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En el país de los talibanes

Guerrilleros, señores de la guerra, espías paquistaníes, fanáticos talibanes, polvo, muertos, ejecuciones, un juicio por 15.000 millones de dólares... y en medio de todo eso, ejecutivos argentinos de impecable blazer azul y mocasines. La aventura de la petrolera Bridas por Asia Central tiene ribetes tan fascinantes que un especialista la incluyó en un libro sobre la revolución fundamentalista en Afganistán. 

A mediados de los 90, los radicales talibanes luchaban por controlar Afganistán.
Los argentinos llegaron en medio de una de las guerras civiles más feroces y despiadadas del mundo.


Carlos Bulgheroni, presidente de Bridas y piloto de tormentas del Gran Juego petrolero en Asia.

Ahmed Rashid cuenta la historia en su libro sobre el Islam, el negocio petrolero y el fundamentalismo.

Por Ahmed Rashid

t.gif (862 bytes) Un día después de ver las ejecuciones, llegué a la mansión del mullah Mohammed Hassan, gobernador talibán de Kandahar, para un reportaje. Cuando ya llegaba a la casa, cruzando el jardín entre guardias armados hasta los dientes, me quedé helado. De la casa salía un ejecutivo bien parecido y de pelo plateado, vestido con un impecable blazer azul de botones dorados, con una corbata de seda amarilla y mocasines italianos. Lo acompañaban otros dos empresarios, igualmente impecables, que llevaban pesados portafolios. Parecía que habían terminado de cerrar un negocio en Wall Street en lugar de negociar con una banda de guerrilleros islámicos en una calle polvorienta de Afganistán.

