Por David Walker
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Desde Londres
Niza es un evento francés.
El éxito de la cumbre y la resolución de las disputas sobre
votos, defensa y vetos depende más que nada en la actitud de Francia.
El problema de la cohabitación no es muy importante.
Es cierto que hay diferencias de opinión entre un presidente derechista
asediado por denuncias de corrupción y un premier socialista codiciando
ansiosamente su cargo (junto con al menos un par de correligionarios).
Pero las posiciones francesas están condicionadas más fuertemente
por el vigor de su economía y, por lo tanto, la confianza de que
París posee una fórmula exportable del éxito.
Desde que Lionel Jospin llegó al poder en 1997 al frente de una
coalición de socialistas, verdes y comunistas, se han creado 1,6
millones de empleos, más que en cualquier otro período desde
los 70 (y mejor que lo logrado por el gobierno británico
de Tony Blair). La economía francesa goza de excelente salud. Se
estima que el crecimiento para el 2001 será de 3,2 por ciento,
el mismo nivel que este año. Es alto comparado con los últimos
tiempos, y es superior al crecimiento de Gran Bretaña, si bien
nosotros estamos en una etapa distinta del ciclo económico (cada
vez más difícil de calcular). Francia goza además
de niveles históricamente más altos de productividad por
trabajador que Gran Bretaña, aunque su ritmo de aumento se ha ralentizado.
Pero detrás del orgullo galo y el odio contra el neoliberalismo
en todas sus formas, el gobierno francés se mantiene incierto ¿Es
el bienestar económico una fórmula o un accidente afortunado?
Jospin fue prácticamente advertido esta semana por el director
de su Consejo de Análisis Económico, Jean Pisani-Ferry,
que las medidas implementadas hasta el momento ya se están agotando.
Las reducciones en las contribuciones patronales al sistema jubilatorio
y el corte de la semana laboral han contribuido lo suyo al crecimiento.
Pero lo que se requiere ahora son medidas ofertistas más radicales
para mejorar el capacitamiento y ayudar a que los desempleados encuentren
trabajo. Pisani-Ferry sugiere incluso una flexibilización
de la política de inmigración. El primer informe del
Policy Network un nuevo think-tank dedicado a comparar la economía
de distintos países europeos sugiere que los franceses podrían
tener que esforzarse más.
Por más que la izquierda francesa afirme despreciar la Tercera
Vía del gobierno británico, dos de sus dogmas son tácitamente
aceptados al otro lado del Canal de la Mancha. El primero es que el socialismo
en un sólo país es imposible: François Mitterrand
lo intentó y su experimento fracasó. El destino de la economía
francesa no depende sólo de la euroeconomía sino también
de la coyuntura global. El segundo principio de la Tercera Vía
es la reforma del mercado laboral, basada en lo que los expertos llaman
condicionalidad: dificultar que los desempleados rechacen
ofertas razonables de trabajo o capacitación. La dimensión
del problema laboral francés es todavía de un desempleado
por diez entre la población económicamente activa. Como
en Alemania (donde el desempleo total es menor), una proporción
considerable de los desempleados no han tenido trabajo por mucho tiempo.
Uno de los éxitos no reconocidos del gobierno de Blair fue reducir
este núcleo de desempleo adulto a largo plazo. Entre los jóvenes
fue casi completamente eliminado.
Contribuyendo al informe del Policy Network, Geoff Mulgan, un asesor cercano
de Blair que ahora es un funcionario público y dirige la Unidad
de Eficiencia e Innovación, afirma que el éxito británico
se basa en medidas activas que exigen que los desempleados
acepten trabajo o capacitación, junto con incentivos fiscales para
madres solteras y los discapacitados. Esta preocupación no se limita
a Gran Bretaña. La misma fórmula parece estar detrás
del notable éxito de los holandeses y dinamarqueses en reducir
el desempleo a niveles históricamente bajos. Pero Jospin está
revelando ser algo parecido a un conservador social. Grandes planes de
reforma para la educación, el ahorro y el Estado fueron
frenados por lobbies franceses. En el Congreso del Partido Socialista
francés celebrado recientemente en Grenoble, Jospin fue alabado
como el líder socialista más izquierdista en Europa. Pero
en los últimos meses eso pasó a traducirse en no hacer mucho
más que aumentar el empleo estatal y bloquear las inclinaciones
liberales de su ministro de Finanzas, Laurent Fabius, que parece querer
ser favorable al sector empresarial como su colega británico, Gordon
Brown. Y, mientras tanto, las cuentas públicas francesas no están
en muy buen estado. No obstante un aluvión de ingresos fiscales,
se estima que este año habrá un déficit de 28.000
millones de dólares, equivalente a un 1,5 del PBI.
Sin embargo, éste pudo haber sido un momento ideal para atacar
algunos de los problemas estructurales del sistema de pensiones y de salud
en Francia. Por ahora el esquema parece saludable, pero en tanto que la
población envejece y cambia el equilibrio entre la población
activa y jubilada, los déficit podrían crecer. Pero se dice
que no habrá ninguna nueva política sobre las jubilaciones
antes de las elecciones presidenciales del 2002.
Es en este punto que volvemos a la cumbre en Niza. En el informe de Pisani-Ferry,
hay una mención ominosa a la necesidad de armonizar la política
europea precisamente en el área donde Blair dice que quiere mantenerse
firme: los impuestos. Los argumentos a favor de las políticas anglosajonas
de empujar a los desempleados a regresar al trabajo mediante una combinación
de castigos y recompensas son persuasivos. Y a menos que los franceses
lo acepten, su receta de una armonización fiscal podría
parecer un intento de encerrar a Europa dentro de una política
que ellos mismos admiten que no funciona.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
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