Por Martín
Granovsky
Fue como un domingo, pero con
sol y sin colectivos. Si fuera por el Gobierno, el domingo de ayer se
debió al miedo. Pero los dirigentes sindicales atribuyeron el éxito
visible del tercer paro general que concluyó anoche al consenso
que logró la protesta social.
La huelga de las tres centrales el Movimiento de los Trabajadores
Argentinos, la Central de Trabajadores Argentinos y la Confederación
General del Trabajo incluyó como siempre una doble pulseada.
La primera, por las cifras: cuántos pararon y cuántos no.
Como estuvo claro desde muy temprano que la adhesión era abrumadora,
apareció la segunda parte de la pulseada, que consistió
en dimensionar hacia arriba o hacia abajo el papel decisivo del paro de
transportes y, en menor medida, el temor a incumplir la declaración
de huelga.
El vocero presidencial Ricardo Ostuni comenzó el día poniendo
el eje de la interpretación oficial. El paro se está
haciendo sobre la presión y la amenaza, dijo dando por perdida
para el Gobierno la primera pulseada.
Después, el propio Fernando de la Rúa dijo, sin dar razones
concretas, que la gente no quiere, rechaza y repudia la huelga,
una circunstancia que pasa más por los carriles del miedo
que por la protesta.
Cuando habló de miedo, el Gobierno en realidad exageró un
argumento que planteó con menos dramatismo la ministra de Trabajo
Patricia Bullrich. Dijo que la adhesión a la protesta no podía
medirse porque la paralización del servicio de transporte público
impidió la asistencia de la gente a su empleo. También el
ministro del Interior Federico Storani utilizó la misma línea.
Cortar las vías de manera compulsiva es un acto de violencia,
dijo. Consideró casi una apología del delito
distribuir un cronograma previo de cortes, afirmó que el paro no
tuvo la adhesión de espontaneidad como se quiere publicitar
y declaró que es evidente que no se puede medir el nivel
de acatamiento del paro si existen medidas de violencia que impiden que
la gente llegue a sus trabajos.
Aunque más ajustada a la realidad, la visión de Bullrich
y Storani disimulaba también algunos datos evidentes no solo en
éste sino en cualquier paro:
En la economía pesan
cada vez menos la industria y más los servicios. En un paro son
más decisivos los gremios de servicios.
Es crucial para el éxito
de un paro, y para la visibilidad del éxito, la adhesión
de los gremios del transporte.
Los dirigentes de camioneros
y colectiveros no son, sin embargo, simples saboteadores o vanguardistas.
En democracia, no suelen jugarse a garantizar la efectividad ciento por
ciento de una huelga si no atisban antes que un paro tiene un piso de
apoyo de por sí muy alto. Su papel es, luego, subir ese piso.
Y no habría consenso
posible, obviamente, si el paro no expresara la necesidad de protesta
ante el malhumor social.
Más allá de cualquier discusión, de todos modos el
Gobierno, como en los dos paros anteriores, pareció rendirse a
la evidencia del éxito sindical y se contentó con esperar
a que terminase el mal trago. Al mediodía de ayer ya estaba claro
en los análisis oficiales que todas las grandes ciudades del país
ofrecían un panorama similar, con servicio de transportes prácticamente
nulo, reducida actividad fabril, comercios en funcionamiento casi solo
en el rubro gastronómico, altísimo acatamiento docente y
calles absolutamente desiertas en la madrugada y en la noche. No solo
escasearon los colectivos y faltaron los trenes. Hasta quedó guardada
la mayoría de los taxis, y solo los que tenían radio ofrecían
un esporádico servicio de emergencia.
Según la CGT de los gordos, que se adhirió en las últimas
24 horas a la huelga que comenzó el jueves a las 12 del mediodía,
la efectividad fue del 90 por ciento.
Hugo Moyano, del MTA, prefirió ser más contundente. Puso
el acatamiento en un 98 por ciento. Víctor De Gennaro, de la CTA,
evitó las cifras y eligió ir más lejos en la propuesta
política. Para combatir la desocupación sugirió formar
un gabinete de unidad nacional con representantes de la Iglesia, los partidos
políticos y las centrales sindicales.
En materia de proyectos, Moyano propuso formar un Frente Nacional, Social
y Productivo.
Daer estuvo módico. Estamos dispuestos a acompañar
al gobierno para decirle al FMI que en la Argentina se necesita crecimiento
y no que nos desvalijen, dijo, y pidió el llamado a una mesa
de concertación y diálogo. El jefe de la CGT moderada
dijo que ese diálogo evitaría la movilización al
Ministerio de Economía programada para fin de noviembre y un nuevo
paro, la cuarta huelga general para la Alianza, en diciembre.
El día terminó con 34 detenidos, la mayoría de ellos
sospechados por la policía de contar con elementos bulones,
piedras para cometer pequeños actos de violencia. Pero sindicalistas
y funcionarios del Gobierno se azuzaron con el miedo pero terminaron el
día felicitándose porque el paro no se basó en la
violencia callejera.
