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LA ADHESION MASIVA NO ESTUVO EN DUDA AUNQUE EL GOBIERNO EVITO MEDIRLA
Con o sin miedo, el paro fue exitoso

La disputa pública por el efecto político de la huelga de 36 horas se concentró ayer en las razones de la efectividad del paro. Los sindicalistas reivindicaron su legitimidad. El Gobierno aludió al miedo o al control sobre los transportes.

Una imagen de desierto. Casi no hubo colectivos, los taxis fueron escasos y los trenes esporádicos.

Por Martín Granovsky

Fue como un domingo, pero con sol y sin colectivos. Si fuera por el Gobierno, el domingo de ayer se debió al miedo. Pero los dirigentes sindicales atribuyeron el éxito visible del tercer paro general que concluyó anoche al consenso que logró la protesta social.
La huelga de las tres centrales –el Movimiento de los Trabajadores Argentinos, la Central de Trabajadores Argentinos y la Confederación General del Trabajo– incluyó como siempre una doble pulseada. La primera, por las cifras: cuántos pararon y cuántos no. Como estuvo claro desde muy temprano que la adhesión era abrumadora, apareció la segunda parte de la pulseada, que consistió en dimensionar hacia arriba o hacia abajo el papel decisivo del paro de transportes y, en menor medida, el temor a incumplir la declaración de huelga.
El vocero presidencial Ricardo Ostuni comenzó el día poniendo el eje de la interpretación oficial. “El paro se está haciendo sobre la presión y la amenaza”, dijo dando por perdida para el Gobierno la primera pulseada.
Después, el propio Fernando de la Rúa dijo, sin dar razones concretas, que “la gente no quiere, rechaza y repudia” la huelga, “una circunstancia que pasa más por los carriles del miedo que por la protesta”.
Cuando habló de miedo, el Gobierno en realidad exageró un argumento que planteó con menos dramatismo la ministra de Trabajo Patricia Bullrich. Dijo que la adhesión a la protesta no podía medirse porque la paralización del servicio de transporte público impidió la asistencia de la gente a su empleo. También el ministro del Interior Federico Storani utilizó la misma línea. “Cortar las vías de manera compulsiva es un acto de violencia”, dijo. Consideró “casi una apología del delito” distribuir un cronograma previo de cortes, afirmó que el paro no tuvo la “adhesión de espontaneidad como se quiere publicitar” y declaró que “es evidente que no se puede medir el nivel de acatamiento del paro si existen medidas de violencia que impiden que la gente llegue a sus trabajos”.
Aunque más ajustada a la realidad, la visión de Bullrich y Storani disimulaba también algunos datos evidentes no solo en éste sino en cualquier paro:
En la economía pesan cada vez menos la industria y más los servicios. En un paro son más decisivos los gremios de servicios.
Es crucial para el éxito de un paro, y para la visibilidad del éxito, la adhesión de los gremios del transporte.
Los dirigentes de camioneros y colectiveros no son, sin embargo, simples saboteadores o vanguardistas. En democracia, no suelen jugarse a garantizar la efectividad ciento por ciento de una huelga si no atisban antes que un paro tiene un piso de apoyo de por sí muy alto. Su papel es, luego, subir ese piso.
Y no habría consenso posible, obviamente, si el paro no expresara la necesidad de protesta ante el malhumor social.
Más allá de cualquier discusión, de todos modos el Gobierno, como en los dos paros anteriores, pareció rendirse a la evidencia del éxito sindical y se contentó con esperar a que terminase el mal trago. Al mediodía de ayer ya estaba claro en los análisis oficiales que todas las grandes ciudades del país ofrecían un panorama similar, con servicio de transportes prácticamente nulo, reducida actividad fabril, comercios en funcionamiento casi solo en el rubro gastronómico, altísimo acatamiento docente y calles absolutamente desiertas en la madrugada y en la noche. No solo escasearon los colectivos y faltaron los trenes. Hasta quedó guardada la mayoría de los taxis, y solo los que tenían radio ofrecían un esporádico servicio de emergencia.
Según la CGT de los gordos, que se adhirió en las últimas 24 horas a la huelga que comenzó el jueves a las 12 del mediodía, la efectividad fue del 90 por ciento.
Hugo Moyano, del MTA, prefirió ser más contundente. Puso el acatamiento en un 98 por ciento. Víctor De Gennaro, de la CTA, evitó las cifras y eligió ir más lejos en la propuesta política. Para combatir la desocupación sugirió formar un gabinete de unidad nacional con representantes de la Iglesia, los partidos políticos y las centrales sindicales.
En materia de proyectos, Moyano propuso formar un Frente Nacional, Social y Productivo.
Daer estuvo módico. “Estamos dispuestos a acompañar al gobierno para decirle al FMI que en la Argentina se necesita crecimiento y no que nos desvalijen”, dijo, y pidió el llamado a una “mesa de concertación y diálogo”. El jefe de la CGT moderada dijo que ese diálogo evitaría la movilización al Ministerio de Economía programada para fin de noviembre y un nuevo paro, la cuarta huelga general para la Alianza, en diciembre.
El día terminó con 34 detenidos, la mayoría de ellos sospechados por la policía de contar con elementos –bulones, piedras– para cometer pequeños actos de violencia. Pero sindicalistas y funcionarios del Gobierno se azuzaron con el miedo pero terminaron el día felicitándose porque el paro no se basó en la violencia callejera.
Hubo un muerto en Chaco, pero el asesinato se puede atribuir más a un día de furia que al paro. Un motociclista se sulfuró por un piquete que le impedía cruzar un puente y disparó contra la gente. Un manifestante murió y otro quedó herido.
Hasta la Alianza se sumó al clima de domingo. Salvo dentro del Gobierno, el cuestionamiento más duro en términos políticos se concentró en Rafael Pascual, delarruista puro y presidente de la Cámara de Diputados.
Pascual dijo que la huelga general como método es un método “poco imaginativo, sin ninguna propuesta”.
“Ellos tendrían coraje si convocaran a un paro de 12 ó 20 horas para un miércoles y con servicios de transporte en funcionamiento, ya que ahí sí se podría saber quiénes son los que efectivamente acatan el paro y están de acuerdo con la medida y el objetivo”, expresó. Para el diputado de la Alianza, fue desparejo que Daer haya participado en el tercer paro contra este Gobierno cuando “Carlos Menem tuvo que soportar solo nueve paros en diez años”. Según una recopilación del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, ayer terminó la tercera huelga general de 36 horas. Raúl Alfonsín tuvo la primera al cuarto año de mandato. Carlos Menem, recién en setiembre de 1996, cuando había comenzado su segundo gobierno después de la reelección.

