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COMO FUE LA CONCENTRACION EN LA PLAZA DEL CONGRESO
Plaza de mujeres y protesta

Las ollas populares, la lluvia y sobre todo las mujeres marcaron el carácter de la concentración en Congreso. Hubo discursos y un ataque al diputado justicialista Roggero, nada bienvenido al acto.

Roggero salió por una puerta que
no correspondía: fue atacado de inmediato por los manifestantes.

Por Susana Viau

–¿Y a mí quién me lleva hasta Catán?
–Vos vas a ser concejal así que dejate de romper las pelotas.
Son las 11 de la mañana y el diálogo se mantiene frente al Congreso, sobre Rivadavia, y al pie del colectivo desvencijado del que bajan “Los mimados de La Paternal”, una docena de bombos y redoblantes que animan la convocatoria todavía temprana del personal legislativo. Una barrera de policías custodia el anexo del Palacio. El edificio, sin embargo, parece vacío. Preventivamente, los diputados han hecho mutis.
De una esquina a la otra dos hombres y una mujer entrados en años distribuyen el “Manifiesto Político del P.O.R. Posadista”. Para la avanzada de los legislativos que prepara el inicio del acto, el P.O.R. Posadista no significa nada. Y no significa nada tampoco para los transeúntes. En realidad, sólo algún izquierdista ubica al P.O.R., el grupo trotskista cuyo dirigente máximo, el secretario general J. Posadas –seudónimo que ocultaba a un ex jugador de fútbol de Argentinos Juniors– fue célebre por dos motivos: hacer participar a su hijo de doce años en las reuniones del Comité Central y elaborar la teoría del talante progresista de los extraterráqueos. Si su civilización es más avanzada –afirmaba el silogismo– y el socialismo es la etapa superior de cualquier civilización, en consecuencia... El periódico partidario, Voz Proletaria, pasó a ser llamado con sorna Voz Planetaria.
Pero la cara que el P.O.R muestra esta vez dista de ser ridícula. Al contrario, esos tres ancianos militantes que trajinan la cuadra aguantando el sofocón tienen su mérito. “¿Hace mucho que está en el P.O.R?”, pregunta Página/12 al mayor de ellos, haciendo esta vez voluntariamente el tonto. “¡Uyyy! –dice el hombre, encantado por la curiosidad ajena– el Partido es de los ‘50, yo tenía 18 años. Toda la vida.” El Manifiesto no puede negar la procedencia. Más allá del ridículo asoma esa cuidada y digna prosa de los viejos marxistas: “Apoyamos a las organizaciones sindicales, a las bases sociales y políticas que, como nosotros, asumen la responsabilidad de esta dura pero hermosa tarea”.
Mientras tanto, la gente sigue llegando y Los Mimados de La Paternal se trasladan al cruce de Callao. Las mujeres de APL y las del Instituto de la Mujer, de la CGT moyanista, vestidas de blanco, se mueven al son de los percusionistas y preanuncian que el mitín comenzará de un momento a otro. Un vagabundo de barba negra y largo pelo engrasado bailotea en la esquina, mejor que nadie, con la inigualable gracia que da el estar más allá del sano juicio.
A las doce empiezan a llegar por Entre Ríos las primeras, pequeñas columnas: la Corriente Clasista y Combativa de Capital, con la infaltable pancarta por la libertad de Raúl Castells, el Barrio de 13 de Marzo “ex La Matera”, Las Mujeres Trabajadoras del Campo, la ANSeS. El cartel más importante y llamativo, rojo y naranja, el del Partido Obrero. Demasiada pancarta para tan pocos feligreses que, de todos modos, llevan su propia reivindicación adosada a la de coyuntura: “Paro General-Asamblea Constituyente”. La Asamblea Constituyente, por si hace falta recordarlo, es otra consigna con estirpe en la izquierda vernácula. La legisladora de la Ciudad por Izquierda Unida, Vilma Ripoll, aplaude el ingreso de los manifestantes. Se ha liberado un rato del conflicto suscitado por el estado catastrófico del colegio Nicolás Avellaneda y hace acto de presencia. Algunos no la conocen y los que la individualizan no tienen facturas que pasarle. Ripoll se mezcla entre la gente, alegre y tranquila. En la vereda de enfrente su par Jorge Altamira, del PO, queda cercado por los periodistas, desorientados porque no hay rostros famosos para entrevistar. El camión de sonido que hará de tribuna se cruza en Rivadavia.
Las mujeres son las protagonistas del acto. El aumento de la edad jubilatoria las ha puesto en el centro de la escena. El presentador haceel comentario que falta: “Vamos a ver cómo nos arreglamos con las chicas, acá en el palco”. El tonito zumbón del “chicas” se volverá a escuchar en un puñado de ocasiones más, pero al despuntar los discursos será reemplazado por el “mujeres”. Pega la representante de FATUN por los recortes a presupuestarios a la universidad y da duro al gobierno la delegada de DGI porque “De la Rua y la ministra de Trabajo dicen que es necesario privatizar áreas importantes” del organismo.
A las dos de la tarde ya es evidente que el cacerolazo prometido ha pasado de largo. La olla popular humea en la Plaza de los Dos Congresos alimentada por la Juventud Sindical Peronista, un nombre que no deja de tener connotaciones estremecedoras. El presentador insiste en un estilo desafortunado para los oídos sensibles. “Están las vendedoras ambulantes, las mujeres cafeteras, las taxistas, nuestras queridas tacheras”, dirá para hundirse enseguida en los abismos retóricos: “el compañero Martín García nos hace llegar su adhesión con un saludo peronista y la sangre caliente”. Está visto que serán las “chicas” las que pongan las cosas en su sitio, como la representante de las mujeres de la CGT, el discurso de fondo de esta serie femenina, porque el plato fuerte de la jornada está reservado al propio Moyano. La correntina fustiga a Stanley Fisher y a Rudi Dornbusch: “Piden que agilicen las medidas ¿por qué no sacan ellos el fast track en el Congreso de los Estados Unidos? Tenemos que asistir al amansamiento del Partido Justicialista ¿Dónde están nuestros dirigentes”. Hablará casi 40 minutos. Es una oradora formidable, inteligente. La explícita raíz peronista no le impide abarcar todo lo que debe ser incluido para satisfacer las más variadas expectativas: los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, los combatientes de Malvinas.
El cielo se pone plomizo, sopla un viento fortísimo y la oradora también lo toma en cuenta para que las huestes no deserten: “el agua es vida”, advierte. Sin querer, llevada por el entusiasmo, pronunciará la frase emblemática, la contraseña del golpe del ‘55: “Dios es justo”. Vuelan los panfletos, hay que recoger las pancartas, caen gotas gruesas. La mujer carga sobre los recortes a la educación: “Nos quieren brutos, nos quieren hambreados para poder dominarnos”. Son palabras, pero las palabras en estos días se pegan a la realidad como la piel y éstas que pronuncia la correntina, pese al folklore ritual, a las citas no compartidas, emocionan.
El presentador pide un intervalo musical. Lo copan “El estallido” y los antiquísimos Pedro y Pablo con “La Marcha de la Bronca”. Por una puerta del Palacio sale equivocado el justicialista Humberto Roggero. Sin darle tiempo a nada, un certero cacerolazo le golpea la nuca. Lo increpan por los presos de La Tablada. Lo increpan por muchas cosas. Roggero, cubriéndose la cabeza, huye llevado casi en vilo por sus hombres. Moyano ya está en el palco. Habla bajo la lluvia. Dice lo que se espera que diga. Gatilla sobre el presidente y la ministra de Trabajo, “esta señora”.

