Por Susana Viau
El tipo de bigotes, gordito,
zarandeaba la gaseosa al ritmo de su cuerpo que pendulaba hacia atrás
y hacia adelante. El balanceo del gordito no tenía ninguna correspondencia
con lo que pasaba en la pantalla y hacía vibrar o llamaba a silencio
a la pequeña multitud que lo rodeaba. El gordito parecía
hechizado. El suyo era un ejercicio solitario en el interior de la carpa
armada a espaldas del Hilton de Puerto Madero, precisamente para crear
una ficción, para reproducir la sensación del sentimiento
colectivo de las canchas. Como en cualquier campo de juego, la carpa montada
por la Agrupación Xeneixe tuvo populares y plateas. El gordito
estaba en la popular; las plateas tenían mesas donde acodarse.
El desayuno era el mismo para todos los precios. Eso sí, los de
la tribuna tomaban su café en vasos descartables, la platea lo
hacía en tazas de loza, comme-il-faut.
Apenas diez pesos separaban a los privilegiados de la masa. Diez pesos
y unos pocos metros. La ropa fue el verdadero elemento distintivo de la
concurrencia. Las camisas blancas y las corbatas de los plateístas
eran el uniforme oficial de los ejecutivos que un rato más tarde
enfilarían hacia sus oficinas del microcentro. Democráticamente,
unos y otros habían hecho cola desde las cinco de la mañana
para ingresar al lugar con capacidad para 2000 personas. Todos se emparejaron
en el aplauso a Juan Román Riquelme, al Chelo Delgado
y a Martín Palermo. A todos les corrió el mismo sudor frío
por Roberto Carlos. Pero los únicos que merecieron reconvenciones
fueron los del tablón: No salten porque estas no son las
tribunas de la Bombonera, les advirtieron los organizadores. Los
especialistas en deportes sólo reconocieron una cara, la del corredor
Patricio Di Palma.
Un segundo templo de pantallas se había levantado en Locos
por el Fútbol, el local de Torneos Y Competencias, ubicado
en Junín y Vicente López, pleno Barrio Norte. Hasta allí
se había acercado para presenciar el partido Guillermo Nimo, Martín
Souto, conductor de El Aguante y Nancy Pazos, tocada con el
sombrero de paja adornado con chirimbolos auriazules que el lunes había
usado para almorzar con Mirtha Legrand. Un tercer apostadero se instaló
en Paraguay al 1000, en el Centro Cultural e Informativo de la embajada
de Japón. Ahí, junto al agregado Yasushi Imai, a unos pocos
periodistas y a un jugador japonés que ha elegido a Boca para perfeccionarse
en los secretos del fútbol, vieron el encuentro los ex xeneixes
Juan Carlos Lorenzo (ex campeón intercontinental) y Antonio Ubaldo
Rattín, ex capitán del equipo y parte de la historia argentina
tras su provocativa sentada en la alfombra real en el Mundial de 1966.
Por la mañana, las puertas de Boca Juniors se abrieron para que
la hinchada festejara y se adueñara de la segunda bandeja. Después
del mediodía se vio que seguir en ese plan era para problemas y
gastos inútiles en custodia policial. El club se cerró y
los fanáticos fueron condenados a vagar por el barrio o estacionarse
en los quioscos rebosantes de banderas, banderines y gorritos. De tanto
en tanto, alguna bronca. Como la que levantaron en Parque Lezama cinco
muchachitos audaces que salieron a mirar el panorama y sufrir. Llevaban
la camiseta de River pero no prudentemente, en el corazón, sino
con desparpajo. La recorrida duró lo que un suspiro. Les
dieron para el campeonato, fue la moraleja desplegada ante este
diario por un testigo presencial. La marea boquense había invadido
la ciudad. Errática, desconcertada, porque el objeto de sus amores
todavía no había salido de Tokio. Pero a falta de lo mejor
siempre está el obelisco que ayer le robó la escena y la
gloria a La Cibeles.
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