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LA HISTORIA DE LOS ASTURIAS DE GUATEMALA CONTADA DESDE BUENOS AIRES
Un ingeniero, un Premio Nobel y un guerrillero

Miguel Asturias reside en Argentina desde 1958 y aquí se recibió de ingeniero. Su padre, Miguel Angel, debió salir del país por presiones de los militares y su hermano Rodrigo encontró su destino en las montañas de Guatemala donde es más conocido como el comandante Gaspar Ilón, que es el nombre del protagonista de una de las novelas de su padre.

Por Luis Bruschtein

Miguel Asturias es el hijo menor del escritor guatemalteco y Premio Nobel Miguel Angel Asturias y hermano de uno de los principales jefes de la guerrilla de Guatemala, en la actualidad una de las figuras políticas más importantes de ese país. Llegó a la Argentina con su hermano Rodrigo para acompañar el exilio de su padre en los años 50 y se quedó a vivir. Su padre debió emigrar por los militares argentinos y su hermano regresó a Guatemala para convertirse en el comandante Gaspar. Después de verse obligado a irse del país, su padre, autor de Hombres de maíz y El señor presidente recibió el Premio Nobel de Literatura, el primero que se otorgaba a un novelista de lengua castellana. No pudo volver a ver a su hermano durante más de veinte años. En las paredes del departamento hay cuadros dedicados por Rafael Alberti y Castagnino. Pone música de marimbas en Buenos Aires y cuenta la historia de su familia.
–Mi padre llegó en el ‘48, después de la separación con mi madre. Rodrigo y yo nos quedamos en Guatemala. El vino como agregado cultural del gobierno de Arévalo, que era producto de la Revolución de Octubre que acabó con las dictaduras de esa época. No era un escritor conocido. Si bien prácticamente ya tenía escrita toda su obra, había publicado muy poco. Aquí conoció al editor Gonzalo Losada, que se entusiasmó cuando mi padre le llevó el original de El señor presidente. Mi padre escribía sus novelas, las dejaba un tiempo, que podían ser años, después las retomaba, las corregía y nunca estaba conforme como para editarlas. Decía que al editarlas le quitaba la intimidad de lo que él había creado. En esa época conoció también a su segunda esposa, Blanca Mora y Araujo. Después estuvo en Francia y más tarde fue embajador en El Salvador. Ya se hablaba de una posible invasión de Estados Unidos porque el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, había sido calificado de comunista por la OEA. Cuando cayó Arbenz por la invasión, en 1954, fue el primer embajador que renunció y se exilió en la Argentina.
–¿Y cuándo llegaron usted y su hermano?
–Cuando terminamos el secundario. Mi hermano en el ‘56 y yo viajé en el ‘58. Mi hermano es dos años mayor que yo. Vivíamos en Libertador y Basavilbaso. El día que llegué estaban esperándome en la casa una de las personas más amigas de mi padre, el poeta Jorge Atilio Castelpoggi, además de Rafael Alberti, Elbio Romero, Roa Bastos, Atahualpa Yupanqui, Jaime Dávalos... Para mí fue bastante difícil ambientarme al medio argentino porque había una vida cultural muy importante. Mi padre decía que “era la mejor ciudad europea para vivir”. Y yo venía de un medio y de una familia muy tradicional, había estudiado en un colegio católico, Buenos Aires me deslumbró.
–¿Cómo vivió el muchacho de 17 años que era usted esa irrupción en el mundo cultural que rodeaba a su padre?
–Me costó muchísimo integrarme. Primero por mi origen. Y además porque los otros jóvenes de mi edad tenían una formación intelectual que yo no tenía. Mis pautas eran otras. Tuve que aprender rápidamente a ir al cine a ver a Bergman. Iba al Lorraine, al Cine Núcleo, al teatro independiente. Fue un cambio muy fuerte y por eso al principio tuve dificultades para hacer amistad con los hijos de las personas que frecuentaban mi casa. Entablé una relación mucho más fuerte con sus padres porque el vínculo no era intelectual, sino puramente afectivo, yo era el hijo de Miguel Angel, no había discusiones filosóficas.
