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Maratón de cine y video por los derechos humanos

La tercera edición del Festival sobre Derechos Humanos, Medio Ambiente y Desarrollo, con más de 200 films entre cortos y largos, la mayoría inéditos en Argentina, continúa hasta el domingo 10.

“Crónicamente inviavel”, del polémico brasileño Sergio Bianchi.

“Cada mujer, hombre, niña y niño, para materializar su pleno potencial humano, debe ser consciente de todos sus derechos humanos, civiles, culturales, económicos, políticos y sociales.” Tomando como premisa esta resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Instituto Multimedia DerHumALC y la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organizaron la tercera edición del Festival Internacional de Cine y Video sobre Derechos Humanos, Medio Ambiente y Desarrollo, que comenzó ayer y se llevará a cabo hasta el domingo 10 de diciembre, en las salas del Cosmos (Corrientes 2046), El Visionario (Corrientes 1743), Leopoldo Lugones (Corrientes 1530) y Enrique Muiño (Sarmiento 1551). Los contenidos del festival son tan amplios y heterogéneos como lo indica el título mismo de la muestra, pero en las distintas secciones –oficial en concurso para cortos y largos de ficción y documental, paralelas varias no competitivas– hay varios títulos a descubrir.
En la competencia para largos se pueden encontrar, al menos, dos rarezas, a tener muy en cuenta. La primera es Sicilia!, el largometraje más reciente del dúo Danielle Huillet y Jean-Marie Straub, dos cineastas absolutamente fuera de norma dentro del panorama de la producción europea de las últimas tres décadas. De poco más de una hora de duración, Sicilia! es el primer film de la pareja que llega a Buenos Aires y lo hace precedido de las mejores críticas, luego de su estreno en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 1999. La otra curiosidad es Crónicamente inviavel, del brasileño Sergio Bianchi (un aforista del cine), que viene de presentarse en el Festival de Locarno y de levantar toda una polémica en su propio país, con una película tan ambiciosa como políticamente incorrecta. La competencia incluye también tres films argentinos (Campo de sangre, de Gabriel Arbós; Che, un hombre de este mundo, de Marcelo Schapses, y Ciudad sin luz, del santafecino Juan Carlos Arch), más films de Bélgica, Venezuela, Alemania, Estados Unidos, España y Ecuador (Ratas, ratones y rateros, ya exhibida en la competencia del último Festival de Cine Independiente, en abril pasado).
En la sección oficial fuera de concurso se destacan 24/7, opera prima de Shane Meadows, puro realismo sucio británico en blanco y negro, con Bob Hoskins como protagonista; Gabbeh, del iraní Mohsen Majmalbaf, el director de El silencio; el documental Sud, un viaje de la ecléctica realizadora belga Chantal Ackerman por el deep south norteamericano, y La promesa, el film que dio a conocer el cine de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne (también belgas), consagrados luego con la excepcional Rosetta, ganadora de la Palma de Oro en Cannes ‘99.
Las dos retrospectivas del festival están dedicadas a América latina. Por un lado, se verá un panorama del cine brasileño más reciente, con la exhibición, entre otras, de Estorbo, de Ruy Guerra, sobre la novela de Chico Buarque; Un vaso de cólera, psicodrama erótico de Aluizio Abranches, y El primer día, de Walter Salles y Daniela Thompson (se verá en copia video). Por otra parte, habrá una revisión de la obra del legendario documentalista cubano Santiago Alvarez, realizador de más de un centenar de cortos y 600 noticieros, corresponsal de guerra en Vietnam, Laos, Kampuchea, Etiopía y Angola, fundador del noticiero latinoamericano del ICAIC y autor del cine más claramente identificado y comprometido con la Revolución Cubana.

 


 

GUSTAVO GARZON Y LEO MASLIAH EN UN FILM DE ROLY SANTOS
Qué absurdo es haber filmado

Por Horacio Bernades

Definida por su realizador como “drama comedioso”, Qué absurdo es haber crecido podría haber sido, tal vez, una aceptable comedia amarga sobre ciertos grises destinos nacionales, variante con la que se abre. Pero a los diez minutos ya está calcando el modelo Nos habíamos amado tanto en clave criolla (dos hombres y una mujer se reencuentran para revivir y añorar los dorados ‘70), derrapa luego hacia un risible intento de thriller científico, para terminar con medio elenco en París y hablando en francés, mal y sin subtítulos.
Gustavo Garzón es un bioquímico que, harto ya de sus alumnos, se presenta a una beca. La gana. La beca es para investigar en un laboratorio multinacional. Por una de esas casualidades, el laboratorio está justo, justo en el pueblito de su infancia, de donde el protagonista partió para no volver. “Tenía bronca de tener miedo”, dice Garzón cuando baja del ómnibus que lo trae de regreso. Al espectador le pasa algo parecido, temiendo un nuevo reencuentro con la dinámica cliché de esta clase de historias: reencuentro-ilusiones perdidas-choque con la realidaddecepción. Todo ello ocurrirá, como en una pesadilla recurrente, a partir del momento en que Garzón sufra su primer flashback (además de obvios y previsibles, todos aparecen incrustados con la mayor brusquedad) y se reencuentre con su mejor amigo. Este compartió con él una militancia estudiantil (aparentemente basada en la organización de fiestas escolares) y ahora es cura.
Un tono de ligero absurdo, con algunas situaciones logradas y otras no se impone en cada una de las apariciones del cura, por la sencilla razón de que a éste lo encarna Leo Maslíah. Que, más allá del look Grouchonatural, nunca se sabe del todo si titubea para dar un efecto cómico o porque se olvidó la letra. Traída de París por el guión, una escena más adelante aparece la tercera en discordia (Laura Melillo), que en la juventud supo ser la novia del cura, hasta que lo engañó con su mejor amigo. Reunido ya el triángulo alla Nos habíamos amado tanto, al guión se le antojará combinar el más rancio espíritu tanguero (en la línea “Son veinte abriles/que no volverán”) con una subespecie de thriller viral.
Atrapado y torturado (a esa altura, los directivos del laboratorio se convirtieron en bestias), Garzón saca de la manga un par de cócteles molotov, incendia con ellos el establecimiento (¡!) y huye a Francia. En París lo espera una escena que moverá a risa o vergüenza ajena, depende del ánimo que se tenga. Allí, a la pobre Laura Melillo se le hincha una vena, de tanto hacer fuerza contra un idioma que no domina y se le rebela. “Qué absurdo es haber venido”, tal vez piense algún espectador, de esos que siguen apoyando al cine nacional.

 

 

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