Por Alejandra Dandan
La puerta está abierta.
Hay un guiso servido en la mesa. Adentro comen Susana y Ramón.
Dos mujeres de pronto invaden la pieza. Piden un cuarto. Están
por desalojarlas de una casa tomada. Susana las mira y, después,
dice que no. Nadie explica más. El edificio de Acevedo y Jufré
está lleno. No hay vacantes en los nueve pisos de torre ocupada.
Pagina/12 pasó dos días ahí. Estuvo en la mesa del
guiso tibio y durmió en el cuarto donde Susana resuelve vida, comidas
y duchas para siete. En el edificio donde un garrafero pasa de tarde y
de noche hay música de máquinas de coser. En la torre donde
Palermo se deshace en goteras, donde el barrio no existe y todo es un
gran tubo negro de olores mojados. La puerta de entrada al edificio es
un límite real que quiebra cualquier línea de continuidad
con la geografía del barrio. La de Acevedo es una de las 10 mil
casas tomadas de la Capital. Es una casa refugio, y no una guarida. Viven
ocupas sin k, y están con bronca. Molestos con la policía
y con el barrio. Pero también ahora están enojados con otros
okupas, esos con k que inventó la tele. Desde hace una semana en
la torre se habla del programa de Canal 7. Les molesta la serie y ese
método por el que los viejos estigmas vuelven, pero vestidos de
ficción.
El programa de Bruno Stagnaro se comenta en cada piso. Es extraño,
pero esa misma bronca contra la tele facilita el acceso de este diario
a la torre. En el piso más alto Susana, de pronto, se pone a llorar.
Repite, como puede, que es mentira, que por eso tiene bronca. Yo
sé que es una película dice, pero de todos modos
¿cuál es la imagen que dan? No conocen las ideas subterráneas
del guión, sólo lo que cada miércoles va metiéndose
en la cabeza de esa gente con la que Acevedo está obligada a juntarse
a estudiar o a trabajar.
El edificio es un revuelo. Desde algún lugar de la torre sale Dora
a protestar: Porque resulta que acá se queja
somos todos chorros o, si sos mujer, un yiro. La ironía va
dirigida a los cronistas de este diario que ahora, justo cuando el sol
pega fuerte en la vereda, están por cruzar por primera vez el límite
de la torre de nueve pisos tomados.
Una sola advertencia más se apura alguien en la entrada.
Van a tener que bañarse con agua fría. Aunque también
concilia pueden calentar agua y usar palanganas.
La construcción
El filón del sol se pierde apenas Susana apoya un pie en la escalera
que anuda, desde abajo, los nueve pisos completos. Ese caracol de cemento
oscurísimo es el centro del edificio. La escalera que la mujer
va subiendo a tientas, desde la planta baja, se vuelve zona de riesgo
extrema pisos después. No hay barandas a los costados, sólo
los pasos seguros de Susana funcionan aquí de guía.
La puerta de su casa está abierta sobre el pasillo del piso primero.
Hay panes y escalopes listos en una mesa. Un poco más atrás
Gabriela salta de las dos camas del cuarto, mientras Susana va explicando
cómo debe usarse el baño de una casa de edificios donde
la ocupación ilegal dejó la torre sin cloacas.
Susana está acá desde hace veinte años. Cuando el
edificio era un esqueleto de vigas expropiado por el Estado para la Autopista
AU3. Los curas del barrio le dieron el dato. Tenía dos nenas y
cinco años de salteña habitando Buenos Aires. Otras cuatro
familias estaban ya adentro. Ella subió y, en un cuadrado del primer
piso, empezó a levantar sus paredes.
Cuando lo conocí a Ramón dice creí
que era mudo.
Ramón casi no habla, Susana dice que es por tímido. Es el
dueño de la receta y del guiso que en un rato se irá comiendo
por turnos a los queobliga el espacio. Echó laureles a una olla
para colorear el arroz. Aprendió a hacerlo en la calle y también
aprendió eso que hace ahora para destapar el Lavaqué con
la punta afiladísima de un cuchillo.
Hoy Ramón cumple 39 años.
Grand Hotel
Una silla traba desde adentro la puerta de la casa. Susana de noche no
usa candado. La puerta se traba sólo para frenar correntadas de
frío. En la casa es de noche y están todos dormidos.
¿Estudiás vos?
No se ve muy bien quién pregunta.
Eh vuelven a decir, ¿me escuchás?
Es la voz de Alejandra, la hija más grande de la casa.
¿Por qué? replica la cronista ¿Vos?
Yo dejé. Me cansaba irme hasta Once y a la tarde nos daban
deporte en Constitución.
Mucho viaje...
No, caminando iba.
Medio dormida cuenta que dejó escuela, quinto año y puesto
de abanderada en junio. Ahora le duele un poco el pecho. Habla de alguna
fiesta y de los chinos, los dueños del local de ropa que atendió
durante dos semanas y nada más. Yo no sabía dice
que estaba reemplazando a alguien.
Ahora están todos dormidos. Pero sólo por un rato. Una mujer
empieza a hablar desde el fondo del cuarto de Susana.