–¿En aquella época su padre no era tan famoso como después, ¿cómo mantenía a la familia?
–Mi padre era el escritor comprometido con una revolución que recién había caido en Guatemala, que había expresado el primer proyecto social que quiso instalarse en América. Era más conocido por eso que como hombre de letras, como lo fue después. No vivía de sus libros. Era muy amigo del escritor venezolano Miguel Otero Silva, que era dueño del diario El Nacional de Caracas y mi padre mandaba dos artículos por semana que sellamaban “Buenos Aires de día y de noche” contando la vida cultural y social de Buenos Aires. Se ganaba la vida como corresponsal.
–Era un momento de definiciones para la familia: para su padre el exilio, la politización de su hermano...
–Yo elegí estudiar ingeniería, pero Rodrigo estudió Leyes en la Universidad de La Plata. Fundó un movimiento que se llamó MOPLAL, (Movimiento por la Liberación de América Latina), donde había muchos exiliados de su edad y también argentinos y recuerdo que para la llegada de Eisenhower a la Argentina, fue el único movimiento que salió a la calle en contra de Eisenhower, que había sido el presidente que había propiciado la invasión a Guatemala. Mi hermano se politizó más, tomó mayor contacto político con su generación en la Argentina. Y creo que por eso decidió regresar a Guatemala en 1961.
–El clima de Argentina también comenzaba a enrarecerse con los golpes militares...
–Sí. Mi padre no activaba como político, pero sus libros tenían una fuerte denuncia social, participaba en actos, había triunfado la revolución cubana y cuando la OEA se reunió en Punta del Este, mi padre fue presidente de una conferencia paralela en apoyo a Cuba. Allí conoció al Che. Viajó a Cuba en 1959 y después volvió en 1960 como jurado de Casa de las Américas. Ya era un escritor conocido. En el ‘62, la misma noche del golpe que volteó a Frondizi el general Túrolo ordenó arrestar a los intelectuales de izquierda. Lo recuerdo bien porque esa noche mi padre no estaba en casa. Llamé a gente amiga para saber qué hacer. Llamé a la hija de Alberti y me dijo que ya habían pasado para buscar a su padre, lo mismo a la familia de Elbio Romero, de Portogalo, todos los amigos estaban ya detenidos. A mi padre lo detuvieron al día siguiente. Le dolió mucho y eso lo decidió a preparar su viaje a Europa. Cuando él estaba detenido aquí, mi hermano estaba detenido en Guatemala. Lo habían capturado cuando buscaba un lugar en la montaña para la guerrilla. Mi padre decía: “falta que te detengan a vos así vivimos todos gratis de estos gobiernos...” Nunca guardó rencor hacia la Argentina, siempre tuvo claro por qué lo habían detenido y quiénes.
–¿Cuál fue el mejor recuerdo que su padre tenía de la Argentina, además de los amigos?
–Yo creo que compró la casa de Basavilbaso y Libertador, porque estaba frente a Retiro. Se iba al Tigre en tren, tomaba la lancha Interisleña y tenía una isla sobre el río Luján, que se llama Shangri-La, que todavía está. Allí pasaba hasta un mes entero. Le encantaba y allí terminó de escribir la mayor parte de sus obras. Yo quiero muchísimo al Tigre porque pasaba largas temporadas con él. Vivíamos como isleños. Comprábamos en la lancha almacén, filtrábamos el agua...
–¿Por qué usted no lo acompañó a Europa cuando su padre decidió marcharse?
–Yo decidí quedarme. Me había costado mucho ambientarme en Buenos Aires, me había costado mucho ingresar a la universidad, había tenido que rendir equivalencias, más el curso de ingreso. Ya estaba en segundo año de Ingeniería y la perspectiva con mi padre era andar por toda Europa sin un plan fijo, sin estabilidad económica.
–¿En ese momento su hermano seguía preso?
–Mi papá estaba en Europa, mi hermano preso en Guatemala y yo acá. Mi hermano cumplió su condena y dio clases en la Universidad de Guatemala, hasta que un día lo secuestraron y lo tiraron en el río Usumacinta, en la frontera con México. Se exilió en ese país, donde trabajó en la editorial Siglo XXI y después se fue con Orfila Reynal al Fondo de Cultura Económica. Era la mano derecha de Orfila Reynal. Se quedó en México hasta 1968. Después se fue a la montaña para formar el ORPA, que fue la guerrilla de mi hermano. Estuve con él unas vacaciones en México, en el ‘68. Pasamos unos tres meses en su casa y después no volvimos a vernos en casi treinta años.
