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DEMOLIERON UNA CASA EN FLORES QUE FUE DECLARADA AREA PROTEGIDA
Topadoras por encima de la historia

Se trata de la casona de la familia Millán, considerada la vivienda más antigua de Flores y una de las más viejas de la ciudad. El jueves la convirtieron en escombros. Una ley la había considerado área de protección histórica el pasado agosto.

Por Eduardo Videla

t.gif (862 bytes)  Las topadoras acaban de darle un golpe de nocaut a la historia de Buenos Aires. El jueves, cuando el paro general ya había comenzado y arreciaba la lluvia, una máquina arremetió contra la histórica casona de la familia Millán, una de las fundadoras del barrio de Flores, considerada como la vivienda más antigua del barrio y una de las más viejas de la ciudad. La casa, construida en 1829, había sido considerada como Area de Protección Histórica por una ley sancionada en la Legislatura el 8 de agosto último. Hoy, es una masa de escombros de la que sobreviven, apenas, algunas paredes y tirantes de quebracho. Una orden del gobierno porteño para frenar la demolición llegó demasiado tarde. Vecinos de Flores iniciaron una campaña, en un intento por recobrar lo que parece irrecuperable; piden que se obligue a los dueños a reconstruir la casona, tal como estaba, y que se sancione a los responsables de la demolición.
“Otra vez, la lógica del mercado le ganó a la memoria”, decía ayer un vecino de Flores, desde el micrófono de una radio abierta, instalada justo frente de la demolición. Organizados por la asociación vecinal “Casa Gabriel del Mazo”, colgaron frente al predio una enorme tela negra, en señal de duelo por la pérdida.
La casona sobrevivía, casi oculta entre dos plátanos, al 2476 de la avenida Juan Bautista Alberdi, casi esquina Pedernera. De estilo colonial, el frente consistía en un antiquísimo portón de madera rústica –que todavía está en pie– y dos ventanales enrejados. Construida con enormes ladrillos unidos con barro para formar paredes de 60 centímetros de ancho, la casa fue la primera erigida en ese barrio.
“Fue en 1829, cuando Ramón Francisco Flores, heredero del Don Juan Diego Flores –el primer dueño de esas tierras– le encargó a Antonio Millán que administrara su propiedad: después de donar una manzana para la construcción de la iglesia y otra para la plaza, el resto se fue loteando para darle forma al actual barrio de Flores”, relató a Página/12 la profesora de Historia Liliana Pruzzo, también vecina del barrio. “Otras tierras fueron donadas para el asiento de los corrales de abasto y matadero, entre Bonorino y Camacuá”, agrega el arquitecto José Vázquez.
La casona de Millán fue vendida en 1914 a la familia Lauro, que le dio la fisonomía actual. Los Lauro fueron sus últimos dueños: dos ancianas, de 95 años, una de las cuales falleció hace poco, mientras que la otra estaría internada en un geriátrico de la localidad de San Miguel.
“Eran dos hermanas, maestras jubiladas, que vivieron aquí hasta hace cinco años”, dice a este diario Eduardo Jalón (60 abriles), vecino de Flores de toda la vida, que supo tomar el té con las dueñas de la casa en una de las salas o en el patio colonial. “Estar aquí era como retroceder 120 años en el tiempo”, recuerda don Eduardo, ahora sobre las ruinas de la casa.
El terreno mide 12,80 metros de frente por 50 de fondo, que hacen un total de 3200 metros cuadrados, “aptos para construir”, según el cartel de la inmobiliaria Naccarato, tirado entre los escombros. Por lo que se ve, la construcción ocupó más de la mitad del terreno. En el fondo hay árboles, un pastizal, muebles antiguos arrumbados a la intemperie, junto con rejas de hierro y otros trastos.
Según cuentan los vecinos, en los últimos años vivieron dos mujeres jóvenes que alquilaban la parte anterior de la casa. Dicen que fue el sobrino de las hermanas Lauro quien puso en venta la casona, pese a las advertencias sobre la declaración de Patrimonio Histórico. Por la propiedad, se habrían pagado unos 320.000 pesos.
A mediados de julio, cuando vieron el cartel de venta, los vecinos comenzaron a movilizarse. El tema se discutió en el Centro de Gestión y Participación 7, de donde salió la idea de presentar un recurso de amparo a la Justicia para salvar la casa. Por vía separada corría el proyecto que la diputada Lilia Saralegui (Frepaso) había presentado en 1998, y que fue aprobado el 8 de agosto de este año, el mismo día en que la legisladora terminaba su mandato. No fue suficiente: la ley, en rigor, era una modificación al Código de Planeamiento Urbano, que recién entró en vigor el 8 de noviembre último.
Para ese entonces, Avelino Mariño, maestro mayor de obras y director del proyecto, había iniciado el expediente para la demolición de la histórica vivienda. Fue el 2 de noviembre último. “A partir de que se registra el plano, el trámite está aprobado”, explicó a Página/12 Norberto D’Andrea, director de Fiscalización de Obras y Catastro.
Luis Bilancieri, director del CGP 7, denunció que el jueves, cuando las máquinas devastaban la casona, se comunicó con D’Andrea y con el director de Planeamiento e Interpretación Urbanística, Francisco Prati. “Los dos me dijeron que la demolición estaba aprobada”, aseguró Bilancieri.
D’Andrea fue al lugar recién el viernes 24 –en pleno paro– a poner la faja de clausura, para suspender preventivamente la demolición. El funcionario se excusó de brindar mayores detalles: “El expediente fue girado a la Procuración de la Ciudad, para que pida los antecedentes sobre el caso y determine el camino a seguir”, explicó a este diario.
Ayer, según denunciaron los vecinos, no hubo topadoras pero sí gente trabajando en la obra, que violó la faja de clausura. “Queremos que sean sancionados los responsables y que se vuelva a construir la casa como estaba”, sintetizó, en medio de la protesta, Silvia Somenzi, una antigua vecina del barrio.