 

OPINION
Por Washington Uranga

Un paro de miedo

Por donde quiera que se lo mire es un “un paro de miedo”. Se lo podrá denominar así por la magnitud de la adhesión que logre la protesta: un “parazo”. Pero también porque todos los miedos confluyen en una medida que habla de la incapacidad de algunos para tomar decisiones que cambien el rumbo de los acontecimientos y la incapacidad de otros para generar instancias que obliguen a una modificación de fondo. Miedo a quedarse sin trabajo o a no recuperar jamás el empleo perdido. Miedo a no tener que comer o, directamente, a morir de hambre. Miedo a “las calificadoras de riesgo”, a los organismos internacionales, a los “golpes de mercado” o a las decisiones de los inversionistas. Miedo de ir a trabajar y miedo a sumarse al paro. Miedo por las represalias patronales o sindicales, miedo a la violencia de las manifestaciones o a la violencia mayor de la inequidad y de la injusticia. Es, sin lugar a dudas, un paro de miedo. Y la expresión podrá utilizarse con distinta significación en esta fiesta del lenguaje mediático. Pero en algo estaremos de acuerdo: es una ocasión en la que todos estamos poniendo en común nuestros miedos, nuestros temores, nuestras incertidumbres. Miedos y falta de certezas que están gobernando las acciones de la sociedad. Porque habrá quienes se pliegan con auténtico sentido de protesta, con la esperanza de alimentar un cambio, pero recelando de los dirigentes y con la desconfianza enorme de una nueva traición. Otros se suman a la medida empujados por la desesperanza, la amargura y la sensación de frustración de las promesas incumplidas por aquellos a los que votaron hace apenas un año. Otros no se pliegan porque saben que se quedarán sin trabajo, porque no pueden darse “el lujo” de perder el coercitivo adicional por presentismo, porque “un paro no sirve” o porque “no va a cambiar nada” y otros porque directamente no quieren “darles de comer a los dirigentes sindicales”. Argumentos a favor y en contra. La mayoría de ellos montados sobre miedos y temores. Mientras tanto, en este mismo país y en este mundo que llamamos “globalizado” hay quienes hacen uso y ejercicio del poder sin ningún tipo de temores: ordenan desde cualquier “city” cómo tienen que hacerse las cosas, siguen gozando de sus privilegios, ejercen el poder real (que nada tiene que ver con aquel que resulta de las urnas). ¿Habrá todavía reservas, energía y creatividad para organizar las fuerzas de manera tal de meterle miedo al poder y no tan sólo hacer “redistribuciones” del miedo entre los que están del lado de abajo de la pirámide?

 

 

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