Por
Juan José Panno
Cuando se anda derecho, cuando todos los vientos soplan a favor, se empatan
los partidos que debieron perderse y se ganan los que se debieron empatar.
Es así. Boca anda de racha y si tira sobre el paño una ficha
a la marchanta seguro que cae sobre el número que cantarán
enseguida. Pero la verdad es que Boca tiene otros aliados tan incondicionales
como la suerte. ¿O acaso fue un pase afortunado el que le hizo
Riquelme a Palermo en el gol? ¿O acaso fue casualidad que Palermo
estuviera ahí para poner la punta del botín? ¿Se
puede hablar de suerte cuando Riquelme engancha y pisa la pelota en el
vértice del área y espía la llegada de Palermo y
se la pone en reculié para que el pique favorezca a su compañero?
¿Cuántos jugadores hay en este planeta capaces de hacer
un pase de ese tipo? Boca tuvo la suerte de que San Lorenzo no concretara
las situaciones favorables que se le presentaron, pero Boca tuvo clase,
jerarquía y potencia goleadora para concretar el gol que le dio
la victoria y le metió más de medio título en el
bolsillo.
Riquelme no jugó un gran partido. Durante largos pasajes fue absorbido
por la implacable marca del sufrido Michelini; de a ratos se limitó
a tocar hacia los laterales; no pateó ningún tiro libre
peligroso; se quedó cortito en un par de corners y pareció
cansarse más rápido que en otras ocasiones, pero apareció
en el momento en que más lo necesitaba el equipo, como suele ocurrir
con los grandes de verdad.
Palermo jugó sólo un ratito, pero el suficiente para estar
por lo menos un par de veces en situación de gol. Una la mandó
adentro, porque anda derecho, porque está agrandado, porque es
muy bicho y fundamentalmente porque es un goleador de raza de los que
no abundan en estos tiempos. Boca anda derecho y tuvo la suerte de que
Claudio Martín no le sacara la tarjeta a Serna después de
dos intervenciones quirúrgicas de urgencia sobre el pibe Romagnoli
en la arranque del partido. Recién sobre el epílogo el juez
lo amonestó por reiteración de faltas. Eso sí, Serna
aprovechó la suerte de disponer de cierta impunidad y metió
todo el partido hasta batir records de recuperación de pelota.
San Lorenzo tuvo la desgracia (y Boca la suerte) de que Raúl Estévez
se hiciera echar tontamente por un golpe sin pelota a Fagiani, cuando
faltaba media hora para terminar el partido y las reservas físicas
de Boca amenazaban con extinguirse. La expulsión del jugador de
San Lorenzo, que antes en su primera intervención le había
dado duro a Delgado, fue una de las claves del encuentro. Once contra
diez, Boca mezcló deseos con posibilidades, se agrandó y
metió la pelota más cerca de Saja que de Córdoba.
El arquerito de San Lorenzo fue una de las figuras de la cancha. En el
primer tiempo casi no intervino y en el segundo le dio seguridad a sus
compañeros, ganó siempre de arriba y respondió muy
bien con algunos disparos de media distancia, especialmente con uno de
Riquelme que tenía intenso olor a gol. La suerte no le dio una
mano en el pique de la pelota que fue a buscar junto con Palermo y a la
que el grandote llegó primero.
Del otro lado, pudo ocurrir que el excelente remate de Romagnoli que se
estrelló en un poste, después de la volada y el manotazo
de Córdoba, se metiera, pero ocurrió que no, que pegó
y salió. Pero, ¿cuánto de suerte hay en la estirada
del arquero boquense?
San Lorenzo pudo ganar el partido en el final del primer tiempo con dos
llegadas consecutivas (las únicas de un período inicial
espantoso), pero no se le dio ni a Quinteros primero, que le pegó
de chanfle, ni a Franco enseguida, en un mano a mano que resolvió
con buenos reflejos el arquero de Boca. Y no se le dio tampoco en el período
complementario en las ocasiones que provocó cuando el juego se
convirtió en un vibrante ida y vuelta.
El empate no le hubiera quedado mal a un partido que fue medio plomo y
medio vibrante, medio de uno y medio de otro, medio frío y medio
calentito. El empate no hubiera quedado mal, pero Boca puso las cosas
enel lugar que quería porque lo tiene a Riquelme y lo tiene a Palermo,
y tiene la suerte de los campeones y tiene vientos que le soplan a favor
en su vuelo glorioso de estos tiempos.
Las números marcan que el empate lo hubiera dejado a River a tres
puntos y con algunas esperanzas. Pero ahora, en cambio, marcan que Boca
puede consagrarse campeón el miércoles que viene. Si la
suerte sigue ayudando...