Cuatro horas, cero minutos. Bip. Cuatro horas insiste la dama
electrónica, cero minutos. Bip.
Susana se despierta y se apura. En media hora empieza a trabajar. Antes
de irse acomoda unas cosas y pone su colcha para abrigar otra cama. Después
sale, corre la silla que traba la puerta y se va.
A la mañana están más claras las letras estampadas
en la colcha de Susana. Dicen Grand Hotel y también, más
abajo, Alojamiento.
El caracol
Temprano en el edificio no hay ruidos, pero sigue desordenado. El segundo
es el piso desde donde se disparan los ruidos de las máquinas de
coser. Ahí todas las puertas están cerradas, pero la del
baño no. El piso de Diana, la mujer que cose remeras a 0.18 la
unidad, es uno de los pisos donde el baño abastece a al menos cinco
de las seis casas habitadas.
En Acevedo no hay pisos iguales. Hay plantas de trece habitaciones y otras
donde son sólo tres. En algunos pisos, como en el de Susana, hay
quien, después de vender su pieza a un recién llegado, se
ha decidido por otro cuarto alternativo. Pero en la torre hasta las casas
más grandes tienen problemas.
Dos veces yo misma cuenta la del tercero tuve que rescatar
mi casa.
Fue el día que entró a su casa y encontró una pieza
menos o, aclara Dora, una pared metida en el medio del salón.
Cómo te explico busca explicar, cacé la
maza y le empecé a dar.
Esa vez la culpa fue del vecino. Quería más espacio y se
estiró. Dora con la maza fue encontrando de a poco la habitación
de los nenes hasta que el dueño de la pared hizo una denuncia para
detenerla. El comisario nos miró habla ella y
no dijo nada. El silencio del oficial sirvió para mantenerla
ocupada durante los siete días siguientes: El me levantaba
la pared y yo se la bajaba. Y así hasta que ganó.
Esa vez. Porque después llegó el segundo rescate cuando
descubrió que su llave no abría, pero no porque estaba mala,
sino porque los dos vecinos del piso le habían vendido la casa.
Así como te digo, por eso digo que dos veces tuve que recuperarla.
La ascención por la escalera, sin la guía de Susana, termina
frente a lo de Manuel. La casa está en el último piso, antes
de la terraza donde la sucesión de construcciones tampoco se detiene.
Manuel es quien se ha encargado en el edificio de mantener en orden de
la escalera. Porque siempre viene alguno explica, un
médico, o alguien de la Municipalidad. Por eso pasa a explicar
que en realidad no es de mañero nada más que se le ocurre
baldear los miles de peldaños del caracol de la escalera. Tampoco
por mañero se le antoja hacerlo los domingos y a las cinco y de
la mañana. Yo salgo para el trabajo a las siete y a esa hora
tenemos todo terminado.
Tampoco de pura maña usa el plural. Manuel tiene organizado un
sistema de colaboradores de baldes con turnos rotativos. Y de golpearles
las puertas y despertarlos, él también se ocupa.
El gárrafffferoooooo, garraafaaas está entrando en la torre.
Grand Hotel, el final
Señor esta vez llaman al fotógrafo.
Sí, linda, qué necesitás cortesísimo.
¿No me compraría una rifa?
Son dos rifas por un peso. Canasta familiar completita para la Navidad.
La firma es de Los Ansiosos.
Susana ya llegó a su casa. Los chicos también.
A ver, decime pide una voz a medio metro del piso, ¿de
qué color es la bandera de Los Ansiosos?
Y yo qué sé le responden.
Adiviná...
Es colorada, amarilla y verde. Está llena de lentejuelas, además.
Y también habitualmente flamea los sábados donde Córdoba
se junta con Juan B. Justo. La cita es el siete. Toda la casa tomada está
ahí. Porque es el día donde la murga de los ocupas ensaya
y ahora, más que nunca porque el trece estrenan.
Pero para eso falta.
Al edificio tiene, todavía, que llegar Vanina de la escuela. Hace
un rato largo que Beatriz hace la guardia de espera. Además falta
que pase esta noche, que es la noche en que las dos juntas irán
a verlo a Julio Bocca. Por eso Beatriz está nerviosa, pero ya se
le está pasando, justo cuando Vanina la abraza fuerte porque se
sacó un nueve en la escuela.
La escuela es la Escuela Nacional de Danzas. Vanina es una de las diez
alumnas de segundo año. Vive en la planta baja de la torre tomada.
Beatriz es su mamá, que trabaja en una overlock de una señora
del barrio.
Por las latas te pagan veinticinco centavos el kilo, que son sesenta
latas en total.
Pero si Beatriz junta cincuenta kilos, le pagan más. Porque también
junta latas y trabajó en limpieza. Ahora le regalaron dos discos.
Uno de Bach y otro de Beethoven.
Por eso dice, usted no podrá pedir un pasadiscos,
para la nena.