–¿Y cómo se las arreglaba su padre en Europa?
–Mi padre se fue en el ‘62 a Europa. No tenía un lugar fijo adonde ir. Fue a los países socialistas. Escribió un libro sobre Rumania y después tomó contacto con la Fundación Columbiana que tenía su sede en Génova. Daba charlas en las universidades y vivía de eso. Pasó por París muchas veces, viajó a la Unión Soviética y escribió con Pablo Neruda, que fue su gran amigo, sobre Hungría, tomando como punto de referencia las comidas. El libro se llama Comiendo en Hungría. Los dos terminaron internados, Pablo por todo lo que se había tomado y mi padre por lo que había comido.
–A pesar de que ya era famoso como escritor, seguía viviendo un poco a los tumbos...
–En mayo del ‘66 vivía en un palacio abandonado en Génova que le había dado un noble comunista italiano. Tenía tanto frío que se metía en la cama para escribir. En abril, se enteró en la calle que había ganado el Premio Lenin de la Paz. Cuando estaba en Moscú le avisaron que lo habían designado embajador de Guatemala en Francia. Había subido un gobierno democrático. Ese mismo año, el 19 de octubre, se enteró que le daban el Premio Nobel. En abril era un escritor pobre que vivía en un palacio semiderruido y prestado y en octubre había recibido el Lenin, el Nobel y lo habían designado embajador. Aquí La Prensa publicó un editorial en contra de que le otorgaran el Nobel porque era comunista, aunque reconocía que mi padre era un gran escritor. En cambio La Nación editorializó contra el Nobel y los académicos suecos. Era el primer Premio Nobel a un novelista en lengua española. Tenía una gran amistad con Charles De Gaulle y con André Mallraux. Mientras fue embajador viajé casi todos los años a visitarlo. Y poco antes de su muerte, estuve seis meses en París con él. Murió en 1974 cuando estaba de gira por España. Fue un trotamundo y murió como tal. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaisse en París. Mi hermano no pudo salir para el entierro. En ese momento sabían que el comandante de la ORPA era Gaspar Ilón, aunque no sabían que era mi hermano.
–Ya no era Rodrigo Asturias, el hijo del Nobel Miguel Angel Asturias, sino el comandante Gaspar...
–Mi hermano estuvo casi treinta años en la montaña, organizó un grupo armado llamado ORPA y la mayor parte de su fuerza estaba integrada por indígenas. Tomó el nombre de Gaspar Ilón que es un personaje del libro Hombres de maíz que escribió nuestro padre y que fue la obra que más quiso. Gaspar Ilón es un personaje que libera al pueblo maya. Cuando comienzan las conversaciones de paz en 1993 y los comandantes dan la cara en Madrid, los mismos militares no entendían cómo no se habían dado cuenta de que Gaspar Ilón era el hijo de Miguel Angel Asturias.
–¿Y en todo el tiempo que su hermano estuvo en la montaña, usted no buscó la forma de tener un contacto, de verse?
–Mi hermano estuvo todos esos años en la montaña en medio de una guerra civil verdaderamente espantosa, muy sangrienta. En todo ese tiempo no nos vimos. Yo busqué la forma de conseguir un contacto con él pero fue infructuoso. En 1994 llegó a Buenos Aires una persona de la URNG, que es la unión de las organizaciones revolucionarias de Guatemala, y le di una carta para él. En 1995, cuando murió mi madre viajé a Guatemala. La situación todavía era tensa, pero tenía la esperanza de encontrarlo. No pudo ser. Cuando estaba en el centro de la ciudad, un grupo de hombres me obligó a subir a un auto. Al principio pensé que podrían ser militares que me secuestraban por ser el hermano de un jefe guerrillero. Pero era un comando del grupo de Rodrigo. Me dieron un mensaje suyo. Me explicaba que no podíamos reunirnos porque era muy peligroso, pero que pensara que estábamos los dos bajo el mismo cielo. Era una carta muy afectiva.
