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LAS ULTIMAS HORAS JUNTO AL GANADOR Y EL RESTO DEL "EQUIPO ROBINSON"
El todos contra todos ya tiene un único vencedor

Los cien mil pesos quedaron finalmente en manos de Sebastián Martino, el abogado que propuso vender artesanías en la remota isla. La trastienda de �Expedición Robinson� estuvo plagada de reproches y pases de facturas.

Queja: �La TV argentina es mediocre. En la �Semana Robinson� prefirieron hacer un experimento psicológico del tipo �Gran hermano��. (Consuelo)

Muchos de los personajes que perdieron en �Expedición Robinson� ahora sueñan con ser actores.

Por Julián Gorodischer

Es un hombre totalmente cambiado: era un gordito simpático y ahora es el galán de turno, tras la partida de Diego de la isla. Adelgazó doce kilos y mejoró su vestuario: dispone de un nuevo y bien tupido fajo de billetes. Sebastián Martino, el de bajo perfil, el que adora la bandera de la Patria hasta el punto de llevarla como objeto favorito a la isla de los sueños, pateó el tablero y sorprendió a todos. Es un nuevo rico que ya renunció a su trabajo y le birló la estatuilla y el dinero, sobre la hora, al trabajador portuario que quería salvarse de una vez por todas. Ese era Adrián, el “oso”.
Ahora, a unas pocas horas de que el secreto se revele, en el gran salón de Promofilm al cual accedió Página/12 Sebastián se esconde en un absoluto bajo perfil. Sabe que, en apenas unas horas, todos los focos estarán sobre él, y empezará otra vida. Hasta el lunes a las 23 horas, en un especial en el que Julián Weich le dará el dinero en mano, seguirá gastando a cuenta. Pero después... El gran después se anuncia generoso: un verdadero cambio de vida que se prolongará más allá de la isla, de los roces, las intrigas, las lecturas sobre la otra Argentina que los 16 participantes habrían construido en vez del paraíso.
El dinero, en cambio, no admite lecturas dobles: el que viene junto al fajo de billetes es el nuevo Sebastián, que no pasará necesidades. Este día, se lo ve distendido: mira junto con los otros el anteúltimo programa, tirado en el piso y abrazado a una compañera. Nadie piensa en romances: la soledad de la isla los acostumbró a ser fraternalmente cariñosos. No abre la boca, como si cualquier comentario trivial atentara contra el secreto que acató por contrato. Su silencio, en medio del bullicio de los otros, lo destaca.
Faltan unas horas para el sonado desenlace, y el dinero es el gran tabú. Todos conocen el nombre del afortunado, pero aquí prefieren hablar de la imagen negativa que se les está pegando, de los personajes que se les adosaron junto con la salida al aire del programa. Llega Consuelo al salón y se entusiasma haciendo unas extrañas tomas de karate. Dice. “Soy la malvada”, y se ríe. Aunque unos minutos después, el tono se vuelva grave. “Yo no quería ser parte de una cosa tipo ‘Gran Hermano’ –se queja–. Hay cosas más importantes en qué pensar que si Armando me tocó o no la cola. El sólo me dijo que quería abrazarme para dormir, y el globo se fue inflando.”
Ella pertenece al bando de los “defraudados”: de pronto, no saben cómo manejar la cascada de cuestionamientos, el grito en la calle, la ola de llamados en “Siempre listos” –el programa de Guillermo Andino al cual todos fueron después de la exclusión– que les escupe: “No te creo nada”. Consuelo, una traductora que ahora quiere ser actriz y declara en su haber varias ofertas de trabajo, piensa que el costo de su repentina popularidad es demasiado alto. “La TV argentina es mediocre –dice–. Así como hablaste mal de alguien, también hablaste bien. Y pasaste por situaciones extremas de supervivencia pero en la ‘Semana Robinson’ prefirieron hacer un experimento psicológico del tipo ‘Gran hermano’. Parecería que lo único que interesa es saber si Armando me tocó o no la cola”.
–¿Pero se la tocó o no?
