Por Luciano Monteagudo
A diferencia de la mayoría
de sus colegas de Hollywood, que se toman demasiado tiempo entre una película
y la siguiente, el guionista y director M. Night Shyamalan (30 años,
norteamericano de origen indio) aprovechó el impresionante, inesperado
éxito de Sexto sentido para volver a filmar de inmediato, martillando
sobre el hierro caliente. Con otro guión original que tampoco
suelen ser frecuentes estos días en la gran industria audiovisual
norteamericana, tan inclinada a las adaptaciones se volvió
a ganar, una vez más, la confianza de Bruce Willis y juntos lanzan
ahora El protegido, una película que entrega bastante menos de
lo que inicialmente promete.
No se trata de pensar el nuevo producto en comparación con el anterior
sobrevalorado en exceso sino más bien de considerar
El protegido en sus propios términos, a partir de lo que el mismo
film insinúa ofrecer y que en definitiva termina proporcionando.
El comienzo de El protegido no podría ser mejor y confirma a Night
(como lo llaman en Hollywood, para evitar la dificultad de pronunciar
un apellido que les resulta ajeno) como a un cineasta con ideas de puesta
en escena, dispuesto a reflexionar sobre el valor intrínseco de
cada plano, algo que también se ha ido perdiendo en el contexto
cada vez más impersonal de las grandes producciones norteamericanas,
salidas todas, parecería, de la misma computadora.
Mientras discurren discretamente los títulos, un prolongado plano
secuencia informa sobre el viaje en tren de David Dunn (Willis), que regresa
a Filadelfia con algo que parece un peso en el alma. Esa angustia evidente
no le impide verse tentado a entablar un diálogo con una ocasional
compañera de asiento el campo y contracampo en una misma
toma sin cortes, según la posición de la cámara en
relación con las butacas, es realmente ingenioso, pero la
fatalidad acecha sobre los rieles. Un terrible accidente acaba súbitamente
con el viaje y con la totalidad del pasaje, del que resulta un único
sobreviviente... David.
Lo peculiar del caso es que David ni siquiera sale con un rasguño.
No sólo los doctores de la guardia (en otro momento inspirado,
en el que David resucita mientras otro accidentado muere) no pueden entender
cómo salió con vida. El propio David tampoco. Pero allí
está para ayudarlo un extraño, sinuoso personaje, Elijah
(Samuel L. Jackson), obsesivo coleccionista de comics, casi paralizado
por una enferdad congénita, que le sugiere a David que él
podría llegar a tener poderes insospechados, de los que no es consciente
y a los que tendría que despertar. Vivimos tiempos mediocres,
se ha perdido la esperanza, lo acicatea Elijah, con voz de trueno
y mirada mesiánica.
Si la frase que popularizó Sexto sentido fue Veo gente muerta,
aquí el director M. Night Shyamalan parece decir todo el tiempo
Veo superhéroes de historieta. La referencia a los
paladines del comic resulta crucial en El protegido, un film cuyo mayor
pecado es quizá tomarse demasiado en serio a sí mismo. La
solemnidad general de El protegido es, al comienzo, bastante más
tolerable, en la medida en que se plantea un misterio: por detrás
de la realidad más banal (aquí también hay un niño
conflictuado yuna pareja en crisis, como en Sexto sentido) parece latir
un espacio mítico, insinuado por las referencias góticas
que van poblando la imagen del film. El problema aflora, sin embargo,
cuando la película decide pasar del otro lado de la frontera del
fantástico, pero en términos realistas, como si se tratara
de algo muy grave, cuando en verdad aquello que termina diciendo el film
es de una puerilidad alarmante (capa de héroe incluida). La sensación
final que deja El protegido, en todo caso, no viene a desmentir aquella
que se desprendía de Sexto sentido y es que contra lo que
podrían hacer pensar los golpes de efecto de sus tramas Night
Shyamalan es un guionista mucho menos interesante que el director que
le tocó en suerte.
La
Navidad viene vestida de verde
Por
Martín Pérez
Cuando al gran
maestro de la animación Chuck Jones le preguntaron cuál
era el secreto del éxito de su adaptación del Grinch, el
autor de Bugs Bunny y el Pato Lucas, entre otros tantos personajes, explicó:
Todo el mundo odia a la Navidad un poco. Producido para televisión
en 1966 y narrado por Boris Karloff, la adaptación de Jones del
libro de Dr. Seuss es un clásico del mediometraje animado para
televisión y es, sin duda, la base para el Grinch de Jim Carrey
y el director Ron Howard, una especie de Hombre de las Nieves (verdes)
con un corazón pequeño, pero corazón al fin. Aun
cuando aquí aquella máxima de Jones se amplíe un
tanto y entonces los odiados aunque sea un poco sean quienes
festejan la Navidad antes que la Navidad en sí.
Ambientada en una aldea llamada Villaquién, El Grinch es una historia
de navidad anticonsumista, cuya fábula enseña que la Navidad
es algo más que los regalos. Sus protagonistas son los Quienes,
una extraña raza de freaks consumistas, de narices pequeñas
y dientes muy grandes. De entre ellos se distingue la pequeña Cindy
Lou, que se pregunta desde el comienzo si tanta actividad consumista no
es demasiado. Y, claro, el Grinch: freak en tierra de freaks porque ama
vivir entre la basura, es tan sucio que sus medias caminan solas y porque
especialmente detesta las fiestas navideñas.
Encarnado por el Jim Carrey más cercano a The Mask que ha entregado
desde su consagración este humorista norteamericano al que se lo
ama o se lo odia, su Grinch es un trabajo difícil, ya que detrás
de su grueso maquillaje y del doblaje poco queda de Carrey
allí. Lo que no le impide regalar pequeñas gotas de su humor
vitriólico y/o sencillamente tonto (como cuando revisa su agenda
y dice solucionar el hambre en el mundo... y no decírselo
a nadie) durante todo el transcurso de un extraño film infantil
que celebra a los niños respondones como Cindy Lou. Y que también
presenta padres respondones, como cuando el padre Quién de Cindy
Lou debe salir a defenderla.
Barroco hasta llenar todo el cuadro, y presentando a un perro llamado
Max que cuándo no se robará los suspiros de
la platea infantil en cada una de sus apariciones, El Grinch cuenta la
historia de cómo su protagonista devino en freak entre freaks,
cómo decide robarse la Navidad y cómo finalmente
su corazón termina ganando un lugar más grande dentro de
su pecho. Todo en una hora y media de un film que, a pesar de tanto dulce
visual, termina haciéndose largo y porque, mal que le pese a Chuck
Jones, nadie se puede permitir odiar demasiado la Navidad como para escaparle
al camino más previsible hacia un final nevado y feliz. Aun cuando
el falso Papá Noel encarnado por Carrey/Grinch tenga siempre algo
más interesante que decir que un remanido Jo, jo, jo, jo.
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