Por Julián
Gorodischer
Es una mujer infeliz y dramatiza
ante las cámaras su intento de suicidio junto a un tren en movimiento.
Todo queda en el amague, porque unos segundos después Nélida
revela el secreto de su éxito, su pasaje a la condición
de creyente recuperada. Un día .-dice prendí
el televisor.La pantalla la conectó con la imagen de un hombre
rígido, gesticulador: el extraño brasileño que se
adueña de las trasnoches argentinas. Su nombre es Paulo Roberto,
un pentecostal que conduce no uno sino dos ciclos en la TV abierta: Palabra
de vida (por América, a la 0.30 horas) y Pare de sufrir
(por Azul, a la 1). Roberto presenta un desfile de descarriados que encontraron
el camino, una troupe de agradecidos que declaran su pasión
por el obispo y se asumen prósperos, saludables y tocados por el
milagro desde que son parte del copamiento de cines mutados
en templos.
En esos santuarios, Paulo Roberto repite su doctrina: Hay que invocar
al Jesús vivo. Como una perla bizarra, un banquete para degustadores
de momentos insólitos, los programas de la Iglesia Universal del
Reino de Dios convierten a sus devotos en actores. Estos hombres y mujeres
paladean su nueva fama: Se me perforó una úlcera;
estaban por reventarme las piernas, clama Nélida, retorciéndose.
El melodrama la encuentra desenvuelta, sabe cómo forzar el llanto
sin que una sola lágrima se derrame. Su cuadro no estará
completo hasta que, como otros, no grite su moraleja: Gracias Paulo
Roberto.
El subtitulado nunca detiene el listado de los cines que se agregan por
semana a la oferta de la Iglesia. Parece que la Argentina desesperada
encaja bien en el molde expansivo de estos religiosos. Una radio Buenos
Aires transmite su doctrina durante las 24 horas y no hay provincia
que no tenga un par, o más, de cines evangelizados. Son interminables:
en La Plata, Balvanera, Munro y Once. En Paraná, Tucumán,
Salta y Posadas... La matriz sobre la peatonal Lavalle (según
repite Paulo Roberto, tres veces por minuto) está siempre abierta
a la necesidad de todos ustedes. Después, muestra ese
lugar sagrado. Los creativos apelan al esquema Yo vi
la luz..., de eficacia probada en la búsqueda de almas en
pena.
Para demostrar las bondades curativas del santuario aparece Patricia,
otra de las fieles devenidas actrices: le dolía la cabeza. Apretaba
los ojos así..., dice, y cierra los párpados muy fuerte.
Camina a los tumbos, y la cámara la enfoca en primer plano cuando
ingresa al ex cine Iguazú, la Meca. Dos ángeles
encarnados en empleados de la Iglesia la elevan a su curación.
Se la ve en la misa, cantando un Aleluya fervoroso, tomada de las otras
manos, y corona la pieza con un soliloquio: Hay una sola puerta.
Gracias Paulo Roberto.
A la Iglesia le encanta contar esas historias de descarriados, matizadas
de un tono moralizante que siempre queda a cargo del pastor de turno.
Alejandro se excedía con la cerveza, hasta que la luz
entró por su ventana. El mismo representa la escena de su desvío,
tomando agua coloreada con un par de vagos y atorrantes en
cualquier esquina. Está claro que debe haber tenido, como los otros,
un severo entrenamiento actoral: el rictus duro, la mirada perdida, la
cabeza que pega contra la pared sin lastimarse.
No lo hagas, lo sujeta su madre, también actriz sólo
por este día. Pero él se golpea sin golpearse contra el
paredón de cemento. Por suerte, el clímax dramático
se compensa con la cálida voz de un locutor que guía la
llegada de Alejandro a la Iglesia de los sueños, la reconversión
en un aburrido más que trueca la barra de amigos por Paulo Roberto.
La recompensa es enorme y muchas veces tiene formato de prosperidad económica:
Ahora tengo una moto 0 km, se enorgullece Leticia, de La Plata,
abonando al formato Llame ya de ribetes místicos que
inauguran ambos programas. Como la TV de las compras, Pare de sufrir
siempre ubicaun teléfono en pantalla: usa un tono foráneo
y pone al involucrado a contar su historia, que siempre es de un presente
perfecto y un pasado de descarte. Y a ese encuadre, se suma el infatigable
monólogo de Paulo Roberto, un magnético vozarrón
en portuñol que repite: Llame ya... llame ya... usted también
está a tiempo de salvarse.
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