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PAGINA/12 VIVIO DOS DIAS EN UNA CASA TOMADA DE PALERMO
ocupas de verdad

En la tele son okupas con k. En la realidad, los habitantes de casas tomadas rechazan la manera en que esa serie los retrata. Este diario estuvo 48 horas en un edificio ocupado y conoció la vida real de un ocupa.

Agua: “Una sola advertencia más –dice alguien en la entrada–. Van a tener que bañarse con agua fría. Aunque también pueden calentar agua y usar palanganas”.

Por Alejandra Dandan

La puerta está abierta. Hay un guiso servido en la mesa. Adentro comen Susana y Ramón. Dos mujeres de pronto invaden la pieza. Piden un cuarto. Están por desalojarlas de una casa tomada. Susana las mira y, después, dice que no. Nadie explica más. El edificio de Acevedo y Jufré está lleno. No hay vacantes en los nueve pisos de torre ocupada. Pagina/12 pasó dos días ahí. Estuvo en la mesa del guiso tibio y durmió en el cuarto donde Susana resuelve vida, comidas y duchas para siete. En el edificio donde un garrafero pasa de tarde y de noche hay música de máquinas de coser. En la torre donde Palermo se deshace en goteras, donde el barrio no existe y todo es un gran tubo negro de olores mojados. La puerta de entrada al edificio es un límite real que quiebra cualquier línea de continuidad con la geografía del barrio. La de Acevedo es una de las 10 mil casas tomadas de la Capital. Es una casa refugio, y no una guarida. Viven ocupas sin k, y están con bronca. Molestos con la policía y con el barrio. Pero también ahora están enojados con otros okupas, esos con k que inventó la tele. Desde hace una semana en la torre se habla del programa de Canal 7. Les molesta la serie y ese método por el que los viejos estigmas vuelven, pero vestidos de ficción.
El programa de Bruno Stagnaro se comenta en cada piso. Es extraño, pero esa misma bronca contra la tele facilita el acceso de este diario a la torre. En el piso más alto Susana, de pronto, se pone a llorar. Repite, como puede, que es mentira, que por eso tiene bronca. “Yo sé que es una película –dice–, pero de todos modos ¿cuál es la imagen que dan?” No conocen las ideas subterráneas del guión, sólo lo que cada miércoles va metiéndose en la cabeza de esa gente con la que Acevedo está obligada a juntarse a estudiar o a trabajar.
El edificio es un revuelo. Desde algún lugar de la torre sale Dora a protestar: “Porque resulta que acá –se queja– somos todos chorros o, si sos mujer, un yiro”. La ironía va dirigida a los cronistas de este diario que ahora, justo cuando el sol pega fuerte en la vereda, están por cruzar por primera vez el límite de la torre de nueve pisos tomados.
–Una sola advertencia más –se apura alguien en la entrada–. Van a tener que bañarse con agua fría. Aunque también –concilia– pueden calentar agua y usar palanganas.

La construcción

El filón del sol se pierde apenas Susana apoya un pie en la escalera que anuda, desde abajo, los nueve pisos completos. Ese caracol de cemento oscurísimo es el centro del edificio. La escalera que la mujer va subiendo a tientas, desde la planta baja, se vuelve zona de riesgo extrema pisos después. No hay barandas a los costados, sólo los pasos seguros de Susana funcionan aquí de guía.
La puerta de su casa está abierta sobre el pasillo del piso primero. Hay panes y escalopes listos en una mesa. Un poco más atrás Gabriela salta de las dos camas del cuarto, mientras Susana va explicando cómo debe usarse el baño de una casa de edificios donde la ocupación ilegal dejó la torre sin cloacas.
Susana está acá desde hace veinte años. Cuando el edificio era un esqueleto de vigas expropiado por el Estado para la Autopista AU3. Los curas del barrio le dieron el dato. Tenía dos nenas y cinco años de salteña habitando Buenos Aires. Otras cuatro familias estaban ya adentro. Ella subió y, en un cuadrado del primer piso, empezó a levantar sus paredes.
–Cuando lo conocí a Ramón –dice– creí que era mudo.
Ramón casi no habla, Susana dice que es por tímido. Es el dueño de la receta y del guiso que en un rato se irá comiendo por turnos a los queobliga el espacio. Echó laureles a una olla para colorear el arroz. Aprendió a hacerlo en la calle y también aprendió eso que hace ahora para destapar el Lavaqué con la punta afiladísima de un cuchillo.
Hoy Ramón cumple 39 años.

