Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO


ESTRENOS DE LA SEMANA

BRUCE WILLIS PROTAGONIZA “EL PROTEGIDO”, DE NIGHT SHYAMALAN
Un sexto sentido, para las boleterías

El nuevo producto del dúo dinámico que hizo estallar las taquillas con �Sexto sentido� regresa ahora con una película que entrega bastante menos de lo que inicialmente promete. A su vez, Jim Carrey, bajo una tupida capa de maquillaje, desafía a los seguidores de Papá Noel en �El Grinch�.

Willis quizá sea un superhéroe y Samuel L. Jackson está allí para hacérselo saber.
“Vivimos tiempos mediocres, se ha perdido la esperanza”, le anuncia el arcángel negro.

Por Luciano Monteagudo

A diferencia de la mayoría de sus colegas de Hollywood, que se toman demasiado tiempo entre una película y la siguiente, el guionista y director M. Night Shyamalan (30 años, norteamericano de origen indio) aprovechó el impresionante, inesperado éxito de Sexto sentido para volver a filmar de inmediato, martillando sobre el hierro caliente. Con otro guión original –que tampoco suelen ser frecuentes estos días en la gran industria audiovisual norteamericana, tan inclinada a las adaptaciones– se volvió a ganar, una vez más, la confianza de Bruce Willis y juntos lanzan ahora El protegido, una película que entrega bastante menos de lo que inicialmente promete.
No se trata de pensar el nuevo producto en comparación con el anterior –sobrevalorado en exceso– sino más bien de considerar El protegido en sus propios términos, a partir de lo que el mismo film insinúa ofrecer y que en definitiva termina proporcionando. El comienzo de El protegido no podría ser mejor y confirma a Night (como lo llaman en Hollywood, para evitar la dificultad de pronunciar un apellido que les resulta ajeno) como a un cineasta con ideas de puesta en escena, dispuesto a reflexionar sobre el valor intrínseco de cada plano, algo que también se ha ido perdiendo en el contexto cada vez más impersonal de las grandes producciones norteamericanas, salidas todas, parecería, de la misma computadora.
Mientras discurren discretamente los títulos, un prolongado plano secuencia informa sobre el viaje en tren de David Dunn (Willis), que regresa a Filadelfia con algo que parece un peso en el alma. Esa angustia evidente no le impide verse tentado a entablar un diálogo con una ocasional compañera de asiento –el campo y contracampo en una misma toma sin cortes, según la posición de la cámara en relación con las butacas, es realmente ingenioso–, pero la fatalidad acecha sobre los rieles. Un terrible accidente acaba súbitamente con el viaje y con la totalidad del pasaje, del que resulta un único sobreviviente... David.
Lo peculiar del caso es que David ni siquiera sale con un rasguño. No sólo los doctores de la guardia (en otro momento inspirado, en el que David resucita mientras otro accidentado muere) no pueden entender cómo salió con vida. El propio David tampoco. Pero allí está para ayudarlo un extraño, sinuoso personaje, Elijah (Samuel L. Jackson), obsesivo coleccionista de comics, casi paralizado por una enferdad congénita, que le sugiere a David que él podría llegar a tener poderes insospechados, de los que no es consciente y a los que tendría que despertar. “Vivimos tiempos mediocres, se ha perdido la esperanza”, lo acicatea Elijah, con voz de trueno y mirada mesiánica.
Si la frase que popularizó Sexto sentido fue “Veo gente muerta”, aquí el director M. Night Shyamalan parece decir todo el tiempo “Veo superhéroes de historieta”. La referencia a los paladines del comic resulta crucial en El protegido, un film cuyo mayor pecado es quizá tomarse demasiado en serio a sí mismo. La solemnidad general de El protegido es, al comienzo, bastante más tolerable, en la medida en que se plantea un misterio: por detrás de la realidad más banal (aquí también hay un niño conflictuado yuna pareja en crisis, como en Sexto sentido) parece latir un espacio mítico, insinuado por las referencias góticas que van poblando la imagen del film. El problema aflora, sin embargo, cuando la película decide pasar del otro lado de la frontera del fantástico, pero en términos realistas, como si se tratara de algo muy grave, cuando en verdad aquello que termina diciendo el film es de una puerilidad alarmante (capa de héroe incluida). La sensación final que deja El protegido, en todo caso, no viene a desmentir aquella que se desprendía de Sexto sentido y es que –contra lo que podrían hacer pensar los golpes de efecto de sus tramas– Night Shyamalan es un guionista mucho menos interesante que el director que le tocó en suerte.

 


 

La Navidad viene vestida de verde

Por Martín Pérez

Cuando al gran maestro de la animación Chuck Jones le preguntaron cuál era el secreto del éxito de su adaptación del Grinch, el autor de Bugs Bunny y el Pato Lucas, entre otros tantos personajes, explicó: “Todo el mundo odia a la Navidad un poco”. Producido para televisión en 1966 y narrado por Boris Karloff, la adaptación de Jones del libro de Dr. Seuss es un clásico del mediometraje animado para televisión y es, sin duda, la base para el Grinch de Jim Carrey y el director Ron Howard, una especie de Hombre de las Nieves (verdes) con un corazón pequeño, pero corazón al fin. Aun cuando aquí aquella máxima de Jones se amplíe un tanto y entonces los odiados –aunque sea un poco– sean quienes festejan la Navidad antes que la Navidad en sí.
Ambientada en una aldea llamada Villaquién, El Grinch es una historia de navidad anticonsumista, cuya fábula enseña que la Navidad es algo más que los regalos. Sus protagonistas son los Quienes, una extraña raza de freaks consumistas, de narices pequeñas y dientes muy grandes. De entre ellos se distingue la pequeña Cindy Lou, que se pregunta desde el comienzo si tanta actividad consumista no es demasiado. Y, claro, el Grinch: freak en tierra de freaks porque ama vivir entre la basura, es tan sucio que sus medias caminan solas y porque –especialmente– detesta las fiestas navideñas.
Encarnado por el Jim Carrey más cercano a The Mask que ha entregado desde su consagración este humorista norteamericano al que se lo ama o se lo odia, su Grinch es un trabajo difícil, ya que detrás de su grueso maquillaje –y del doblaje– poco queda de Carrey allí. Lo que no le impide regalar pequeñas gotas de su humor vitriólico y/o sencillamente tonto (como cuando revisa su agenda y dice “solucionar el hambre en el mundo... y no decírselo a nadie”) durante todo el transcurso de un extraño film infantil que celebra a los niños respondones como Cindy Lou. Y que también presenta padres respondones, como cuando el padre Quién de Cindy Lou debe salir a defenderla.
Barroco hasta llenar todo el cuadro, y presentando a un perro llamado Max que –cuándo no– se robará los suspiros de la platea infantil en cada una de sus apariciones, El Grinch cuenta la historia de cómo su protagonista devino en freak entre freaks, cómo decide robarse la Navidad y cómo –finalmente– su corazón termina ganando un lugar más grande dentro de su pecho. Todo en una hora y media de un film que, a pesar de tanto dulce visual, termina haciéndose largo y porque, mal que le pese a Chuck Jones, nadie se puede permitir odiar demasiado la Navidad como para escaparle al camino más previsible hacia un final nevado y feliz. Aun cuando el falso Papá Noel encarnado por Carrey/Grinch tenga siempre algo más interesante que decir que un remanido “Jo, jo, jo, jo”.

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL