Por Miguel Bonasso
Hasta ahora nadie dijo nos
podemos morir y cuando el periodista de Página/12 (violentándose
a sí mismo) pronuncia el temible verbo en infinitivo, Miguel Aguirre
(36 años) le responde con una sonrisa espectral: no pensamos
en eso, pensamos en que vamos a ganar. Al lado de su cama hospitalaria,
en la mesilla de metal donde le trajeron una comida que rechazó
el primer día de internación, asoma un libro que le acercó
un amigo y luce muy leído: La lucha por la libertad en Irlanda
del líder del Sinn Fein, Gerry Adams. En el que se habla, naturalmente,
de Bobby Sands y los otros luchadores irlandeses a los que Margaret Thatcher
dejó morir en huelga de hambre. Es la única sombra agorera
que rasga el ánimo de los presos de La Tablada, en la tarde cálida,
apacible, que transcurre en el Hospital Fernández. Los seis huelguistas
internados aquí (hay otros siete en el Santojanni) hablan serenamente
con algunos familiares que han ido a visitarlos. Todos hacen bromas, empezando
por Enrique Gorriarán Merlo, a quien se ve completamente emaciado,
como si estuviera por sucumbir a una enfermedad terminal: Hola,
el Mahatma Gandhi lo saluda. Pero sabe, igual que sus compañeros,
que ya llevan casi ochenta días de ayuno; muchos más que
Bobby Sands. Y que están pero no están en esas habitaciones
limpias y claras del Fernández, detrás de cuyas ventanas
asoman los árboles primaverales de la calle Cerviño. Que
están, en realidad, en ese territorio atroz que los médicos
llaman zona de riesgo y que no van a salir de ese territorio
si el Tribunal de Casación no les abre la puerta.
En las últimas dos semanas los presos de La Tablada se fueron descompensando
uno a uno y, al final, ese Estado que sigue negándoles el derecho
al juicio con doble instancia, tal como reclama la OEA, tuvo que internarlos
a los trece en dos hospitales. Tres mujeres (Claudia Acosta, Isabel Fernández
y Ana María Sívori) y cuatro hombres (José Moreira,
Claudio Veiga, Gustavo Messutti y Sergio Paz) fueron alojados en el Hospital
Municipal del Tórax F. Santojanni. Otros seis prisioneros (Enrique
Gorriarán, Roberto Felicetti, Carlos Motto, Luis Alberto Díaz,
Miguel Aguirre y Claudio Rodríguez) fueron derivados al de Agudos,
Dr. A. Juan Fernández, un hospital general de los cuarenta, muy
bien conservado, que se especializa en emergencias. Y fue en verdadera
situación de emergencia que arribaron Luis Alberto Díaz
y Claudio Rodríguez, a quienes entubaron rápidamente para
pasarles suero. No mucho mejor llegó el veterano Gorriarán,
a quien este cronista había entrevistado en el penal de Villa Devoto
en abril pasado, cuando cargaba ochenta y dos kilos y no los escasos sesenta
que pesa ahora. Hace unos quince días Gorriarán estaba charlando
tranquilamente (como ahora con usted), cuando el corazón
se le desbocó en una frenética taquicardia y se dispararon
hacia el abismo todos los signos vitales.
A los más graves comenzaron a hidratarlos y a suministrarles sales
con el suero, mientras les practicaban diversos estudios y mediciones.
Comprobaron entonces que el ayuno les había devorado las grasas
y avanzaba ahora sobre la masa muscular. Situación inquietante
que puede generar accidentes neurológicos en cualquier momento.
Ese es el cuadro que encontró Página/12 cuando logró
camuflarse entre las visitas.
Primero hubo que sortear los distintos anillos de guardia, de la Policía
Federal y el Servicio Penitenciario Federal que, en verdad, han sido emplazados
con discreción. En la puerta del Fernández, sobre la calle
Cerviño, hay apenas un patrullero con dos policías. En el
tercer piso, al final del ala derecha, hay un nuevo control con guardias
que llevan chalecos antibala y armas cortas y en el pequeño hall
que se comunica con las tres habitaciones de los prisioneros está
el retén principal, donde otros tres guardias del SPF chequean
a los visitantes y los someten a una ligera revisión. Al superarla
y acceder a las habitaciones, limpias y aireadas, la visión de
los internos lastima al cronista. Carlos Motto, a quien el autor de esta
nota había visto hace unos meses en la presentación de un
libro de relatos, parece salido de un campo de concentración. Gorriarán,
puro ojos y orejas, roza lo cadavérico, igual que Miguel Aguirre,
chupado y ceniciento. Felicetti despista con su sempiterna sonrisa optimista,
pero algo espeso e inquietante acecha en su hablar barboteante, pegajoso,
como de borracho.
