Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO


El Huracán Hugo se enfrenta hoy
a sus sindicalistas de siempre

Después de los partidos tradicionales y la vieja Constitución, Hugo Chávez se lanza hoy contra los sindicatos venezolanos.

Afiches en Caracas promoviendo el sí
en el referéndum.

Por Florencia Grieco

Dicen que cuando el hombre es el lobo del hombre, algo parecido al instinto de supervivencia consigue a la larga que el gran Leviatán ponga fin al caos y se haga cargo. Claro que el nuevo orden puede no ser más que un cambio de mando donde el nuevo jefe hace la ley, la trampa y la recompensa; baraja, da de nuevo y se guarda los comodines. Cuando Hugo Chávez se bajó del paracaídas en las puertas del palacio presidencial de Miraflores casi nueve años atrás, su fracaso pareció iluminarlo: comportándose como uno más no iba a llegar muy alto, y metiendo la mano en la lata saqueada sólo podía conseguir las pocas monedas que quedaban. La refundación de la antigua Venezuela “saudita” se hacía necesaria y el heredero bolivariano que había en él estaba listo para ponerla en marcha. Desde entonces –y a pesar de que el mundo miraba al ex golpista con el manual de autoayuda de la OEA en las manos–, Chávez ganó todas las elecciones a las que se presentó, impulsó y apadrinó. Hoy está a punto de prender la vela del último de sus exitosísimos entierros cuando los venezolanos aprueben un referéndum para limpiar las cúpulas sindicales, tan “podridas” como las de los partidos políticos a los que corrió de un codazo (y el 56 por ciento de los votos) dos años atrás. Previsiblemente, la máxima central sindical le saltó al cuello acusándolo de autoritario -junto a un coro de voces internacionales chillando de fondo– para la delicia de esa oposición que se resiste a aceptar que el “Huracán” le sopló el poder porque los venezolanos ya estaban hartos de que los lobos estuvieran a cargo.
Durante décadas, Venezuela fue el botín de guerra compartido por Acción Democrática y Copei. Cuando Chávez cambió las botas por los votos como última ratio de su renovación a fines de 1998, la alternancia acostumbrada entre dos quedó pulverizada por un tercero que contrapesaba con sus floridas palabras la (normalmente fatal) carencia de estructuras políticas, seguidores estables y caciques locales. Era un regreso al nivel humano después de años de administradores enriquecidos gracias a lo que alguna vez habían sido las arcas rebosantes de un país petrolero. El primer golpe en la nuca a adecos (socialdemócratas) y copeyanos (democristianos) fue la presidencia; el remate fue la creación y aprobación electoral de una nueva Constitución chavista que refundaba el país desde cero cuidando hasta los mínimos detalles semánticos de la nueva República Bolivariana de Venezuela. En sintonía con sus declamaciones de tono bíblico, las aguas se abrieron a su paso y Chávez logró que en el mundo hubiese chavistas y antichavistas.
Después de que los partidos tuvieran su turno, poco tiempo debía pasar antes de que el hombre fuerte volviera a las urnas para depurar a los sindicatos, convertidos en el último bastión virgen de la larga mano chavista. Finalmente –después del paro petrolero de cuatro días organizado en octubre por la Federación de Trabajadores Petroleros, en lo que se considera el primer fracaso del “Huracán”–, llegó el día D para poner fin al dominio de la “vieja Venezuela” en el mercado laboral. Los casi 10 millones venezolanos habilitados para votar hoy en las elecciones a concejales y juntas parroquiales (las octavas en menos de 25 meses) deberán decir además sí o no a la pregunta del millón: “¿Está usted de acuerdo con la renovación, en 180 días, de la dirigencia sindical conforme a los principios de alternabilidad y elección universal, directa y secreta, y que se suspendan por ese plazo en sus funciones a los directivos de las centrales, federaciones y confederaciones sindicales establecidos en el país?”.
El plan maestro que tanta indignación sindical, empresaria e internacional generó se convirtió en un recurso impecable para terminar de cerrar lo que alguna vez será conocido como la era Chávez. De un solotiro, el presidente elegido en el ‘98 y relegitimado este año romperá hoy “las cadenas viejas y corruptas” que van desde el nivel más inmediato (local) de representación política hasta el más organizado y ligado a los partidos tradicionales que quedaron al costado del camino neobolivariano. Como paso previo, las airadas reacciones de los damnificados ya habían hecho agua a la hora de impedir que Chávez les pasara la escoba: el 13 de noviembre, la Asamblea Nacional de mayoría oficialista aprobó la consulta, y el miércoles el Tribunal Supremo de Justicia rechazó los cinco pedidos de amparo para suspender el referéndum por considerar que éste “no viola los derechos y garantías constitucionales” consagrados en “el Muchachito” (Carta Magna) chavista.
La Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), controlada por Acción Democrática (y que maneja un presupuesto anual de 24 millones de dólares provenientes de sus afiliados), levantó inmediatamente la voz asegurando que el referéndum es “un misil” de Chávez contra los obreros al someter una cuestión laboral a consulta nacional y violar los derechos a la libre asociación y sindicalización reconocidos internacionalmente. Respaldado por una coalición ad hoc de opositores políticos y organizaciones empresarias, la máxima central sindical -.que agrupa a apenas el 30 por ciento de la mano de obra registrada– advirtió que “haremos resistencia civil. No vamos a entregar los cargos a personas que no sean electas por los trabajadores”. La Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales (Ciosl) envió para la ocasión una delegación que respaldara a la CTV y arrancara alguna concesión de Miraflores, pero ante la impasibilidad de Caracas amenazó con “pedir a todos los gobiernos del mundo que aíslen a Venezuela hasta que todos los venezolanos gocen nuevamente de sus derechos laborales”.
Pero el Huracán no hace distinciones entre “ciudadanos” y “trabajadores”, y si una cuestión es de “interés nacional” no será él quien decida cuándo los votos pueden darle un sí inapelable. Un año atrás, en una manifestación ante la entonces Asamblea Nacional Constituyente, miles de “boinas rojas” chavistas reclamaron que la “podrida y corrupta” CTV fuera disuelta para “democratizar el movimiento sindical venezolano”. Complacido por haber llegado al momento de crear su patria sindical propia, y acostumbrado por propia voluntad a que el mundo lo mire con reservas –su abierta filiación con Castro y la OPEP fueron un aviso explícito de lo que espera que se espere de él–, Chávez se mostró inmutable ante las amenazas nacionales y mundiales. Es que, si es cierto que sus cambios siempre fueron desde arriba, los de abajo parecieron hasta ahora siempre dispuestos a seguirlo. Y si esos votos le aseguran la legitimidad que le permitió reinventar a Venezuela y mantener los gritos opositores a raya, su Constitución aprobada por voto popular le da una legalidad difícil de discutir.
En todo caso, si hay algo peligroso sobre Chávez no es su relativo autoritarismo ni su pintoresco personalismo, sino que agote sus reservas de apoyo popular y no deje más herencia que un país moldeado a su imagen -de hecho, la abstención calculada para las elecciones de hoy supera el 60 por ciento según reconoció el mismo gobierno–. El riesgo de las apuestas de Chávez está en realidad en su (hasta ahora) dudosa efectividad. Después de arrasar con todo lo podrido que había en el país e instalar un Poder Moral para ocupar las “zonas marrones” a las que no llegan los poderes tradicionales, Bolívar sigue sin llegar al llano. La revolución fue política, moral, e incluso cívica. Y sus efectos –al menos simbólicos– dieron a Chávez ese margen de acción que despierta tanta envidia en el continente. Pero la economía está en bancarrota, el grueso de los venezolanos sigue siendo desesperadamente pobre, y está cada vez más expectante porque la revolución permanente llegue a los barrios. Entretanto, las elecciones pasan, las cúpulas desaparecen y las demandas aumentan. Y los viejos lobos siguen al acecho.

 

Claves

La Venezuela de Hugo Chávez irá a las urnas por octava vez en dos años.
Esta vez, habrá un referéndum para aprobar o rechazar la remoción, “en un plazo de 180 días”, a la dirigencia sindical venezolana, último bastión político de los otrora partidos fuertes del país, Acción Democrática y Copei. Además, se elegirán concejales y miembros de las juntas parroquiales en todo el país.
El referéndum sindical despertó el rechazo de todo el espectro político venezolano y de organismos internacionales, que interpretan que se está violando la libertad de sindicalización.
Se descuenta un triunfo para Chávez, pero la abstención será, según fuentes oficiales, superiores al 60 por ciento.

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL