Por
Luis Bruschtein
Miguel
Asturias es el hijo menor del escritor guatemalteco y Premio Nobel Miguel
Angel Asturias y hermano de uno de los principales jefes de la guerrilla
de Guatemala, en la actualidad una de las figuras políticas más
importantes de ese país. Llegó a la Argentina con su hermano
Rodrigo para acompañar el exilio de su padre en los años
50 y se quedó a vivir. Su padre debió emigrar por los militares
argentinos y su hermano regresó a Guatemala para convertirse en
el comandante Gaspar. Después de verse obligado a irse del país,
su padre, autor de Hombres de maíz y El señor presidente
recibió el Premio Nobel de Literatura, el primero que se otorgaba
a un novelista de lengua castellana. No pudo volver a ver a su hermano
durante más de veinte años. En las paredes del departamento
hay cuadros dedicados por Rafael Alberti y Castagnino. Pone música
de marimbas en Buenos Aires y cuenta la historia de su familia.
Mi padre llegó en el 48, después de la separación
con mi madre. Rodrigo y yo nos quedamos en Guatemala. El vino como agregado
cultural del gobierno de Arévalo, que era producto de la Revolución
de Octubre que acabó con las dictaduras de esa época. No
era un escritor conocido. Si bien prácticamente ya tenía
escrita toda su obra, había publicado muy poco. Aquí conoció
al editor Gonzalo Losada, que se entusiasmó cuando mi padre le
llevó el original de El señor presidente. Mi padre escribía
sus novelas, las dejaba un tiempo, que podían ser años,
después las retomaba, las corregía y nunca estaba conforme
como para editarlas. Decía que al editarlas le quitaba la intimidad
de lo que él había creado. En esa época conoció
también a su segunda esposa, Blanca Mora y Araujo. Después
estuvo en Francia y más tarde fue embajador en El Salvador. Ya
se hablaba de una posible invasión de Estados Unidos porque el
presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, había sido calificado de
comunista por la OEA. Cuando cayó Arbenz por la invasión,
en 1954, fue el primer embajador que renunció y se exilió
en la Argentina.
¿Y cuándo llegaron usted y su hermano?
Cuando terminamos el secundario. Mi hermano en el 56 y yo
viajé en el 58. Mi hermano es dos años mayor que yo.
Vivíamos en Libertador y Basavilbaso. El día que llegué
estaban esperándome en la casa una de las personas más amigas
de mi padre, el poeta Jorge Atilio Castelpoggi, además de Rafael
Alberti, Elbio Romero, Roa Bastos, Atahualpa Yupanqui, Jaime Dávalos...
Para mí fue bastante difícil ambientarme al medio argentino
porque había una vida cultural muy importante. Mi padre decía
que era la mejor ciudad europea para vivir. Y yo venía
de un medio y de una familia muy tradicional, había estudiado en
un colegio católico, Buenos Aires me deslumbró.
¿Cómo vivió el muchacho de 17 años que
era usted esa irrupción en el mundo cultural que rodeaba a su padre?
Me costó muchísimo integrarme. Primero por mi origen.
Y además porque los otros jóvenes de mi edad tenían
una formación intelectual que yo no tenía. Mis pautas eran
otras. Tuve que aprender rápidamente a ir al cine a ver a Bergman.
Iba al Lorraine, al Cine Núcleo, al teatro independiente. Fue un
cambio muy fuerte y por eso al principio tuve dificultades para hacer
amistad con los hijos de las personas que frecuentaban mi casa. Entablé
una relación mucho más fuerte con sus padres porque el vínculo
no era intelectual, sino puramente afectivo, yo era el hijo de Miguel
Angel, no había discusiones filosóficas.
¿En aquella época su padre no era tan famoso como
después, ¿cómo mantenía a la familia?
Mi padre era el escritor comprometido con una revolución
que recién había caido en Guatemala, que había expresado
el primer proyecto social que quiso instalarse en América. Era
más conocido por eso que como hombre de letras, como lo fue después.
