Por Juan José
Panno
Al que madruga Dios lo ayuda, dijo en chino básico el juez de línea
que estaba del lado de Delgado y se quedó con la banderita baja
(¿era off side?), cuando el Chelo encaró por la izquierda
y se fue hasta el fondo y levantó la cabeza y metió el centro
para que Palermo calentara el ambiente antes de los dos minutos. Casillas
es chico, pero el agujero es grande, pensó el nueve de Boca y tocó
con la zurda la pelota que le había caído mansita sobre
el área chica, mientras los defensores miraban. A caballo regalado
no se le miran los dientes. Uno a cero.
Ya se sabe que el que pega primero pega dos veces y que en la área
de Hierro la defensa es de palo y fue así, entonces que a los 6
minutos Riquelme, que es torazo en rodeo ajeno, le puso un pase de magia
de cuarenta metros a Palermo y el Loco, que es Loco, pero no come vidrios,
antes de entrar al area pequeña aprovechó el pique y le
dio como un grande, al segundo palo, de zurda, con violencia, al costado
de Casillas que se tiro medio raro, pero que igual no hubiera podido hacer
nada aunque se tirara como dos Yashines. Golazo.
Antes del partido, Bianchi que sabe por diablo y por zorro, le había
dicho a Palermo que los goles que se había perdido contra Talleres
los iba a hacer contra el Real Madrid. La verdad no ofende ni daña
,sino todo lo contrario. Palermo cumplió con el presagio de Bianchi
y ahora feliz como un niño puede viajar en coche hacia su destino
de fútbol europeo.
El Real Madrid despertó de su letargo y tiró todos los caballos
encima de Córdoba. Roberto Carlos llevó la voz cantante
y empezó a recorrer el andarivel izquierdo. En la primera de cambio
el brasileño, que fue el mejor jugador de su equipo, se gambeteó
a medio Boca y reventó el travesaño. Y enseguida vino otro
ataque y otro y tanto va el cántaro a la fuente que al final Ibarra
cabeceó hacia atrás una pelota que se iba afuera y que Roberto
Carlos que siempre va pra frente, la mandó adentro. No fue un cañonazo,
pero sí un toque certero que Córdoba no pudo detener.
Un ratito apenas y ya estaban 2 a 1 en un partido que prometía
ser un festival. Hasta el final del primer tiempo Boca esperó y
como el que espera desespera, sufrió mucho. Sufrió con Raúl
que casi lo mete a Córdoba adentro de un baúl con un toque
de vaselina como le dicen los gallegos a los tiros de emboquillada. Hasta
el final del primer tiempo, el Real Madrid siguió presionando.
Y mientras Serna pegaba con gusto, Riquelme amasaba la pelota y amansaba
a las fieras madrileñas. Romi me ama, Romi me mima pensaba la pelota
y lo miraba medio fulero a Bermúdez que tenía muchos menos
reparos , pero que resultaba sumamente útil para su equipo.
Segundas partes nunca fueron buenas y en el período final no pasaron
tantas cosas porque Boca se paró mejor en la mitad de la cancha.
Bianchi que es hombre de pocas palabras, repartió instrucciones
en el entretiempo: Riquelme, jugá; Serna, raspá; Delgado,
picá; Ibarra, mejorá; Matellán, continuá;
Basualdo, levantá. Del Bosque no encontraba en el árbol
de las inferiores los frutos de sus sueños y esperó un rato
para hacer un cambio: se fue Macmanaman y entró Savio. Pero Savio
no es Saviola ni mucho menos y no pesó. Y Figo no le puso el pecho
a las circunstancias ( buen jugador pero pecho frío, el Figo) y
los de blanco se fueron deshilachando en la medida en que Riquelme daba
lecciones de fútbol nacional, intercontinental, mundial e interplanetario.
Boca cortó clavos, pero al final pudo cosechar los frutos de su
esfuerzo. En el mismo año ganó la Libertadores y la Intercontinental.
Por eso está tan feliz, como perro con dos dos colas, o dos copas,
bah...
Final
de oído en el barrio
Por P.V.
