Por
Pablo Rodríguez
Ayer
fue uno de los pocos días desde el 28 de setiembre en que los enfrentamientos
del día no dejan muertos en el conflicto de Medio Oriente. Pero
no hace falta un recuento diario de víctimas para comprobar que
el proceso de paz en la región se acerca a ser el muerto más
ominoso de esta historia. Mientras el gobierno israelí de Ehud
Barak presentaba un plan interino en fases para frenar la
violencia, la situación política en Israel se endurecía
cada vez más. El Knesset (Parlamento israelí) aprobó
dos leyes para dificultar cualquier cesión territorial de Jerusalén
(cuyo sector oriental reclama el mundo árabe) y complicar el eventual
regreso de los refugiados palestinos de su diáspora que comenzó
en 1948, con la creación del Estado de Israel. Además, el
Knesset tratará hoy la convocatoria a elecciones anticipadas presentada
por el partido derechista Likud. Y el Registro de Tierras israelí
autorizó la construcción de 600 viviendas en las colonias
judías insertas en el territorio que alguna vez sería de
un Estado palestino. Alguna vez, claro.
Visto en perspectiva, el recuento del endurecimiento israelí confirma
que el proceso de paz está pasando de congelado, por las casi 300
muertes en diez semanas, a hundido. El líder palestino Yasser Arafat
y el ex premier israelí asesinado Yitzhak Rabin firmaron los acuerdos
de Oslo en 1993 para que al día de hoy el Estado palestino fuera
una realidad. El ex premier derechista Benjamin Netanyahu hizo todo lo
posible para que no lo fuera y lo logró. El actual premier Ehud
Barak y Arafat abrieron una agenda ambiciosa en Camp David, en julio,
que pretendía relanzar aquellos Acuerdos de Oslo. En esa agenda,
se tratarían los puntos álgidos: qué pasa con Jerusalén
Oriental, con los refugiados palestinos, con las colonias judías
y con la posibilidad de un Ejército palestino.
De esos cuatro puntos (llamados en aquel momento por Barak las líneas
rojas), tres fueron puestos en reversa. Si Barak en Camp David se
atrevió a hablar de una Jerusalén oriental parcialmente
palestina, el Knesset aprobó ayer por una mayoría abrumadora
una moción que estipula que será necesaria una mayoría
absoluta de diputados (61 sobre 120 diputados) para una modificación
de los límites actuales de Jerusalén. Si el premier israelí
esbozó el tema de los derechos de los refugiados palestinos a volver
a Israel, el Knesset aprobó, con el voto hasta del laborismo de
Barak y la izquierda del partido Meretz, una ley por la que dicho derecho
debe ser aprobado por la mayoría absoluta de la Cámara.
Por último, si Barak reconoció que los asentamientos judíos
en territorio palestino son un problema, el Registro de Tierras le dijo
que de todas maneras estas colonias podrían extenderse. Sobre este
punto, el diputado laborista y pacifista Mosi Ras puso el grito en el
cielo porque, aunque deban transcurrir diez años, un día
llegaremos a un acuerdo de paz y tendremos que evacuar los asentamientos
que construimos hoy.
Según cómo se desenvuelve la situación política
israelí, lo de diez años puede sonar optimista.
El Likud, luego de rechazar la oferta de Barak de unirse a un gobierno
de emergencia nacional, empieza a desandar el camino para terminar
con su gobierno. En la opinión pública, las cuentas le cierran:
el ex premier Netanyahu y el actual líder del partido, Ariel Sharon
, le llevan respectivamente 21 u 11 puntos de ventaja a Barak si los comicios
fueran hoy. Dentro del Knesset, las cuentas también estarían
cerrando: el líder del partido ultraortodoxo Shass, Eli Yishai,
consideró que ya puede retirar el apoyo de emergencia
que le daba a Barak y el diputado árabe israelí Azmi Bichara
adelantó que su bloque también votará a favor de
la moción. Hay que aclarar que tanto esta moción, como la
referida a Jerusalén y a los refugiados palestinos, necesitan dos
lecturas aprobadas más para convertirse en ley.
Sentado sobre este volcán, Barak presentó en una reunión
de su Partido Laborista una propuesta de acuerdo con los palestinos para
terminar con la violencia aplicado de forma gradual, que sería
un acuerdo interino, comola única manera posible de
alcanzar un acuerdo final. La respuesta de Nabil Abú Rudeina,
consejero de Arafat, fue contundente: El tiempo de los acuerdos
interinos ha pasado. Deberíamos alcanzar un acuerdo final pronto,
con garantías internacionales.
El gobierno israelí decidió ayer levantar parcialmente el
bloqueo de las zonas palestinas de Cisjordania y Gaza, en coincidencia
con la llegada del mes sagrado musulmán de Ramadán. Por
otra parte, el reinicio de la coordinación de la seguridad sigue
negociándose. El general palestino Mohamed Dahlán (resistido
por la derecha israelí) y el jefe del Shin Bet, el servicio de
seguridad interior israelí, Avraham Dichter, se reunieron el domingo
por la noche en El Cairo. Ayer se supo que los palestinos muertos el día
anterior en una supuesta emboscada del ejército israelí
en Hablah, Cisjordania, fueron cinco y no cuatro. Ayer, otro palestino
murió a consecuencias de heridas de días pasados. Y los
enfrentamientos en el asentamiento judío de Gilo continuaron, aunque
sólo con algunos heridos. Ayer no fue un día
especialmente violento. Pero el cielo se está llenando de nubarrones.
Las
balas son ajenas
El
30 de setiembre, Mohamed al-Durra, un palestino de 12 años
que murió acribillado ante una cámara de fotos de la
agencia AFP, se transformó en el símbolo de la actual
intifada palestina. Tras una investigación, el Ejército
israelí juzgó plausible que las balas que
convirtieron al niño en mártir hayan sido, en realidad,
palestinas. La Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos
Mary Robinson denunció la situación en la que se encuentra
la población civil de los territorios palestinos como intolerable
y recomendó la presencia de observadores internacionales en
el terreno. Por lo pronto, ya hay investigadores internacionales.
El norteamericano George Mitchell, titular del comité para
investigar la violencia en la región, se reunió ayer
con enviados israelíes y palestinos y con el secretario general
de la ONU, Kofi Annan. |
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