Por Pablo Plotkin Tarres se movía con resuelta elegancia por la pequeña ciudad de historieta a color que dibujaba la escenografía. �La verdad es que este Tarres tiene unos amigos envidiables�, dijo Joan Manuel Serrat sobre su alter ego noctámbulo y desequilibrado, antes de invitar a Rodolfo Mederos a tocar el bandoneón en �El último organito�. Los dos se sentaron en torno de una mesita dispuesta en un rincón a media luz, con un par de copas y una botella de vino tinto de por medio. Debajo de un cartel de �Café� -parte del realismo mágico del decorado urbano�, Serrat (¿o Tarres?) se regodeaba escuchando el bandoneón y cantando esos versos en un clima decididamente íntimo, a pesar de que estaba en el estadio de Atlanta frente a unas 20 mil personas. �Este es el sueño del pibe: toda la vida quise traerme el bar al escenario, así que lo estoy disfrutando muchísimo�, confesaría después el catalán, cerca del final de una noche llena de clásicos e invitados ilustres. La función del sábado en Villa Crespo �con las localidades a 13 pesos� era un asunto pendiente entre él y la masa de su público porteño, puesto que la serie �de gala� en el Gran Rex no había sido económicamente accesible para todos. Aún un par de horas antes del atardecer, la fila sobre la calle Humboldt doblaba la esquina de Muñecas. Parejas, grupos de señoras y familias enteras llenaron el campo, buena parte de las plateas y los costados con mejor perspectiva del tablón. Con más fervor romántico que político (la única consigna explícita era la de una bandera con la leyenda �Libertad a los Presos de La Tablada�), las mujeres suspiraban ante los ademanes calculados de este verdadero sex symbol maduro y progresista. �No me asuste señora�, dijo él ante un aullido orgásmico, �¿qué va a pensar su hijo?�. �El tango es un sentimiento que se baila�, citó Serrat (a Enrique Santos Discépolo, autor de �Fangal�, el tango que acababa de cantar). �Espero que también sea un sentimiento que se cante, porque yo bailo todo como el culo.� Minutos después, sin embargo, se animó con Adriana Varela, que había subido a cointerpretar �Soy lo prohibido�. �¡Qué envidia!�, sufrió una fan. Los vecinos del barrio miraban desde los balcones; Serrat agradecía a los �del vecindario Villa Crespo por acompañar desde la intimidad de sus hogares�. Con la instrumentación de piano, violín, bandoneón y guitarra criolla, la presentación de Cansiones calcó la porteñidad de Serrat, que despedía con un ramo de flores y un beso en la boca a las artistas que subían como invitadas. Con Marcela Morelo arriesgaron una versión semi-pimpineleana de �El amor, amor�, mientras la excelente iluminación variaba según el estado rítmico/anímico y creaba las horas del día y la noche de esa ciudad escénica ficticia. El dúo que formaron con Víctor Heredia para �No hago otra cosa que pensar en ti� estuvo entre lo más aplaudido del show. Luego apareció Diego Torres, responsable de la resurrección popular que experimentó �Penélope� en los �90 (a la que Serrat aludió), para una versión a dos voces del tema. Habían pasado unas dos horas desde el comienzo y el catalán anunciaba la visita de �un tipo rosarino, flaco, hincha de Central y fan de Tangalanga�. Con la mitad de esos datos hubiera alcanzado para que el público exclamase la respuesta. Fito Páez, que venía dulce por el vino que había tomado en bambalinas (como él mismo contó), dijo: �gracias Tarres por enseñarnos a hacer canciones en español hace mucho, muuuuuucho tiempo; gracias, amor�. Así que �Aquellas pequeñas cosas� sonó con Páez al piano, mientras el desfile de amigos célebres se reservaba un último episodio: después de �Cantares�, �Donde quiera que estés� y antes de los bises, Ana Belén salió a las luces para cointerpretar �Mediterráneo�. Sólo quedaba el ruego de �otra� de los seguidores, la concesión del artista y un hasta luego. Era sábado y la noche estaba en pañales: Serrat, su otro yo y sus amigos salieron a dar una vuelta por Buenos Aires.
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