Da la casualidad que, sin ser
hincha de Boca, vivo en un barrio parque a 500 metros en línea
recta de la Bombonera, un barrio donde los hinchas azules y oro son mayoría,
pero que contiene su selecta colonia riverplatense. El segundo gol de
Palermo terminó de despertarnos. Curioso: los gritos eran tan femeninos
como masculinos.
Vimos el partido sin volumen, lo que nos permitió estar tan atentos
al juego como al folklore antagonista que se desmenuzaba de edificio en
edificio. Cuando Roberto Carlos descontó, quizás envalentonados
por la presión del Real Madrid, algunos hinchas de River abrieron
las ventanas para devolver, aunque fuera, un mínimo golpe:
¡Tomen, bosteros!
El silencio había ganado al barrio. Esos últimos 30 del
primer tiempo se consumieron en un tenso mutismo, y ni siquiera desde
la Bombonerita, ayer transformada en reducto VIP para hinchas opulentos,
llegaban sonidos. Pero cuando arrancó el segundo tiempo y los minutos
entraron a gastarse sin sofocones, los boquenses volvieron a abrir las
ventanas:
¡A ver qué gritás ahora, gallina p...!
Cuando el partido entró en el último cuarto de hora, desde
la Bombonerita comenzó a surgir un vaho rumoroso. Por allá
sonó un cohete: alguien que se anticipaba, que ensayaba la celebración.
De pronto, explotó todo. Durante cinco minutos, el batifondo fue
ensordecedor, casi como cuando gritan un gol a todo trapo en la Bombonera
y los vidrios de mis ventanas vibran con el shock.
¿¡Adónde están, adónde están,
los que alentaban al Real!? gritaba un par de hinchas. En la esquina
de Necochea ya estaban colgando los trapos, la gallina muerta que siempre
ondea, y dos reliquias: un par de banderas que, creo, fueron sustraídas
a los ingleses en México 1986.
Desde la Bombonerita llegaban ya los ecos de los cohetazos. Las bocinas
sacudían el aire trémulo de la mañana, nublada pero
cómplice.
¿Adónde vas? le pregunta un vecino a otro. Se
adivina que las intenciones son distintas. ¡Hoy no se labura!
¡Hoy es feriado nacional!
UNOXUNO
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Córdoba: No mostró la seguridad de otros partidos,
ya que dudó en varias pelotas aéreas. Sin embargo, Boca
no lo necesitó, y el colombiano no tuvo demasiado trabajo.
Tal vez dudó en el gol de Roberto Carlos, aunque el zurdazo
del brasileño fue al ángulo.
Ibarra: Le costó tomarle la vuelta a la marca y Roberto
Carlos lo martirizó con sus subidas. De a poco se fue afirmando,
aunque por su sector llegaron las situaciones más peligrosas.
Casi no pasó al ataque.
Bermúdez: Fue el más firme de la línea
de fondo y durante muchos pasajes sostuvo al equipo. En el juego aéreo
controló a los delanteros rivales y, más allá
de algún sobresalto, terminó anulando sin inconvenientes
a Raúl.
Traverso: Fue el complemento ideal de Bermúdez y se
mostró muy firme en una posición en la que hacía
mucho que no jugaba. Salvo durante un rato de dudas cuando el Real
apretó, luego se mostró bastante seguro.
Matellán: Una de las más gratas revelaciones.
Cerró con firmeza su lateral y no se le presentaron problemas
para controlar nada menos que a Figo. Además intentó
siempre apoyar a un compañero. Como yapa, puso un gran pase
a Delgado en el primer gol de Boca.
Battaglia: Otro de los que tardó una enormidad en hacer
pie en la cancha. Entre MacManaman y Roberto Carlos le hacían
el dos-uno y no lograba coordinar con Ibarra para tomarlos. Recién
en el complementó levantó su nivel.
Serna: Fue el artífice de levantada del mediocampo.
A partir de su firmeza, Boca comenzó a emparejar el trámite
en el primer tiempo. Su contra fue que se juntó demasiado con
la línea de fondo, lo que determinó que el equipo se
retrasara excesivamente.
Basualdo: Recién justificó su presencia en la
cancha en los últimos veinte minutos. Hasta ese momento no
había aportado marca y tampoco fue el socio que necesitaba
Riquelme. En el final exhibió toda su experiencia para ser
uno de los puntales del aguante.
