Por Pedro Lipcovich
En el cuerpo humano: ¿cómo
lograr que el organismo reconozca como hostil a algo que forma parte de
sí mismo, el tumor canceroso, y pueda eliminarlo? En el cuerpo
social: ¿cómo lograr que la Argentina reconozca como propia
y fecunda la actividad de sus científicos y no los expulse más?
En la articulación entre ambas preguntas se organizó el
diálogo con el científico Osvaldo Podhajzer, especialista
en terapia génica. Su equipo de investigación, en la Fundación
Campomar, acaba de publicar, en la prestigiosa revista Cancer Research,
sus desarrollos hacia una vacuna terapéutica contra varios tipos
de cáncer. Todavía más avanzados están sus
trabajos de tratamiento para el cáncer mediante células
suicidas, que confió a Página/12. En la reflexión
sobre estos y otros proyectos, las palabras de Podhajzer bosquejan un
panorama, dolorosamente esperanzado, del estado de la investigación
científica en la Argentina.
¿Qué es eso de una vacuna contra el cáncer
por terapia génica?
Habitualmente, el sistema inmunitario no reconoce como enemigos
los tumores cancerosos, ya que se han generado en el propio cuerpo. Pero
supongamos que el tumor, y sólo el tumor, tuviera incorporada la
más potente sustancia para estimular el sistema inmunitario. Esta
sustancia existe y se llama interleuquina-12.
El problema es cómo meterla en el tumor.
Aquí toma su lugar la terapia génica: se trata de
incluir en las células del tumor un gen que haga fabricar esa sustancia.
Pero, ¿cómo?
Infectándolo. La receta es la siguiente. Por
una parte, tenemos células tomadas del tumor. Por otra parte, hemos
elegido un virus que las infectará. El virus que usamos es, casualmente,
uno que provocaría leucemia en ratones, pero le hemos quitado todos
los genes patogénicos; lo que preservamos es su capacidad de infectar
y le incorporamos el gen que produce la interleuquina-12.
Esos son los ingredientes. ¿Cómo se prepara el plato
que el sistema inmunitario va a comerse?
El virus, al infectar las células cancerosas, las usa como
maquinaria para producir interleuquina-12. Las células así
modificadas se inyectan en el organismo: está verificado que, así,
el sistema inmunitario se activa y destruye las células tumorales.
Esto viene siendo estudiado por distintos grupos de investigación
en todo el mundo.
¿En qué fueron ustedes más allá?
En sucesivos desafíos: ésta es la palabra
que usamos los científicos. A los animales de laboratorio tratados
con esa terapia génica, los hemos desafiado inyectándoles
cada vez más células tumorales: cien mil, quinientas mil,
hasta tres millones, que es muchísimo. Los ratones las destruían.
El siguiente desafío fue extender la prueba en el tiempo: tres
meses después, la respuesta inmunitaria se mantenía. Entonces,
los desafiamos inoculándoles distintos tipos de cáncer:
aunque el gen de la interleuquina-12 lo habíamos introducido sólo
en células de cáncer de colon, les inyectamos tumores de
mama, de hueso, de músculo y la respuesta positiva se mantuvo.
¿Por qué?
Investigamos: las superficies de esos distintos tumores son diferentes,
pero tienen unos pedacitos en común, que el sistema inmunitario
puede reconocer. Entonces, fuimos todavía más allá:
tomamos células del sistema inmunitario, linfocitos, de aquellos
animales vacunados contra el cáncer de colon y se las
transferimos a otros que tenían tumores mamarios, con el resultado
de que los rumores retrocedieron y no se formaron metástasis. Hasta
ahora, nadie había demostrado que el sistema inmunitario puede
ser estimulado para que reconozca y elimine distintos tumores. Y, a partir
de esto, se puede pensar en una vacuna politumoral, que valga para el
tratamiento de varios tipos de cáncer.
¿Cómo se relacionan estos descubrimientos con los
trabajos de otros equipos en el resto del mundo?
Somos uno de los cientos de grupos que trabajan en terapia génica,
en particular en cáncer. Ya se sabía que la interleuquina-12
es un estimulante de la respuesta del sistema inmunitario ante la presencia
del tumor: lo que nosotros demostramos es que el efecto de la interleuquina-12
puede ser prolongado durante meses, que genera protección para
diferentes tumores y que podemos trasplantar células inmunitarias
de un organismo a otro. Tal vez la vacuna terminen armándola otros
grupos, que disponen ya de interleuquina-12 humana y nosotros no. Pero
tenemos la prioridad de la patente para utilizar una vacuna única
para distintos tipos de tumores o para preparar un banco maestro de linfocitos
que podrán ser transferidos a distintos pacientes. De todos modos,
nuestro hallazgo no fue como el de 1997, cuando, desde la nada, demostramos
que en los melanomas está presente una proteína llamada
SPARC y que, bloqueando el gen que la gobierna, el tumor deja de desarrollarse.
A propósito, ¿qué sucedió con los ensayos
clínicos correspondientes a aquel descubrimiento, que iban a iniciarse
el año siguiente?
No se iniciaron: la empresa argentina con la que habíamos
llegado a un acuerdo transfirió la mayor parte de su actividad
a una multinacional y la empresa residual decidió que no quería
continuar con el proyecto.
Parece un ejemplo típico de las dificultades para la transferencia
de tecnología en la Argentina...
Tal vez. Pero las cosas no son necesariamente así. Con el
tema de las vacunas, estamos en conversaciones con por lo menos dos empresas
interesadas, para ver la manera más simple de llegar a un ensayo
clínico. Los científicos somos capaces de entender que la
visión y los tiempos de los empresarios son diferentes de la visión
y los tiempos académicos; podemos adaptarnos. Al mismo tiempo,
hay una nueva generación de empresarios, muchos de los cuales se
formaron en el exterior: les resulta más fácil apostar a
la innovación tecnológica, las patentes, los proyectos a
largo plazo. Por eso confío en que nuestras conversaciones actuales
sean más rápidas y fructíferas.
Las dificultades que usted confía en superar se refieren
entonces a la cultura empresarial que ha prevalecido en nuestro medio.
Sí. Pero, más allá de esto, quiero destacar
que, con todas los problemas que hay en la Argentina, la investigación
científica sigue siendo posible. A partir de la difusión
de nuestro trabajo, me llegan mails de estudiantes argentinos en el extranjero
diciendo que lo nuestro les hace pensar en regresar, en que se puede trabajar
seriamente aquí, y tienen razón.
¿Tienen razón en querer volver?
Sí. En cuanto a nuestro equipo, aunque el sistema académico
argentino tiene terribles distorsiones, el Conicet nos paga los salarios,
la Agencia de Promoción Científica nos apoya y también
organizaciones no gubernamentales como las fundaciones René Barón,
YPF y Antorchas, y el Consejo Británico. Claro que lo que recibimos
es la décima parte de lo que recibiríamos en Estados Unidos
o Europa, pero eso no justifica dejar de lado el esfuerzo.
¿Eso refleja un panorama más amplio?
Muchos grupos están haciendo ciencia de primer nivel, competitiva,
con acceso a las mejores revistas especializadas del mundo. No digo esto
para defender la situación actual sino, al contrario, para luchar
contra el exitismo de pensar en resultados inmediatos y que quienes nos
sentimos en el campo progresista tratemos de recuperar la cultura del
trabajo. Un investigador joven que gana 700 pesos por mes, ¿cómo
hacés para que se quede?: tratando de producir, de publicar, de
llegar a ensayos clínicos. A largo plazo, habrá beneficios
para la institución académica que registró la patente,
para la empresa que apostó a ese descubrimiento y para losinvestigadores
que lo desarrollaron. A corto plazo, el beneficio está en ver el
trabajo publicado en una revista de primer nivel.
¿Su grupo desarrolla otros proyectos sobre cáncer?
Claro. Uno de ellos, más avanzado que el de las vacunas,
es el de los genes suicidas, contra tumores de cerebro y metástasis
de cáncer de ovario. Se basa en el hecho de que un virus muy conocido,
el herpes, se combate con un medicamento llamado ganciclovir que, en realidad,
hace que las células infectadas por el herpes se suiciden,
estallen, arrastrando al virus en su muerte. Hemos conseguido transferir
a las células de aquellos tumores una proteína propia del
herpes, de modo que, administrando ganciclovir, se suicidan
las células cancerosas y sólo ellas. Esta investigación,
donde intervienen Soraya Adris, Mariana Berenstein y otros científicos,
ya está muy próxima a la fase de ensayos clínicos
con seres humanos.
|