Grand Hotel

Una silla traba desde adentro la puerta de la casa. Susana de noche no usa candado. La puerta se traba sólo para frenar correntadas de frío. En la casa es de noche y están todos dormidos.
–¿Estudiás vos?
No se ve muy bien quién pregunta.
–Eh –vuelven a decir–, ¿me escuchás?
Es la voz de Alejandra, la hija más grande de la casa.
–¿Por qué? –replica la cronista– ¿Vos?
–Yo dejé. Me cansaba irme hasta Once y a la tarde nos daban deporte en Constitución.
–Mucho viaje...
–No, caminando iba.
Medio dormida cuenta que dejó escuela, quinto año y puesto de abanderada en junio. Ahora le duele un poco el pecho. Habla de alguna fiesta y de los chinos, los dueños del local de ropa que atendió durante dos semanas y nada más. “Yo no sabía –dice– que estaba reemplazando a alguien.”
Ahora están todos dormidos. Pero sólo por un rato. Una mujer empieza a hablar desde el fondo del cuarto de Susana.
–Cuatro horas, cero minutos. Bip. Cuatro horas –insiste la dama electrónica–, cero minutos. Bip.
Susana se despierta y se apura. En media hora empieza a trabajar. Antes de irse acomoda unas cosas y pone su colcha para abrigar otra cama. Después sale, corre la silla que traba la puerta y se va.
A la mañana están más claras las letras estampadas en la colcha de Susana. Dicen Grand Hotel y también, más abajo, Alojamiento.

El caracol

Temprano en el edificio no hay ruidos, pero sigue desordenado. El segundo es el piso desde donde se disparan los ruidos de las máquinas de coser. Ahí todas las puertas están cerradas, pero la del baño no. El piso de Diana, la mujer que cose remeras a 0.18 la unidad, es uno de los pisos donde el baño abastece a al menos cinco de las seis casas habitadas.
En Acevedo no hay pisos iguales. Hay plantas de trece habitaciones y otras donde son sólo tres. En algunos pisos, como en el de Susana, hay quien, después de vender su pieza a un recién llegado, se ha decidido por otro cuarto alternativo. Pero en la torre hasta las casas más grandes tienen problemas.
–Dos veces yo misma –cuenta la del tercero– tuve que rescatar mi casa.
Fue el día que entró a su casa y encontró una pieza menos o, aclara Dora, una pared metida en el medio del salón.
–Cómo te explico –busca explicar–, cacé la maza y le empecé a dar.
Esa vez la culpa fue del vecino. Quería más espacio y se estiró. Dora con la maza fue encontrando de a poco la habitación de los nenes hasta que el dueño de la pared hizo una denuncia para detenerla. “El comisario nos miró –habla ella– y no dijo nada.” El silencio del oficial sirvió para mantenerla ocupada durante los siete días siguientes: “El me levantaba la pared y yo se la bajaba”. Y así hasta que ganó. Esa vez. Porque después llegó el segundo rescate cuando descubrió que su llave no abría, pero no porque estaba mala, sino porque los dos vecinos del piso le habían vendido la casa.
–Así como te digo, por eso digo que dos veces tuve que recuperarla. La ascención por la escalera, sin la guía de Susana, termina frente a lo de Manuel. La casa está en el último piso, antes de la terraza donde la sucesión de construcciones tampoco se detiene. Manuel es quien se ha encargado en el edificio de mantener en orden de la escalera. “Porque siempre viene alguno –explica–, un médico, o alguien de la Municipalidad.” Por eso pasa a explicar que en realidad no es de mañero nada más que se le ocurre baldear los miles de peldaños del caracol de la escalera. Tampoco por mañero se le antoja hacerlo los domingos y a las cinco y de la mañana. “Yo salgo para el trabajo a las siete y a esa hora tenemos todo terminado.”
Tampoco de pura maña usa el plural. Manuel tiene organizado un sistema de colaboradores de baldes con turnos rotativos. Y de golpearles las puertas y despertarlos, él también se ocupa.
El gárrafffferoooooo, garraafaaas está entrando en la torre.

