Por Julián
Gorodischer
Expedición Robinson
empezó fría, distante, casi como si no se animara del todo
a imitar la polémica que generaron sus parientes en el resto del
mundo. Y hoy, en su último día, le pasa lo mismo que a los
otros (Gran Hermano, Survivor...): toma un altísimo
perfil que sus productores querrán repetir en la segunda parte
de la saga, a comienzos del año próximo. Aunque lo intentó
desde el principio, no pudo eludir una inquietante pregunta que parece
sellada a fuego en cada nuevo heredero de la TV real: ¿Somos eso?
Hoy todos la formulan, tal vez matizada por el sensacionalismo de PAF,
el ciclo de Jorge Rial, o por el tono sesudo de los opinólogos
en las revistas semanales.
Como si creyeran que los cinco millones cautivos que miraron esta última
Semana Robinson de capítulos diarios sólo
estuvieran esperando una definición sobre el destino del dinero,
la producción ha montado una cortina de hierro sobre los concursantes.
Los custodian como a presos. Pero, ¿es ésa la incógnita
que convirtió a Expedición... en un fenómeno
que trasciende a la pantalla? Esta semana levantó el rating de
otros programas parásitos que se le adosaron (Agrandadytos,
PAF, Siempre listos) a través de la parodia
o el debate. Ayer promedió 23.6, con un pico de 25.5. Y ya ha lanzado
un nuevo astro a la farándula vernácula: Diego Garibotti,
que será Macho Bus en el programa de Nicolás Repetto.
En estas semanas se formaron clubes de fans para varios de los galanes:
uno para el mismo Diego, el del ahora enflaquecido Sebastián, el
que adora a Rodrigo, el chopper. El contraste con Survivor
(su par estadounidense) dirá que sí, que la versión
local habla, aunque sea un poquito, de algo propio. En los Estados Unidos,
Sonia y B.B. sobrevivieron, a los 64, a varias emisiones de Survivor.
Ella sufrió hace unos años un cáncer invasivo. El
está orgulloso de ser viejo y lo repite a los más chicos.
El ganador de la primera tanda es un ídolo que levantó desde
su llegada las banderas de su elección sexual hacia personas de
su mismo sexo. Tampoco quedó afuera el debate sobre la provisión
de profilácticos. Esposas y maridos no tomaron bien que sus cónyuges
partieran con el arsenal de condones a cuestas.
Expedición... fue otra cosa: una mayoría se
integró con jóvenes y atléticos, ahora un poco desgastados,
a excepción de dos veteranos que partieron pronto. ¿Qué
pasó con sus vidas sexuales? Fue la gran incógnita que fue
mostrada. A todos les gustó hablar de todos, y en general el tono
fue despectivo y malicioso, en ausencia, cuando el confesionario garantizó
un secreto invariablemente develado. No es que Expedición...
haya sido demasiado respetuoso: se metió hasta en las axilas sin
depilar de alguna de las chicas, pero en dos meses las vidas íntimas
ni siquiera se rozaron. Quedaron silenciadas, como si de eso no
se hablara.
Mientras Survivor se presenta como el reino de la diferencia,
Expedición Robinson rindió tributo a un ser
nacional bien homogéneo y compacto. Una bandera de la Patria fue
el objeto personal de Sebastián; Adrián (el trabajador portuario,
y candidato con más chances) pagó 50 pesos en un simulacro
de subasta para quedarse con el choripán y el vino tinto.
Sebastián ganó en un juego la posibilidad de encontrarse
con un ser querido, y le trajeron a la madre, que le gritó Miseria
espantosa al verlo flaco. Cantaron tango en la fogata, y creyeron
estar unidos por la añoranza de un abstracto. Con todo,
Expedición... fue sólo un sonado prólogo
de lo que se viene el año próximo: una troupe de nuevos
Robinsones compitiendo con el flamante Gran Hermano en versión
porteña (que se verá por Telefé) en un verdadero
banquete para millones de mirones. Los mismos que hoy a las 23 se quedarán
con las ganas de seguir espiando.
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