El calor y la densidad del tránsito
deben haber aportado lo suyo, pero lo cierto es que Jorge Núñez,
chofer de la línea de colectivo 124, se transformó ayer
en chivo expiatorio de los malhumorados usuarios de transporte. El conductor
de la unidad 1127 tuvo que soportar unas horas de detención en
una comisaría de Floresta, después de que él mismo
se dirigió a esa unidad con la intención de aplacar el ánimo
de los furiosos viajeros que se negaban a seguir pagando el boleto con
el aumento.
Estamos cansados de que no se cumplan las órdenes judiciales,
despotricaba poco después un iracundo pasajero.
Cerca de las nueve de la mañana, un grupo de usuarios se resistió
a pagar los 80 centavos que reclamaba la máquina expendedora para
imprimir el boleto, argumentando que la tarifa debía ser 10 centavos
menor, tal como ordenó horas antes la Justicia.
El chofer, impotente ante la demanda de los díscolos viajeros,
intentó explicar que no estaba a su alcance determinar el precio
del pasaje. La orden de la empresa es cobrar 80 centavos,
se habría defendido.
Minutos después estaba acorralado entre la presión de los
empecinados en obtener el descuento y los apurados por seguir el viaje.
Fue entonces cuando cerró las puertas y se dirigió directamente
a la comisaría 50, ubicada en Gaona 2500.
El camino resultó equivocado: la policía lo detuvo por privación
ilegítima de la libertad de los pasajeros.
Un delegado de la Unión Tranviarios Automotor asumió la
defensa de Nuñez ante la prensa. Nosotros no podemos disponer
una rebaja por nuestra cuenta, respondió a la pregunta de
si era potestad del chofer cobrar una tarifa o la otra. Fue a la
comisaría para preservar su integridad, aclaró el
representante del gremio, sugiriendo que el chofer acudió a los
uniformados para ampararse de la furia ciudadana.
Al mediodía, el episodio quedó clausurado cuando la jueza
Susana Nocetti de Angeleri dispuso la libertad del conductor.
OPINION
Por Gabriel Guralnik *
|
Preguntas para Kogan
En 1940, con diez centavos podía pagarse un boleto de colectivo,
un café o un diario. Hoy, el colectivo cuesta la mitad del
diario y una tercera parte de un café. Aunque parezca
mentira, esta frase no es de hoy, ni la acuñó Jorge
Kogan. Apareció en los colectivos, a mediados de los años
setenta, como una queja por la falta de aumentos y una prueba de
lo barato que era el transporte público.
El razonamiento, claro está, era erróneo. Un sofisma,
dirían los lógicos, porque sacaba su conclusión
ignorando una de las premisas: el transporte se había vuelto
más barato que el diario y el café, pero también
se había vuelto más masivo. Y al ser masivo, al usarlo
todos, había pasado a dejar ganancias enormes.
No es difícil imaginar argumentos similares e igualmente
falaces a los que usaban, en esos colectivos de hace un cuarto
de siglo, los empresarios que pedían aumento de tarifa. Imaginemos,
por ejemplo, que una fábrica de automóviles quisiera
efectuar una queja parecida: En 1890, un automóvil
costaba tanto como una casa. Hoy, con el precio de una casa pueden
comprarse diez automóviles. ¿Fue un mal negocio
para los fabricantes de automóviles bajar los precios, hacerlos
masivos, ponerlos al alcance de mucha gente? No parece.
Entonces, cuando Jorge Kogan dice que el aumento de tarifas no afecta
a los más pobres porque van a pie, cuando se aprueban medidas
para asegurarse que nunca lo usen, el argumento no sólo es
poco simpático, sino también .sorprendentemente
contrario a las leyes del mercado que nuestra clase dirigente ama
con tanta pasión. Porque si un producto masivo achica su
universo de usuarios, tiende a caer como negocio. Y si lo amplía,
tiende a mejorar sus ganancias.
Tal vez Jorge Kogan podría preguntarle a Coca-Cola por qué
baja constantemente el precio de sus productos. O a Vicente Fox,
que con lo que aprendió de productos masivos acaba de ganarse
una oportunidad para cambiar la historia de su país.
* Consultor en tecnología.
|
|