A pesar de todo, el visitante puede superar la impresión y quedarse
un buen rato con los seis prisioneros, sus mujeres y sus hijos, porque
el estado anímico de los internos es opuesto al físico.
Se los siente serenos, tranquilos y hasta se podría decir que de
buen humor. Nadie hace demagogia barata con el dolor y son más
frecuentes las bromas que las declaraciones enfáticas.
El periodista va de habitación en habitación, de cama en
cama. En las mesas de luz hay mates y gaseosas: las únicas bebidas
que se permiten los ayunantes. Aguirre y Gorriarán le comentan
al cronista que el primer día les ofrecieron una magnífica
cena a base de escalopes que, naturalmente, rechazaron. No quieren creer
que fue una perversidad como la que perpetraban los británicos
con los presos irlandeses a los que ponían todos los días
manjares por delante, sino una rutina hospitalaria o una involuntaria
torpeza de los ecónomos. La verdad es que lamenté
rechazar esos escalopes, dice Gorriarán con sonrisa melancólica,
porque se los veía bárbaros. En el televisor
suspendido en un ángulo de cada habitación, el canal favorito
es G, el de los gastrónomos. Y la charla entre ayunantes
suele versar, morbosamente, sobre las distintas preparaciones que se ofrecen
a la gula del televidente. Sin embargo, a dos meses y medio de una huelga
de hambre, lo que menos se siente es apetito. Hay, por el contrario un
sopor, un estado algodonoso de debilidad que paradójicamente permite
soportar la privación del alimento y vegetar, día a día,
en un peligroso nirvana. Sentís un hambre terrible en los
primeros cuatro o cinco días y te parece en ese momento que no
vas a poder aguantar, explica Miguel Aguirre, un muchacho de rostro
barbado y macilento, que integra el lote de los más afectados.
Pero a medida que pasa el tiempo te acostumbrás. No sin molestias,
por cierto. Porque al hambre lo siguen las náuseas y los mareos
y luego, cuando llevás ya mucho tiempo como nosotros, los desvanecimientos
y las taquicardias.
El hombre se acostumbra a todo, filosofa otro de los muchachos
y el lugar común, que parece certificarse con su propia experiencia,
no alcanza a ocultar la amenaza: pese al cielo azul, a las copas de plátanos
y paraísos que se entrevén por los ventanales, a la revista
de historietas que trae uno de los hijos pequeños, al aire de normalidad
que se desprende de abrazos, besos y caricias de un fin de semana luminoso,
la muerte es una posibilidad tan real como esos datos cotidianos que despistan.
Y a veces, se asoma en los espejos. Todos han ido espantándose,
al descubrirse en el espejo. Y el cronista se espanta al saludarlos, al
palmearlos: son frágiles sacos de cuero y huesos.
A través de las puertas, abiertas, se ve a los guardias y el autor
de la nota no puede ni grabar ni anotar. Pero se clavan en su memoria
jirones de historias de vida. La de Claudio Rodríguez, otro muchacho
que atraviesa la treintena y ya tiene un hijo de trece años, que
mira con enormes ojos negros desde la cama de su padre. La historia de
Claudio es la historia de la guerrilla en este país, porque su
padre que fue militante montonero, desapareció en la década
del setenta. Su hijo no conoció al abuelo y dice que debería
haber una organización humanitaria que se llamara nietos.
En sus casi doce años de prisión, Miguel Aguirre se ha dado
maña para tener una intensa y accidentada vida sentimental. Se
casó, se divorció y volvió a formar pareja. Tiene
una hija de seis años, que se llama Lucero y que le preguntó
hace un tiempo, cuando aún estaba en el penal de Ezeiza, qué
significaba la huelga de hambre y por qué la hacía. El padre
le explicó las razones y Lucero quiso saber quién debía
dejarlo en libertad si De la Rúa o los guardias. Miguel
le explicó que la decisión era del Presidente y la nena
se quedó un rato en silencio. Te podés morir,
le dijo de sopetón. Y luego le hizo una propuesta cándidamente
pícara: comé, papá; comé a escondidas.
Más instalado en el discurso político, el veterano Gorriarán
espera sin embargo que el Tribunal de Casación anule
el juicio inicial. Es una esperanza sofrenada, que atraviesa el tamiz
de la cautela y el discurso jurídico y político. Esta, dice,
es una batalla final por la justicia. De la Rúa
está actuando hasta hoy como (el ex general Jorge Rafael) Videla:
ignorando el reclamo de la CIDH de la OEA. Nos deja morir. Espero que
De la Rúa no termine emulando a la Thatcher. Confiamos en que no
llegue a ese extremo y, por el bien de todos, opte por la ley. No pedimos
ningún privilegio: nuestro objetivo es que cumpla con los dictados
de la Constitución y con los pactos internacionales incorporados
a nuestra Constitución. Si ganamos concluye
será un triunfo del estado de derecho sobre los resabios del autoritarismo.