 

Claves

Las centrales sindicales dijeron que el paro fue exitoso en un 90 por ciento.
El Gobierno prefirió discutir la legitimidad política de la huelga.
Para los gremios la adhesión masiva se debió al malestar social.
El oficialismo acusó a los dirigentes gremiales de basarse en actos de intimidación y en el control del sistema público de transportes.
No hubo actos significativos de violencia.
En Chaco, un motociclista mató a un piquetero que obstruía un puente e hirió a otro.
De Gennaro llamó a formar un gabinete de unidad nacional contra la desocupación con la Iglesia, los sindicatos y todos los partidos políticos.
Daer pidió un diálogo social y Moyano propuso integrar un Frente Nacional, Social y Productivo.

 

LA EVALUACION QUE EL GOBIERNO HACE PARA LOS SUYOS
“La verdad es que fue fuerte”

“La verdad es que fue fuerte”, admitió a Página/12 una alta fuente del Gobierno, en un primer balance de la protesta de 36 horas que terminó ayer. Aliviados por la ausencia de incidencias graves, en la Casa Rosada aseguraban que el panorama político posparo no cambiará demasiado y que el Gobierno retomará el diálogo con los gremialistas, pero no ahora. “No podemos aparecer cediendo”, explicaban.
La lectura extendida entre los hombres del oficialismo era que, a la hora del balance, había que separar el éxito objetivo de la medida de las consideraciones políticas. “El acatamiento fue alto. Hubo varias causas: la paralización del transporte fue la más importante, pero también el efecto miedo que provocó en mucha gente, además de los que aprovecharon el fin de semana largo para irse a algún lado”, señalaba ayer un funcionario de la Rosada.
Para subrayar esta teoría, en el Gobierno mencionaban encuestas de los servicios de inteligencia y algunos sondeos privados, como uno de Ricardo Rouvier, que coincidían en un par de datos: a pesar del malhumor social, buena parte de la gente discrepa con la medida dispuesta por las tres centrales obreras y un porcentaje aún mayor rechaza a los sindicalistas, cuya imagen pública sólo se compara con la de los senadores. “Es imposible saber cuántos están a favor de la protesta y cuántos pararon porque no les quedaba otra”, era la explicación que se escuchaba en la Rosada. Por eso, de acuerdo con los dirigentes de la Alianza, la huelga de ayer no cambiaría gran cosa el panorama político. “Fue un golpe de efecto, el lunes todo va a seguir igual”, sostenían.
Un capítulo aparte es el de la violencia. Cuando se anunció el “paro activo”, el ministro del Interior, Federico Storani, temió que la medida fuera el disparador de incidentes de todo tipo. Ayer, el funcionario se subió al helicóptero de la Federal para sobrevolar la Capital y el Conurbano y estuvo pendiente todo el tiempo ante la posibilidad de que se registren incidentes.
Los temores resultaron infundados y, más allá de algún episodio aislado, la huelga de 36 horas terminó en paz. Ayer, cerca de Fredi sostenían que el miedo no apuntaba tanto a los sindicatos como a la posibilidad de desbordes. “Los cortes de ruta, por ejemplo, son una modalidad difícil de controlar, que puede coparse fácilmente por grupos tipo Corriente Clasista, Quebracho y Patria Libre y escaparse de las manos de los organizadores”, explicaban en Interior. “Pero los sindicalistas tienen las mismas encuestas que nosotros. Saben que cualquier incidente hubiera subrayado cierta imagen de violencia y entonces colaboraron. Hubo una coincidencia de intereses”, señalaba anoche, aliviado después de muchas horas de tensión.
En cuanto al llamado al diálogo que reclamaron los líderes de la protesta, en el Gobierno sostienen que se producirá, pero no en los próximos días. “No podemos sentarnos mañana, porque va a parecer que estamos cediendo. Pero vamos a hablar. Sino, nos van a hacer un paro cada dos semanas”, sostenían. Y agregaban que cualquier diálogo estará condicionado por la interna sindical. Según la lectura oficial, es Hugo Moyano quien viene llevando la delantera, arrastrando a las otras dos centrales –la CGT de Rodolfo Daer y la CTA de Víctor De Gennaro– a una escalada de protesta. “El problema principal es Moyano, porque es el único que tiene un proyecto político a corto plazo. Quiere incluir a su gente en las listas del PJ y por eso busca fortalecerse”, decían en el Gobierno.

 

 

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