padre. La historia de Claudio es la historia de la guerrilla en este país, porque su padre que fue militante montonero, desapareció en la década del setenta. Su hijo no conoció al abuelo y dice que debería haber una organización humanitaria que se llamara “nietos”.
En sus casi doce años de prisión, Miguel Aguirre se ha dado maña para tener una intensa y accidentada vida sentimental. Se casó, se divorció y volvió a formar pareja. Tiene una hija de seis años, que se llama Lucero y que le preguntó hace un tiempo, cuando aún estaba en el penal de Ezeiza, qué significaba la huelga de hambre y por qué la hacía. El padre le explicó las razones y Lucero quiso saber quién debía dejarlo en libertad “si De la Rúa o los guardias”. Miguel le explicó que la decisión era del Presidente y la nena se quedó un rato en silencio. “Te podés morir”, le dijo de sopetón. Y luego le hizo una propuesta cándidamente pícara: “comé, papá; comé a escondidas”.
Más instalado en el discurso político, el veterano Gorriarán espera –sin embargo– que el Tribunal de Casación anule el juicio inicial. Es una esperanza sofrenada, que atraviesa el tamiz de la cautela y el discurso jurídico y político. Esta, dice, “es una batalla final por la justicia”. “De la Rúa está actuando hasta hoy como (el ex general Jorge Rafael) Videla: ignorando el reclamo de la CIDH de la OEA. Nos deja morir. Espero que De la Rúa no termine emulando a la Thatcher. Confiamos en que no llegue a ese extremo y, por el bien de todos, opte por la ley. No pedimos ningún privilegio: nuestro objetivo es que cumpla con los dictados de la Constitución y con los pactos internacionales incorporados a nuestra Constitución”. “Si ganamos –concluye– será un triunfo del estado de derecho sobre los resabios del autoritarismo. Un triunfo de la democracia, de todos”.
Luego comenta las cartas que le han llegado a De la Rúa desde el exterior, entre las que sobresale una bastante curiosa: la del político conservador Manuel Fraga Iribarne, presidente de la Xunta de Galicia y fundador del Partido Popular, actualmente en el poder con José María Aznar.
La tarde declina. Un guardia se asoma y dice con energía, pero sin fiereza:
–Son las siete. Se terminó la visita.

 

Preocupación francesa

Un grupo de agrupaciones francesas de derechos humanos expuso ante el embajador Carlos Pérez Llana su preocupación por los presos de La Tablada. La Asociación de Cristianos por la Abolición de la Tortura, la agrupación France Amérique Latine, la Federación Internacional de los Derechos del Hombre, la Fundación Danielle Mitterrand y la Asociación Franco Argentina de París se entrevistaron con Pérez Llana y el ministro de Asuntos Políticos de la embajada para pedir una solución para los detenidos. Paralelamente, la Agrupación France-Amérique Latine envió una carta al presidente Fernando de la Rúa por el mismo tema. Ese organismo también expuso ante el ministro de Asuntos Extranjeros de su país “el destino doblemente trágico” de Roberto Sánchez Nadal, un hombre de nacionalidad francesa que murió durante el asalto al cuartel de La Tablada. “Después de haber sido encarcelado y torturado por la dictadura argentina, está desaparecido a causa de su participación en el asalto al cuartel”, aseguró France Amérique Latine en un comunicado.

 

PASTOR DE LUCCA, DEL MOVIMIENTO ECUMENICO DE DDHH
“Nivel de crueldad mayúsculo”

Por V. G.

“El nivel de crueldad de los políticos es mayúsculo”, afirma el pastor José De Lucca, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. De Lucca organizó la formación de una comisión internacional para pedir la liberación de los presos de La Tablada y desde el primer día de la primera huelga pateó –junto con otros miembros de organismos de derechos humanos–s despachos de funcionarios y legisladores. Ahora, su preocupación es la salud de los presos y lo que más lo irrita es la hipocresía de los políticos que van a Roma por el Jubileo pero no hacen nada para evitar que se muera un preso. “En Argentina a nadie le importa si una ley es o no constitucional”, asegura.
–¿Cuál es la situación de los presos a 80 días de huelga de hambre?
–Es delicada. La Cámara de Casación todavía no trató el tema y no hay seguridad de que salga esta semana. Cada día que pasa la situación es más grave. Cuando los vi la semana pasada estaban sentados, levantados y el lunes la mayoría estaba acostada. Hay una decisión firme de ellos de continuar hasta el fin. Hablamos con los diferentes niveles del Estado y todos le esquivan el bulto. El nivel de crueldad de los políticos es mayúsculo.
–La subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, plantea que hay que adecuar la legislación interna, como pide la CIDH, pero que los tiempos no los marca la huelga.
–Lo sabemos. Pero tampoco está dado por la no huelga. ¿Cuántos años hace que la Ley de Defensa de la Democracia es inconstitucional? Nadie se preocupó en reformarla. En Argentina da igual si la ley es o no constitucional. Ahora lo que más preocupa es la vida de los presos pero parece que el respeto institucional no le interesa a nadie. Los políticos hablan del Jubileo, de la deuda externa, pero profundizan la muerte. Este sistema de muerte avanza todos los días y eso se expresa en estos presos.
–El Gobierno también dice que está preocupado por la salud de los presos pero que, al fin y al cabo, la huelga es voluntaria.
–Al no modificar la ley, la responsabilidad es del Estado. Hicimos gestiones con los tres poderes y nadie tiene sensibilidad. Lo que se ve en este tema es que los políticos argentinos están ciegos.
–¿Qué pasa si la Cámara de Casación se sigue demorando?
–Hay riesgo de muerte. No queremos hacer un velorio anticipado. Yo voy a pelear hasta el fin para evitar que haya un desenlace fatal. Mañana (por hoy) vamos a hacer una visita pastoral, de religiosos y laicos en el Hospital Fernández. A las 16.30 va a haber un momento de oración por la vida, la salud y la libertad de los presos.
–¿Qué pasa si se adecua la ley y los presos no salen en libertad?
–La CIDH pide la doble instancia y, entonces, por ley, les corresponde el dos por uno. La ley no salió porque se lo tenían que dar, si no era inconstitucional. Por otro lado, el capricho del presidente Fernando de la Rúa de no hacer nada hizo que se encapricharan los otros poderes. La actitud arrogante de “no firmo”, cuando es una facultad presidencial, se tiene que terminar. ¿Cómo va a quedar Argentina ante el mundo en el año del Jubileo si se muere un preso? Fueron 500 políticos a Roma a rasgarse las vestiduras, pero todo es una hipocresía.
–¿Los organismos de derechos humanos siguen pidiendo a los presos que levanten la huelga?
–Ese fue un pedido de cinco organismos. Nosotros no estuvimos de acuerdo en hacerlo público. Nosotros lo podemos discutir con ellos pero hay un respeto a sus decisiones.