Grand Hotel, el final

–Señor –esta vez llaman al fotógrafo.
–Sí, linda, qué necesitás –cortesísimo.
–¿No me compraría una rifa?
Son dos rifas por un peso. Canasta familiar completita para la Navidad. La firma es de Los Ansiosos.
Susana ya llegó a su casa. Los chicos también.
–A ver, decime –pide una voz a medio metro del piso–, ¿de qué color es la bandera de Los Ansiosos?
–Y yo qué sé –le responden.
–Adiviná...
Es colorada, amarilla y verde. Está llena de lentejuelas, además. Y también habitualmente flamea los sábados donde Córdoba se junta con Juan B. Justo. La cita es el siete. Toda la casa tomada está ahí. Porque es el día donde la murga de los ocupas ensaya y ahora, más que nunca porque el trece estrenan.
Pero para eso falta.
Al edificio tiene, todavía, que llegar Vanina de la escuela. Hace un rato largo que Beatriz hace la guardia de espera. Además falta que pase esta noche, que es la noche en que las dos juntas irán a verlo a Julio Bocca. Por eso Beatriz está nerviosa, pero ya se le está pasando, justo cuando Vanina la abraza fuerte porque se sacó un nueve en la escuela.
La escuela es la Escuela Nacional de Danzas. Vanina es una de las diez alumnas de segundo año. Vive en la planta baja de la torre tomada. Beatriz es su mamá, que trabaja en una overlock de una señora del barrio.
–Por las latas te pagan veinticinco centavos el kilo, que son sesenta latas en total.
Pero si Beatriz junta cincuenta kilos, le pagan más. Porque también junta latas y trabajó en limpieza. Ahora le regalaron dos discos. Uno de Bach y otro de Beethoven.
–Por eso –dice–, usted no podrá pedir un pasadiscos, para la nena.

 

De la tele a la realidad

“Okupas”, la serie dirigida por Bruno Stagnaro, es la primera ficción en la pantalla estatal desde que ATC se convirtió en Canal 7. En la serie, que se emite todos los miércoles a las 23, aparece un conjunto de marginales, ocupantes ilegales, familias hacinadas, edificios impenetrables, migrantes internos y externos, bandidos, xenófobos y discriminados, luchando por un techo en forma gratuita e ilegal. “Okupas”, con k, fue puesta en el aire el 11 de octubre con 3,5 puntos de rating.
Stagnaro, que estructuró el programa en 13 capítulos, ya había empleado una fórmula similar de narración en Pizza, birra, faso y ahora la repitió para la televisión. “Okupas” recibió buenas críticas por parte de la prensa especializada, pero no les fue tan bien entre los ocupas, sin k.
El guión de Stagnaro, Alberto Muñoz y Esther Feldman cuenta la historia de Ricardo, Pollo, Walter y Chiqui, cuatro jóvenes marginados del Buenos Aires actual, actuados por Rodrigo de la Serna, Diego Alonso Gómez, Ariel Fernando Staltari y Franco Tirri.

 

EN LA CAPITAL FEDERAL HAY UNAS DIEZ MIL CASAS TOMADAS
No es fácil llegar ni es fácil irse

Por A. D.

