Por Hilda Cabrera
Ingresó siendo adolescente
al Ballet Nacional de España, y a los 18 era ya primera bailarina.
De los maestros que la marcaron, la madrileña Aída Gómez
nombra a Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades (dos ex directores del BNE,
creado en 1978) y Juana Taft, que ha sido muy generosa. Estos
y otros artistas la ayudaron a crecer y modelar el corazón
para la danza. Gómez fue ganando espacios, se alejó
del Ballet en 1996 y retornó dos años después como
directora artística de esta compañía, que con
otro elenco, y dirigida por José Antonio no visitaba la Argentina
desde 1995. Convertida en funcionaria, emprendió una tarea de renovación
que, en lo musical, implicó fusiones. La apasiona el jazz, y en
la presentación que hará a partir de hoy en el Teatro El
Nacional ejecuta un solo que, dice, da que hablar. El programa
que ofrecerá la compañía hoy, mañana y el
viernes (a las 21), el sábado 25 (19 y 22.30) y el domingo 26 (17
y 20.30) comprende cinco obras (Oripandó, Luz
del alma, Silencio rasgado, Mensaje y Ritmos),
cada una con ritmos y sentires diferentes, apunta la bailarina
en diálogo con Página/12, pero ajustadas a una línea
artística, a un estilo renovador.
¿Qué entiende por renovación?
Impregnarle mi juventud, mi ilusión y mi modo de ver la danza.
¿Cómo es esa manera?
Muy peculiar, porque he mamado de todos los grandes que hubo en
la danza española. Estoy conectada a la danza clásica y
contemporánea, pero la española me ha marcado desde muy
pequeña. Este abanico de bailes es muy amplio y posee una riqueza
que nunca aburre. El flamenco, el género que más se conoce
fuera de España, es sólo una de sus vertientes.
¿El Ballet abarca la danza de todas las regiones?
Para ser director de esta compañía hay que tener muy
claro de dónde viene la danza española. La compañía
representa la danza de toda España, y en eso pienso al traer este
espectáculo, pero me gustaría que se conocieran otras coreografías,
como Marinero en tierra, que es un homenaje al poeta Rafael
Alberti. No pierdo la ilusión de traerla, porque sé que
voy a volver a Buenos Aires.
¿Por qué Alberti?
Porque para mí representa a todos los exiliados españoles
diseminados por el mundo. Tengo familiares que debieron irse de España
por razones diferentes, y en mis viajes de trabajo percibo la emoción
que sienten los españoles cuando nuestra compañía
se acerca a ellos. Algunos tienen cincuenta años de vivir afuera
y una familia ya hecha.
¿Tiene predilección por alguna temática para
sus coreografías?
Silencio rasgado es un solo que monté especialmente
para mí. Lo hice con música de Jorge Pardo, quien ha tocado
muchísimo con Paco de Lucía. Es una fusión con jazz.
Este solo da que hablar. No tengo pretensiones de que mueva corazones,
pero la gente flipa se queda como alelada. Mensajes está
hecha para ser interpretada por cuatro mujeres. Y tiene su significado:
quería crear un mundo intensamente femenino dentro de otro muy
masculino.
¿En este Ballet el rol de la mujer es equivalente al del
varón?
Depende de las obras, pero en la danza, aunque sea el hombre el
que baile un solo, éste casi siempre está referido a una
mujer. Uno y otra tienen formas diferentes de expresarse, pero es siempre
la mujer la que acosa. También es verdad que, a pesar de ser una
luchadora, no es la mujer sino el varón quien tiene en este momento
mayor fama en el baile español.
De lo tradicional de esta danza, ¿qué es lo que dejó
afuera?
Los tópicos, los lugares comunes. Me gustan las cosas que
no son evidentes. Nunca voy a utilizar un vestuario de lunares y decir
que eso es flamenco, o mostrar batas de cola. No necesito
atarme a eso para expresar mis raíces.
¿Qué actitud tienen los jóvenes españoles
frente a la danza de su país?
Creo que muy buena. Me he preocupado por captar al público
joven. He querido que se sientan orgullosos de la cultura de su país.
Eso es, pienso, trabajar por algo bueno. Antes de partir de gira, dejé
una carpeta encima de la mesa de Cultura, porque quiero que haya una escuela
de danza española. El proyecto está, y vamos a luchar para
que lo aprueben.
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