De la tele a la realidad
Okupas, la serie dirigida por Bruno Stagnaro, es la
primera ficción en la pantalla estatal desde que ATC se convirtió
en Canal 7. En la serie, que se emite todos los miércoles
a las 23, aparece un conjunto de marginales, ocupantes ilegales,
familias hacinadas, edificios impenetrables, migrantes internos
y externos, bandidos, xenófobos y discriminados, luchando
por un techo en forma gratuita e ilegal. Okupas, con
k, fue puesta en el aire el 11 de octubre con 3,5 puntos de rating.
Stagnaro, que estructuró el programa en 13 capítulos,
ya había empleado una fórmula similar de narración
en Pizza, birra, faso y ahora la repitió para la televisión.
Okupas recibió buenas críticas por parte
de la prensa especializada, pero no les fue tan bien entre los ocupas,
sin k.
El guión de Stagnaro, Alberto Muñoz y Esther Feldman
cuenta la historia de Ricardo, Pollo, Walter y Chiqui, cuatro jóvenes
marginados del Buenos Aires actual, actuados por Rodrigo de la Serna,
Diego Alonso Gómez, Ariel Fernando Staltari y Franco Tirri.
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EN
LA CAPITAL FEDERAL HAY UNAS DIEZ MIL CASAS TOMADAS
No es fácil llegar ni es fácil irse
Por
A. D.
Las casas
tomadas existen porque la Capital Federal también tiene pobres.
Susana Lezcano es presidenta de la Cooperativa El Ceibo, creada entre
los ocupantes que en los 80 tomaron las casas expropiadas por el Estado
sobre el tramo de la ex Autopista AU3. Pero ellos son sólo una
parte de las diez mil casas tomadas que, se calcula, existen en la Capital.
Según los datos manejados por la Comisión de Vivienda porteña,
unas 130 mil personas viven en casas tomadas. Pero no son datos precisos
porque no existen censos que den cuenta de la situación global.
El único tramo estudiado es el de la ex AU3. Los datos indican
que existen allí 1002 hogares con 4154 residentes. Esos datos fueron
compilados en estos días por la Secretaría de Promoción
Social. Los números cierran así un proceso iniciado en febrero
con un paquete de leyes que, además de disponer una línea
de créditos para los ocupantes del tramo de la AU3, prevén
ventas de casas públicas en distintos sectores de la urbe porteña.
Aunque la sensación general sea que las casas ocupadas son
más, no hay datos estadísticos que lo demuestren.
La evaluación es de Eduardo Jozami, director desde hace cuatro
meses de la Comisión de Vivienda porteña. Las organizaciones
oponen sus números: aunque coinciden con la falta de datos censuales,
hablan de algo más de 200 mil familias habitando casas tomadas.
En un informe relevado por la Comisión de Vivienda de la Legislatura
se indica que el 30 por ciento de las casas de San Telmo está en
condiciones de vivienda irregular. Con números menores le siguen
la Boca, Montserrat y San Cristóbal. Pero también en esa
morfología urbana aparece un cambio.
Blanca, de la comisión directiva de Ceibo, asegura que no hay barrio
porteño sin casas tomadas.
En los últimos cuatro años al edificio de Acevedo fueron
llegando inmigrantes de países vecinos. Para desterrar mitos, Jozami
aclara que la recaída de los extranjeros entre los ocupas está
asociada a la falta de una política justa de migración,
donde se condena a quienes no tienen residencia ni ingresos suficientes.
Los extranjeros sigue el funcionario no pueden obtener papeles
en regla y, en consecuencia, se les hace mucho más difícil
acceder a una vivienda.
Pero la mayor parte de los pobladores de casas tomadas llega del interior
del país. Encuentran los datos a través de otros familiares
o recalan allí, después del desalojo de hoteles o pensiones
donde actualmente viven unas 180 mil personas. La movilidad en las
casas tomadas se ve solamente en aquellos casos donde el ocupante consigue
trabajo con salario suficiente como para generar capacidad de ahorro y
marcharse, explica Fernando Ojeda, de Ceibo. Las dificultades para
abandonar la posición de ocupa quedó cristalizada en el
relevamiento de los 1002 casos del tramo de la AU3: el período
promedio de permanencia es de 13 años y cuatro meses. Los ocupantes
de la traza ganan, de acuerdo con esos datos, 178 pesos per cápita
mensuales, extendidos a 737 cuando la variable es el grupo familiar. La
medición indica que el 44,9 por ciento de las casas está
en buen estado de habitabilidad y mantenimiento.
La ocupación como fenómeno tomó fuerza en la Capital
a partir del 83. En las casas del tramo AU3 los años de más
ingresos fueron también el 84, 87, 90 y 95.
Sobre este marco, existen modalidades distintas en casas del Estado o
expropiadas y aquellas donde la ocupación se hizo en terreno particular,
en que la variable del comienzo de un juicio con procesos largos es determinante
en la decisión. Si bien la mayor parte de las casas tomadas de
la Capital son de particulares, las dos leyes votadas este año
tienen como destinatarios a los ocupantes de casas públicas. La
ley 8 de la AU3 propone entre otras alternativas la entrega de un crédito
a los que han sido designados beneficiarios del programa: todas la familias
quehayan llegado a la traza antes del 6 de agosto del 96 y cobren
más de 1200 pesos por grupo.
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