Un triunfo de la democracia, de todos.
Luego comenta las cartas que le han llegado a De la Rúa desde el
exterior, entre las que sobresale una bastante curiosa: la del político
conservador Manuel Fraga Iribarne, presidente de la Xunta de Galicia y
fundador del Partido Popular, actualmente en el poder con José
María Aznar.
La tarde declina. Un guardia se asoma y dice con energía, pero
sin fiereza:
Son las siete. Se terminó la visita.
Preocupación
francesa
Un grupo de agrupaciones francesas de derechos humanos expuso
ante el embajador Carlos Pérez Llana su preocupación
por los presos de La Tablada. La Asociación de Cristianos
por la Abolición de la Tortura, la agrupación France
Amérique Latine, la Federación Internacional de los
Derechos del Hombre, la Fundación Danielle Mitterrand y la
Asociación Franco Argentina de París se entrevistaron
con Pérez Llana y el ministro de Asuntos Políticos
de la embajada para pedir una solución para los detenidos.
Paralelamente, la Agrupación France-Amérique Latine
envió una carta al presidente Fernando de la Rúa por
el mismo tema. Ese organismo también expuso ante el ministro
de Asuntos Extranjeros de su país el destino doblemente
trágico de Roberto Sánchez Nadal, un hombre
de nacionalidad francesa que murió durante el asalto al cuartel
de La Tablada. Después de haber sido encarcelado y
torturado por la dictadura argentina, está desaparecido a
causa de su participación en el asalto al cuartel,
aseguró France Amérique Latine en un comunicado.
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PASTOR
DE LUCCA, DEL MOVIMIENTO ECUMENICO DE DDHH
Nivel de crueldad mayúsculo
Por
V. G.
El nivel
de crueldad de los políticos es mayúsculo, afirma
el pastor José De Lucca, del Movimiento Ecuménico por los
Derechos Humanos. De Lucca organizó la formación de una
comisión internacional para pedir la liberación de los presos
de La Tablada y desde el primer día de la primera huelga pateó
junto con otros miembros de organismos de derechos humanoss
despachos de funcionarios y legisladores. Ahora, su preocupación
es la salud de los presos y lo que más lo irrita es la hipocresía
de los políticos que van a Roma por el Jubileo pero no hacen nada
para evitar que se muera un preso. En Argentina a nadie le importa
si una ley es o no constitucional, asegura.
¿Cuál es la situación de los presos a 80 días
de huelga de hambre?
Es delicada. La Cámara de Casación todavía
no trató el tema y no hay seguridad de que salga esta semana. Cada
día que pasa la situación es más grave. Cuando los
vi la semana pasada estaban sentados, levantados y el lunes la mayoría
estaba acostada. Hay una decisión firme de ellos de continuar hasta
el fin. Hablamos con los diferentes niveles del Estado y todos le esquivan
el bulto. El nivel de crueldad de los políticos es mayúsculo.
La subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, plantea que hay
que adecuar la legislación interna, como pide la CIDH, pero que
los tiempos no los marca la huelga.
Lo sabemos. Pero tampoco está dado por la no huelga. ¿Cuántos
años hace que la Ley de Defensa de la Democracia es inconstitucional?
Nadie se preocupó en reformarla. En Argentina da igual si la ley
es o no constitucional. Ahora lo que más preocupa es la vida de
los presos pero parece que el respeto institucional no le interesa a nadie.
Los políticos hablan del Jubileo, de la deuda externa, pero profundizan
la muerte. Este sistema de muerte avanza todos los días y eso se
expresa en estos presos.
El Gobierno también dice que está preocupado por la
salud de los presos pero que, al fin y al cabo, la huelga es voluntaria.
Al no modificar la ley, la responsabilidad es del Estado. Hicimos
gestiones con los tres poderes y nadie tiene sensibilidad. Lo que se ve
en este tema es que los políticos argentinos están ciegos.
¿Qué pasa si la Cámara de Casación se
sigue demorando?
Hay riesgo de muerte. No queremos hacer un velorio anticipado. Yo
voy a pelear hasta el fin para evitar que haya un desenlace fatal. Mañana
(por hoy) vamos a hacer una visita pastoral, de religiosos y laicos en
el Hospital Fernández. A las 16.30 va a haber un momento de oración
por la vida, la salud y la libertad de los presos.
¿Qué pasa si se adecua la ley y los presos no salen
en libertad?
