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Esta vez al trío le faltó la magia

Jarrett, Peacock y De Johnette volvieron a Buenos Aires. Fue un muy buen show y no el concierto asombroso que podía esperarse.

Keith Jarrett, Gary Peacock y Jack De Johnette. Un trío excelente que esta vez pareció moverse con miedo.

Por Diego Fischerman

El pianista Keith Jarrett tocó por segunda vez en Buenos Aires, al frente de su trío. La primera, hace seis años, fue deslumbrante. Esa vez no sólo se oyó a un terceto de músicos de una perfección técnica asombrosa sino la explicitación de un concepto acerca de la forma musical como resultante de la improvisación. Un concepto único, maravilloso y difícilmente practicable por otros. En esta nueva ocasión, en cambio, Jarrett, el contrabajista Gary Peacock y el baterista Jack De Johnette fueron un excelente trío de jazz. Con un formato tradicional, sin esa explosión de los límites de género, sin esa imprevisibilidad caleidoscópica que podía disparar un tema hacia cualquier lado (o lograr que el tema apareciera desde cualquier lado), se limitaron a hacer a su manera (genial en muchos momentos, sobre todo en el piano y el contrabajo) algo que muchos han hecho y seguirán haciendo: standards de jazz enfocados tradicionalmente. Una exposición del tema (a veces con introducción del piano solo), una sucesión de solos improvisados y la recapitulación del tema. Todo muy bien hecho. Nada más.
Es posible que la enfermedad de Jarrett haya pesado. Se sabe que, por lo menos por un buen tiempo, el pianista no volverá a tocar solo. Que esas maratónicas improvisaciones que se convirtieron en marca de fábrica no volverán. Jarrett les atribuye gran parte de la responsabilidad en su fatiga crónica, un mal que durante tres años le impidió no sólo grabar y actuar en escenarios sino permanecer ante el teclado del piano durante períodos mayores de cinco minutos. La técnica de Jarrett, su control del instrumento, el toque magistral, su sonido, la delicadeza y detalle de su fraseo siguen intactos. Pero la impresión es que, ahora, toca con miedo. Que la imprevisibilidad de esos desarrollos en que la música se planteaba como un viaje sin un rumbo definido de antemano, hoy se le hacen temibles. Jarrett sigue tocando magníficamente. Pero ya no está casi ninguna de las características que hacían extraordinario a su trío con Peacock y De Johnette.
Falta la aventura, falta la variedad de recursos, falta la riqueza formal y, por lo menos en la función del martes 5, faltó la interacción grupal. Sobre todo con el que fue uno de los grandes bateristas de la historia del jazz. Jack De Johnette también parece haber sufrido alguna enfermedad, en particular si se tiene en cuenta que a fines de los 70 se perfilaba no sólo como un instrumentista fuera de serie sino como un compositor y líder de proyectos interesantísimos (baste pensar en álbumes como Special Edition o Album Album). Esta vez, prisionero de problemas de sonido y, tal vez, de una suerte de abulia estilística, no sólo no recurrió –como antes hacía– a una inmensa paleta de recursos sino que, limitado a un acompañamiento correcto pero poco imaginativo, se convirtió en muchos momentos en un lastre para sus compañeros de grupo y en una molestia (particularmente por el lado de sus omnipresentes platillos) para el oyente.
Algo de este nuevo rumbo podía vislumbrarse en “Melody At Night, With You”, uno de los discos más controversiales de la carrera de Jarrett. Algunos opinaron que era genial, que allí se estaba de vuelta de todo, que una especie de sabiduría zen lo había llevado a la máxima simpleza de enfoque y de recursos. Otros dijeron que era una sandez y que si no se tratara de Jarrett no hubiera merecido el menor comentario. Pero sí setrataba de Jarrett y, a pesar de la literalidad con respecto a los temas y de la sujeción de los solos, la magia seguía estando. El problema aparece con el trío y durante el concierto, cada vez que terminaban las introducciones que Jarrett encaraba solo con su instrumento parecía perderse lo más valioso del tema. O por lo menos, lo menos adivinable. “Groovin’High” de Dizzy Gillespie, “Bouncing With Bud” de Bud Powell, algún tema tradicional con mucho de gospel, unos pocos momentos en que Jarrett se salió del libreto –en el final del concierto, con un ostinato persistente y una acumulación de energía que hasta ese momento había estado ausente– y un Gary Peacock siempre lírico y atento fueron las pinceladas de un retorno en que la sorpresa mayor fue la falta de sorpresas.

 

 

 

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