No vivía de sus libros. Era muy amigo del escritor venezolano Miguel
Otero Silva, que era dueño del diario El Nacional de Caracas y
mi padre mandaba dos artículos por semana que sellamaban Buenos
Aires de día y de noche contando la vida cultural y social
de Buenos Aires. Se ganaba la vida como corresponsal.
Era un momento de definiciones para la familia: para su padre el
exilio, la politización de su hermano...
Yo elegí estudiar ingeniería, pero Rodrigo estudió
Leyes en la Universidad de La Plata. Fundó un movimiento que se
llamó MOPLAL, (Movimiento por la Liberación de América
Latina), donde había muchos exiliados de su edad y también
argentinos y recuerdo que para la llegada de Eisenhower a la Argentina,
fue el único movimiento que salió a la calle en contra de
Eisenhower, que había sido el presidente que había propiciado
la invasión a Guatemala. Mi hermano se politizó más,
tomó mayor contacto político con su generación en
la Argentina. Y creo que por eso decidió regresar a Guatemala en
1961.
El clima de Argentina también comenzaba a enrarecerse con
los golpes militares...
Sí. Mi padre no activaba como político, pero sus libros
tenían una fuerte denuncia social, participaba en actos, había
triunfado la revolución cubana y cuando la OEA se reunió
en Punta del
Este, mi padre fue presidente de una conferencia paralela en apoyo a Cuba.
Allí conoció al Che. Viajó a Cuba en 1959 y después
volvió en 1960 como jurado de Casa de las Américas. Ya era
un escritor conocido. En el 62, la misma noche del golpe que volteó
a Frondizi el general Túrolo ordenó arrestar a los intelectuales
de izquierda. Lo recuerdo bien porque esa noche mi padre no estaba en
casa. Llamé a gente amiga para saber qué hacer. Llamé
a la hija de Alberti y me dijo que ya habían pasado para buscar
a su padre, lo mismo a la familia de Elbio Romero, de Portogalo, todos
los amigos estaban ya detenidos. A mi padre lo detuvieron al día
siguiente. Le dolió mucho y eso lo decidió a preparar su
viaje a Europa. Cuando él estaba detenido aquí, mi hermano
estaba detenido en Guatemala. Lo habían capturado cuando buscaba
un lugar en la montaña para la guerrilla. Mi padre decía:
falta que te detengan a vos así vivimos todos gratis de estos
gobiernos... Nunca guardó rencor hacia la Argentina, siempre
tuvo claro por qué lo habían detenido y quiénes.
¿Cuál fue el mejor recuerdo que su padre tenía
de la Argentina, además de los amigos?
Yo creo que compró la casa de Basavilbaso y Libertador, porque
estaba frente a Retiro. Se iba al Tigre en tren, tomaba la lancha Interisleña
y tenía una isla sobre el río Luján, que se llama
Shangri-La, que todavía está. Allí pasaba hasta un
mes entero. Le encantaba y allí terminó de escribir la mayor
parte de sus obras. Yo quiero muchísimo al Tigre porque pasaba
largas temporadas con él. Vivíamos como isleños.
Comprábamos en la lancha almacén, filtrábamos el
agua...
¿Por qué usted no lo acompañó a Europa
cuando su padre decidió marcharse?
Yo decidí quedarme. Me había costado mucho ambientarme
en Buenos Aires, me había costado mucho ingresar a la universidad,
había tenido que rendir equivalencias, más el curso de ingreso.
Ya estaba en segundo año de Ingeniería y la perspectiva
con mi padre era andar por toda Europa sin un plan fijo, sin estabilidad
económica.
¿En ese momento su hermano seguía preso?
Mi papá estaba en Europa, mi hermano preso en Guatemala y
yo acá. Mi hermano cumplió su condena y dio clases en la
Universidad de Guatemala, hasta que un día lo secuestraron y lo
tiraron en el río Usumacinta, en la frontera con México.
Se exilió en ese país, donde trabajó en la editorial
Siglo XXI y después se fue con Orfila Reynal al Fondo de Cultura
Económica. Era la mano derecha de Orfila Reynal. Se quedó
en México hasta 1968. Después se fue a la montaña
para formar el ORPA, que fue la guerrilla de mi hermano. Estuve con él
unas vacaciones en México, en el 68. Pasamos unos tres meses
en su casa y después no volvimos a vernos en casi treinta años.