El empresario era Carlos Bulgheroni, presidente de Bridas, la compañía petrolera argentina que desde 1994 negociaba en secreto con los talibanes y con sus enemigos de la Alianza del Norte para construir el gasoducto a través de Afganistán. Bridas competía duramente con la norteamericana Unocal y, en una demanda presentada en California, llegó a acusarla de robarle la idea del gasoducto.
Hacía un año que yo trataba de descubrir qué interés podía tener una compañía argentina, desconocida en esta parte del mundo, en invertir en un lugar tan riesgoso como Afganistán. Pero Bridas, como Unocal, mantenía un discreto silencio. Lo último que Bulgheroni quería era ser visto por un periodista saliendo de la oficina de un líder talibán. No quiso darme una entrevista: dijo que el avión de la compañía lo estaba esperando para llevarlo a la capital de la Alianza del Norte, Mazar-e-Sharif.
Un romance talibán
Carlos Bulgheroni fue la introducción de los talibanes al mundo exterior de las grandes finanzas y la política petrolera. Argentino, presidente de Bridas, el empresario visualizaba una conexión de los campos gasíferos de Turkmenistán con Pakistán y la India, una línea de infraestructura y servicios que ayudaría a pacificar Afganistán y moderaría el conflicto entre Pakistán y la India.
Como los magnates petroleros americanos e ingleses de principios de siglo, que veían a su negocio como una extensión de la política internacional y por lo tanto exigían el derecho de influir en la política exterior, Bulgheroni era un hombre poseído por una idea. Entre 1995 y 1996 dejó sus negocios sudamericanos y pasó nueve meses en su avión privado, yendo de señor de la guerra a señor de la guerra en Afganistán, y también a Islamabad, Moscú y Washington. Los que lo rodeaban estaban igualmente obsesionados, sino por un sueño ciertamente por el trabajólico ejecutivo.
Bulgheroni pertenece a una unida familia de inmigrantes italianos. Encantador, erudito, un filosófico capitán de la industria, puede hablar por horas del colapso de la URSS, el futuro del petróleo y el fundamentalismo islámico. Su padre, Alejandro Angel, fundó Bridas en 1948 como una pequeña proveedora de servicios para la naciente industria petrolera argentina. Carlos y su hermano Alejandro, vicepresidente de Bridas, llevaron la empresa al extranjero en 1978 y Bridas se transformó en la tercera mayor compañía petrolera independiente de Latinoamérica. Pero hasta Turkmenistán, no tenían experiencia operativa en Asia.
¿Qué llevó a estos argentinos al otro lado del mundo? Después del colapso soviético, Bridas se arriesgó en Siberia occidental. �Pero había demasiados problemas con los oleoductos y con los impuestos, por lo que fuimos a Turkmenistán apenas se abrió como mercado,� me contó Bulgheroni en la única entrevista que haya dado sobre su rol en Afganistán. En 1991 Bridas apostó muy fuerte y fue la primera compañía occidental en entrar en una licitación en Turkmenistán. En ese momento, las otras empresas lo consideraron una locura: Turkmenistán quedaba lejos, estaba aislada y no tenía ninguna legislación que protegiera las inversiones extranjeras. �Lasotras petroleras no fueron porque veían a Turkmenistán como productora de gas y no sabían dónde venderlo,� explicó Bulgheroni. �Nuestra experiencia en descubrir gas y transportarlo a través de fronteras internacionales por gasoducto a múltiples mercados en América latina me convenció de que podíamos hacer lo mismo en Asia. El presidente turkmeno, Niyazov, se sintió halagado por la atención que el argentino le prestaba cuando ninguna empresa occidental le llevaba el apunte, y los dos se hicieron amigos.
En enero de 1992, Bridas ganó el campo de Yashlar, en el oriente turkmeno, cerca de la frontera afgana, al noreste del enorme campo gasífero de Daulatabad, descubierto por los soviéticos. Un año después, en febrero de 1993, Bridas ganó el campo de Keimir, en el oeste del país, cerca del mar Caspio. Por ser el primer y único oferente extranjero, Bridas recibió condiciones muy favorables �división de ganancias en 50 y 50 por ciento en Yashlar, de 75 y 25 (a favor de Bridas) en Keimir. �Queríamos desarrollar nuevos depósitos de gas y petróleo porque así Rusia no podría objetarlos, como haría si explotáramos viejos campos soviéticos,� me explicó Bulgheroni.
