Por Julián
Gorodischer
Es un hombre totalmente cambiado:
era un gordito simpático y ahora es el galán de turno, tras
la partida de Diego de la isla. Adelgazó doce kilos y mejoró
su vestuario: dispone de un nuevo y bien tupido fajo de billetes. Sebastián
Martino, el de bajo perfil, el que adora la bandera de la Patria hasta
el punto de llevarla como objeto favorito a la isla de los sueños,
pateó el tablero y sorprendió a todos. Es un nuevo rico
que ya renunció a su trabajo y le birló la estatuilla y
el dinero, sobre la hora, al trabajador portuario que quería salvarse
de una vez por todas. Ese era Adrián, el oso.
Ahora, a unas pocas horas de que el secreto se revele, en el gran salón
de Promofilm al cual accedió Página/12 Sebastián
se esconde en un absoluto bajo perfil. Sabe que, en apenas unas horas,
todos los focos estarán sobre él, y empezará otra
vida. Hasta el lunes a las 23 horas, en un especial en el que Julián
Weich le dará el dinero en mano, seguirá gastando a cuenta.
Pero después... El gran después se anuncia generoso: un
verdadero cambio de vida que se prolongará más allá
de la isla, de los roces, las intrigas, las lecturas sobre la otra Argentina
que los 16 participantes habrían construido en vez del paraíso.
El dinero, en cambio, no admite lecturas dobles: el que viene junto al
fajo de billetes es el nuevo Sebastián, que no pasará necesidades.
Este día, se lo ve distendido: mira junto con los otros el anteúltimo
programa, tirado en el piso y abrazado a una compañera. Nadie piensa
en romances: la soledad de la isla los acostumbró a ser fraternalmente
cariñosos. No abre la boca, como si cualquier comentario trivial
atentara contra el secreto que acató por contrato. Su silencio,
en medio del bullicio de los otros, lo destaca.
Faltan unas horas para el sonado desenlace, y el dinero es el gran tabú.
Todos conocen el nombre del afortunado, pero aquí prefieren hablar
de la imagen negativa que se les está pegando, de los personajes
que se les adosaron junto con la salida al aire del programa. Llega Consuelo
al salón y se entusiasma haciendo unas extrañas tomas de
karate. Dice. Soy la malvada, y se ríe. Aunque unos
minutos después, el tono se vuelva grave. Yo no quería
ser parte de una cosa tipo Gran Hermano se queja.
Hay cosas más importantes en qué pensar que si Armando me
tocó o no la cola. El sólo me dijo que quería abrazarme
para dormir, y el globo se fue inflando.
Ella pertenece al bando de los defraudados: de pronto, no
saben cómo manejar la cascada de cuestionamientos, el grito en
la calle, la ola de llamados en Siempre listos el programa
de Guillermo Andino al cual todos fueron después de la exclusión
que les escupe: No te creo nada. Consuelo, una traductora
que ahora quiere ser actriz y declara en su haber varias ofertas de trabajo,
piensa que el costo de su repentina popularidad es demasiado alto. La
TV argentina es mediocre dice. Así como hablaste mal
de alguien, también hablaste bien. Y pasaste por situaciones extremas
de supervivencia pero en la Semana Robinson prefirieron hacer
un experimento psicológico del tipo Gran hermano. Parecería
que lo único que interesa es saber si Armando me tocó o
no la cola.
¿Pero se la tocó o no?
No, no me la tocó. Eso fue algo que dijo Mariana a la cámara.
Sólo quiso abrazarme por las noches.
Consuelo habla rápido y se disculpa con algunos de sus ex compañeros
que va encontrando en el salón de Promofilms. Hace mucho que no
ve a algunos de ellos. Ahora toma las manos de Mariana y habla bajito.
Al paso, se escucha: Yo no quise.... Puede estar hablando
de una de las tantas infidencias dichas a cámara. Ese yo
no quise... es frecuente en el salón. En la soledad de la
isla se dijo demasiado. La escena íntima anteuna cámara,
en solitario, habilitó confesiones y secretos, invariablemente
develados. Ahora, todos juntos, miran por TV esas puñaladas y deberían
hacer como si no hubiera pasado nada.
¿Pero yo qué te hice?, se inquieta Marisa ante
Rodrigo, en la gran mesa. El, muy bronceado y sereno, la mira sin contestar.
En la pantalla, Rodrigo se excede: Esa petisa es un zorete recagado,
define. Y después se despide, en el mismo tono: De
ustedes, chicas, siempre supe que no podía esperar nada.
Queda claro: el más vehemente de estos ex participantes, que ahora
son famosos y viajarán en los cruceros de Teleshow
y los charters de Versus a partir de la semana próxima,
se siente ofendido.
Yo, para ellos, soy Darth Vader. Me pasé al lado oscuro.
Debo reconocer que es un papel que no me desagrada demasiado. A mí
el público me responde bien porque me ve como un tipo que dice
la verdad y no se calla nada.
¿Por qué está tan enojado?
Todos estuvieron queriendo arreglar algo. Me pregunto si el ganador
no habrá tenido que endulzar a alguno. Ninguno es inocente, aunque
haya salido lloriqueando en cámara. Me molesta que se vea a unos
como Juan Pablo II y a mí como Fidel Castro.
De pronto, él (que acaba de verse siendo excluido de la isla, por
el voto de Sebastián, un ex amigo) pide silencio en
la reunión. Sobran los comentarios de fastidio, un gesto con la
mano de una de las chicas (como si le pegara un tiro con un revólver
imaginario). Pero Rodrigo habla, bien fuerte, y en su estilo.
Dice que sabe que muchos lo cuestionan porque él no cae bien a
muchos. Aunque minutos antes, a solas con el cronista, haya afirmado:
Yo soy muy amplio: me llevo bien con Adrián que es un trabajador
y con Consuelo, una mina de la alta sociedad. En cambio, en el salón
donde están todos, dice: Yo no le caigo bien a cualquiera.
Y unos segundos más tarde, como si librara una revancha, se saca
de encima un fardo pesado: Lo único que me hiere, Sebas,
es que me hayas puesto el voto. Vos eras mi amigo.
El aludido, en un rincón y abrazado con una compañera, no
responde: los reproches, las excusas, los descargos quedaron tan atrás
como la isla. Sebastián, renovado galán tras la partida
de Diego, prefiere las bromas. Pesa doce kilos menos y es el más
gracioso: en la pantalla, improvisa un número clown con una culebra.
Todos ríen. El clima, en el salón, es el que habría
en la proyección del video de un viaje de egresados. Una estudiantina
salió de excursión, y ahora disfruta con los gags del torpe,
el celoso, el hambriento y la comehombres...
En unos días, todo habrá cambiado junto con el fin de la
fiesta. Sebastián tendrá el dinero en el bolsillo (muy
bien ganado, según reconoce Diego, y también los otros),
y dos viajes sólo para famosos -organizados por otros programas
se llevarán a una gran parte del equipo a Brasil y el Caribe. Consuelo,
Rodrigo y Diego quieren ser actores, y se entusiasman cuando cuentan que
sus casillas de mails están atestadas de mensajes de fanáticos.
Marisa, Picky y Mariana volverán a la vida reposada, junto a sus
novios. El Capitán, Armando y algún otro defraudado por
el montaje irán, por un tiempo, a masticar el rencor. Y de cada
una de esas vidas, ya de vuelta y sin los ecos del sueño Robinson,
se irá disipando o tomando nueva forma la premisa que resume la
estadía.
Fue un gran todos contra todos sintetiza Rodrigo
en el salón. Y se sigue mirando en la pantalla.
Un chico de bajo perfil
Sebastián resultó una gran sorpresa, tal vez porque
siempre cultivó el bajo perfil y lo suyo no es la alta competencia.
