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La puerta de la transición se le cerró a Bush con los dedos adentro

George W. Bush en Texas en la noche del domingo, cuando

Por Javier del Pino
Desde Washington

t.gif (862 bytes)  Por mucho que George W. Bush se declare a sí mismo ganador de las elecciones, el gobernador de Texas no podrá usar ni las oficinas ni los 5,3 millones de dólares que la administración entrega a los presidentes electos para facilitarles el proceso de transición. Aunque la Casa Blanca insiste en su disposición para “ayudar al sucesor”, la confusión jurídicoelectoral permite al gobierno de Clinton ignorar los esfuerzos de Bush por solemnizar su posible victoria con un proceso de transición. Bush ha vuelto a dejar en manos de su candidato a vicepresidente, Dick Cheney, los trabajos de preparación de su hipotética etapa presidencial.
El discurso de Bush tras la certificación de datos en Florida se calculó al milímetro para que llegara a los espectadores de televisión en horario central del domingo en EE.UU. El escenario estaba perfectamente construido para dar al candidato republicano la imagen más presidencial posible, arropado por banderas y ayudado por un “tele-prompter”.
Para ayudar a Dick Cheney, que acaba de salir de un infarto, en el intento de forzar los trabajos de transición, Bush ha puesto a su lado a otro antiguo colaborador de su padre, Andrew Card. Fue secretario de Transportes y jefe de Gabinete durante la presidencia de Bush padre, cargos que parece destinado a retomar si el hijo llega a la Casa Blanca. Card tiene experiencia en transiciones, pero en sentido contrario al que pretende ahora: dirigió el traspaso de poder de Bush a Clinton en 1992. Su nombramiento actual puede interpretarse como un gesto de venganza de la familia Bush hacia el Gobierno de Clinton-Gore.
“He pedido a Cheney –dijo Bush– que trabaje con la administración del presidente Clinton para poner en marcha una oficina de transición en Washington.” Pero si Bush quiere abrir esa oficina, tendrá que pagar él mismo el alquiler. Una ley de 1963 creó un fondo de 5,3 millones de dólares y unas instalaciones que se ceden automáticamente al candidato que ha ganado las elecciones. Las oficinas, situadas en la calle 18 de Washington, muy cerca de la Casa Blanca, ocupan dos pisos enteros en un edificio amplio; están equipadas con sistemas informáticos y preparadas para acoger hasta 540 trabajadores.
Las llaves de los despachos –y el fondo de ayuda económica– están en manos de una agencia federal, la Administración de Servicios Generales (GSA). Su portavoz, Beth Newburger, ya ha anunciado que las oficinas seguirán cerradas. “Hasta que no haya un ganador con certeza, no podemos hacer nada”, dijo Newburger después de la certificación de los votos en Florida. “Dado que las dos partes están todavía en los tribunales, creemos que el resultado aún es incierto”, aseguró.
La agencia se ampara en el texto de la ley para guardarse las llaves y el dinero. El texto aprobado en el ‘63 incluye expresamente una indicación para casos como éste: prohíbe a la GSA transferir las instalaciones y el fondo “cuando las elecciones están dudosas” y obliga a esperar “un resultado claro”. Este matiz se creó para evitar que la GSA pudiera inmiscuirse en un enfrentamiento como el que ahora está en marcha.
Un portavoz del equipo de Bush interpretó esto como una “jugada política” y aseguró que la mudanza a Washington seguiría en marcha aunque se le nieguen a Bush los despachos y las ayudas oficiales. Según ese portavoz, la campaña de Bush no tendrá ningún problema en “recaudar fondos privados y encontrar oficinas privadas” para poner en marcha la transición de su líder.
El retraso provoca otro problema administrativo: el FBI tiene que investigar el pasado de los principales trabajadores contratados por la nueva administración, que serán entre 3000 y 6000. A medida que se acerca la fecha de la toma de posesión del futuro presidente –el 20 de enero– se acortan las posibilidades de que la agencia de información pueda dar elvisto bueno a muchos de los nuevos empleados; sin esa validación, el Senado no puede ratificar los nombramientos de los altos cargos.


LA OPINION PUBLICA ESTA PARTIDA EN DOS EN EE.UU.
Una casa dividida contra sí misma

Por J. del P. *
Desde Washington

La protesta de todos los días. La certificación de los votos electorales en Florida sólo ha provocado una ligera inclinación de la opinión pública a favor de George W. Bush. La encuesta posterior realizada por The Washington Post y la cadena ABC muestra una imagen sumamente fragmentada en la que seis de cada diez estadounidenses creen que Al Gore debería aceptar la victoria de Bush. El margen, según los analistas políticos, es demasiado pequeño como para que Gore lo interprete como un llamamiento de la opinión pública. Además, el 35 por ciento de los encuestados anima a Gore a seguir en la batalla judicial para recuperar votos perdidos en Florida. Sólo el 26 por ciento de los votantes demócratas quieren que el vicepresidente abandone la batalla. El 92 por ciento de los republicanos le piden que se retire.
El dato más significativo tal vez sea que de todas las personas que se muestran partidarias de un final inmediato para la batalla electoral, sólo cuatro de cada diez tienen confianza en el que el recuento en Florida ha sido justo y preciso. El resto quiere que el enfrentamiento termine de una vez, sólo porque están hartos de las prolongaciones e incertidumbres.
El New York Times, con el título “Certificado pero incompleto”, lamentó que Bush quiera poner en marcha su transición porque con ello quiere “obligar al país a saltarse los retos legales pendientes” que pueden alterar el “recuento incompleto de Florida”. La perspectiva opuesta es la que muestra el Chicago Tribune en un editorial que titula “Señor Gore: termine ya”. Asegura que el vicepresidente ha cruzado la raya entre “la perseverancia y la terquedad por querer ganar a cualquier precio”. Llega a decir que una victoria de Gore “estaría manchada y provocaría una profunda división”.
En un terreno intermedio, el Washington Post le concede a Gore una semana de prórroga hasta que se pronuncie la Corte Suprema. El diario asegura que ya estaría pidiendo a Gore su retirada si el propio Bush no hubiera alargado el caso llevándolo a la Corte Suprema de Washington. Por eso, “ambos candidatos tienen que decir a sus seguidores que el resultado todavía no es definitivo”. Las encuestas de opinión pública reflejan el mismo porcentaje de apoyo a los candidatos que se registraba el día anterior a las elecciones: 43 por ciento para Bush, 42 por ciento para Gore.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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