Por Alfredo Grieco
y Bavio
De Bill Gates a Fidel Castro,
nadie se quiso perder la asunción de Vicente Fox. El ambiente es,
en general, festivo. Todavía nadie, salvo los dinosaurios más
reaccionarios, extraña al PRI. Es que con la asunción del
líder del Partido de Acción Nacional (PAN) llegan a su efectivo
fin los 71 años sin interrupciones del régimen más
viejo del mundo, que el novelista Mario Vargas Llosa llamó la
dictadura perfecta y el historiador Enrique Krauze la presidencia
imperial. Los abusos priístas en el monopolio del poder hicieron
que muchos, a la izquierda y a la derecha, recibieran la noticia de su
derrota electoral con una alegría sin demasiados matices. Con un
cierto déjà vu, que recuerda la felicidad que siguió
a la victoria de Luis Echeverría en 1970: los mismos cumplidos
de los mismos intelectuales (como Carlos Fuentes), el mismo gabinete vistosamente
plural con brillantes posgraduados (aunque treinta años atrás
eran de la UNAM), la misma sensación general del fin de una era.
Primero como gobernador de Guanajuato y después como presidente
electo, Fox consagró las nupcias entre neoliberalismo económico
y conservadurismo social, entre las morales de Coca-Cola y la Iglesia
Católica. Queda por ver si en el largo sexenio que tiene por delante
sus fórmulas de orden y respeto asegurarán el desarrollo
gobernable que este ranchero ha proclamado con inoxidable optimismo. En
la mayor integración con Estados Unidos, que habría de ocurrir
durante esta década con el PRI o sin él, está una
de las claves.
Formados en colegios jesuitas, al igual que Fox, y con las más
variadas profesiones, los Guanajuato Boy forman el núcleo del equipo
de colaboradores presidenciales. Desde 1995, cuando Fox asumió
la gobernación del estado homónimo, acapararon la atención.
Muchos los identifican como una versión a la vez provincial y puesta
al día de los Chicago Boys, aquellos economistas liberales
egresados de la universidad norteamericana, famosos por las reformas que
aplicaron hace dos décadas en el Chile de Pinochet y otros países
latinoamericanos. Nadie se parece más a Fox que Joaquín
Lavín, el derrotado candidato presidencial chileno, con su mismo
perfil a un tiempo católico y pro-business. En un país como
México, laico, donde el Estado suplantó, con éxito
intermitente, a la Providencia, la novedad de estos empresarios que se
persignan es mayor.
Francisco Gil Díaz, un doctor en economía de 57 años,
es el nuevo ministro de Hacienda y uno de los adalides del neo neoliberalismocon-rostrohumano.
Colocados en posiciones estratégicas del gabinete anunciado por
Fox, los Guanajuato Boys operarán desde hoy mezclados
con hombres de negocios, ex ejecutivos, pero también con ex integrantes
de organismos internacionales, académicos y militares.
El vocabulario mismo de Fox está forjado según el modelo
de la gran empresa. Hacendado de 58 años, ex director de Coca-Cola
en México y América latina, ha dicho que eliminar el ineficiente
centralismo político y administrativo que caracterizó el
prolongado ejercicio del poder por el PRI requerirá de toda una
reingeniería gubernamental. Fox también prometió
encabezar una administración que rinda cuentas al Congreso, que
actúe con resultados e instaure una cultura de calidad
en las tareas del gobierno. El concepto reingeniería gubernamental
fue acuñado por Fox cuando gobernó Guanajuato, pero sus
críticos afirman que no generó transformación alguna
y sólo representó cambios en su discurso y el reacomodo
de una burocracia integrada por 50 mil funcionarios.
El traslado del modelo de Guanajuato, estado pequeño y rural, al
gobierno federal de un país de 100 millones de habitantes es una
tarea que Fox emprendió con tesón. Para ello designó
a Eduardo Sojo, un doctor en economía de 44 años formado
en la universidad de Pennsylvania y ex jefe del gabinete económico
en Guanajuato, como uno de cuatro superministros que conducirán
cada una de las futuras áreas en que será dividido elgobierno
federal. Sojo, quien también coordinó la campaña
electoral de Fox, fue investido con el sonoro título de coordinador
de Asesores de Políticas Públicas; en la práctica,
será responsable del área económica, columna vertebral
del nuevo gobierno. Las otras áreas corresponden al desarrollo
social, a los sectores político y judicial, y a la seguridad. Como
el régimen mexicano es el más presidencialista del mundo,
la asunción de un presidente que no es del PRI promete augurar
una transformación inconmensurable en la sociedad, pero sobre todo
en los modos, estilos y contenidos del gobernar. Es posible, sin embargo,
que el cambio sea menos cataclísmico que lo que muchos observadores
desean. Apenas asuma, Fox encontrará severos límites, formales
e informales. No solamente carece de la primera minoría en ambas
cámaras del Congreso sino que su partido gobierna pocos estados
y municipios en todo el país.
En el plano formal, sobre 500 diputados que conforman la Cámara
baja, el Partido Acción Nacional de Fox dispone de 206, y sus aliados
en las presidenciales del Partido Verde Ecologista suman otros 17 escaños,
lo que arrojaría 223. Frente a ellos se encuentran los 211 legisladores
del PRI, los 50 del centroizquierdista Partido de la Revolución
Democrática y los 8 de sus aliados del Partido del Trabajo (PT).
En Senadores, el PRI retiene 60 escaños (sobre 127), frente a 51
del PAN-Ecologistas y 16 del PRD-PT.
Respecto del gobierno de los 31 estados (más el Distrito Federal)
que componen el país, el PRI conserva el gobierno de 20 de ellos,
contra 7 del PAN y 3 del PRD (incluyendo la capital). En el plano comunal
es donde la ventaja del PRI, de una habilidad no superada para el pequeño
clientelismo y las relaciones cara a cara, se vuelve aparentemente insuperable:
1389 municipios están en manos del PRI, 315 del PAN y 268 del PRD.
Desde el punto de vista informal, el ex gerente de Coca-Cola se topará
con una burocracia los cuadros medios del gobierno, de carrera
criados y formados al mejor estilo del PRI, donde solían confluir
partido y Estado. Pero es con ellos, precisamente, que deberá llevar
adelante el éxito de la administración que estrena hoy.
ESPLENDORES
Y MISERIAS DEL PARTIDO MAS VIEJO
El fin de siete décadas de PRIvilegios
Por A.G.B.
Heredero de la Revolución
Mexicana de 1910 que derrocó al dictador Porfirio Díaz,
el PRI (Partido Revolucionario Institucional) celebra hoy el primer traspaso
de poder en 71 años a un gobernante de un partido de oposición.
El presidente mexicano saliente, Ernesto Zedillo, pudo jactarse de que
la permanencia que duró hasta ayer y el recambio que empieza hoy
son una prueba de la estabilidad y paz social prometidas y
conseguidas. Para la oposición, los 71 años sólo
probaron el autoritarismo de un partido hegemónico que cedió
recién en las elecciones de julio pasado.
Partido monopólico de inesperada ductilidad, por 71 años
el PRI resistió todas las embestidas de una realidad que buscaba
abrirse paso hacia un pluralismo democrático auténtico.
En su comienzos, el PRI debió su legitimidad al éxito revolucionario,
y fue el partido de una izquierda anticlerical y nacionalista que se enorgullecía
de haber arrancado el petróleo de las manos extranjeras. Durante
la Guerra Fría, se convirtió en un partido monopólico
como la democracia cristiana en Alemania o Italia, el partido liberal
demócrata en el Japón o el del Congreso en la India
que garantizaba, por los medios que fueran, una integración social
basada en diversos desarrollismos y una barrera contra el comunismo.
La explosión llegó con las revueltas obreras y estudiantiles
de 1968, que culminaron en la matanza de Tlatelolco. Y después
vinieron los años de la efímera bonanza petrolera, del endeudamiento,
del Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá, del efecto tequila,
del levantamiento zapatista en Chiapas, de los delitos económicos
y de las intrigas sangrientas de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari
(1988-1994). Con todo el aparato estatal a su servicio, en cada callejón
sin salida el PRI consiguió gracias a una persuasión
muchas veces violenta el voto de una ciudadanía que sólo
en él veía al partido capaz de presentar una opción
gobernable, abierta a un futuro mejor y mexicano.
La renovación de la elite en el poder en cada sexenio (el período
de seis años que dura la presidencia) fue uno de los secretos de
la permanencia del PRI. En una práctica conocida como el
dedazo, el presidente designaba a su sucesor. Ernesto Zedillo afirmó
muchas veces que se había cortado el dedo. Y fue así
que para las elecciones del año 2000 la candidatura presidencial
de Francisco Labastida se definió en una inédita consulta
directa, inspirada en las primarias norteamericanas. Desarrollo, crecimiento,
bienestar, milagros económicos, movilidad social ascendente, llegada
a la clase media y al título de licenciado son ideales que se asocian
todavía con el PRI. Si la sociedad mexicana votó por el
PAN, no fue porque haya abjurado de ellos. Simplemente, espera ganar con
el recambio y llegar más rápido a donde siempre quiso.
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