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HOY ASUME EN MEXICO VICENTE FOX Y PONE FIN A 71 AÑOS DE GOBIERNO DEL PRI
Llegó el México Inc. del Guanajuato Boy

Al asumir Vicente Fox, por primera vez en siete décadas gobernará México el centroderecha. Aquí, planes y desafíos.

Los andamios se levantaban ayer en México D.F. para el gran acto que Vicente Fox ha montado para hoy.
Será una de las asunciones presidenciales más multitudinarias de la historia mexicana.

Por Alfredo Grieco y Bavio

De Bill Gates a Fidel Castro, nadie se quiso perder la asunción de Vicente Fox. El ambiente es, en general, festivo. Todavía nadie, salvo los dinosaurios más reaccionarios, extraña al PRI. Es que con la asunción del líder del Partido de Acción Nacional (PAN) llegan a su efectivo fin los 71 años sin interrupciones del régimen más viejo del mundo, que el novelista Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta” y el historiador Enrique Krauze “la presidencia imperial”. Los abusos priístas en el monopolio del poder hicieron que muchos, a la izquierda y a la derecha, recibieran la noticia de su derrota electoral con una alegría sin demasiados matices. Con un cierto déjà vu, que recuerda la felicidad que siguió a la victoria de Luis Echeverría en 1970: los mismos cumplidos de los mismos intelectuales (como Carlos Fuentes), el mismo gabinete vistosamente plural con brillantes posgraduados (aunque treinta años atrás eran de la UNAM), la misma sensación general del fin de una era.
Primero como gobernador de Guanajuato y después como presidente electo, Fox consagró las nupcias entre neoliberalismo económico y conservadurismo social, entre las morales de Coca-Cola y la Iglesia Católica. Queda por ver si en el largo sexenio que tiene por delante sus fórmulas de orden y respeto asegurarán el desarrollo gobernable que este ranchero ha proclamado con inoxidable optimismo. En la mayor integración con Estados Unidos, que habría de ocurrir durante esta década con el PRI o sin él, está una de las claves.
Formados en colegios jesuitas, al igual que Fox, y con las más variadas profesiones, los Guanajuato Boy forman el núcleo del equipo de colaboradores presidenciales. Desde 1995, cuando Fox asumió la gobernación del estado homónimo, acapararon la atención. Muchos los identifican como una versión a la vez provincial y puesta al día de los “Chicago Boys”, aquellos economistas liberales egresados de la universidad norteamericana, famosos por las reformas que aplicaron hace dos décadas en el Chile de Pinochet y otros países latinoamericanos. Nadie se parece más a Fox que Joaquín Lavín, el derrotado candidato presidencial chileno, con su mismo perfil a un tiempo católico y pro-business. En un país como México, laico, donde el Estado suplantó, con éxito intermitente, a la Providencia, la novedad de estos empresarios que se persignan es mayor.
Francisco Gil Díaz, un doctor en economía de 57 años, es el nuevo ministro de Hacienda y uno de los adalides del neo neoliberalismo–con-rostro–humano. Colocados en posiciones estratégicas del gabinete anunciado por Fox, los “Guanajuato Boys” operarán desde hoy mezclados con hombres de negocios, ex ejecutivos, pero también con ex integrantes de organismos internacionales, académicos y militares.
El vocabulario mismo de Fox está forjado según el modelo de la gran empresa. Hacendado de 58 años, ex director de Coca-Cola en México y América latina, ha dicho que eliminar el ineficiente centralismo político y administrativo que caracterizó el prolongado ejercicio del poder por el PRI requerirá de toda una “reingeniería gubernamental”. Fox también prometió encabezar una administración que rinda cuentas al Congreso, que actúe con resultados e instaure una cultura “de calidad” en las tareas del gobierno. El concepto “reingeniería gubernamental” fue acuñado por Fox cuando gobernó Guanajuato, pero sus críticos afirman que no generó transformación alguna y sólo representó cambios en su discurso y el reacomodo de una burocracia integrada por 50 mil funcionarios.
El traslado del modelo de Guanajuato, estado pequeño y rural, al gobierno federal de un país de 100 millones de habitantes es una tarea que Fox emprendió con tesón. Para ello designó a Eduardo Sojo, un doctor en economía de 44 años formado en la universidad de Pennsylvania y ex jefe del gabinete económico en Guanajuato, como uno de cuatro “superministros” que conducirán cada una de las futuras áreas en que será dividido elgobierno federal. Sojo, quien también coordinó la campaña electoral de Fox, fue investido con el sonoro título de “coordinador de Asesores de Políticas Públicas”; en la práctica, será responsable del área económica, columna vertebral del nuevo gobierno. Las otras áreas corresponden al desarrollo social, a los sectores político y judicial, y a la seguridad. Como el régimen mexicano es el más presidencialista del mundo, la asunción de un presidente que no es del PRI promete augurar una transformación inconmensurable en la sociedad, pero sobre todo en los modos, estilos y contenidos del gobernar. Es posible, sin embargo, que el cambio sea menos cataclísmico que lo que muchos observadores desean. Apenas asuma, Fox encontrará severos límites, formales e informales. No solamente carece de la primera minoría en ambas cámaras del Congreso sino que su partido gobierna pocos estados y municipios en todo el país.
En el plano formal, sobre 500 diputados que conforman la Cámara baja, el Partido Acción Nacional de Fox dispone de 206, y sus aliados en las presidenciales del Partido Verde Ecologista suman otros 17 escaños, lo que arrojaría 223. Frente a ellos se encuentran los 211 legisladores del PRI, los 50 del centroizquierdista Partido de la Revolución Democrática y los 8 de sus aliados del Partido del Trabajo (PT). En Senadores, el PRI retiene 60 escaños (sobre 127), frente a 51 del PAN-Ecologistas y 16 del PRD-PT.
Respecto del gobierno de los 31 estados (más el Distrito Federal) que componen el país, el PRI conserva el gobierno de 20 de ellos, contra 7 del PAN y 3 del PRD (incluyendo la capital). En el plano comunal es donde la ventaja del PRI, de una habilidad no superada para el pequeño clientelismo y las relaciones cara a cara, se vuelve aparentemente insuperable: 1389 municipios están en manos del PRI, 315 del PAN y 268 del PRD.
Desde el punto de vista informal, el ex gerente de Coca-Cola se topará con una burocracia –los cuadros medios del gobierno, de carrera– criados y formados al mejor estilo del PRI, donde solían confluir partido y Estado. Pero es con ellos, precisamente, que deberá llevar adelante el éxito de la administración que estrena hoy.