Prefiere el tono amigable, el mate entre amigos, el intercambio
de experiencias antes que el susurro por lo bajo y el comentario
malintencionado. Ese ha sido, acaso, un punto a su favor. Esa rosca
de intereses cruzados lo hizo llorar en la isla, cuando creyó
que no tenía sentido mantener esa farsa de egoístas
en busca de una buena suma de dinero. Es el gran amigo de Diego,
que siempre tiene una palabra respetuosa hacia los otros. Cuando
todos tiraban a matar contra el devaluado Capitán, él
tuvo la dignidad de rescatarlo: Tiene el egoísmo del
buen deportista, dijo con absoluta seguridad. Rodrigo lo odiará
eternamente por haberlo votado. Y Picky se le pegó en el
último tiempo como una confidente íntima. De él,
sólo se sabe que renunció a su trabajo y que no está
dispuesto a encerrarse en un estudio de abogados o en juzgado después
de la isla desierta. Quiero empezar de nuevo, señaló,
y se supone que, en un tiempo prudencia, tiene con qué hacerlo:
ya había propuesto a sus últimos compañerosrivales,
quedarse en la isla y vender artesanías.
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Ecos
de una polémica mediática
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Por Ricardo Quintela*.
¿Quién
defiende a los hinchas?
¿Quién defiende el derecho a la información
y al entretenimiento de los hinchas de Boca Juniors o el de los
amantes del fútbol que querían ver el partido Boca-Real
Madrid y estaban fuera de la red CableVisión? Es curioso
cómo la sociedad va aceptando los parámetros comerciales
de los intereses privados de las empresas y no tenemos el mismo
tratamiento para la defensa de los derechos humanos que, como personas
tenemos, por ejemplo el derecho a la propia cultura e identidad.
El negocio aparentemente lícito de Cablevisión de
transmitir en exclusiva para Argentina en directo el partido de
Boca Jrs.-Real Madrid está basado en el cese de los derechos
de los que quedan excluidos de la posibilidad de verlo, es decir
en una discriminación ofensiva y humillante para las personas
excluidas. CableVisión no plantea si querés ver el
partido poné mi canal, ya que se trata de todo un sistema
de clientes atados que CableVisión tiene junto
con Multicanal, el grupo Supercanal y algunos independientes, como
es el caso de Telecentro, que se han dividido el mercado en sectores
fijos, cautivos y ahora comienzan a competir para ganarse
clientes los unos a los otros. Es cierto que una persona puede pasarse
de un sistema a otro, pero eso implica romper una serie
de rutinas y acarrea una serie de gastos que, primero, el 50 por
ciento de la población no puede hacer ya que está
fuera del sistema de cable y, además, aunque fuera teóricamente
posible que todos los que quisieran ver el partido aceptaran pasarse
de su sistema al de Cablevisión hubiera sido imposible en
la práctica.
* Diputado de la Nación por el PJ de La Rioja. Miembro
de la Comisión de Comunicaciones e Informática de
la Cámara de Diputados de la Nación.
Por Luis Majul*.
Hay que respetar
las normas
El romanticismo pertenece a una dimensión de la realidad que no
siempre se corresponde con el respeto a la legalidad. Por eso creo
necesario reforzar la polémica desatada por la emisión parcial,
en Canal 7, del partido Boca-Real Madrid, el martes en �Desayuno�,
el programa conducido por Víctor Hugo Morales. Quiero dejar claro
que mi posición no tiene que ver con la figura de Víctor Hugo, al
que quiero y respeto. Pero también comprendo que el argumento de
la pasión por ofrecerle a la gente espectáculos gratis es una enorme
tentación. Sin embargo, para construir sociedades serias y civilizadas
hay que respetar las normas. Y en ese sentido, los 9.3 puntos de
rating que hizo �Desayuno� son claves. Fueron por las imágenes del
partido. Y aunque a mí me da lo mismo quién es dueño de esas imágenes,
transmitirlas sin autorización genera un precedente para adelante.
En todo caso, el derecho a ver fútbol gratis es un tema a discutir,
pero la ley dice que no es viable en este caso. Y si la pasión es
la norma, nos apartamos de la ley. En tal caso, habría que discutir
también si la entrada a la cancha tiene que ser gratis. Desde lo
jurídico, uno puede pensar si (Mauricio) Macri hizo bien en venderle
los derechos a CableVisión. Con o sin Víctor Hugo, iba a haber mucha
gente quejándose. Pero, de todos modos, hay que respetar las normas,
algo que en este país no funciona. En ese marco, pedir que sea gratis
algo que no lo es, es simpático, pero infantil. Porque si bien es
cierto que los amantes del fútbol tienen derecho a ver un partido
gratis, nadie se muere si no lo ve.
*Perdiodista.
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