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Por decreto, las obras sociales
serán jaqueadas por las prepagas

Desde el 1º de enero, las prepagas que lo deseen podrán irrumpir en el negocio de la salud masiva, recibiendo los aportes salariales que hasta ahora sólo podían destinarse a las obras sociales de los sindicatos. Esta reforma extiende la política de privatización hasta una nueva frontera.
Presidente De la Rúa junto a Lombardo (Salud), Colombo (jefe de Gabinete) y Giavarini (Exteriores). El PAMI y las obras sociales de los militares se salvaron por ahora de entrar en este régimen.

Dando término a una larga ceremonia de confusión, el presidente Fernando de la Rúa “y todos sus ministros” firmaron ayer el decreto de desregulación de las obras sociales, por el cual los trabajadores en relación de dependencia adheridos al Sistema Nacional del Seguro de Salud podrán “ejercer su derecho de opción en la elección del prestador” a partir del 1 de enero próximo. En términos prácticos, esto significa que las empresas de medicina prepaga entrarán finalmente a competir abiertamente con las obras sindicales, en la medida en que lo consideren un buen negocio, pudiendo recibir en pago los aportes que por ley efectúan empleados y empleadores sobre el salario. De esta manera se completa la desregulación que, inicialmente, se limitó al ámbito de las obras sociales, al haberse autorizado la migración de los trabajadores de unas a otras, sin importar el gremio al que pertenecieran. Este nuevo paso, que abre el mercado de la salud masiva a las prepagas y a los prestadores privados en general, cumple con una insistente exigencia del Banco Mundial y del propio establishment empresario y los economistas liberales, opuestos a que el Estado y los sindicatos mantuvieran su protagonismo en este disputado servicio.
Según anunció la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, al término de la reunión de Gabinete en la residencia de Olivos, tras varias controversias por el manejo de “las cajas de las obras sociales” el Gobierno decidió introducir cuatro modificaciones al proyecto original, cuya base es la obligación de los prestadores de salud de brindar el así llamado Programa Médico Obligatorio (PMO). Entre las modificaciones que mencionó la ministra figura una mayor participación de “las obras sociales, de empresas prestadoras privadas y demás entidades que se puedan adherir” al sistema en el debate para la confección de las normas regulatorias del nuevo esquema, que, según ordenó en la víspera De la Rúa, deberán estar listas “el 22 de diciembre” como última fecha.
Asimismo, se decidió “excluir al PAMI (Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados) del sistema de competencia”, con lo que se lo diferencia claramente de las restantes obras sociales. También se resolvió utilizar “sólo el 3 por ciento” del Fondo Solidario de Redistribución –en principio se había establecido en el 5 por ciento– para financiar los gastos administrativos de la Superintendencia de Servicios de Salud.
Otra novedad que incorpora el decreto –que, según afirmó el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, “ya estaba firmado por el Presidente” con anterioridad a su viaje a México y “sólo le faltaba la firma de todos los ministros”– es que parte de ese Fondo Solidario será destinado a “cubrir desequilibrios financieros” de obras sociales únicamente “por mora en los aportes”. El decreto establece además que con ese Fondo “se subsidiará automáticamente a aquellos beneficiarios que reciban menores ingresos, con el propósito de equiparar sus niveles de cobertura obligatoria”. Parte del Fondo, uno de los ejes de la discusión gobierno–sindicatos, también “se distribuirá automáticamente entre los agentes del Seguro de Salud que lo soliciten” para poder cumplir coberturas de “alta complejidad o elevado costo y baja frecuencia de utilización”.
Héctor Lombardo, ministro de Salud, aclaró que el decreto “no contiene cambios de fondo” respecto del original que en su momento había impulsado el ex vicepresidente Carlos Alvarez. Indicó que “sólo hay algunas cosas que se corrigen”, como por ejemplo el artículo primero, que decía que entraban todas las obras sociales de la ley 23.660”, y en este caso “no ingresan el PAMI ni las obras de las Fuerzas Armadas”. También indicó que a partir de la puesta en marcha del nuevo sistema, el próximo 1º de enero, habrá un período de transición, porque hay que reglamentar el funcionamiento, los derechos y las obligaciones de prestadores y beneficiarios, determinando cómo se sancionarán los incumplimientos.
Lombardo resaltó que por el nuevo sistema se reemplazará el aporte básico de 40 pesos por núcleo familiar por otros de 20 pesos por afiliado,lo cual, afirmó, “amplía enormemente la posibilidad de atención de los que menos tienen”. De esta manera, en lugar de un monto mínimo por familia, independiente del número de integrantes, se establece una cápita individual, que vuelve variable el piso familiar. El ministro señaló que a la modificación del sistema prestacional de las obras sociales se agregarán otras reformas del sistema público de salud, con la incorporación de médicos de cabecera en los hospitales y el Programa Médico Obligatorio (PMO) “para atender a todos los que no tienen cobertura”.
Bullrich afirmó que hasta el 22 de diciembre se efectuarán “consultas a todos los sectores interesados en adherirse”, entre los que incluyó también a “hospitales y colegios médicos”. Al dar a conocer estos cambios, la ministra desechó la posibilidad de que el sindicalismo declare un paro, tal como había advertido, para repudiar la desregulación. “El Gobierno no cree que vaya a haber un paro, porque acá las obras sociales y sobre todo las de los empleados de menores salarios van a verse totalmente beneficiadas con la libre competencia en materia de salud”, aseguró. Este punto de vista no es compartido por quienes no ven cómo, dados los bajos niveles salariales y las fuertes diferencias remunerativas, la privatización de la salud masiva podrá garantizar prestaciones mínimamente igualitarias para personas de diferente nivel económico, teniendo además en cuenta el nivel de tarifas que cobran las prepagas de cierta confiabilidad.
En general, los valores en juego dentro del nuevo sistema desregulado aparecen como muy distantes de los precios de mercado que aplica la medicina privada. Como ejemplo puede citarse “la cobertura de prestaciones médicas especiales de alta complejidad o elevado costo y baja frecuencia de utilización y las de discapacidad”, a las que se refiere en un punto el decreto ayer suscripto. Para garantizar esta clase de cobertura se dispone distribuir “entre los agentes del Seguro de Salud que lo soliciten” y cumplan los requisitos establecidos “un monto mínimo de pesos uno ($1) mensual por beneficiario”. De hecho, voceros de algunas prepagas manifestaron su desinterés por desembarcar en el negocio si el régimen les imponía la prestación de un Plan Médico Asistencial, que incluya como mínimo la totalidad de las prácticas y servicios del PMO, a cambio de aportes que partieran de un piso de apenas 20 pesos mensuales por beneficiario.
En los últimos años, a pesar de mantenerse la separación entre el campo de la medicina social y la privada, las prepagas ganaron protagonismo en el mercado exclusivo de las obras sociales como prestadoras o, en muchos casos, simples intermediarias entre los sindicatos y sanatorios y clínicas. Algunas prepagas lograron incluso disfrazarse de obras sociales, apropiándose de algunas de ámbito empresario que pertenecieran a firmas ya inexistentes, para colarse en el negocio y posicionarse para el ansiado momento en que la privatización llegara también a este ámbito. Ese momento ha llegado, y el debilitado movimiento sindical no parece contar con fuerzas suficientes para impedirlo, pese al golpe, sobre todo financiero, que le asesta.

 

 

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