Por Martín
Pérez
La mayoría de la gente no piensa. Y si piensan, no lo hacen
de literatura, se queja un descorazonado Grady Tripp al promediar
Fin de semana de locos. Mítico escritor atascado desde hace siete
años en la concreción de una segunda novela que significará
la confirmación de su genio o su evidente fracaso, y desorientado
profesor acompañando a su alumno más freak en momentos de
necesidad, Tripp bien podría estar hablando de cualquier cosa en
su momento de mayor derrota. De cine, por ejemplo. Y es por eso que, cuando
James Leer el alumno freak de Tripp alienta a su profesor
replicándole que sí hay gente a la que le interesa la literatura
y que precisamente su primer libro lo inspiró a él a convertirse
en escritor, es imposible para el espectador, que sí piensa en
el cine, no sentirse tentado de responder a su vez que aún existe
un cine capaz de inspirar algo más que el mecánico batir
de mandíbulas masticando pochoclo.
Basándose en la novela Chicos prodigiosos, del joven escritor norteamericano
Michael Chabon, el director Curtis Hanson que decididamente sí
piensa en el cine ha vuelto a hacer la proeza de la adaptación
perfecta, algo que ya había realizado con Los Angeles al desnudo
(1997), su anterior film, basado en una novela de James Ellroy. Ciñéndose
con confianza al texto original, Hanson ha vuelto a poner en escena un
mosaico de personajes complejos e interesantes, salvo que esta vez a
diferencia del thriller de Ellroy en vez de correr detrás
de un caso policial, corren detrás de la vida que se esconde detrás
del acto creativo. O, digamos, del acto creativo que se esconde detrás
de cada vida, al momento de vivirla.
La única explicación plausible para la elección de
un título en castellano tan soso como Un fin de semana de locos
que, lejos de anunciar un film adulto, hace pensar en una tonta
comedia adolescente, y para colmo con Michael Douglas como protagonista
es que el film cuenta, efectivamente, los sucesos que se amontonan en
el un fin de semana de locura para Grady Tripp. Fin de semana que involucra
no sólo a su alumno freak preferido y a un editor neoyorkino de
visita en Pittsburgh con la intención de llevarse de regreso un
primer borrador de la novela de Grady, sino también a una esposa
que ha abandonado el hogar, una amante que anuncia que está embarazada,
y, por último pero no menos importante, el saquito que Marilyn
Monroe utilizó el día de su casamiento con Joe Di Maggio
y un encolerizado perro ciego.
Brillante, melancólico y sutil, Fin de semana... es un film de
esos que se disfrutan lentamente, en cada plano, en cada diálogo
y en la construcción de cada personaje. Y en los detalles de la
actuación de cada uno de sus cinco protagonistas, cada uno de ellos
encarnando un papel que bien podría ser el mejor de sus carreras.
Por un lado está la niña prodigio Katie Holmes (Dawson Creek)
haciendo de joven y brillante alumna acosadora de su maestro Tripp. También
la sorprendente Frances McDormant (Fargo) en el rol de su amante, que
le exige definiciones a Tripp en ese embarullado fin de semana. Film sobre
un mundo de hombres, no es raro quesobre éstos descanse la mayor
responsabilidad del film. Y lo hacen de manera admirable, comenzando por
Robert Downey Jr. como el editor de Tripp, un papel que recuerda aquel
hermano buscalíos de Feriados en Familia. Pero si el centro del
film se encuentra en la relación entre Tripp y Leer, sus intérpretes
Michael Douglas y Tobey McGuire (Las reglas de la vida),
respectivamente están más que a la altura de semejante
responsabilidad.
Meticulosa pero dinámica, inteligente pero no compleja, Fin de
semana... es una película que recuerda que el cine es una obra
colectiva, y se puede disfrutar no sólo a través de los
sutiles giros de la trama o del gran trabajo de los actores, sino también
a través del trabajo tanto de su director de fotografía
como de su editora. Pletórica en guiños que llenan el alma
cinéfila como por ejemplo la escena en la que Leer recita
una trágica lista de actores freak, que bien podría completarse
con otra que incluya a estrellas en desgracia como Douglas y Downey
lo mejor del film de Hanson es que jamás se olvida de sus personajes.
Detrás de ellos va el film, y también los espectadores,
que entran en sus vidas con tanta naturalidad como los vicios y debilidades
a las que ellos se entregan sin necesidad de juzgarlos: nunca se ha visto
en un film de Hollywood tanto despliegue de drogas recreacionales, adulterios,
homosexualidad y travestismo sin que haya necesidad de aclarar todo el
tiempo qué está bien o qué está mal. Y, pese
a más de un peligroso momento mágico à-la-BellezaAmericana,
la gran virtud de Fin de semana de locos es que es un film adulto que
no reniega de ello. Un film que está vivo, y que busca escapar
de esa adolescencia perpetua a la que Hollywood parece haber condenado
a su cine más reciente.
LEYENDA
URBANA 2, DE JOHN OTTMAN
Los estudiantes están cabreros
Por Luciano Monteagudo
La lujosa escuela de cine se llama The Orson Welles Film Complex.
El premio al que aspiran sus estudiantes y que, de ganarlo, les garantiza
un codiciado contrato en Hollywood lleva el nombre de Alfred Hitchcock.
Y el joven director de esa alta casa de estudios no deja de hacer suya
la pregunta central de La noche americana, de François Truffaut:
¿Qué es más importante, el cine o la vida?,
Tal como vienen sucediendo las cosas por allí, lo que esos futuros
cineastas tienen que asegurarse, en todo caso, es no morir acuchillados...
Tanta prosapia cinematográfica, tanto apellido ilustre podría
suponer, aún en un producto para consumo de público adolescente
como Leyenda urbana 2, cierto cuidado en las formas, alguna atención
a los detalles. No es el caso, precisamente. El director y los guionistas
de la película todos egresados de la University of Southern
California (USC), según la información de prensa parecen
divertirse con los arquetipos de los estudiantes de cine y no resisten
la tentación de apelar una y otra vez a todo tipo de citas cinéfilas.
Pero después de que se descubren los guiños de ojo a Peeping
Tom, a Vestida para matar o a Martes 13 no se puede dejar de pensar que
seguramente hubiera sido mejor imaginar algo un poco más novedoso
que un grupo de chicas y chicos perseguidos por un psicópata enmascarado.
El lazo con la película original se reduce a un solo personaje
la agente de vigilancia Reese, una negra robusta que admira a la
Pam Grier de Foxy Brown y las leyendas urbanas (esos
hechos imposibles de corroborar pero que aparentemente ningún adolescente
norteamericano se atreve a desmentir) aquí ni siquiera son motivo
de debate. En todo caso, la ópera prima de John Ottman prefiere
convertirse en un inconducente arreglo de cuentas con sus profesores.
Según su punto de vista, el que no es un viejo aburrido dispuesto
a teorizar sobre Godard y el cinéma verité puede llegar
a ser un resentido que se dedica a enseñar porque no es capaz de
filmar algo por sí mismo. Es significativo que esta idea tan poco
elevada de la docencia dé por resultado una película de
la que difícilmente un alumno de una escuela de cine podría
enorgullecerse.
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