Medio
título
- Boca reguló
y dio ventajas en el primer tiempo, pero salió a buscar el
partido desde el arranque del segundo. Cuando su rival se quedó
con 10 por la tonta expulsión de Estévez fue decididamente
al frente. El premio a su búsqueda fue el gol de Palermo.
- San Lorenzo
también mostró dos caras: fue tibio y amarrete en
el primer tiempo y ofensivo y generoso con el espectáculo
en el complemento.
- En el
balance de situaciones de gol, los boquenses sacaron cierta ventaja,
pero el empate no le habría quedado mal al partido.
- Lo mejor
de los 90 minutos fue el ritmo vibrante de gran parte del segundo
período y el genial pase-gol de Riquelme que le dio la victoria
y medio título a Boca.
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LA
BOMBONERA LATIO CON EL FESTEJO
Y
sin embargo, se mueve...
Por
Facundo Martínez
Dos fiestas en una o una dentro de otra. Así se vivió la
tarde que Boca había preparado para sí, para festejar, para
seguir festejando, los frutos de este presente implacable del equipo.
Ayer, como en Tokio, en las tribunas se vieron kimonos, vinchas como las
que usaban los kamikazes, sombreros de paja aunque chinos y no japoneses,
y mucho, en todas las formas posibles, mucho colorido azul y oro. La Copa
Intercontinental, alzada por el capitán Jorge Bermúdez,
recorrió ordenadamente el campo de juego escoltada por todo el
plantel. Y La Bombonera, con casi 60.000 hinchas eufóricos y saltarines,
se sacudió como pocas veces en su historia: con ritmo de fiesta.
No faltó Diego Maradona, ni las alusiones constantes y macabras
para con la gente de River. Pero, así y todo, el terremoto xeneize
aumentó su intensidad tras la sufrida victoria frente a San Lorenzo,
que dejó otra vez a Boca a un pasito de conseguir el torneo local.
Faltando una hora para empezar el partido, las tribunas estaban colmadas.
La gente esperó cantando el comienzo la fiesta que habían
anunciado los dirigentes, una fiesta que fue sobria pero emotiva. Porque,
a diferencia de lo que sucedió en los festejos por los torneos
anteriores, esta vez no hubo un gran despliegue de chucherías como
aquel juguete fortachón con el que Mauricio Macri intentó
inaugurar una nueva y moderna forma de festejar los triunfos. Lo
más llamativo fue una camiseta de Boca gigante que unos muchachos
desplegaron sobre el verde, y unas pelotas de fútbol enormes, de
por lo menos un metro de diámetro, que hicieron a la vez de broches
para mantener estirada la enorme casaca. Estuvieron las infaltables porristas,
los bombos y tamboriles, la música de Rodrigo, pero, sin dudas,
lo mejor de todo fue el griterío de la gente, por momentos inagotable.
Cuando los jugadores salieron a la cancha, para pasear las copas Toyota
e Intercontinental por el recorrido olímpico, una lluvia de papeles
bajó de las tribunas y blanqueó el campo. El plantel dio
la vuelta caminando, despacio, arrastrado por un viento de aplausos interminables.
Bianchi eligió un paso más sereno que los demás pero,
por qué no, más firme. Y tuvo al menos un momento de intimidad,
cuando al pasar por la bandeja de La Doce, escuchó un canto con
su nombre: Que de la mano, de Carlos Bianchi, todos la vuelta vamos
a dar. Ahí nomás, el entrenador llevó su mano
a la cara, después se acomodó la corbata y miró al
cielo, como dando las gracias. Bianchi, el apellido que su abuelo anarquista
trajo al país, y que su padre, Amor, le transfirió, sonó
como nunca antes había lo había hecho, y así lo oyó
el técnico.
Las cargadas a los hinchas de River fueron variadas. Los canciones de
siempre, los regalos de papá y todo eso. Los presentes
pudieron ver dentro del campo a un hombre disfrazado de gallina una
broma de gusto dudoso, quien acompañado de un menor vestido
como japonés, mostraba una bandera que decía: Papá,
gracias por invitarme a tu fiesta.
Después vino el partido. Los hinchas lo siguieron muy atentos,
muchos con los dedos enredados entre los rombos del alambrado. A medida
que pasaban los minutos, y el partido se hacía cada vez más
incierto, el aliento subía o bajaba intermitentemente. Pero al
final, después del gol de Palermo, al final se volvió a
encender la euforia. Y todos los xeneizes gritaron y saltaron, y La Bombonera
tembló y tembló o latió, como dicen... Pero que se
movió, seguro que se movió.
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