Por Luciano Monteagudo
Tres mujeres, tres historias,
una cuestión: la identidad después de la Shoah. El primer
largometraje del francés Emmanuel Finkiel (39 años, ex asistente
de Godard, Kieslowski, Tavernier) es un film construido a la manera de
un triángulo, que termina siendo un círculo, de una extraña,
bella perfección. Parecería que nada ha quedado librado
al azar en estos viajes de los que habla el título original del
film (Voyages) y sin embargo el film está vivo, cercano, respira
una verdad muy intensa y una emoción siempre contenida, pudorosa,
propia de un gran cineasta, que no necesita apelar a la extorsión
sentimental para comunicarse con el espectador.
El primer vértice del triángulo se establece en Polonia
y su protagonista es Riwka (Shulamit Adar), una mujer mayor, que junto
a su marido forma parte de un grupo la mayoría sobrevivientes
de los campos de concentración que se dirige a Auschwitz.
Vienen de visitar un cementerio judío y de atravesar el lugar donde
alguna vez, no hace tanto, estuvo el gueto de Varsovia, pero en medio
del camino hacia Oswiecim (el nombre polaco de Auschwitz) el ómnibus
sufre un desperfecto. Hay que esperar que venga otro y el encierro es
invierno y afuera comienza a nevar copiosamente da pie a que se
manifiesten la angustia y el desasosiego que provoca ese viaje, que no
es estrictamente turístico, pero está organizado torpemente,
como si lo fuera. La agria, casi muda discusión entre Riwka y su
marido parece expresar un malestar que va más allá de sus
problemas conyugales, que tiene que ver con el efecto revulsivo que es
capaz de provocar ese paisaje, cargado de una historia trágica.
El segundo vértice tiene lugar en París. Ya de regreso,
otra de las viajeras de ese grupo, Régine (Lilian Rovère),
recibe una tarde un llamado de teléfono que le hace temblar las
rodillas. Su padre, al que creía muerto en los campos de exterminio,
está vivo y se dispone a viajar hacia ella, desde Lituania. Pero
la felicidad de ese reencuentro está imbuida también de
inquietud: más de cincuenta años después, Régine
no alcanza a reconocer en ese anciano al hombre que cuando ella era todavía
una beba la alzaba entre sus brazos. Lo contempla de noche, mientras él
ronca, y lo compara inútilmente con unas fotos que le devuelven
una imagen perdida en el tiempo, que parece de otro mundo.
Tercer vértice: Tel Aviv. Allí llega Vera (Esther Gorin),
una anciana rusa, robusta y perseverante, empeñada en reencontrarse
con una prima que es la única familia que le ha quedado. Pero no
le es fácil. Esa tierra prometida de la que le hablaba su marido
parece otra, al menos distinta de la que ella imaginaba. Todo es vértigo
y ruido en esa ciudad que ella atraviesa dificultosamente, como si portara
todavía el secreto de una cultura que el torbellino urbano ya no
admite. Parece que en Israel ya no hay judíos, sólo
israelíes, reflexiona, sin ánimo de queja. En su peregrinar,
requerirá ayuda y la encontrará en una mujer que encuentraarriba
de un ómnibus, y que no es otra que Riwka, quien a su vez recibirá
de París un perturbador llamado de teléfono...
Voyages es un film sobre la imposibilidad, sobre el vacío, sobre
el silencio. Sobre la imposibilidad de reencontrarse con el pasado, de
reconocer a los demás y a uno mismo en unos papeles amarillentos,
en unas fotos ajadas por el paso del tiempo. Sobre el vacío que
provoca la desaparición de una lengua y una cultura la yiddish.
Sobre el silencio capaz de expresar esta angustia, de darles sentido a
unos momentos para los cuales no siempre hay palabras.
BATALLA
FINAL: TIERRA, UN PROYECTO DE JOHN TRAVOLTA
En nombre de la cientología
Por Martín
Pérez
La frase es Pan comido. Los humanos de Batalla final: tierra
la repiten una y otra vez, cada vez que se enfrentan ante algo que parece
ponerlos en aprietos, pero que en realidad superarán sin problemas.
Para una megaestrella como John Travolta hacer un film tan malo como Batalla...
es pan comido. Pero eso no significa que consumir un film
como éste sea precisamente eso para el respetable público.
Más bien es pan duro. Y muy duro.
Llevar al cine la gran novela de ciencia ficción de L. Ron Hubbard,
el fundador de la filosofía religiosa hay quienes la consideran
secta llamada Cientología, siempre fue el gran
sueño de John Travolta, uno de los más famosos adeptos a
sus enseñanzas. Claro que para hacerlo desde fuera de los grandes
estudios, semejante proyecto ambientado en una Tierra del año
3000, conquistada mucho tiempo atrás por los desagradables Psychlos
sólo es viable instalado sin complejos desde el punto más
inferior de la escala cinematográfica. O sea, la clase B. Y si
algo es, decididamente, un film como Batalla... es ser clase B o
C, o D o Z y a mucha honra.
Mezclando burdamente toda la parafernalia iconográfica de la ciencia
ficción en el cine con homenajes a Blade Runner hasta las
inevitables referencias a La Guerra de las Galaxias e incluso El Planeta
de los Simios, el film dirigido por Roger Christian presenta un
mundo en el que los conquistadores de la Tierra son malvados hipermaterialistas,
mientras que los humanos son considerados meros animales de carga. Pobre,
repetitiva y recurrente, Batalla... tiene el único mérito
de aceptar sus limitaciones. Sus recursos estéticos son pobrísimos,
pero abraza esa pobreza con voluntad de culto de trasnoche, aunque con
el correr de su metraje la humildad deviene torpeza cuando lo que hay
que narrar jamás entraría en la pantalla más allá
del pan comido. Es entonces que, cuando más dinamismo
debería tener el film, más aburre.
Y lo peor de ese aburrimiento es la aparición de Travolta y Forest
Whitaker en escena. Los dos encarnan a los Psychlos con más diálogos
del film, pero apenas para habitar escenas con juegos de palabras entre
burócratas con demasiada propensión a la risotada. Pese
a que sin Travolta jamás se hubiese filmado algo como Batalla...,
finalmente se hace evidente que sin sus escenas el film sería mucho
más dinámico de lo que es: un mamarracho que se roba todos
sus trucos del imaginario de la ciencia ficción y los usa como
si los acabase de inventar, sin respeto alguno al género o a sus
fanáticos. Tal vez lo mejor es que Travolta no hubiera participado
del film. No porque así hubiese sido más digerible. Sino
porque así no se hubiera filmado jamás.
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