“Las casas tomadas existen porque la Capital Federal también tiene pobres.” Susana Lezcano es presidenta de la Cooperativa El Ceibo, creada entre los ocupantes que en los 80 tomaron las casas expropiadas por el Estado sobre el tramo de la ex Autopista AU3. Pero ellos son sólo una parte de las diez mil casas tomadas que, se calcula, existen en la Capital. Según los datos manejados por la Comisión de Vivienda porteña, unas 130 mil personas viven en casas tomadas. Pero no son datos precisos porque no existen censos que den cuenta de la situación global. El único tramo estudiado es el de la ex AU3. Los datos indican que existen allí 1002 hogares con 4154 residentes. Esos datos fueron compilados en estos días por la Secretaría de Promoción Social. Los números cierran así un proceso iniciado en febrero con un paquete de leyes que, además de disponer una línea de créditos para los ocupantes del tramo de la AU3, prevén ventas de casas públicas en distintos sectores de la urbe porteña.
“Aunque la sensación general sea que las casas ocupadas son más, no hay datos estadísticos que lo demuestren.” La evaluación es de Eduardo Jozami, director desde hace cuatro meses de la Comisión de Vivienda porteña. Las organizaciones oponen sus números: aunque coinciden con la falta de datos censuales, hablan de algo más de 200 mil familias habitando casas tomadas. En un informe relevado por la Comisión de Vivienda de la Legislatura se indica que el 30 por ciento de las casas de San Telmo está en condiciones de vivienda irregular. Con números menores le siguen la Boca, Montserrat y San Cristóbal. Pero también en esa morfología urbana aparece un cambio.
Blanca, de la comisión directiva de Ceibo, asegura que no hay barrio porteño sin casas tomadas.
En los últimos cuatro años al edificio de Acevedo fueron llegando inmigrantes de países vecinos. Para desterrar mitos, Jozami aclara que la recaída de los extranjeros entre los ocupas está asociada a la falta de una política justa de migración, “donde se condena a quienes no tienen residencia ni ingresos suficientes. Los extranjeros –sigue el funcionario– no pueden obtener papeles en regla y, en consecuencia, se les hace mucho más difícil acceder a una vivienda”.
Pero la mayor parte de los pobladores de casas tomadas llega del interior del país. Encuentran los datos a través de otros familiares o recalan allí, después del desalojo de hoteles o pensiones donde actualmente viven unas 180 mil personas. “La movilidad en las casas tomadas se ve solamente en aquellos casos donde el ocupante consigue trabajo con salario suficiente como para generar capacidad de ahorro y marcharse”, explica Fernando Ojeda, de Ceibo. Las dificultades para abandonar la posición de ocupa quedó cristalizada en el relevamiento de los 1002 casos del tramo de la AU3: el período promedio de permanencia es de 13 años y cuatro meses. Los ocupantes de la traza ganan, de acuerdo con esos datos, 178 pesos per cápita mensuales, extendidos a 737 cuando la variable es el grupo familiar. La medición indica que el 44,9 por ciento de las casas está en buen estado de habitabilidad y mantenimiento.
La ocupación como fenómeno tomó fuerza en la Capital a partir del ‘83. En las casas del tramo AU3 los años de más ingresos fueron también el ‘84, ‘87, ‘90 y ‘95. Sobre este marco, existen modalidades distintas en casas del Estado o expropiadas y aquellas donde la ocupación se hizo en terreno particular, en que la variable del comienzo de un juicio con procesos largos es determinante en la decisión. Si bien la mayor parte de las casas tomadas de la Capital son de particulares, las dos leyes votadas este año tienen como destinatarios a los ocupantes de casas públicas. La ley 8 de la AU3 propone entre otras alternativas la entrega de un crédito a los que han sido designados beneficiarios del programa: todas la familias quehayan llegado a la traza antes del 6 de agosto del ‘96 y cobren más de 1200 pesos por grupo.

 

 

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