Riquelme: El conductor que Boca necesitaba. Administró
con maestría cada pelota, generó infracciones para aquietar
el ritmo y con sus pases liberó siempre a los compañeros.
Por si fuera poco, metió un pase bárbaro en el segundo
gol y otras dos asistencias geniales que no aprovecharon Delgado y
Battaglia.
Delgado: Jugó su mejor partido en Boca. Desbordó
cada vez que se lo propuso, en base a velocidad y habilidad. Pudo
meter un gol de cuento luego de dejar en el camino a cuatro rivales,
pero su toque rebotó en el hombro de Casillas. Además
se sacrificó para colaborar en defensa.
Palermo: Seis minutos le bastaron para ser elegido el mejor
jugador del encuentro. Primero tocó al gol un centro de Delgado
y luego definió con jerarquía con un zurdazo cruzado
ante un gran pase de Román. Luego casi no tuvo chances, aunque
siempre ganó de arriba para bajarla a un compañero.
Guillermo Barros Schelotto y Burdisso: Apenas jugaron un par
de minutos. |
JUAN
ROMAN RIQUELME FUE LA FIGURA DE BOCA Y DEL ENCUENTRO
Qué partido para jugar tanto fútbol
Las imágenes
de televisión lo seguían. Mientras todo el Real Madrid con
Luis Figo a la cabeza le protestaba al árbitro Ruiz por el poco
tiempo adicionado, Juan Román Riquelme buscaba su trofeo. No le
importaba haber sido la figura más destacada del partido más
importante de su carrera. Casi como un chico le tironeaba de la camiseta
a Figo, ya que se la había prometido para su padre. Recién
cuando se lo cruzó a Carlos Bianchi dejó por un momento
al jugador más caro del mundo para abrazarse con su técnico.
La anécdota que se vivió ayer en Estadio Nacional de Tokio
sirve para pintarlo por completo. Riquelme vivió la final a su
manera. Como si hubiese estado en un potrero en Don Torcuato, en el patio
de su casa o en la Bombonera. El mayor mérito de Román es
que jugó como siempre.
En el repaso del partido se pueden contar tres, a lo sumo cuatro pelotas
mal jugadas: un corner corto al primer palo que derivó en una contra
peligrosa, una gambeta en tres cuartos que no salió, un caño
a Karanka que quedó entre los pies del vasco, y no mucho más.
El resto, magia pura. Así como en la Libertadores quedó
para el recuerdo el caño a Yepes, ahora va a permanecer en la memoria
la última pisada al camerunés Geremi. En un rincón
de la cancha pegado a la raya le mostró la pelota dos veces, se
la escondió otras tantas, amagó a salir para atrás
y a la derecha, terminó escapando para adelante y la izquierda.
El pobre Geremi quedó tan desairado que ni siquiera pudo acertarle
alguna de las patadas que le tiró. Tan a destiempo que el árbitro
no lo debe haber amonestado por los golpes que no pegó, sino por
el ridículo que pasó. Durante el resto del juego ya lo habían
sufrido Makelele, Helguera y todo aquel que intentó quitarle el
balón.
Claro que la producción del 10 de Boca no se limitó sólo
a los chiches. A los seis minutos metió un pase-gol de cincuenta
metros para que Palermo marcara su segundo gol. A lo largo del partido
fue el respirador que utilizó Boca para salir del ahogo al que
por momentos lo sometió el Madrid. Se mostró para recibir
libre, habilitó siempre al compañero mejor ubicado, le resolvió
los problemas a todos haciendo la pausa en el momento justo y metió
otras dos asistencias que no fueron gol porque Delgado y Battaglia no
las supieron aprovechar. Le sobró calidad para brillar por encima
de varias figuras de renombre mundial, y no se llevó la camioneta
que pone en juego la organización porque, justificadamente, los
goles de Palermo pesaron demasiado.
A lo largo de los últimos años, mucho se dijo sobre que
no corría, que jugaba de a ratos, que no aparecía en los
partidos importantes, que... Si quedaba alguna duda, parece que el examen
de ayer es incuestionable. En el, hasta ahora, partido de su vida por
historia, por importancia y por rivales, Riquelme jugó el partido
de su vida. No hacía falta que jugara tanto para demostrar su jerarquía.
Pero qué suerte que lo hizo.
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