–No, no me la tocó. Eso fue algo que dijo Mariana a la cámara. Sólo quiso abrazarme por las noches.
Consuelo habla rápido y se disculpa con algunos de sus ex compañeros que va encontrando en el salón de Promofilms. Hace mucho que no ve a algunos de ellos. Ahora toma las manos de Mariana y habla bajito. Al paso, se escucha: “Yo no quise...”. Puede estar hablando de una de las tantas infidencias dichas a cámara. Ese “yo no quise...” es frecuente en el salón. En la soledad de la isla se dijo demasiado. La escena íntima anteuna cámara, en solitario, habilitó confesiones y secretos, invariablemente develados. Ahora, todos juntos, miran por TV esas puñaladas y deberían hacer “como si no hubiera pasado nada”.
“¿Pero yo qué te hice?”, se inquieta Marisa ante Rodrigo, en la gran mesa. El, muy bronceado y sereno, la mira sin contestar. En la pantalla, Rodrigo se excede: “Esa petisa es un zorete recagado”, define. Y después se despide, en el mismo tono: “”De ustedes, chicas, siempre supe que no podía esperar nada”. Queda claro: el más vehemente de estos ex participantes, que ahora son “famosos” y viajarán en los cruceros de “Teleshow” y los charters de “Versus” a partir de la semana próxima, se siente ofendido.
“Yo, para ellos, soy Darth Vader. Me pasé al lado oscuro. Debo reconocer que es un papel que no me desagrada demasiado. A mí el público me responde bien porque me ve como un tipo que dice la verdad y no se calla nada.
–¿Por qué está tan enojado?
–Todos estuvieron queriendo arreglar algo. Me pregunto si el ganador no habrá tenido que endulzar a alguno. Ninguno es inocente, aunque haya salido lloriqueando en cámara. Me molesta que se vea a unos como Juan Pablo II y a mí como Fidel Castro.
De pronto, él (que acaba de verse siendo excluido de la isla, por el voto de Sebastián, “un ex amigo”) pide silencio en la reunión. Sobran los comentarios de fastidio, un gesto con la mano de una de las chicas (como si le pegara un tiro con un revólver imaginario). Pero Rodrigo habla, bien fuerte, y “en su estilo”. Dice que sabe que muchos lo cuestionan porque él no cae bien a muchos. Aunque minutos antes, a solas con el cronista, haya afirmado: “Yo soy muy amplio: me llevo bien con Adrián que es un trabajador y con Consuelo, una mina de la alta sociedad”. En cambio, en el salón donde están todos, dice: “Yo no le caigo bien a cualquiera”. Y unos segundos más tarde, como si librara una revancha, se saca de encima un fardo pesado: “Lo único que me hiere, Sebas, es que me hayas puesto el voto. Vos eras mi amigo”.
El aludido, en un rincón y abrazado con una compañera, no responde: los reproches, las excusas, los descargos quedaron tan atrás como la isla. Sebastián, renovado galán tras la partida de Diego, prefiere las bromas. Pesa doce kilos menos y es el más gracioso: en la pantalla, improvisa un número clown con una culebra. Todos ríen. El clima, en el salón, es el que habría en la proyección del video de un viaje de egresados. Una estudiantina salió de excursión, y ahora disfruta con los gags del torpe, el celoso, el hambriento y la comehombres...
En unos días, todo habrá cambiado junto con el fin de la fiesta. Sebastián tendrá el dinero en el bolsillo (“muy bien ganado”, según reconoce Diego, y también los otros), y dos viajes sólo para famosos -organizados por otros programas– se llevarán a una gran parte del equipo a Brasil y el Caribe. Consuelo, Rodrigo y Diego quieren ser actores, y se entusiasman cuando cuentan que sus casillas de mails están atestadas de mensajes de fanáticos. Marisa, Picky y Mariana volverán a la vida reposada, junto a sus novios. El Capitán, Armando y algún otro defraudado por el montaje irán, por un tiempo, a masticar el rencor. Y de cada una de esas vidas, ya de vuelta y sin los ecos del sueño Robinson, se irá disipando o tomando nueva forma la premisa que resume la estadía.
–Fue un gran “todos contra todos” –sintetiza Rodrigo en el salón. Y se sigue mirando en la pantalla.

