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DESDE MAÑANA, PAGINA/12 OFRECE A SUS LECTORES “SARAVA VINICIUS”
El diplomático que hizo cantar al mundo

La serie de tres bucea en un material invalorable del artista que cambió para siempre la música de Brasil. El productor argentino Alfredo Radoszynski cuenta la historia de aquellas grabaciones antológicas.

Vinicius con el joven Toquinho, durante una grabación. Vinicius fue diplomático, periodista, bon vivant, y mejor bebedor.

Por Diego Fischerman

Hubo una guerra del café. Hubo una gran movida de la Embajada de Brasil para contrarrestar el “efecto Juan Valdés” y la irrupción del café colombiano en la Argentina. Hubo, entre otras cosas, un recital en un teatro. Y fue, ni más ni menos, el comienzo de un fenómeno inédito: el del furor por la música brasileña. Era el año 1968. En el espectáculo participaban Vinicius de Moraes, Dorival Caymmi, Baden Powell, el Cuarteto Em Cy y Oscar Castro Neves. Y había un personaje en la sombra. Un productor discográfico independiente a quien todos le vaticinaban el más resonante de los fracasos y que en ese entonces había conseguido la licencia de un sello brasileño llamado Elenco y en el que grababan todos ellos. Alfredo Radoszynski había sido llamado para colaborar con la organización y, a partir de allí, se hizo amigo, produjo algunas grabaciones que hicieron historia (la serie de Vinicius de Moraes en La Fusa, entre ellas) y guardó, junto a las cintas, muchas de ellas con un valor documental único, recuerdos invalorables.
Radoszynski cuenta que Vinicius, fundamentalmente un amante de la vida, no la pasó nada bien en sus comienzos. Inspiraba desconfianza. Un diplomático que se había dedicado a la poesía y a cantar por ahí no podía ser alguien demasiado serio. “Al entrar a Brasil lo palpaban de armas”, dice el productor que rescató las grabaciones que a partir de mañana editará Página/12 en una serie de tres CD. “El se había preparado para la diplomacia, había estudiado literatura inglesa en Londres. Había empezado una carrera de abogacía. Pero llegó un momento en que, según él contaba, empezó a sentirse muy mal con la diplomacia. En primer lugar porque extrañaba el Brasil. Pero además la pasó muy mal. Alguna vez había llegado a cantar en público, teniendo todavía un cargo diplomático, y eso no les gustó nada a las autoridades y hasta le quitaron el saludo. Cuando vino la primera vez aquí, había una instrucción del embajador para que los empleados no fueran. Y además yo creo que le molestaba verse rodeado de gente con saco y corbata.”
El poeta que alguna vez, luego de una cura de dos meses, contaba que, al volver a tomar whisky, “el primero que bajó por mi garganta tenía gusto a camelia”, solía pasarse toda la mañana en la bañera. “Yo lo viví con mi mujer”, recuerda Radoszynski. “El estaba con una tablita donde escribía y los que los visitábamos nos sentábamos en el bidet o en el inodoro.” Las otras reuniones históricas eran las que Vinicius tenía con Baden Powell, cuando se juntaban a componer. “Se podían pasar varios días y lo que llegaban a tomar no tenía nombre. No era que estuvieran bebados, que quiere decir borrachos. Eso era porre, que es como en Brasil se llama a perder el conocimiento.” De esas reuniones “de trabajo” nacieron algunas de las canciones latinoamericanas de tradición popular más bellas que se hayan escrito jamás (“Samba em preludio”, “Canto de Osanha” entre ellas). Y, también, un camino para la música brasileña levemente desplazado del modelo Joao Gilberto, que fue el que primó en la bossa nova. “El reivindicaba a todos los viejos sambistas, a Pixinguinha, a Noel, a Lyra, a Jobim, admiraba a todos. Ciertamente fue uno de los fundadores de la bossa nova, pero, por ejemplo, cuando él se conoció con Jobim, la bossa nova ni existía”, dice Radoszynski. “Pero el milagro brasileño es que, con la impresionante variedad de ritmos y especies musicales que tienen, la bossa, el samba, la cultura del nordeste, siempre se integran. Están más preocupados por juntarse, por hacer cosas nuevas, que por trazar fronteras. Baden Powell no tocaba bossa, pero tocó con todos los que hacían bossa y muchos de sus temas fueron temas clásicos de la bossa.”
De lo que se trata, en realidad, es de una música que logró, a un tiempo, ser inmensamente popular e increíblemente sofisticada. Una poesía muchas veces sorprendente en su sencillez (“una poesía con los pies en latierra”, como define este atípico productor discográfico que alguna vez apostó exactamente a lo que no apostaba nadie: Vinicius, Piazzolla, Les Luthiers). Una música que ponía la mayor complejidad rítmica y armónica al servicio de la fluidez y el melodismo. Canciones capaces de sonar a través de países y de generaciones.
“Tratar de saber cuándo y cómo nació la bossa nova es lo mismo que intentar definir en qué momento empezó el jazz. Imposible”, dice Radoszynski. “Lo importante es el espíritu, esa suerte de alegría, de espíritu innovador que, sin embargo, no tenía nada de impostado. Así como amaba a todas las mujeres, Vinicius se dejaba amar. Quería que lo mimaran. Amaba juntarse con otros a cantar, a hacer y a escuchar música. Sus recitales tenían ese color. Eran más una reunión entre amigos, que algo que estableciera una distancia.”

 

 

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