¿Y cómo se las arreglaba su padre en Europa?
Mi padre se fue en el 62 a Europa. No tenía un lugar
fijo adonde ir. Fue a los países socialistas. Escribió un
libro sobre Rumania y después tomó contacto con la Fundación
Columbiana que tenía su sede en Génova. Daba charlas en
las universidades y vivía de eso. Pasó por París
muchas veces, viajó a la Unión Soviética y escribió
con Pablo Neruda, que fue su gran amigo, sobre Hungría, tomando
como punto de referencia las comidas. El libro se llama Comiendo en Hungría.
Los dos terminaron internados, Pablo por todo lo que se había tomado
y mi padre por lo que había comido.
A pesar de que ya era famoso como escritor, seguía viviendo
un poco a los tumbos...
En mayo del 66 vivía en un palacio abandonado en Génova
que le había dado un noble comunista italiano. Tenía tanto
frío que se metía en la cama para escribir. En abril, se
enteró en la calle que había ganado el Premio Lenin de la
Paz. Cuando estaba en Moscú le avisaron que lo habían designado
embajador de Guatemala en Francia. Había subido un gobierno democrático.
Ese mismo año, el 19 de octubre, se enteró que le daban
el Premio Nobel. En abril era un escritor pobre que vivía en un
palacio semiderruido y prestado y en octubre había recibido el
Lenin, el Nobel y lo habían designado embajador. Aquí La
Prensa publicó un editorial en contra de que le otorgaran el Nobel
porque era comunista, aunque reconocía que mi padre era un gran
escritor. En cambio La Nación editorializó contra el Nobel
y los académicos suecos. Era el primer Premio Nobel a un novelista
en lengua española. Tenía una gran amistad con Charles De
Gaulle y con André Mallraux. Mientras fue embajador viajé
casi todos los años a visitarlo. Y poco antes de su muerte, estuve
seis meses en París con él. Murió en 1974 cuando
estaba de gira por España. Fue un trotamundo y murió como
tal. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaisse en
París. Mi hermano no pudo salir para el entierro. En ese momento
sabían que el comandante de la ORPA era Gaspar Ilón, aunque
no sabían que era mi hermano.
Ya no era Rodrigo Asturias, el hijo del Nobel Miguel Angel Asturias,
sino el comandante Gaspar...
Mi hermano estuvo casi treinta años en la montaña,
organizó un grupo armado llamado ORPA y la mayor parte de su fuerza
estaba integrada por indígenas. Tomó el nombre de Gaspar
Ilón que es un personaje del libro Hombres de maíz que escribió
nuestro padre y que fue la obra que más quiso. Gaspar Ilón
es un personaje que libera al pueblo maya. Cuando comienzan las conversaciones
de paz en 1993 y los comandantes dan la cara en Madrid, los mismos militares
no entendían cómo no se habían dado cuenta de que
Gaspar Ilón era el hijo de Miguel Angel Asturias.
¿Y en todo el tiempo que su hermano estuvo en la montaña,
usted no buscó la forma de tener un contacto, de verse?
Mi hermano estuvo todos esos años en la montaña en
medio de una guerra civil verdaderamente espantosa, muy sangrienta. En
todo ese tiempo no nos vimos. Yo busqué la forma de conseguir un
contacto con él pero fue infructuoso. En 1994 llegó a Buenos
Aires una persona de la URNG, que es la unión de las organizaciones
revolucionarias de Guatemala, y le di una carta para él. En 1995,
cuando murió mi madre viajé a Guatemala. La situación
todavía era tensa, pero tenía la esperanza de encontrarlo.
No pudo ser. Cuando estaba en el centro de la ciudad, un grupo de hombres
me obligó a subir a un auto. Al principio pensé que podrían
ser militares que me secuestraban por ser el hermano de un jefe guerrillero.
Pero era un comando del grupo de Rodrigo. Me dieron un mensaje suyo. Me
explicaba que no podíamos reunirnos porque era muy peligroso, pero
que pensara que estábamos los dos bajo el mismo cielo. Era una
carta muy afectiva.