La CIDH pide la doble instancia y, entonces, por ley, les corresponde
el dos por uno. La ley no salió porque se lo tenían que
dar, si no era inconstitucional. Por otro lado, el capricho del presidente
Fernando de la Rúa de no hacer nada hizo que se encapricharan los
otros poderes. La actitud arrogante de no firmo, cuando es
una facultad presidencial, se tiene que terminar. ¿Cómo
va a quedar Argentina ante el mundo en el año del Jubileo si se
muere un preso? Fueron 500 políticos a Roma a rasgarse las vestiduras,
pero todo es una hipocresía.
¿Los organismos de derechos humanos siguen pidiendo a los
presos que levanten la huelga?
Ese fue un pedido de cinco organismos. Nosotros no estuvimos de
acuerdo en hacerlo público. Nosotros lo podemos discutir con ellos
pero hay un respeto a sus decisiones.
Familiares y antorchas
Prendieron las velas y las antorchas y detrás de la bandera
en la que se leía Por la vida y la libertad de los
presos políticos de La Tablada los manifestantes se
dispusieron a dar la vuelta a la manzana del Hospital Fernández,
como queriendo abrazar a los presos internados en ese edificio.
Ayer, los familiares de los detenidos del MTP, miembros de HIJOS,
de agrupaciones estudiantiles y de partidos políticos realizaron
desde las 18 hasta las 22 una vigilia frente al hospital y hoy harán
lo mismo en el Santojanni, donde están internadas las mujeres.
Contra la instalación de la pena de muerte por exigir
el debido proceso penal, decía la convocatoria realizada
por el Colectivo Permanente Autoconvocado.
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DIANA
CONTI, SUBSECRETARIA DE DERECHOS HUMANOS
Doce años son suficientes
Por
Victoria Ginzberg
Los días
pasan y cada vez está más cerca la sombra de un final trágico.
Pero el Gobierno sigue emperrado en demostrar que la huelga de hambre
no es un elemento de presión para solucionar la situación
de los presos de La Tablada. Por eso la subsecretaria de Derechos Humanos,
Diana Conti, afirma: No son los tiempos de la huelga los que marcan
la resolución del problema. Sin embargo, desde el Gobierno
esperan que la Cámara de Casación se expida rápidamente
sobre el recurso presentado por los abogados de los miembros del MTP.
Con un gesto favorable de Casación, la libertad de los detenidos
quedará en manos de la Cámara Federal de San Martín.
Sólo a término personal, Conti se anima a decir que doce
años son suficientes.
Van casi 80 días de huelga de hambre, ¿el Gobierno
no cambió su posición respecto de los presos de La Tablada?
El Gobierno sigue esperando que resuelva el Poder Judicial.
¿Y qué pasa si la Cámara de Casación
se demora?
No son los tiempos de la huelga los que marcan la resolución
del problema. Es el tiempo de un país que tiene que adecuar su
legislación a los pactos internacionales y eso se hará cuando
los diputados y los senadores lo resuelvan y cuando el Poder, judicial
abra el recurso presentado por los abogados de los presos, si lo hace,
y esperemos que lo haga. El Poder Ejecutivo vela por la salud de los presos.
Pero son casi ochenta días, ¿no tienen miedo de que
se muera alguien?
Es una fuerte preocupación. Pero la huelga la están
realizando por voluntad propia.
¿El Estado no se considera responsable de las secuelas que
pueden tener los presos a causa del ayuno prolongado?
No. Es una huelga voluntaria.
¿Sigue descartada la posibilidad de un indulto o conmutación
de penas?
Sí. No se prevén en absoluto.
Pero si están preocupados por su salud, ¿por qué
no hacer un gesto que descomprima esta situación?
Porque ese alivio pasa por darles la libertad y ellos fueron condenados
a cadena perpetua por la Justicia en democracia porque cometieron delitos.
Y el Presidente no los va a perdonar.
¿Es decir que el Gobierno no considera que tienen que salir
en libertad?
La libertad la tiene que decidir la Cámara Federal de San
Martín. Una vez que la Cámara de Casación abra el
recurso de revisión pueden pedir la excarcelación a San
Martín. La recomendación de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH) no habla de darles la libertad. Los miembros
de la CIDH se lo dijeron al Gobierno.
Pero usted en algún momento dijo que consideraba que debían
salir en libertad.
Es una opinión personal. Considero que 12 años es
tiempo suficiente. Además muchos son jóvenes y podrían
reinsertarse en la sociedad.
¿El ministro de Justicia y el Presidente no opinan lo mismo?
No les pregunté. Sé que no va a haber un indulto o
conmutación de penas y que no hay incidencia en el Poder Judicial
para que dé o no la libertad. Lo que se exige es que se cumpla
con las recomendaciones de la CIDH.
¿Fue a ver a los presos al hospital?
Pasé para ver cómo estaban pero no me quisieron atender.
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