 


 

ESPLENDORES Y MISERIAS DEL PARTIDO MAS VIEJO
El fin de siete décadas de PRIvilegios

Por A.G.B.

Heredero de la Revolución Mexicana de 1910 que derrocó al dictador Porfirio Díaz, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) celebra hoy el primer traspaso de poder en 71 años a un gobernante de un partido de oposición. El presidente mexicano saliente, Ernesto Zedillo, pudo jactarse de que la permanencia que duró hasta ayer y el recambio que empieza hoy son una prueba de la “estabilidad y paz social” prometidas y conseguidas. Para la oposición, los 71 años sólo probaron el autoritarismo de un partido hegemónico que cedió recién en las elecciones de julio pasado.
Partido monopólico de inesperada ductilidad, por 71 años el PRI resistió todas las embestidas de una realidad que buscaba abrirse paso hacia un pluralismo democrático auténtico. En su comienzos, el PRI debió su legitimidad al éxito revolucionario, y fue el partido de una izquierda anticlerical y nacionalista que se enorgullecía de haber arrancado el petróleo de las manos extranjeras. Durante la Guerra Fría, se convirtió en un partido monopólico –como la democracia cristiana en Alemania o Italia, el partido liberal demócrata en el Japón o el del Congreso en la India– que garantizaba, por los medios que fueran, una integración social basada en diversos desarrollismos y una barrera contra el comunismo.
La explosión llegó con las revueltas obreras y estudiantiles de 1968, que culminaron en la matanza de Tlatelolco. Y después vinieron los años de la efímera bonanza petrolera, del endeudamiento, del Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá, del efecto tequila, del levantamiento zapatista en Chiapas, de los delitos económicos y de las intrigas sangrientas de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Con todo el aparato estatal a su servicio, en cada callejón sin salida el PRI consiguió –gracias a una persuasión muchas veces violenta– el voto de una ciudadanía que sólo en él veía al partido capaz de presentar una opción gobernable, abierta a un futuro mejor y mexicano.
La renovación de la elite en el poder en cada sexenio (el período de seis años que dura la presidencia) fue uno de los secretos de la permanencia del PRI. En una práctica conocida como “el dedazo”, el presidente designaba a su sucesor. Ernesto Zedillo afirmó muchas veces que “se había cortado el dedo”. Y fue así que para las elecciones del año 2000 la candidatura presidencial de Francisco Labastida se definió en una inédita consulta directa, inspirada en las primarias norteamericanas. Desarrollo, crecimiento, bienestar, milagros económicos, movilidad social ascendente, llegada a la clase media y al título de licenciado son ideales que se asocian todavía con el PRI. Si la sociedad mexicana votó por el PAN, no fue porque haya abjurado de ellos. Simplemente, espera ganar con el recambio y llegar más rápido a donde siempre quiso.

 

 

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