–Su hermano también trataba de comunicarse con usted...
–Un año después otro guatemalteco me dio un número de teléfono. Estuve casi un año, todos los sábados, llamando sin suerte. Hasta que un día me llamaron, atendí y reconocí su voz inmediatamente, fue una alegríainmensa. Me dijo que las cosas estaban mejor y que tenía ocho días para que nos reuniéramos en México. Viajé inmediatamente con mi mujer. En ese momento, México, al igual que España, respaldaba las negociaciones de paz. Algunas de las conversaciones se realizaban allí, donde los delegados de las organizaciones guerrilleras podían estar legalmente. Para llegar al hotel donde se realizaban las negociaciones, mi hermano cambiaba de auto hasta cinco veces y después se internaban las delegaciones y estaban como quince días sin salir del hotel. A mí me llevaron a la casa donde estaba en ese momento en México con todos su comandantes. Nos abrazamos y nos besamos, los dos casi llorábamos y hacíamos chistes como cuando éramos chicos, como si no hubiera pasado tanto tiempo, más de 25 años sin vernos y en los que habían pasado tantas cosas. Al principio los otros comandantes de la guerrilla, hombres duros, formados en la montaña con mi hermano, parecían incómodos porque lo veían a Rodrigo, Gaspar para ellos, su comandante, emocionado y actuando como un chico. Poco a poco se fueron ablandando ellos también y a reírse con nosotros.
–¿Lo encontró cambiado, pudieron hablar a pesar de las negociaciones de paz?
–En la casa nos veíamos poco, porque estaba permanentemente en reuniones. Un día me dijo que para que estuviéramos cómodos, nos fuéramos a Acapulco. Y allí nos fuimos, con sus guardaespaldas siempre. Tomamos dos habitaciones vecinas que se unían por una puerta. Lo primero que hicimos esa tarde fue abrir una botella de whisky, que él había reservado para esa ocasión. Después prendimos la televisión y nos quedamos mirando un partido de béisbol de las grandes ligas, como hacíamos cuando éramos adolescentes. Era nuestra pasión en Guatemala donde el béisbol es el deporte más popular, íbamos al estadio y nos pasábamos tardes enteras mirando los partidos por la televisión. Nuestras esposas no lo podían creer, que estuviéramos los dos grandotes mirando la televisión como chicos. Ahora nos vemos un poco más seguido, él es una figura muy importante en Guatemala. Y acabo de viajar porque en el Palacio Nacional se inauguró una muestra permanente sobre nuestro padre. Y coincidió con su cumpleaños. Los dos editamos un CD. Son poesías de mi padre recitadas por él. Se las grababa yo cuando nos encontrábamos. Y Rodrigo le puso un fondo con música de marimbas.

¿Por que Miguel Asturias?

Por L.B.

La novela de los latinoamericanos

Se trata de una historia de vida que perfectamente podría ser una novela de América latina –incluida Argentina– en la segunda mitad del siglo XX. Hay detalles fascinantes, como el de los generales argentinos expulsando por comunistas a intelectuales como el mismo Miguel Angel Asturias, o Rafael Alberti, a los que muchos gobiernos occidentales recibían con los brazos abiertos para enriquecer sus ámbitos culturales. O los editoriales de La Prensa y La Nación enfurecidos porque le habían otorgado el Premio Nobel a un comunista, aunque fuera un gran escritor.
Pero también es una historia que habla de perseguidos políticos, prácticamente crucificados por los gobiernos que, de repente, podían convertirse en embajadores, como le pasó a Asturias. O a su hijo Rodrigo,que combatió en las montañas durante más de 25 años y ahora, tras el proceso de paz ha pasado a ser una de las figuras políticas más importantes y respetables de su país. América latina, incluyendo a la Argentina, es así.
Miguel, que se quedó a vivir en Buenos Aires, se convirtió en el testigo a veces lejano, a veces íntimo, de esa historia de la que es también protagonista y cuyo escenario es todo el mundo.

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