 

Familiares y antorchas

Prendieron las velas y las antorchas y detrás de la bandera en la que se leía “Por la vida y la libertad de los presos políticos de La Tablada” los manifestantes se dispusieron a dar la vuelta a la manzana del Hospital Fernández, como queriendo abrazar a los presos internados en ese edificio. Ayer, los familiares de los detenidos del MTP, miembros de HIJOS, de agrupaciones estudiantiles y de partidos políticos realizaron desde las 18 hasta las 22 una vigilia frente al hospital y hoy harán lo mismo en el Santojanni, donde están internadas las mujeres. “Contra la instalación de la pena de muerte por exigir el debido proceso penal”, decía la convocatoria realizada por el Colectivo Permanente Autoconvocado.

 

DIANA CONTI, SUBSECRETARIA DE DERECHOS HUMANOS
“Doce años son suficientes”

Por Victoria Ginzberg

Los días pasan y cada vez está más cerca la sombra de un final trágico. Pero el Gobierno sigue emperrado en demostrar que la huelga de hambre no es un elemento de presión para solucionar la situación de los presos de La Tablada. Por eso la subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, afirma: “No son los tiempos de la huelga los que marcan la resolución del problema”. Sin embargo, desde el Gobierno esperan que la Cámara de Casación se expida rápidamente sobre el recurso presentado por los abogados de los miembros del MTP. Con un gesto favorable de Casación, la libertad de los detenidos quedará en manos de la Cámara Federal de San Martín. Sólo a término personal, Conti se anima a decir que “doce años son suficientes”.
–Van casi 80 días de huelga de hambre, ¿el Gobierno no cambió su posición respecto de los presos de La Tablada?
–El Gobierno sigue esperando que resuelva el Poder Judicial.
–¿Y qué pasa si la Cámara de Casación se demora?
–No son los tiempos de la huelga los que marcan la resolución del problema. Es el tiempo de un país que tiene que adecuar su legislación a los pactos internacionales y eso se hará cuando los diputados y los senadores lo resuelvan y cuando el Poder, judicial abra el recurso presentado por los abogados de los presos, si lo hace, y esperemos que lo haga. El Poder Ejecutivo vela por la salud de los presos.
–Pero son casi ochenta días, ¿no tienen miedo de que se muera alguien?
–Es una fuerte preocupación. Pero la huelga la están realizando por voluntad propia.
–¿El Estado no se considera responsable de las secuelas que pueden tener los presos a causa del ayuno prolongado?
–No. Es una huelga voluntaria.
–¿Sigue descartada la posibilidad de un indulto o conmutación de penas?
–Sí. No se prevén en absoluto.
–Pero si están preocupados por su salud, ¿por qué no hacer un gesto que descomprima esta situación?
–Porque ese alivio pasa por darles la libertad y ellos fueron condenados a cadena perpetua por la Justicia en democracia porque cometieron delitos. Y el Presidente no los va a perdonar.
–¿Es decir que el Gobierno no considera que tienen que salir en libertad?
–La libertad la tiene que decidir la Cámara Federal de San Martín. Una vez que la Cámara de Casación abra el recurso de revisión pueden pedir la excarcelación a San Martín. La recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) no habla de darles la libertad. Los miembros de la CIDH se lo dijeron al Gobierno.
–Pero usted en algún momento dijo que consideraba que debían salir en libertad.
–Es una opinión personal. Considero que 12 años es tiempo suficiente. Además muchos son jóvenes y podrían reinsertarse en la sociedad.
–¿El ministro de Justicia y el Presidente no opinan lo mismo?
–No les pregunté. Sé que no va a haber un indulto o conmutación de penas y que no hay incidencia en el Poder Judicial para que dé o no la libertad. Lo que se exige es que se cumpla con las recomendaciones de la CIDH.
–¿Fue a ver a los presos al hospital?
–Pasé para ver cómo estaban pero no me quisieron atender.

 

 

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