Dos más dos ahora
es cinco
Dos más dos
son seis, dice el tirano. Dos más dos son cinco,
dice el tirano moderado. Al individuo heroico que recuerda,
con sus riesgos y peligros, que dos más dos es cuatro, los
policías le dicen usted no querrá de ninguna
manera que
volvamos a la época en que dos más dos era seis.
(Citado por Néstor García Canclini en La globalización
imaginada)
El mejor en camino de llegar a ser único argumento
del actual gobierno para alabar su primer, larguísimo, decepcionante
año de gestión es que en tiempos de Carlos Menem dos
más dos era seis. La recurrente invocación a un pasado
que la mayoría de los argentinos quiso dejar atrás
esquiva comparar a la Alianza con lo que fueron sus propias premisas,
su contrato electoral. Con la de por sí muy módica
promesa que ofertó al pueblo: un cambio en el estilo de gobierno,
administración más prolija,
lucha contra la corrupción, crecimiento moderado. Un cambio
de rumbo, a baja velocidad. No parecía tanto, pero suena
como un lujo asiático comparado con el balance del primer
ejercicio.
Hay mucho más de continuidad que de ruptura entre el actual
oficialismo y el que lo precedió. Desde ya, en la política
económica, pero no sólo en ese árido territorio.
La crónica de la semana que está terminando añadió
un episodio con toda la hechura del menemismo: el desconsiderado
aumento del costo de pasajes de colectivos, subtes y trenes. Y la
justificación que de él hizo, a este diario, el secretario
de Transportes Jorge Kogan, alegando que los pobres más pobres
no viajan en colectivo y, por lo tanto, no podía considerárselos
víctimas del tarifazo.
El aumento fue decidido con olímpico desdén hacia
los bolsillos de la gente de a pie, omitiendo cumplir con las audiencias
públicas que impone la ley. Fue explicado por un troglodita
de derecha, quien, para redondear una evocación calcada del
menemismo, terminó garabateando una desmentida de sofista.
Identificar a Kogan con el menemismo no es sino un ejercicio de
memoria. El fue (como Daniel Marx, como Carola Pessino, como Carlos
Silvani por no citar sino un conspicuo puñado) funcionario
menemista y aliancista sin solución de continuidad, sin el
menor rubor, el menor cambio y la menor
autocrítica. Por añadidura, su trayectoria lo ha mostrado,
sucesivamente, ocupando los dos extremos del mostrador que se
supone separa a las empresas privadas de transporte del gobierno
nacional.
Una decisión digna del menemismo por la insensibilidad social,
por la sumisión a los poderes económicos locales o
foráneos, por la grosería con que se transmitió,
por el desdén de las mínimas reglas legales, se adobó
con un condimento que sí es propio de la Alianza: la carencia
de tiempismo político. Aún funcionarios de la Rosada,
incluidos muchos tan liberales y desaprensivos como el equipo económico,
se agarraban la cabeza por la inoportunidad del anuncio que así
no fuera más que desde una óptica pragmática
podía haberse pospuesto un mes o dos. Ni hablar de las palabras
que se oían en la Jefatura de Gobierno porteña. La
falta de cintura política es algo que la Alianza no copió
del menemismo: está inscripta en su código genético.
Teléfonos
rotos
Nadie esperaba el crecimiento cero. Nadie imaginaba la seguidilla
de impuestazo, reforma laboral con apoyo de la CGT de Rodolfo Daer,
recorte salarial a estatales, tarifazo. Así y todo, lo menos
imaginable era que el armado político de la Alianza, su sagacidad
esencial, la clave de sus triunfos electorales en 1997 y 1999, llegara
tan maltrecho a su primer cumpleaños en la Rosada.
Carlos Chacho Alvarez, Alberto Flamarique, Rodolfo Terragno,
Nicolás Gallo, Fernando de Santibañes, piezas esenciales
del Gobierno, no sóloestán fuera de él, en
sus respectivos domicilios. Recalaron ahí tras una saga interminable
de internas, puñaladas traperas, malos entendidos, intrigas
y malas ondas.
Un puñado de anécdotas de estos últimos siete
días sirve de suficiente ilustración.
Rodolfo Terragno apareció
en Comodoro Py, descerrajando críticas contra la administración
que integró hasta hace dos meses. La bronca presidencial
tronó desde Costa Rica. La oyó, teléfono de
por medio, el ministro del Interior Federico Storani. El diagnóstico
oficial es que Terragno fue ineficaz como jefe de Gabinete y está
sobreactuando sus diferencias de cara a las elecciones de 2001.
El imputado replica que lo echaron por haber discrepado públicamente
con la política económica y por haberse embarcado,
con Alvarez, en la lucha contra la corrupción senatorial.
Otro que rezonga es el
ex presidente Raúl Alfonsín. Se mordió los
labios para no pedir la cabeza de Kogan. Y lo enfurece la falta
de respuesta de Alvarez a sus telefonazos, cada vez menos insistentes.
Alfonsín lo llama a (Lionel) Jospin y éste le
contesta o lo devuelve la llamada en horas. Chacho no lo atiende
desde hace más de un mes, describe un radical que conoce
y aprecia a ambos pero que también luce hastiado de la inorganicidad
del ex vice.
