Con una adhesión de público
que superó las expectativas, este fin de semana se realizaron por
el barrio de San Telmo verdaderas expediciones a la entretela y el corazón
del arte, con visitas guiadas por los propios artistas, en persona
a los ateliers de pintores como Josefina Robirosa, Carlos Gorriarena o
Jorge Mustcia, de grabadores como Eduardo Iglesias Brickles o Claudia
Aranovich, de fotógrafos como Marcos López, Tatiana Parcero
o Gabriel Valansi, entre casi cincuenta personalidades que le quitaron
el cerrojo a las puertas de sus casas para el ciclo A Estudio Abierto,
organizado por el gobierno porteño. Un itinerario fascinante, desde
el expresionismo de Gorriarena a los paisajes abstractos de Robirosa inspirados
por el Parque Lezama, desde los autorretratos de la mexicana Parcero
buscando su identidad entre ancestros precolombinos, hasta las fotos de
los argentinos Valansi o Pablo Cabado rescatando imágenes en una
ciudad bombardeada por la crisis económica.
En la visita al atelier de Josefina Robirosa, lo primero que sorprende
es la belleza del edificio en el que vive y la vista aérea desde
el cuarto piso del vecino Parque Lezama. Desde el balcón
de Robirosa los árboles del parque parecen cascadas verdes, reproducidas
en cierto modo por la artista, que, según se encargó ella
misma de informar a los visitantes, ha pasado de sus tradicionales bosques
abstractos, de vegetación frondosa y luz escasa, a otros paisajes
mucho más luminosos, porque finalmente apareció la
luz.
¿Es una estación ferroviaria?, pregunta una
de las visitas aludiendo a los trazos gruesos y coloridos que parecen
escaleras o espacios enormes donde las escasas figuras humanas parecen
perderse entre líneas rectas y semicírculos. No sé
responde Robirosa, creo que es el mismo bosque pero ahora
lo que triunfa es la luz del sol, que vence la espesura del bosque
y dibuja trazos multiformes que se entrecruzan. Después reconoce
que las cascadas verdes del Parque Lezama cambian de color según
la hora del día o de la noche, igual que sus cuadros. En
la pieza donde pinta, en uno de los ángulos hay un televisor cuya
marca alemana está tapada por una multitud de manchas de colores.
Tanta gente llegó a la casa de Robirosa que hubo que separarlas
en dos tandas. En el pasaje San Lorenzo al 300, donde tiene su taller,
Carlos Gorriarena tuvo visitas en continuado, incluyendo contingentes
que llegaron por las suyas, sin guía oficial que les sirviera de
carta de presentación. Igual pudieron entrar, luego de atravesar
una gruesa puerta de madera que como dato identificatorio tiene no un
pincel, sino una brocha gorda. Hitler y los policías de Ramallo,
define el pintor la idea central de uno de los cuadros que muestra al
público.
Domina la escena un sujeto de aspecto autoritario, rodeado por una secta
de obsecuentes de uniforme, mientras el pueblo es apenas una serie de
imágenes borrosas y pálidas. Cuidado con el césped,
se llama la pintura, y llega la explicación: Los bolcheviques
alemanes eran tan correctos que si hacían una manifestación
se prohibían a sí mismos pisar el césped, hasta que
vino Hitler y pisó todo. Cuando muestra Luz tenue,
donde los colores son raro en él muy suaves, Gorriarena
asegura que el día que lo pintó estaba bueno.
Lo demás son mujeres pintadas, maltrechas o simplemente dulces,
siempre llamativas, y hombres coloridos u oscuros, siempre temibles, de
gesto fiero.
En los talleres de fotografía de Marcos López, Pablo Cobado
y Tatiana Parcero, las imágenes se apretujan en las paredes, casi
tanto como los espectadores que hasta pisan, sin darse cuenta, algunos
de los trabajos. Sobresalen los de la mexicana Parcero, quien sobre su
propio rostro, fotomontaje mediante, insertó códices precolombinos
de las civilizaciones maya y azteca. Al lado aparecen fotos de Gabriel
Valansi mostrando jugueterías, tintorerías y negocios varios,
de Buenos Aires, cerrados por la crisis económica. La idea de los
estudios abiertos, tomada de Francia y otros países donde forman
parte de los circuitos turísticos habituales, tuvo un buen debut
en Buenos Aires.
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