Hubo un muerto en Chaco, pero el asesinato se puede atribuir más
a un día de furia que al paro. Un motociclista se sulfuró
por un piquete que le impedía cruzar un puente y disparó
contra la gente. Un manifestante murió y otro quedó herido.
Hasta la Alianza se sumó al clima de domingo. Salvo dentro del
Gobierno, el cuestionamiento más duro en términos políticos
se concentró en Rafael Pascual, delarruista puro y presidente de
la Cámara de Diputados.
Pascual dijo que la huelga general como método es un método
poco imaginativo, sin ninguna propuesta.
Ellos tendrían coraje si convocaran a un paro de 12 ó
20 horas para un miércoles y con servicios de transporte en funcionamiento,
ya que ahí sí se podría saber quiénes son
los que efectivamente acatan el paro y están de acuerdo con la
medida y el objetivo, expresó. Para el diputado de la Alianza,
fue desparejo que Daer haya participado en el tercer paro contra este
Gobierno cuando Carlos Menem tuvo que soportar solo nueve paros
en diez años. Según una recopilación del Centro
de Estudios para la Nueva Mayoría, ayer terminó la tercera
huelga general de 36 horas. Raúl Alfonsín tuvo la primera
al cuarto año de mandato. Carlos Menem, recién en setiembre
de 1996, cuando había comenzado su segundo gobierno después
de la reelección.
LA
EVALUACION QUE EL GOBIERNO HACE PARA LOS SUYOS
La verdad es que fue fuerte
La verdad
es que fue fuerte, admitió a Página/12 una alta fuente
del Gobierno, en un primer balance de la protesta de 36 horas que terminó
ayer. Aliviados por la ausencia de incidencias graves, en la Casa Rosada
aseguraban que el panorama político posparo no cambiará
demasiado y que el Gobierno retomará el diálogo con los
gremialistas, pero no ahora. No podemos aparecer cediendo,
explicaban.
La lectura extendida entre los hombres del oficialismo era que, a la hora
del balance, había que separar el éxito objetivo de la medida
de las consideraciones políticas. El acatamiento fue alto.
Hubo varias causas: la paralización del transporte fue la más
importante, pero también el efecto miedo que provocó en
mucha gente, además de los que aprovecharon el fin de semana largo
para irse a algún lado, señalaba ayer un funcionario
de la Rosada.
Para subrayar esta teoría, en el Gobierno mencionaban encuestas
de los servicios de inteligencia y algunos sondeos privados, como uno
de Ricardo Rouvier, que coincidían en un par de datos: a pesar
del malhumor social, buena parte de la gente discrepa con la medida dispuesta
por las tres centrales obreras y un porcentaje aún mayor rechaza
a los sindicalistas, cuya imagen pública sólo se compara
con la de los senadores. Es imposible saber cuántos están
a favor de la protesta y cuántos pararon porque no les quedaba
otra, era la explicación que se escuchaba en la Rosada. Por
eso, de acuerdo con los dirigentes de la Alianza, la huelga de ayer no
cambiaría gran cosa el panorama político. Fue un golpe
de efecto, el lunes todo va a seguir igual, sostenían.
Un capítulo aparte es el de la violencia. Cuando se anunció
el paro activo, el ministro del Interior, Federico Storani,
temió que la medida fuera el disparador de incidentes de todo tipo.
Ayer, el funcionario se subió al helicóptero de la Federal
para sobrevolar la Capital y el Conurbano y estuvo pendiente todo el tiempo
ante la posibilidad de que se registren incidentes.
Los temores resultaron infundados y, más allá de algún
episodio aislado, la huelga de 36 horas terminó en paz. Ayer, cerca
de Fredi sostenían que el miedo no apuntaba tanto a los sindicatos
como a la posibilidad de desbordes. Los cortes de ruta, por ejemplo,
son una modalidad difícil de controlar, que puede coparse fácilmente
por grupos tipo Corriente Clasista, Quebracho y Patria Libre y escaparse
de las manos de los organizadores, explicaban en Interior. Pero
los sindicalistas tienen las mismas encuestas que nosotros. Saben que
cualquier incidente hubiera subrayado cierta imagen de violencia y entonces
colaboraron. Hubo una coincidencia de intereses, señalaba
anoche, aliviado después de muchas horas de tensión.
En cuanto al llamado al diálogo que reclamaron los líderes
de la protesta, en el Gobierno sostienen que se producirá, pero
no en los próximos días. No podemos sentarnos mañana,
porque va a parecer que estamos cediendo. Pero vamos a hablar. Sino, nos
van a hacer un paro cada dos semanas, sostenían. Y agregaban
que cualquier diálogo estará condicionado por la interna
sindical. Según la lectura oficial, es Hugo Moyano quien viene
llevando la delantera, arrastrando a las otras dos centrales la
CGT de Rodolfo Daer y la CTA de Víctor De Gennaro a una escalada
de protesta. El problema principal es Moyano, porque es el único
que tiene un proyecto político a corto plazo. Quiere incluir a
su gente en las listas del PJ y por eso busca fortalecerse, decían
en el Gobierno.
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