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COMENZO LA AUDIENCIA QUE PUEDE DECIDIR LA ELECCION
Un millón de votos en pugna

Un juez de Florida decidirá si realizar un recuento manual
de 1,1 millones de votos, que hizo traer a su tribunal.

El juez N. Saunders Sauls.
Ahora el más importante del país.

Los votos cuestionados son ingresados
al juzgado de Tallahassee.

En la galería judicial en la que se ha transformado la elecciones norteamericanas se perfilaba ayer un nuevo actor decisivo: el juez N. Saunders Sauls de Tallahassee, la capital de Florida. Ayer este magistrado sostuvo una audiencia de doce horas para decidir si daba lugar al pedido demócrata de que se recuenten los votos disputados de los condados de Palm Beach y Miami-Dade. El equipo del vicepresidente Al Gore espera que estos serán más que suficientes para eliminar la ventaja de 537 votos que su contrincante republicano George W. Bush le lleva en ese estado. Pero el tiempo podría estarse acabando. Ayer los líderes de la mayoría republicana en la Legislatura de Florida anunciaron que el miércoles votarán para otorgar los cruciales 25 votos electorales de ese estado a Bush.
En ese momento convergerán muchos de las diferentes hilos del drama norteamericano. Se estima que para mediados de la semana que viene la Corte Suprema de los Estados Unidos fallará sobre la decisión de su equivalente estadual en Florida de permitir un recuento manual limitado. Si se vuelca a favor de Bush, la ventaja de éste aumentará a 900. Si no lo hace, seguirá en los actuales 570 y le dará una importante victoria moral a Gore. Es también posible que la Corte decida que, como tribunal federal, no le corresponde interferir en la interpretación de leyes estaduales. En cualquier caso, hay que notar que su decisión no decidirá la elección.
El factor clave en estos momentos parecería ser el modesto tribunal del condado de León presidida por el N. Saunders Sauls. El juez ya había ordenado que le llevaran más de un millón de los votos cuestionados de Miami-Dade y Palm Beach, junto a una de las igualmente cuestionadas máquinas de recuento, como evidencia de primera mano y para un posible recuento en el mismo juzgado. El abogado estrella de Gore, David Boies, enfatizó ayer que “los resultados certificados excluyeron numerosos votos legales e incluyen numerosos votos ilegales”. El abogado de Bush, Barry Richard, respondió que un nuevo escrutinio de los votos en Florida “no sería razonable, y (sería) contrario a la ley estadual”. Es probable que el juez pronuncie su fallo mañana, pero también es seguro que el perdedor apelará la decisión a una instancia superior. Mientras tanto, los demócratas ya lanzaron una ofensiva judicial para anular un total de 25.000 votos en otros dos condados por presuntas irregularidades.

 

OPINION
Por Claudio Uriarte

De mal en mejor

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es ni más ni menos que la destrucción (un posmoderno diría deconstrucción) de un proceso electoral llevado a cabo de acuerdo con la ley, pero que ahora está cayendo en pedazos bajo el fuego judicial cruzado de dos bandos cuyo único principio es el triunfo a cualquier precio: los demócratas quieren impugnar los votos postales militares que favorecen a George W. Bush; los republicanos, impedir el recuento manual de unos 14.000 votos confusos que favorecerían a Al Gore; la Corte Suprema de Florida (cuyos siete jueces son demócratas) dio el equivalente a un golpe de Estado judicial al reescribir la ley y autorizar la inclusión de los resultados de los nuevos recuentos de votos en la contabilización final, a lo que la Legislatura del mismo estado (que es de mayoría republicana) contestó con el amague de un golpe de Estado parlamentario al convocarse para el miércoles próximo de modo de designar a los 25 compromisarios floridianos con los resultados existentes (que aún favorecen a Bush) en la fecha límite del 12 de diciembre.
En esta pelea, que se libra simultáneamente sobre varios tableros superpuestos a nivel federal y estadual, la industria del juicio hace alianza con un hiperfederalismo próximo al feudalismo para asegurar que, quienquiera gane el decisivo estado de Florida lo hará bajo una nube de sospechas que acompañará al infeliz ganador a 1600 Pennsylvania Avenue el 20 de enero próximo, y que determinará que el nuevo gobierno se parezca más que nada a una administración de transición hasta las elecciones legislativas de 2002, cuando puede esperarse que alguno de los dos partidos quiebre el virtual empate en bancas que mantienen en las dos cámaras. Pero el círculo vicioso puede tener un irónico desenlace virtuoso, en el hecho de que ninguno de los dos candidatos podrá tener el clima de cooperación bipartidaria que necesitaría para convertir en realidad sus propuestas electorales más peligrosas: del lado de Bush, una defensa antimisiles que alienaría a Rusia y Europa; del lado de Gore, su declarado fanatismo por un intervencionismo a la Kosovo urbi et orbi; y de ambos lados –y en el plano interno– promesas económicas que se cifran en maneras diferentes de despilfarrar el superávit de los años Clinton.
A esto se agregan los signos de desaceleración de la economía norteamericana, para asegurar el equivalente de un gobierno mínimo. Por vías torcidas, se corregiría el intervencionismo de los años Clinton y la economía seguiría siendo un lugar seguro para Alan Greenspan y la Reserva Federal.

 

 

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