Por Julián
Gorosdicher
Convencido de que es su mayor
carta de rating de la temporada, Canal 13 alteró la rutina según
la cual Expedición Robinson salía una vez por
semana y rematará la historia con una Semana Robinson
que concluirá el viernes, cuando se conozca al ganador, que se
llevará 100 mil dólares y sus treinta minutos de fama. Las
emisiones diarias requieren mayor dramatismo: después de un mes
ya no basta con ver a los sobrevivientes prodigándose esa falsa
cortesía que se dedican desde el principio. La producción
decidió tirar de la cuerda para verlos en acción: un llanto,
un odio dicho a cámara, un baño de espuma tomado de a dos
empezaron a perfilar definitivamente a los personajes. Todo suena grave
y terminal en esta cuenta regresiva: desde las quejas y denuncias de conspiración
de parte de los protagonistas hasta las acotaciones de Julián Weich
en el rol de presentador. Este paraíso dijo el lunes
ahora es lo más parecido al infierno.
Después de un mes, los competidores tienen estatuto de estrellas.
Sus perfiles están bien definidos: la villana, la sensible, el
hombre bueno y trabajador, el pibe de barrio, el tramposo, el veleta.
El show, entonces, no puede postergarse; ya los conocemos y deberíamos
verlos en pleno juego. Por eso, a falta de acercamientos sexuales espontáneos,
es conveniente regalarle al winner (Diego Garibotti) un baño de
espuma para compartir con una de las chicas. Ya no basta en este
clímax que durará hasta el viernes con intuir una
complicidad entre la pareja. Es mejor llevar esa sospecha al extremo cuando,
tras el regalo, Diego y Piqui pasan por el jacuzzi. Este es tiempo de
ver a las estrellas en actividad: para eso les tiran desde un helicóptero
correspondencia, que incluye cartas de amor y fotos de sus más
queridos. Incluso Armando, el cínico del grupo que habría
forjado alianzas a cambio de ofertas de trabajo, se entrega al llanto
frente al retrato de su chica.
Que todo suene bien fuerte y con altoparlantes parece ser el nuevo mandato
de una puesta que agudiza sus tensiones. El lunes, los concursantes debieron
participar de uno de los juegos con máscaras de brujos, de expresiones
horribles. Debía quedar bien explícito que todo se trataba
de una competencia despiadada y que, a partir de ese momento, cada uno
de los otros es un enemigo. En ese camino, el mayor conspirador es la
propia producción, que quiere ver enfrentamientos, cueste lo que
cueste. Se les ha montado un confesionario que pueden aprovechar
dice Weich para decir lo que quieran de los otros. Y
la cámara se entromete cada vez un poco más: por momentos
se vuelve infrarroja, íntima en la oscuridad de la cabaña...
Sin embargo, se mantiene un estilo que hizo del soliloquio un espacio
siempre apto para la confesión y la catarsis. Hay pocas escenas
pescadas in fraganti, pero los monólogos cada vez tienen menos
velos: No quiero convivir con esos cretinos, dijo Piqui. Espero
que el bien termine triunfando sobre el mal.
Hay algo muy interesante en la Semana Robinson, y no es el
agregado de una música para emocionar. Detrás de la puesta
en escena, las stars repentinas imponen sus reglas. Abonan el costado
más perturbador de la TV voyeurista: la vida real se filtra por
la hendija, modifica el lugar común del sistema .Permite que, a
pesar de que las normas pautan un ganador para los 100 mil, se extienda
el rumor de que hay un ardid (hecho entre tres) para ganarlos en conjunto.
Una fracción del equipo sur, la representación del mal,
habría acordado sus votos como una mafia: eliminando a los virtuosos
hace negocio.
Así fue como el winner quedó expulsado. El era esa posibilidad
de triunfo que a la TV tanto le gusta fomentar: lindo y capacitado para
ganar en los juegos. Pero en la isla ya es historia. En los últimos
tiempos todos le atribuían la victoria, y hasta corría el
dato de que habíarenunciado, ya millonario, a su trabajo en una
compañía de autos. Pero la TV voyeurista aun en su
formato menos extremo, sin las audacias de sus parientes europeos o norteamericanos
quiebra el mandato que reserva el éxito a los lindos. Eso no sucede
en la isla desierta, un lugar en el cual guionistas y productores pueden
hacer todo lo posible, pero nunca se quedan con la última palabra.
El más visto
de la jornada
El primer programa de la Semana Robinson fue un acierto
de Canal 13 en la lucha por el rating: se convirtió en el
programa más visto del día, desalojando del sitial
al amo y señor de las mediciones, Videomatch.
El programa de los Robinson midió 22.3 de promedio, contra
22 del de Marcelo Tinelli. La idea de los responsables de programación
del 13 es que con el correr de la semana, ante la certeza de que
la eliminación de participantes irá tornando dramática
la competencia, el rating debería seguir subiendo. En su
horario, de 22 a 23, el programa arrasó; Televisión
Registrada hizo 5.7 por América, el programa de Luis
Majul con Graciela Fernández Meijide 2.2 para el 7, Los
buscas de siempre 8.6 para Azul y Buenos vecinos
14.2 para Telefé.
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