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SUI GENERIS REUNIO A 20 MIL PERSONAS EN SU REGRESO EN CANCHA DE BOCA
Cuando las canciones resuelven todo

El show comenzó con un retraso de una hora, que disparó toda una batería de rumores. Pero �Cuando ya me empiece a quedar solo� abrió una noche en la que hubo un amplio lugar para la nostalgia: los títulos históricos de Sui Generis provocaron una explosión tras otra en la gente.

Charly García y Nito Mestre, una postal del reencuentro, veinticinco años después del último show. Por momentos todo se confundió son un show de Say No More, pero hubo varios “momentos Sui Generis”.

A las 22, la hora fijada para iniciar el show, la hora en la que la transmisión de DirecTV empezó a ser “estirada” con imágenes del campo, avances televisivos y declaraciones de la gente, dentro de la cancha de Boca y cerca de camarines el ánimo era de nerviosismo, pero no por la cercanía del concierto sino por... la ausencia del protagonista. “Está viniendo”, “No vino”, “Ya sale”, “Ya salió”, “Está llegando”, eran frases que cruzaban y volvían, y el paradero de Charly García se convertía en un enigma. Las versiones más enteradas decían que García estaba ocupado tiñéndose el pelo de verde, y que la limusina que lo había ido a buscar no resultó de su agrado, y que a cambio había pedido como transporte... “un ómnibus rojo de dos pisos”.
Un regreso de Sui Generis no podía carecer del ingrediente Say No More: nunca nada está asegurado con Charly García, y las 20 mil personas que se acercaron a la Bombonera parecían entenderlo, ya que a cada estallido de aplausos y griterío seguía un período de calma y espera, aunque esa espera fuera cada vez más impaciente. 20 mil personas que contrastaron con el River lleno que saludó otro regreso, el de Seru Giran (y ni hablar de las 150 mil que se dieron cita para el show gratuito de García en Buenos Aires Vivo), pero que esperaban de buen grado el batallón de más de treinta canciones que Sui Generis preparó para su regreso de anoche.
Mientras se esperaba la apertura, entonces, sólo quedaba admirar el escenario, dominado por los excesivos telones de la misma empresa de TV satelital. A la izquierda, un plato volador y una pared a la The Wall; a la derecha –sobre la raleada popular visitante– una locomotora apuntando a escena, y al centro una pasarela que se hundía en el campo, rumbo al escenario bis al estilo U2 o Rolling Stones. Todo en su lugar, esperando que comenzara la música, y la música haciéndose desear.
Y al fin, a las 23, la Say No More Symphonic Orchestra arrancó desde el fondo, y ese escenario bis fue ocupado por Nito Mestre, camisa blanca y gesto de éxtasis, para arrancar con aquello de “Tenía los ojos muy lejos, el cigarrillo en la boca...”: “Cuando ya me empiece a quedar solo” disipó 25 años de espera, y los más veteranos de los presentes en Boca sintieron que podían olvidar el plantón de una hora y empezar a cerrar el círculo. Un círculo, al cabo, no del todo perfecto: si en la primera canción y en “Usame un poquito más” (un cover de Vanilla Fudge) Nito tuvo un protagonismo casi atípico, a partir de “Yo soy su papá” García –saco blanco y celeste, remera roja, pantalón blanco y pelo hacia atrás como en las épocas de Piano bar, aunque el viento pronto se encargó de desbaratar el peinado– comenzó con su deambular de fiera, guitarra colgada y yendo de la izquierda del escenario (reservada casi exclusivamente para él) hacia el piano rojo del escenario chico. Por momentos costaba diferenciar lo que se veía de un show solista.
La diferencia, claro, estaba en las canciones. “Afuera de la ciudad” (grabada por Nito Mestre en 20/10, y recuperada para el nuevo disco) “Su pueblo también”, “Cuando te vayas”, “No es el fin”, fueron dándole cuerpo a un repertorio en el que la voz de Nito se escuchaba mucho más de lo que puede advertirse en Sinfonías para adolescentes. Y alimentando el fervor de la gente, que comenzó a celebrar cada estrofa y a estallar en cada momento histórico (como “Confesiones de invierno”, estimulada por un sonido que, a pesar de los remolinos de viento, permitía apreciar tanto las voces como la guitarra de María Gabriela Epumer o la sinfónica. En el rubro nostálgico, “Quizás porque” propició el primer auténtico momento Sui Generis de la noche: juntos en el escenario bis, García y Mestre provocaron una explosión cuando desplegaron una bandera que tiró alguien del público, en la que podía verse su vera efigie en los ‘70: una buena foto para poner en el álbum de recuerdos.
Al cierre de esta edición, con un García ya desatado al comando de furiosas versiones de “Mr. Jones” v y el “Blues del levante”, quedaba por delante una generosa porción de show. La lista preveía revisiones tan emotivas como”Canción para mi muerte”, “Juan Represión”, “Para quién canto yo entonces”, “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, “Aprendizaje” y “Rasguña las piedras”, con participaciones de Gustavo Cerati, Fito Páez, Mercedes Sosa y León Gieco. Pero hay que decirlo por enésima vez: con Charly García, en solitario o dedicado a los regresos, nunca se sabe. Con lo que el final de la velada, en este Sui Generis modelo 2000, era más abierto que nunca.

