Por Esteban Pintos
Desde Pampa del Indio, Chaco
Si hubo algo que quedó
en claro después de la fugaz pero edificante visita de un grupo
de músicos populares argentinos a este pequeño pueblito
ubicado en medio de la espesura del monte chaqueño, una porción
de tierra que alguna vez fue parte de la nación toba, es un inmenso
pedido de disculpas. Perdón, dijeron a su debido momento
Javier Calamaro autor de la idea concretada, Ricardo Mollo,
Peteco Carabajal, Alejandro Lerner, Erica García, Juanse, Chango
Farías Gómez, Omar Mollo, Silvia Iriondo, Willy Crook y
elenco. El acto de firma de la escritura del terreno de 102 hectáreas
que la Fundación Artistas Solidarios con Calamaro al frente
entregó a la Comisión Zonal de Tierras Cacique Taygoyic
(una agrupación que reúne delegados en representación
de las 14 comunidades tobas de la región) y que fue adquirido con
la recaudación del cd Pampa del Indio, editado en octubre de 1998,
fue una suerte de pequeño gran acto de reivindicación histórica.
Y, aunque más no sea, un simbólico retorno de territorio
a sus dueños originales. Por otra parte, representaba una rareza
para tanto proyecto solidario dando vueltas por ahí:
los resultados estaban a la vista, el beneficio se concretaba. La comunidad
toba de la zona tendrá, aunque sea, un pedacito más de tierra
para el cultivo del algodón y la subsistencia.
Pampa del Indio es un poblado ubicado dentro del departamento Gral. San
Martín, a 180 kilómetros de la capital de la provincia,
Resistencia, tan lejos del mundo como cerca de la madre naturaleza
(Capital de la hortaliza, rezaba una orgullosa pintada sobre
un acoplado estacionado al lado del edificio municipal). Hay, por supuesto,
kioscos que venden gaseosas y cerveza, antenas de televisión, una
coqueta plaza central, habitantes de piel cetrina y, claro, camisetas
de Boca. Pero también de River. En eso no hubo distinción:
más de 500 personas, los hombres con gorra, las mujeres con pañuelos
en la cabeza, los chicos de pantalón corto casi un instintivo
hábito de vestimenta de supervivencia frente al sol abrasador de
la zona se arrimaron a la puerta de la Municipalidad en busca de
la corporización de varias de las figuras del mundo de la música
que sólo antes habían visto por televisión. En la
escalinata de un gran gimnasio-galpón-salón de actos, estaba
el pequeño escenario al que fueron subiendo, alternativamente,
entusiasmados artistas que cantaron sus canciones con mucho respeto e
indisimulable emoción. Esta sí que es la buena acción
del año, comentaron Ricardo Mollo y Juanse, dos rockers urbanos
embelesados con el cuadro rural que aparecía ante sus ojos. Ellos
dos y Alejandro Lerner, aunque en segundo plano detrás de la notable
popularidad de Peteco Carabajal (también con una de Boca, sólo
que con el emblemático nº 23, obsequio de su comprovinciano
Alfredo Moreno), se llevaban todas las miradas y satisficieron todos los
pedidos de autógrafos. Había que ver la cara de esos pibes
y pibas que se iban, radiantes, con su papelito garabateado por un famoso
de la Capital.
La delegación porteña había arribado a media tarde,
luego de una travesía de unos cincuenta kilómetros desde
el lugar en que aterrizó el avión presidencial Tango 02,
cedido a través de una gestión de la Secretaría de
Cultura del gobierno nacional. Había una rara mezcla de excitación,
alegría y asombro en estos músicos, aun en los que no habían
participado con sus canciones del cd que inició toda esta historia:
está claro que Pampa del Indio no ha formado parte del itinerario
de gira nacional alguna, por más ambiciosa que haya
sido. Por eso, también, la excitación y alegría (moderadas,
o poco explicitada, una característica de la gente del lugar) frente
a la aparición de los artistas. Así pasaron Lerner (Todo
a pulmón, también simbólica dado el contexto
y la situación), Calamaro, los poderosos hermanos Mollo, Peteco
Carabajal por lejos, el más festejado miniset a fuerza de
sus chacareras irresistibles-, Silvia Iriondo, el Chango Farías
Gomez y todos juntos, para cantarCinco siglos igual. Un adecuado
final: hombres y mujeres blancos, que habían pedido perdón
por el despojo histórico, pero que también habían
ayudado a concretar una reparación, entonando versos sobre una
realidad cruel pero inevitable.
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