Cómo es la preservación
La ciudad de Buenos Aires no tiene patrimonios históricos sino áreas de preservación histórica (APH). Así quedó escrito en la Constitución que prevé esa figura para todos los edificios capaces de reunir dos condiciones: valor histórico y autenticidad. La declaración, según los especialistas, comienza a partir del pedido del propietario, una comisión de vecinos o algún legislador y termina con la doble lectura en la Legislatura. Aunque los especialistas reconocen el desarrollo de estas áreas en la urbe, hacen una prevención: los porteños están convencidos de que la declaración restringe sus derechos de propietarios.
Para la clasificación se toman en cuenta molduras, fachadas, estructuras y, de acuerdo a la evaluación, el área alcanza un grado determinado de protección: “Ese grado hará variar las obligaciones y beneficios de las áreas”, dice Mónica Guariglio, directora General de Museos de la Ciudad, para quien se está dando un proceso importante de revalorización de estos espacios. “Aunque hay también mucho desconocimiento –advierte– y la gente asocia esta declaración a una restricción al derecho de la propiedad privada”.
Lo cierto es que esas restricciones existen. La declaración como APH afecta sobre todo las fachadas de los edificios y, por lo tanto, impide reformas. “Cualquier modificación –continúa Guariglio– debe consultarse con Planeamiento.” Sin embargo, como la norma es sólo declarativa, las infracciones no se penan.
De acuerdo con el grado de preservación alcanzado en la evaluación, las áreas pueden quedar exentas del pago de impuestos municipales en forma total o parcial. Además y, aunque aún falte reglamentarlo, deberían tener acceso a subsidios del Ejecutivo y a un sistema de mantenimiento provisto por el Estado.

 

Una cinta por la no violencia a la mujer

Encabezados por Aníbal Ibarra, secretarios, subsecretarios y directores del Gobierno porteño y legisladores locales asumieron ayer un compromiso público de “no ejercer ni consentir que se ejerza, en ámbitos públicos o privados, cualquier forma de violencia sobre las mujeres”. A cambio, recibieron una cinta blanca en el pecho.
La convocatoria fue lanzada por la Defensoría del Pueblo, la Comisión de la Mujer de la Legislatura y la ONG Mujeres en Igualdad, en conmemoración del Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres que se celebró el sábado último, con la idea de trasladar el debate de la violencia del ámbito de las mujeres al de los varones.
Ibarra prometió impulsar campañas y presupuesto para luchar contra este problema social. Entre otros, acudieron a la cita los secretarios de Justicia y Seguridad, Facundo Suárez Lastra; de Desarrollo Económico, Eduardo Hecker; y de Promoción Social, Daniel Figueroa, además de funcionarios de segunda y tercera línea, y diputados porteños. Muchos de los que no pudieron estar presentes enviaron su adhesión.
La Campaña de la Cinta Blanca –así fue bautizado el evento que se realizó en la Legislatura– nació en Canadá en 1996 y en los últimos años se extendió a otros países de Latinoamérica. Esta fue la primera vez que se hizo en la Argentina y el objetivo de las organizadoras es replicarlo el año próximo en otros puntos del país.

 

 

 

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