Por Irina Hauser
Es un buen momento para
dar un paso al costado, le dijo a Página/12 Horacio Rodríguez
Larreta. Explicaba así por qué decidió renunciar
ayer a su cargo en la intervención del PAMI, facilitando el objetivo
del presidente Fernando de la Rúa de dejar un solo interventor
antes de fin de año. No hay nada raro, insistió
en aclarar. Economista y peronista, después de haber convivido
con miembros de la Alianza en la obra social de los jubilados, el ex funcionario
acaricia ahora la posibilidad, bastante cercana, de incorporarse al equipo
del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruckauf. Una banca
como legislador también figura en su horizonte de aspiraciones.
Rodríguez Larreta dice que no quiere hablar de la época
negra en que su entonces compañero de intervención del PAMI,
el frepasista Angel Tonietto, fue denunciado por favorecer a la clínica
de su esposa y terminó renunciando. Prefiere concentrarse en que
su misión está cumplida y enumera: el saneamiento del instituto,
el llamado a concursos de todas las prestaciones, la incorporación
de mecanismos de control de la gestión y el relanzamiento del sistema
de libre elección de prestadores.
En realidad, Rodríguez Larreta, quien tuvo mucho poder dentro del
PAMI, sabía que su trabajo en el triunvirato de interventores terminaría
el 15 de diciembre, la fecha que el interventor Federico Polak había
previsto para inaugurar el período de normalización del
organismo. Su retirada anticipada en buenas relaciones con el Gobierno
le da un cómodo trampolín para zambullirse en la carrera
política y concretar en un futuro cercano su soñado relanzamiento
del peronismo de Capital Federal. Tengo vocación política
y la voy a ejercer en mi partido, le dijo a este diario el ex funcionario,
que también fue gerente general de la Anses en 1996 y subsecretario
de políticas sociales en 1998, además de haber trabajado
con Eduardo Duhlade y Ramón Palito Ortega.
Por lo pronto, seguirán comandando el instituto hasta mediados
de diciembre Polak y Graciela Rosso. Rodríguez Larreta habrá
dejado cierto legado, ya que permanecerá todo su equipo de la Fundación
Grupo Sophia, que él preside. De la Rúa quiere que la intervención
dure un año más y tal vez con un único interventor,
que probablemente será Polak.
Cuando se abre la página de Internet del Grupo Sophia, fundado
en 1994, aparece una foto de Rodríguez Larreta y una lista de objetivos
entre los que figura el de mejorar al país a partir de la
conformación de un equipo con capacidad y vocación para
asumir responsabilidades públicas. También hay una
lista de cerca de 30 patrocinantes como el Banco de Galicia, Techint y
Telefónica. El Grupo Sophia ha sido frecuentado en algunos eventos
por la actual vicejefa de Gobierno porteño, Cecilia Felgueras,
y el viceministro de Educación, Andrés Delich, entre otros.
En la carta de renuncia Rodríguez Larreta agradece el constante
aval del presidente De la Rúa a pesar de mi condición
de justicialista y elogia a Felgueras, Polak y Rosso. Polak retribuyó
los cumplidos al decir que quedó demostrado que se puede
gestionar con principios comunes con dirigentes de los dos grandes partidos
nacionales. Alabó, además, al interventor saliente,
porque funcionaba como un gerente general. Y quiso transmitir
tranquilidad al decir que no afecta el funcionamiento el hecho de
que se vaya antes de lo previsto.
OPINION
Por Héctor P. Recalde
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Se paró con miedo
La gente paró con miedo.
Realmente es así. El trabajador tiene miedo.
El desocupado, a seguir en esa condición que lo empuja hacia
la marginalidad, que lo puede hacer caer del mundo.
El subocupado tiene temor a que la reducción de su tiempo
de trabajo sea la antesala del infierno.
El que tiene empleo sufre pánico si el cartero llama a su
puerta. Al telegrama, la carta documento que le avisa que su fábrica
cerró o que la empresa reduce el personal, que no lo necesita
más. Buenas tardes, mucho gusto.
O que el patrón se reviró y le dijo: Si no te
gusta, te vas.
Al que está en negro el miedo asciende a la categoría
de pánico, porque además de haber 40 por ciento menos
de sueldo que el compañero que está en blanco, si
lo despiden no tiene ni el miserable y corto subsidio de desempleo.
Frente a tantos miedos, si el paro y medio tuvo tanta fuerza, si
cientos de miles dieron la cara en las calles y las plazas de la
república protestando: ¿no sería oportuno que
el Gobierno analizara estas circunstancias, en lugar de pretender
criminalizar las medidas legítimas de acción directa
(art. 5 ley 23.551)?
Algunos colectiveros fueron detenidos porque discutían con
un compañero que estaba a punto de convertirse en un crumiro,
carnero o si se quiere un mal compañero.
Le explicaban que entendían su estado de necesidad, pero
que todos estaban igual y que era necesario luchar contra la injusticia.
Hubo piñas.
El Gobierno los mandó detener y la Justicia ordenó
su libertad.
En realidad se buscaban chivos expiatorios que justificaran el miedo
que instalaron como acción psicológica previa, para
descalificar la alta adhesión al paro.
También resulta triste tanto el aplauso de los que ayer decían
que el paro es político como los que hoy cambiaron
y después de haber participado en esos paros legítimamente
políticos, afirman como lo hacía aquellos: después
del paro qué.
Estas personas, si hubieran vivido en la Roma imperial, frente a
la rebelión de Espartaco, también habrían dicho
después qué. O si a fines de siglo pasado,
más precisamente ante la huelga por la jornada de trabajo
de 8 horas del 1º de mayo de 1890 que hizo el movimiento obrero
en nuestra patria, interrogaran a los dirigentes por el día
después. Contemporáneamente cuántos de los
que hoy ningunean la fuerza de los trabajadores, ni admiraron el
paro contra la dictadura militar del 27 de abril de 1979. Claro,
había otros que criticaban el paro porque hacían negocios
con la dictadura.
Las huelgas en realidad son la exteriorización del conflicto,
la lucha contra la injusticia.
A veces sus efectos son inmediatos. Por ejemplo ahora, la marcha
atrás con el decreto represor de los jubilados. Pero sus
resultados se dan más allá de los tiempos, porque
hace que la humanidad, aunque sea lentamente, avance hacia estados
de mayor justicia social.
Esa es la fuerza transformadora que sólo tienen los pueblos.
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