 

Un chico de bajo perfil

Sebastián resultó una gran sorpresa, tal vez porque siempre cultivó el bajo perfil y lo suyo no es la alta competencia. Prefiere el tono amigable, el mate entre amigos, el intercambio de experiencias antes que el susurro por lo bajo y el comentario malintencionado. Ese ha sido, acaso, un punto a su favor. Esa rosca de intereses cruzados lo hizo llorar en la isla, cuando creyó que no tenía sentido mantener esa farsa de egoístas en busca de una buena suma de dinero. Es el gran amigo de Diego, que siempre tiene una palabra respetuosa hacia los otros. Cuando todos tiraban a matar contra el devaluado Capitán, él tuvo la dignidad de rescatarlo: “Tiene el egoísmo del buen deportista”, dijo con absoluta seguridad. Rodrigo lo odiará eternamente por haberlo votado. Y Picky se le pegó en el último tiempo como una confidente íntima. De él, sólo se sabe que renunció a su trabajo y que no está dispuesto a encerrarse en un estudio de abogados o en juzgado después de la isla desierta. “Quiero empezar de nuevo”, señaló, y se supone que, en un tiempo prudencia, tiene con qué hacerlo: ya había propuesto a sus últimos compañeros–rivales, quedarse en la isla y vender artesanías.

 

Ecos de una polémica mediática

Por Ricardo Quintela*.
“¿Quién defiende a los hinchas?”

¿Quién defiende el derecho a la información y al entretenimiento de los hinchas de Boca Juniors o el de los amantes del fútbol que querían ver el partido Boca-Real Madrid y estaban fuera de la red CableVisión? Es curioso cómo la sociedad va aceptando los parámetros comerciales de los intereses privados de las empresas y no tenemos el mismo tratamiento para la defensa de los derechos humanos que, como personas tenemos, por ejemplo el derecho a la propia cultura e identidad. El negocio aparentemente lícito de Cablevisión de transmitir en exclusiva para Argentina en directo el partido de Boca Jrs.-Real Madrid está basado en el cese de los derechos de los que quedan excluidos de la posibilidad de verlo, es decir en una discriminación ofensiva y humillante para las personas excluidas. CableVisión no plantea si querés ver el partido poné mi canal, ya que se trata de todo un sistema de clientes “atados” que CableVisión tiene junto con Multicanal, el grupo Supercanal y algunos independientes, como es el caso de Telecentro, que se han dividido el mercado en sectores fijos, “cautivos” y ahora comienzan a competir para ganarse clientes los unos a los otros. Es cierto que una persona puede pasarse de un “sistema” a otro, pero eso implica romper una serie de rutinas y acarrea una serie de gastos que, primero, el 50 por ciento de la población no puede hacer ya que está fuera del sistema de cable y, además, aunque fuera teóricamente posible que todos los que quisieran ver el partido aceptaran pasarse de su sistema al de Cablevisión hubiera sido imposible en la práctica.

* Diputado de la Nación por el PJ de La Rioja. Miembro de la Comisión de Comunicaciones e Informática de la Cámara de Diputados de la Nación.


Por Luis Majul*.
“Hay que respetar las normas”

El romanticismo pertenece a una dimensión de la realidad que no siempre se corresponde con el respeto a la legalidad. Por eso creo necesario reforzar la polémica desatada por la emisión parcial, en Canal 7, del partido Boca-Real Madrid, el martes en �Desayuno�, el programa conducido por Víctor Hugo Morales. Quiero dejar claro que mi posición no tiene que ver con la figura de Víctor Hugo, al que quiero y respeto. Pero también comprendo que el argumento de la pasión por ofrecerle a la gente espectáculos gratis es una enorme tentación. Sin embargo, para construir sociedades serias y civilizadas hay que respetar las normas. Y en ese sentido, los 9.3 puntos de rating que hizo �Desayuno� son claves. Fueron por las imágenes del partido. Y aunque a mí me da lo mismo quién es dueño de esas imágenes, transmitirlas sin autorización genera un precedente para adelante. En todo caso, el derecho a ver fútbol gratis es un tema a discutir, pero la ley dice que no es viable en este caso. Y si la pasión es la norma, nos apartamos de la ley. En tal caso, habría que discutir también si la entrada a la cancha tiene que ser gratis. Desde lo jurídico, uno puede pensar si (Mauricio) Macri hizo bien en venderle los derechos a CableVisión. Con o sin Víctor Hugo, iba a haber mucha gente quejándose. Pero, de todos modos, hay que respetar las normas, algo que en este país no funciona. En ese marco, pedir que sea gratis algo que no lo es, es simpático, pero infantil. Porque si bien es cierto que los amantes del fútbol tienen derecho a ver un partido gratis, nadie se muere si no lo ve.

*Perdiodista.

 

 

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