Producción y textos: Martín Pérez y Roque Casciero

 


 

POSTALES DE UNA NOCHE ATIPICA EN LA BOMBONERA
“Los sigo desde la adolescencia”

La Bombonera lucía iluminada a pleno –como si se tratara del “Clásico del domingo”– y semivacía a las 21, cuando la gente recién comenzaba a ingresar. Sobre las populares, el panorama era similar en ambas tribunas, aunque en el sector tradicionalmente denominado como de “la 12” –la bandeja del medio, el hábitat natural de la barra de Boca– estaba mayormente completo hasta la mitad. En este contexto de quietud, levemente sacudido por los miles de globos que FM La Mega repartió entre los asistentes (azules y con una publicidad bien visible), resaltaban mucho más los banderones de los sponsors –el canal satelital DirecTV, La Mega y Fénix, la productora de este regreso– que el fervor de los que llegaban a sus ubicaciones.
Chicas bronceadas por adelantado, pibes con sus remeras negras de Los Redonditos de Ricota, otros –muchos más, por cierto– con una que reza simplemente “Charly”, padres e hijos en plan de recital familiar. Todos ellos esperaban por el show. Tal el caso de Liliana, de 42 años, y su hija Jessica, de 22. “Siempre seguí a Sui Generis, cuando era adolescente y ahora no me lo podía perder. No pude ir al Adiós porque mi mamá no me dejó, me quería matar”, comentó la madre. Sonriendo a su lado, su hija contó que, en realidad, su presencia tenía que ver más con la insistencia materna que con su propio gusto: “Ya me cansé de escucharlos en casa, me sé todas las canciones de memoria. Por eso vine”.
El piso de la cancha propiamente dicho estaba protegido de manera no muy segura: una delgada cubierta de plástico, fácilmente “levantable”, cubría el terreno de juego. Por ahí pasó caminando Willy Iturri, parte integrante de una de las más notables bandas de acompañamiento que haya tenido alguna vez Charly García (período Piano Bar). Y dijo: “Tengo la mejor expectativa del concierto, y por eso vine a recordar toda la música de Sui Generis. Además, soy muy amigo de los dos y quiero que les vaya bien. Esto es muy importante porque une a dos generaciones, y la prueba es que estoy con mis hijas Lila, que tiene 15, y Paloma, de 12”.
A las diez de la noche, el ingreso de público era mayor y la noticia más alarmante que corría entre los organizadores era que “Charly está paranoico, todavía no salió de su casa”. Un rato antes, Fito Páez le había dicho a Página/12 que no tenía “ni idea” sobre lo que iba a cantar. “Charly quería hacer una canción, yo quería otra... Ya veremos”, comentó el rosarino entre divertido y resignado.
Lejos de esta duda y los arranques de divo de García, Jorge (40 años), su sobrina Alejandra (26) y su hijo Francisco (11), esperaban por el show. “Soy muy fanático de Charly, para mí es el mejor músico argentino. No fui al Adiós porque no estaba en Buenos Aires. Y nunca los vi en vivo: ésta es mi revancha”. Asombrado por la historia que tal vez nunca había escuchado, Francisco contó que su primer show de rock fue Charly en Obras, este año, y que desde ese día le encantan los recitales y por eso le insistió a su viejo para que lo trajera al estadio. De fondo, se escuchaba el cantito “El que no salta es un botón”, el mayor hit de la noche.