Su hermano también trataba de comunicarse con usted...
Un año después otro guatemalteco me dio un número
de teléfono. Estuve casi un año, todos los sábados,
llamando sin suerte. Hasta que un día me llamaron, atendí
y reconocí su voz inmediatamente, fue una alegríainmensa.
Me dijo que las cosas estaban mejor y que tenía ocho días
para que nos reuniéramos en México. Viajé inmediatamente
con mi mujer. En ese momento, México, al igual que España,
respaldaba las negociaciones de paz. Algunas de las conversaciones se
realizaban allí, donde los delegados de las organizaciones guerrilleras
podían estar legalmente. Para llegar al hotel donde se realizaban
las negociaciones, mi hermano cambiaba de auto hasta cinco veces y después
se internaban las delegaciones y estaban como quince días sin salir
del hotel. A mí me llevaron a la casa donde estaba en ese momento
en México con todos su comandantes. Nos abrazamos y nos besamos,
los dos casi llorábamos y hacíamos chistes como cuando éramos
chicos, como si no hubiera pasado tanto tiempo, más de 25 años
sin vernos y en los que habían pasado tantas cosas. Al principio
los otros comandantes de la guerrilla, hombres duros, formados en la montaña
con mi hermano, parecían incómodos porque lo veían
a Rodrigo, Gaspar para ellos, su comandante, emocionado y actuando como
un chico. Poco a poco se fueron ablandando ellos también y a reírse
con nosotros.
¿Lo encontró cambiado, pudieron hablar a pesar de
las negociaciones de paz?
En la casa nos veíamos poco, porque estaba permanentemente
en reuniones. Un día me dijo que para que estuviéramos cómodos,
nos fuéramos a Acapulco. Y allí nos fuimos, con sus guardaespaldas
siempre. Tomamos dos habitaciones vecinas que se unían por una
puerta. Lo primero que hicimos esa tarde fue abrir una botella de whisky,
que él había reservado para esa ocasión. Después
prendimos la televisión y nos quedamos mirando un partido de béisbol
de las grandes ligas, como hacíamos cuando éramos adolescentes.
Era nuestra pasión en Guatemala donde el béisbol es el deporte
más popular, íbamos al estadio y nos pasábamos tardes
enteras mirando los partidos por la televisión. Nuestras esposas
no lo podían creer, que estuviéramos los dos grandotes mirando
la televisión como chicos. Ahora nos vemos un poco más seguido,
él es una figura muy importante en Guatemala. Y acabo de viajar
porque en el Palacio Nacional se inauguró una muestra permanente
sobre nuestro padre. Y coincidió con su cumpleaños. Los
dos editamos un CD. Son poesías de mi padre recitadas por él.
Se las grababa yo cuando nos encontrábamos. Y Rodrigo le puso un
fondo con música de marimbas.
¿Por
que Miguel Asturias?
Por L.B.
La novela de los latinoamericanos
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Se
trata de una historia de vida que perfectamente podría ser
una novela de América latina incluida Argentina
en la segunda mitad del siglo XX. Hay detalles fascinantes, como
el de los generales argentinos expulsando por comunistas a intelectuales
como el mismo Miguel Angel Asturias, o Rafael Alberti, a los que
muchos gobiernos occidentales recibían con los brazos abiertos
para enriquecer sus ámbitos culturales. O los editoriales
de La Prensa y La Nación enfurecidos porque le habían
otorgado el Premio Nobel a un comunista, aunque fuera un gran escritor.
Pero también es una historia que habla de perseguidos políticos,
prácticamente crucificados por los gobiernos que, de repente,
podían convertirse en embajadores, como le pasó a
Asturias. O a su hijo Rodrigo,que combatió en las montañas
durante más de 25 años y ahora, tras el proceso de
paz ha pasado a ser una de las figuras políticas más
importantes y respetables de su país. América latina,
incluyendo a la Argentina, es así.
Miguel, que se quedó a vivir en Buenos Aires, se convirtió
en el testigo a veces lejano, a veces íntimo, de esa historia
de la que es también protagonista y cuyo escenario es todo
el mundo.
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