Bridas invirtió 400 millones de dólares en explorar sus campos, una cifra astronómica en esos primeros tiempos, cuando ninguna de las mayores compañías del mundo trabajaba en Asia Central. Bridas comenzó a exportar petróleo de Keimir en 1994 y la producción llegó a los 16.800 barriles por día. En julio de 1995, Bridas encontró un tesoro en el reseco y ardiente desierto de Karakum: un inmenso campo gasífero nuevo en Yashlar, con reservas estimadas como el doble de las de Pakistán. �Al contrario del petróleo, el gas necesita un mercado accesible, por lo que de inmediato empezamos a desarrollar uno,� explicó José Luis Sureda, gerente de transporte de gas de Bridas, un duro ingeniero que recorrería minuciosamente Afganistán en los siguientes meses trazando rutas posibles.
�Después de descubrir Yashlar, queríamos sacar parte del gas por el norte, usando viejos gasoductos rusos, pero también queríamos encontrar mercados alternativos, que están en China y el sudeste asiático,� explicó Bulgheroni. �Un gasoducto que atravesara Afganistán podría ser un negocio que trajera la paz, difícil pero posible.� En noviembre de 1994, justo cuando los talibanes capturaron Kandahar, Bulgheroni convenció a Niyazov de formar un grupo para estudiar la factibilidad de un ducto que atravesara Afganistán hasta Pakistán.
Cuatro meses después, el argentino había convencido a la primera ministra paquistaní, Benazir Bhutto, de juntar fuerzas con Niyazov. El 16 de marzo de 1995, Pakistán y Turkmenistán firmaron un memorándum permitiendo que Bridas preparara un estudio de factibilidad del gasoducto propuesto. �Este ducto será la puerta de Pakistán al Asia Central, abrirá enormes posibilidades,� me dijo el marido de Bhutto, Asif Zardari. Zardari agregó que el control talibán de ciertos territorios hacía posible el proyecto. Detrás de su escritorio, un inmenso mapa mostraba la ruta planeada.
Para entonces, la inteligencia y las fuerzas armadas paquistaníes ayudaban a los talibanes a abrir una ruta de transporte vía Herat y Kandahar a Turkmenistán. Al mismo tiempo, Pakistán negociaba con Qatar e Irán para conseguir suministros de gas a través de dos conductos independientes, pero, en términos geoestratégicos y con el enorme interés de Islamabad en Afganistán y Asia Central, el proyecto de Bridas ofrecía las mejores oportunidades. 
Los argentinos proponían construir un gasoducto de 1400 kilómetros de largo desde su campo de Yashlar, cruzando el sur de Afganistán y entrando en Pakistán por Sui, en la provincia de Baluchistán, donde se origina la red paquistana de gasoductos. Esta línea podría extenderse más tarde vía Multán hasta el mucho más rentable mercado de la India. Bridas propuso construir un gasoducto de acceso abierto, de modo que otras compañías y países pudieran eventualmente usarlo también. Esto resultó particularmenteencantador para los señores de la guerra afganos, dado que Afganistán tenía campos gasíferos en el norte que alguna vez proveyeron a Uzbequistán, pero ahora estaban cerrados. Bulgheroni se dedicó a seducir a los señores de la guerra. �Me reuní con todos los líderes, con Ismael Khan en Herat, con Burhanuddin Rabbani y con Masud en Kabul, con Dostum en Mazar y con los talibanes en Kandahar. Me recibieron muy bien en todos lados porque los afganos entendieron que tenían que reconstruir su país y para eso necesitaban inversiones extranjeras,� me dijo Bulgheroni.
Para febrero de 1996, el argentino reportaba a Niyazov y Bhutto que �se llegó a acuerdos y se firmaron tratos con señores de la guerra que nos aseguran el derecho de paso�. Ese mes, Bulgheroni firmó un contrato por 30 años con el gobierno afgano del presidente Burhanuddin Rabbani para que Bridas y un consorcio internacional a formarse construyeran y operaran un gasoducto. Bridas abrió negociaciones con otras compañías petroleras, entre ellas Unocal, la 12ª más grande de los EE.UU., que tenía una considerable experiencia en Asia y estaba presente en Pakistán desde 1976. Funcionarios turkmenos se habían reunido con ejecutivos de Unocal por primera vez en Houston, Texas, en abril de 1995, invitados por Bridas, y una delegación de Unocal había visitada a Ashkhabad en Islamabad aparentemente para discutir la unión con Bridas para el proyecto.
Pero Bridas estaba enfrentando graves problemas en Turkmenistán. Niyazov había sido convencido por sus asesores de que Bridas estaba explotando a los turkmenos y, en setiembre de 1994, su gobierno bloqueó todas las exportaciones desde Keimir y demandó una renegociación con Bridas. Para enero de 1995, todo parecía resuelto porque Bridas aceptó reducir su porcentaje de 75 a 65. Pero cuando los argentinos encontraron gas en Yashlar, Niyazov y su gabinete exigieron renegociar todos los contratos una vez más. El presidente otra vez detuvo las exportaciones y trabó el trabajo en el flamante campo gasífero. Esta vez, Bridas dijo que no cedería: Turkmenistán tendría que respetar los contratos originales.
