Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


ESTRENOS DE LA SEMANA

“OTRO DIA EN EL PARAISO”, SEGUNDO LARGO DE LARRY CLARK
La marginalidad como centro

Los carismáticos Melanie Griffith y James Woods se roban la nueva película del director de �Kids�, road-movie áspera y desencantada.

James Woods es tres en uno: ladrón, yonqui y dealer.
Lo acompaña Melanie Griffith, una mujer a su altura.

Por Luciano Monteagudo

“¡Qué daría por una vena como ésa!”, dice con sana envidia Mel (James Woods) ante la tierna juventud de Bobbie (Vincent Kartheiser). Bobbie acaba de ser molido a golpes por un guardia de seguridad –cuando intentaba robarse unas monedas de las máquinas de golosinas de la escuela– y necesita una dosis de algo para levantar los ánimos. Lo que Mel tiene a mano es heroína. Mel le lleva por lo menos el doble de edad a Bobbie y le propone que deje de perder el tiempo buscando cambio, que él lo puede poner en el camino de la plata grande. Sólo hace falta que Bobbie y su novia Rosie (Natasha Gregson Wagner) confíen en él, que no hagan preguntas inútiles y se suban a su imponente Cadillac Coupé De Ville, un avión negro en el que viaja la dulce Sid (Melanie Griffith). “¡Pero si son dos bebés!”, comenta con ternura Sid y les augura –para bien o para mal– un futuro digno de Bonnie & Clyde. A partir de allí, Otro día en el paraíso, segundo largometraje de Larry Clark después de su controvertida Kids, se convierte en una película de ruta como hacía tiempo no se veía en el cine norteamericano, una road movie simple y desencantada, un poco a la manera de las que solían hacer Hal Asbhy, Bob Rafelson o cualquiera de los artífices de lo que a comienzos de los años 70 se llamó el nuevo Hollywood.
La referencia parece pertinente en la medida en que Clark es todo un exponente de aquellos años, a los que aportó un legendario libro de fotos, Tulsa, descarnada contracara del american dream que supo despertar la admiración pública de Gus Van Sant y Martin Scorsese, entre muchos otros que por entonces también empezaban a ver a los Estados Unidos con ojos nuevos. Alejado de modas al uso, y como si hubiera querido hacer acto de fe de su incondicional marginalidad, Clark desembarcó en el cine primero haciendo Kids, acusada de ser una mera exploitation movie sobre adolescentes en crisis. Ahora con Another Day in Paradise Clark hace un film en todo caso más convencional, pero también más sincero, donde alcanza a contener en parte su voyeurismo compulsivo y se dedica a narrar –por momentos a brochazos– la historia de esas dos parejas de yonquis, dealers y ladrones al paso, en moteles perdidos, de paredes sucias y cochambrosas.
Esos brochazos parecen sin embargo lo mejor de la película, particularmente cuando en el centro de la escena están James Woods y Melanie Griffith, siempre decadentes, peligrosos, imprevisibles, más allá de lo que el film mismo está en condiciones de ofrecer. Hay algo auténticamente inquietante, por ejemplo, en la manera en que el protagonista de Videodrome cuenta una misógina historia de borrachos en un blues bar de Saint Louis, mientras escuchan los riffs de Clarence Carter y corre generoso el alcohol. Y Melanie no deja de ser maternal, enternecedora cuando se ocupa de comprar ropa y darles consejos a sus pequeños “hijos adoptivos”, mientras se busca una vena sana en la ingle, o en la yugular. O cuando, escopeta en mano, después de haber despachado sin asco a un par de hell’s angels en un caótico tiroteo, pregunta con un chillido infantil por la integridad de sus amigos: “¿Están vivos?”. En estos apuntes al margen parecen estar los mejores momentos de este film marginal.

 


 

“102 DALMATAS”, NUEVAMENTE CON GLENN CLOSE
Una secuela como para aullar

Por Horacio Bernades

101 dálmatas, versión live action de La noche de las narices frías, había logrado reproducir, en escenarios reales y con actores y perros de carne y hueso, buena parte de la dibujada fantasía de aquel superclásico Disney. Como la lógica económica indica que a un éxito debe suceder, fatalmente, una secuela, aquí está 102 dálmatas, cuya única justificación parecería ser ésa. Ya no hay una idea, ni el mínimo sentido del humor o algún espíritu de aventura en esta primera y calamitosa experiencia con actores del director Kevin Lima, que venía de realizar Tarzán.
De la versión anterior no quedan los actores, ni el guionista, ni el director. Ni siquiera el director de arte. No queda nada, a no ser Glenn Close, empeorando todo lo posible su caricatura de Cruella De Vil. Si la vez anterior Mrs. Close había compuesto a Cruella en el borde justo del grand guignol, ahora convierte a la bruja bicolor en una agobiante macchietta, hecha de grandes gestos, ojos muy abiertos y gritos destemplados. La historia es mínima, casi inexistente. La acción vuelve a tener lugar en Londres, con predominio de actores locales más plebeyos que nobles. Los dálmatas vuelven a tener cría. Su dueña es ahora una oficial de libertad vigilada, que debe cuidar que Cruella, recién liberada de un hospital de insanos, no vuelva a las andadas. Obvio que fracasará, porque si no, no habría siquiera una excusa argumental para echar a andar la trama.
Hay también, del lado de los buenos (todo es aquí blanco y negro, como el pelaje de los dálmatas) un desabrido amante de los canes, de quien la chica se enamora porque el guión la obliga. Junto a Cruella aparece un Gérard Depardieu haciendo de monigote como un payasesco peletero francés, rol que hasta Miguel del Sel habría rechazado. Envuelto en piel de leopardo, con el pelo teñido y parado y sin personaje a la vista, quien fuera alguna vez actor emblemático de Ferreri, Godard, Pialat, Téchiné, Blier, Miller et al., parecería la venganza perfecta que Hollywood se cobra sobre el cine de arte europeo. Como quien exhibe la cabeza del enemigo, clavada en una horrible pica.
De la anterior, 102 dálmatas reproduce lo peor: el largo, exasperante castigo final sobre la villana. En una pastelería se la enchastrará, empastará y humillará, hasta convertirla en una desagradable y gigantesca “masita humana”. Hay un loro que no para de hablar (y que, como el chancho de Babe, quisiera ser perro) y un montón de cachorros lindísimos. Pero ese mérito es de la naturaleza, no de Disney.

 

PRINCIPAL