Por D. F.
En una película de Mel
Brooks, Moisés bajaba del monte con tres grandes piedras precariamente
sostenidas entre sus brazos. Vengo a traer los quince...,
comenzaba a decir. Una de las piedras resbalaba, pulverizándose.
He aquí los diez mandamientos, decía finalmente,
forzado por las circunstancias. La historia del mecánico Gomorra
es diferente. No hubo ninguna caída de ninguna piedra sino, en
realidad, un ataque de ira por el que Moisés destruye los primeros
diez mandamientos que le da Dios. Los que finalmente llegan a la Tierra
son los pertenecientes a una segunda versión. Y Dios elige a Gomorra
para que repare el malentendido. Alberto Muñoz dice que la
primera vez no resultó y es el que creó, cuenta y
actúa esta obra llamada Ten y pensada en homenaje a
otra decena, los años de existencia de Babilonia, en cuya sala
(Guardia Vieja 3360) se estrenó ayer a la noche.
Desde hacía tiempo, tenía ganas de trabajar con un
cuarteto de obras religiosas. Primero hice Abel cazador de Caín
y ahora aparece Ten, los diez mandamientos, cuenta Muñoz.
Esta obra es, en realidad, la primera en que la música es enteramente
de otro autor. Diego Vila, quien además toca el piano y dirige
la orquesta compuesta por Enrique Guerra en contrabajo, Gloria Villa en
violín, Carlos Luriaud en trompeta, escribió los sonidos
para lo que Muñoz define como teatro para el oído
y que se presentará hasta el próximo domingo 10, siempre
a las 21. El equipo se completa con Hernán Maldonado y Ricardo
Roverano, responsables del diseño de iluminación y de la
escenografía. Y, sobre todo, de la máquina. En este
caso la escenografía explica Muñoz no tuvo que
ver con una cuestión de espacio en la escena sino con la construcción
de la máquina, un objeto de arte sobre el cual yo trabajo permanentemente.
Más allá de que su autor soñaba con la idea de una
máquina en escena, aquí hay una razón de peso: Gomorra
es un mecánico. Un mecánico que trabaja en la divinidad,
dice Muñoz. Y además, como buen mecánico obsesionado
con las leyes de Keppler, Gomorra se hace constantemente preguntas que
no corresponden. Preguntas de otra índole. Una característica
que sin duda comparte con su autor.
La pregunta, más bien, es con qué está sostenido
cada uno, contesta (o pregunta) Alberto Muñoz mientras asegura
que ya a los 49 años sé claramente que estoy sostenido
en la poesía, en la función de poeta. Eso hace que, necesariamente,
aparezcan las preguntas de otra índole. Y eso lo lleva a otra reflexión
y a otra definición inevitable: la de poesía. Si uno
presta atención, hay algo sumamente engañoso. Cuando a alguien
se le pregunta `¿de qué vivís?, esa persona
contesta con el dato acerca de cuál es su trabajo rentado. Pero
la pregunta es otra. Y uno debería contestar otras cosas. Yo vivo
de la poesía, por ejemplo. Pero no porque alguien me pague por
ello. Los motivos son otros. Yo no tengo otra posibilidad de comprensión
del mundo que no sea ésta.
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