Niyazov era un dictador al viejo estilo soviético sin mucha paciencia por los contratos internacionales y con sus razones para apretarle las clavijas a Bridas justo en ese momento: Unocal estaba interesada en construir su propio gasoducto, usando los campos de Daulatabad, cuyas ganancias pertenecían por completo a Turkmenistán. Viendo la oportunidad de comprometer al gobierno de Clinton en el desarrollo de su país, Niyazov comenzó un intenso diálogo con los diplomáticos norteamericanos, que vieron a su vez la chance de alejarlo de Irán. Niyazov visitó la ONU y citó a Bridas y a Unocal en Nueva York. Fue allí que el 21 de octubre de 1995 firmó, frente a un abrumado grupo de ejecutivos de Bridas, un contrato con Unocal y su socio saudi, Delta Oil Company, un contrato para construir un gasoducto que cruzara Afganistán. �Estábamos en shock y pedimos hablar con Niyazov,� contó un ejecutivo argentino, �pero él simplemente se dio vuelta y nos dijo, �¿por qué no construyen un segundo gasoducto?��
Henry Kissinger estaba presente en la ceremonia y su único comentario sobre todo el negocio fue que parecía �un triunfo de la esperanza sobre la experiencia�. Sin embargo, los argentinos no estaban dispuestos a rendirse y así empezó la primera batalla del Gran Juego. �Nosotros somos apenas una compañía petrolera tratando de desarrollar los recursos de un país, pero terminamos metidos en un Gran Juego ajeno donde las grandes potencias se chocan,� dijo más tarde Mario López Olacirgul, director adjunto de Bridas.
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La decisión de Niyazov enfureció a Bulgheroni. En febrero de 1996 les abrió un proceso a Unocal y a Delta en las cortes del condado de Fort Bend, Texas. Bridas pedía 15.000 millones de dólares de indemnización por �interferencias tortuosas en relaciones de negocios� y acusaba de �conspiración civil contra Bridas� y de usar información revelada cuando se hablaba de asociarse a sus competidores. En resumen, Bulgheroni los acusó de robarles la idea. �Unocal llegó a la región porque nosotros losinvitamos. No había razón alguna para que no trabajáramos juntos. Al principio, hasta consideraban toda la idea ridícula�, explicó después el argentino.
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Los ejecutivos de Bridas nunca hablaban con la prensa y muy de vez en cuando emitían un comunicado por medio de una muy discreta agencia inglesa de relaciones públicas. Unocal era más accesible, pero sus ejecutivos estaban entrenados para hablar sin decir nada. Pero había una diferencia entre las dos compañías que afectaría sus relaciones futuras con los talibanes: Bridas era una pequeña compañía familiar cuyos directivos, criados en la tradición europea, se interesaban en la política, la historia y las relaciones personales del país y las personas con las que trataban. Los ejecutivos de Bridas estudiaban la zona y se molestaron en conocer las relaciones tribales, étnicas y familiares de los líderes con que trataban.
Unocal, en cambio, era una inmensa multinacional que contrataba ejecutivos para administrar su operación petrolera global. Con pocas excepciones, los que enviaba a la región tenían como único interés sus trabajos y no el país. Mientras que los ingenieros de Bridas se pasaban horas tomando té con las tribus afganas del desierto, mientras exploraban la ruta del gasoducto, los americanos llegaban en helicóptero y daban por bueno lo que les decían los señores de la guerra afganos, notorios por sus cambios de opinión. Es que los afganos perfeccionaron hace siglos el arte de decirle al visitante exactamente lo que éste quiere oír, para decirle lo contrario al próximo invitado. Unocal tenía la desventaja agregada de que no se desviaba de la política norteamericana hacia Afganistán, por lo que constantemente les daba clases a los talibanes sobre qué deberían hacer. Bridas no tenía esos límites y estaba lista a firmar con los talibanes, aunque ningún gobierno los reconociera.
Unocal tendía a depender más de la embajada norteamericana en Islamabad y en las inteligencias turkmena y paquistaní para saber qué estaba pasando y qué pasaría, en lugar de tener fuentes propias. A medida que yo publicaba notas sobre la posible asociación entre argentinos y americanos, cada compañía pensó que yo era un espía de la otra. Unocal siguió creyendo eso aun después de que Bridas se dio cuenta de que yo era un periodista curioso que había pasado demasiado tiempo en Afganistán y ya no se conformaba con evasivas. 

 

 
 

 

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