 

OPINION
Por Carlos Polimeni

La gallina de los huevos de oro

“La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otras cosas”
John Lennon

La historia de Sui Generis comenzó hace más de treinta años, como una onda de amigos de colegio secundario privado de Caballito, en un país que también se llamaba Argentina, pero que no existe más. Era un país de sueños colectivos, en que se tenía la convicción de que valía la pena luchar por un futuro, que sería mejor, de modo inexorable. En una época en que los dúos eran moneda corriente en lo que genéricamente aún sigue llamándose rock, no resultaba extraño que éste fuese la suma de un compositor y pianista y de un cantante y flautista. Lo que no todo el mundo sabía en su momento es que al principio había un grupo y que Charly García y Nito Mestre no eran otra cosa que los sobrevivientes de una temporada en el infierno, los dos que se animaron a seguir luego del debut colectivo en las grandes ligas del descontrol. En vivo, el dúo tenía sentido, cuando el dinero era poco y el público muy hippie. En disco, Sui Generis nunca fue dúo, salvo en temas muy acústicos: grababan buena parte de los mejores músicos de sesión de la escena argentina, incluso muchos de aquellos que hablaban pestes del grupo. Lo acusaban de blandengue, el mismo sambenito con que perseguían a la lírica de Luis Alberto Spinetta, que les respondió haciendo Pescado Rabioso, un power trío que no ocultaba su admiración por Led Zeppelin.
Lo que en un lapso más o menos breve consiguió Sui Generis, como sin darse cuenta, resultó una hazaña cultural: sacó al rock del guetto de los iniciados para meterlo en el corazón de las masas. Sui Generis fue el primer grupo de rock de miles y miles de chicos del secundario, en una época sin programas de radios especializados, sin programas de televisión del palo, sin campaña de las discográficas. Los dos discos iniciales, Vida y Confesiones de invierno, reflejan un espíritu generacional de rebeldía e inconformismo en que García empezaba a perfilarse como un compositor definitivo del género. Los dos primeros discos tenían el espíritu romántico de una época en que terminaba una dictadura de siete años y se venía un gobierno democrático elegido por una avalancha de votos. Hoy pueden escucharse como la banda de sonido de una primavera que terminó rapidísimo. Instituciones, el mejor de todos, era casi un cachetazo conceptual a la historia previa: un disco electrificado, con sintetizadores chirriantes como bastón estético, lleno de climas amenazantes y canciones premonitorias. Afuera de los estudios, El General había muerto, el Tío empezaba a ser fantasma y La Señora y el Brujo gobernaban con la Triple A debajo del brazo.
El Adiós Sui Generis de 1975, dos funciones abarrotadas de público que llevaron a la revista Gente a afirmar que el grupo había llevado al Luna Park más gente que Carlos Gardel, subrayó la decisión de Charly de matar a la gallina de los huevos de oro. García estaba seguro, y tenía razón, de que haría historia con independencia de qué entorno tuviera. Estuvo veinticinco años demostrando que no había por qué conformarse con lo hecho, acumulando discos, hitos, grupos, juicios, fans. Hasta diez años después del final –que fue concierto, disco doble y película– Charly se resistió a tocar cualquiera de aquellas canciones, que el tiempo había ido convirtiendo en prehistóricas. A veces odiaba las grabaciones, los pifies, las voces desafinadas. Luego fue cediendo, encariñándose con la idea que le había parecido reaccionaria antes. El nuevo disco de SG, Sinfonías para adolescentes, fue pensado como una celebración del pasado con el sonido del futuro, ese concepto Say No More según el cual cada pista tiene capas y capas de pintura, de tal modo que la estructura sonora es tan importante como el tema en sí. La historia no transcurre en círculos, como pensaba Carlyle y quería creer Jorge Luis Borges. En todo caso, puede decirse que lo que transcurre primero como tragedia, puede repetirse como comedia. Un millón largo de dólares de cachet demuestra que Charly tenía razón en lo referente a la gallina de los huevos de oro. Las buenas canciones, como los buenos recuerdos, habitan espacios que no pueden dañarse ni queriendo. Hay mucha gente molesta por esta apuesta de Charly al pasado, acaso admitiendo que había allí una cantera que valía la pena hurgar. Pero mucha otra que está preguntándose: ¿Cuando vuelve La Máquina de Hacer Pájaros? ¿Y PorSuiGieco? De aquel país que también se llamaba Argentina... ¿sobreviven más cosas que las canciones de Sui Generis?

 

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