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La apropiación creativa de canciones ejemplares

Liliana Herrero y Juan Falú interpretan a Gustavo Leguizamón y Manuel Castilla. El CD, recién publicado por el sello BAM, es folklórico sin folklorismos y apuesta a un ascetismo esencial.

Liliana Herrero y Juan Falú
abordan a Leguizamón y Castilla.
Una serie de canciones notables en versiones que las recrean.

Por Diego Fischerman

“Los lugares son personas, sólo que viven más”, dice el escritor Héctor Tizón que decía el músico Gustavo Leguizamón. La cita, incluida en una nota del excelente último número de la revista Pugliese, que edita la Secretaría de Cultura de la Ciudad, hace referencia a una de las características más obvias de uno de los creadores más importantes de los últimos cuarenta años. La relación de sus obras con el paisaje es tan real como indiscutible. Pero reducir su importancia a ese aspecto es como pretender que las canciones de los Beatles son geniales por la manera en que reflejan la vida en Liverpool o en Londres en los 60. Es cierto que, por ejemplo, en la música de Debussy pueden leerse los valores, obsesiones y deslumbramientos del París de fines del siglo XIX y principio del XX. Pero eso no querría decir nada si no fuera porque esa música es, sobre todo, única e irrepetible.
Tal vez sea por ese motivo que a las canciones de Leguizamón le sientan tan bien las versiones de Liliana Herrero y Juan Falú. Porque la cantante y el guitarrista las despaisajizan. En sus aproximaciones no hay esas “eyes” y esa salteña esdrujulización de la tonada que a esta altura parecen inevitables. Y, en particular, no hay sacralización ninguna. Todo homenaje dibuja una imagen del homenajeado y la que logran Falú y Herrero tiene en cuenta no sólo al hombre del interior asimilable a esa burda imaginería de vinos entrañables y calores amasados en la amistad o de algarrobos acunando crepúsculos. Aquí hay folklore sin folklorismos (o criollos sin criollismo, para parafrasear a Borges) y, sobre todo, Leguizamón aparece como el músico curioso, moderno e informado; como el que además de componer canciones hacía los arreglos (complejísimos, raros, siempre musicales) para el Dúo Salteño; como el que escuchaba –y estudiaba– a Beethoven, Ravel o Satie.
El planteo del dúo (hablar aquí de cantante acompañada por guitarra sería muy poco fiel a lo que en realidad sucede) es tan minimista como audaz. No hay grandes declaraciones de principios, ni recitados elegíacos, ni siquiera un retrato de homenajeado u homenajeadores en la tapa. La imagen de unas vías de tren perdiéndose después de una curva, los nombres “Leguizamón-Castilla” y, más abajo, “por Liliana Herrero y Juan Falú” son todo lo que hay. En el notable CD publicado por el sello BAM (Buenos Aires Música) que hoy se presentará en vivo en el Centro Cultural San Martín como parte de los festejos del Día de la Música, mal podría hablarse de oportunismo. Sobre todo porque tanto para Herrero como para Falú las obras de Leguizamón y Castilla vienen siendo desde siempre una parte esencial de la conformación de su estética. Junto a ellos, en la bellísima “Me voy quedando”, aparece el piano de Fito Páez. Y lo más interesante es el fenómeno de apropiación. Sin ninguna irreverencia pero también sin solemnidad de acto escolar, las canciones de Leguizamón (esa especie de Thelonious Monk argentino) son interpretadas con tanto amor como creatividad. La voz de Herrero, con un dejo de aridez que se acerca al nudo de estas canciones, y la guitarra de Juan Falú, que logra una gran riqueza armónica y rítmica sin por eso sonar pedante, son el mejor homenaje que el salteño podría haber recibido. La muy buena calidad de grabación, una presentación exquisita y, desde ya, la selección del material (que rehúye del lugar común y ofrece joyas como “Cartas de amor que se queman”, “La casa”, “Zamba del pañuelo”) y la sorpresa de “El rococo”, por el propio Leguizamón, grabada en vivo en el Teatro San Martín en 1987.

 

 

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