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OPINION

Una agonía muy larga

Por James Neilson

Tiene razón Chacho Alvarez cuando dice que “hay una crisis terminal de los partidos políticos”, pero sucede que su agonía podría estirarse muchos años más. Al fin y al cabo, tanto el PJ como la UCR se libraron de sus respectivas “doctrinas” tradicionales hace tiempo y apenas han intentado reemplazarlas por otras, pero la lobotomía así supuesta no les ha impedido seguir compartiendo el poder. El Frepaso aún está en el quirófano ideológico, pero pocos dudan de que al salir ostentará aquella sonrisa bondadosa pero melancólica que llevan todos los políticos profesionales, estas personas solidarias que harían tantas cosas maravillosas si el mundo fuera un lugar mejor. Pero si bien se ha roto el vínculo entre lo que dicen los jefes y lo que efectivamente hacen en cuanto lleguen al poder, los votantes no han dejado de preferirlos a las alternativas disponibles, lo cual puede entenderse: tal como ocurre con aquellas monarquías europeas que se las arreglaron para sobrevivir a las convulsiones del siglo XX, la mera existencia de los viejos vehículos partidarios sirve para brindar la impresión tranquilizadora de que en el fondo el país sigue siendo lo que era.
En el pasado no tan remoto, los líderes peronistas y radicales creyeron depender de su capacidad para convencer a los votantes de que estarían en condiciones de lograr virtualmente cualquier objetivo. En la actualidad, sus propagandistas se especializan en explicar por qué no pueden hacer nada, de ahí las alusiones cada vez más frecuentes a lo horrorosos que son la deuda externa, la globalización, los mercados, el FMI y el neoliberalismo. A lo sumo se trata de verdades a medias. No es que sea imposible hablar de innovar sin entregarse a la demagogia, es que los cambios que tendrían que instrumentarse para que el país superara de una vez y para todas el marasmo en el cual ha caído perjudicarían enormemente a las corporaciones tentaculares que han crecido en torno a la actividad más rentable del país: la política. De reducirse a niveles europeos o norteamericanos la inversión en este sector, los partidos y sus enmarañados aparatos clientelistas se desmoronarían. Lo comprende muy bien Alvarez, motivo por el que ha propuesto “racionalizar” el uso del dinero que los políticos supuestamente gastan en servicios sociales formando una “Agencia” o “Banco Social”. Si prospera su planteo, los partidos quedarán no sólo sin doctrinas sino también sin plata, desgracia que con toda seguridad acercaría la muerte de las instituciones que a su juicio son moribundas pero que se resisten a reconocerlo.


 

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