La relación entre el presidente de la Nación y el
de la UCR es también espinosa. De la Rúa se sulfura
por los comentarios recurrentes de Alfonsín sobre el Gobierno,
la convertibilidad o la globalización. Sospecha que el primer
presidente de la democracia busca avanzar sobre sus facultades...
y no esta solo en su análisis: un alfonsinista histórico
que hoy asesora de cerca al Presidente describe: Cuando dice
barbaridades Alfonso no se equivoca. Explora los límites,
que es muy otra cosa.
Mejorar la relación entre Alfonsín, que es como decir
la UCR, y De la Rúa es otra asignatura política pendiente.
Storani viene proponiendo generar una instancia institucional de
la Alianza, con los jefes de los partidos que la integran. Un modo
de contenerlos, de escucharlos y de parir para un gobierno quietista
y parco en iniciativas una suerte de vanguardia, que buena falta
le hace. La propuesta, que el ministro del Interior adelantó
en alguna declaración pública, y que pormenorizó
en un paper reservado que entregó a De la Rúa, parece
destinada al naufragio, al olvido, o a la postergación eterna.
Un laberinto de movidas
bizantinas posterga y complejiza la incipiente minicumbre entre
los integrantes de la fórmula presidencial. Hace un año,
acompañados por sus respectivos (y ciertamente diferentes)
grupos familiares los dos saludaban en los balcones de la Rosada.
Eran, entonces, integrantes exitosos de sendos tramos de la clase
media argentina, mostrándose agradables y accesibles con
estilo republicano. Hoy sus frías relaciones tienen todo
el sello de las intrigas palaciegas.
En los arrabales del Presidente se esperaba un gesto de Alvarez,
una amigable foto para honrar el aniversario. Se sintió como
un desaire, agravado por un tufillo de déjà vu, que
Chacho reformulara el encuentro como soporte de un documento de
propuestas que se fueron conociendo por conductos informales y por
los medios gráficos. Si Chacho quiere hablar con el
Presidente le basta con venir, se engranaba una alta fuente
de la Rosada.
Pero no hay tal. Nada de espontáneo tiene un cónclave
entre dos dirigentes cuya affectio societatis está en coma
cuatro y que recelan el uno del otro. Ambos buscan quedar a salvo
del reproche de haber roto la Alianza pero están hastiados
de sus respectivos estilos y manejos y siguen culpándose
mutuamente de la crisis que hizo epicentro el 6 de octubre, día
de la renuncia vicepresidencial, y que se prolonga en todo su esplendor.
Y los dos buscan mejorar su posición relativa en cada momento,
aún en lacumbre por venir que si no hay cambios brutales
será una nueva versión del diálogo de sordos
que urdieron en menos de un año de tormentosa convivencia.
Chachofobia
No me miren a mí, yo no soy Chacho, atinó
a proponer Graciela Fernández Meijide cuando todos la miraban
en medio de una andanada de críticas al líder del
Frepaso vertidas por Chrystian Colombo en la reunión de Gabinete.
El sucesor de Terragno es hiperquinético e hiperexpresivo
pero no es monopolio suyo la bronca con el ex vice. A la desconfianza
presidencial, a la mala sangre de Alfonsín, hay que añadir
ahora el encono de José Luis Machinea, quien dijo on the
record lo que Colombo, más volcánicamente, expresó
en la privacidad: el anhelo de que Chacho lanzara sus propuestas
de cuerpo presente y no por vía mediática.
El desmoronamiento de la que fue una de las mejores relaciones políticas
y personales del actual gobierno la del ex vice y el ministro
de Economía no es un dato menudo. Para Alvarez, palabra
más o menos, el ciclo de Machinea está cumplido y
su propuesta de crear un ministerio de la Producción que
su paper fundamenta en la falta de contacto del gobierno con la
economía real durante doce meses es la
prueba de ese desencanto.
En tiendas de Machinea intuyen un cuchillo bajo el poncho de esa
propuesta y del designio de Chacho de relanzamiento
del Gobierno. Es un curioso cuchillo, envasado en un cuerpo fornido,
de ojos claros saltones, calva pronunciada y voz que se agudiza
con el enojo. Se llama Domingo Felipe Cavallo y su mención
encoleriza a Machinea, a Colombo y remoza las promesas de renuncia
de Storani. Pero su eventual desembarco en tres o seis meses es
una hipótesis consistente de cualquier análisis político,
mucho antes que un anhelo de Chacho.
En Jefatura de Gabinete y Economía explican que, blindaje
mediante, viene un período de bonanza y crecimiento, por
lo que es un disparate (amén de un mal pago) cambiar de caballo
en medio del río. Piensan que el hasta hoy ortodoxo Machinea
puede clonarse en el nuevo ministro de otro ciclo signado por el
crecimiento. Acuden, insistentes, al ejemplo del ministro brasileño
Pedro Malán, que cumplió un periplo similar.
Las comparaciones siempre son riesgosas. Tal vez no registren el
nivel de deterioro público que tiene Machinea, de esos que
en la Argentina son difíciles de dar vuelta. Amén
de que el ministro de Economía no ha zafado jamás
de su pecado original, esto es la mácula de haberse ido del
anterior gobierno radical en medio de una corrida bancaria. Un estigma
que se hizo pánico a la repetición en él y
su equipo, mutilando su horizonte de decisiones. Y que fue advertido
por los poderes económicos, con sagacidad similar a la que
tienen los perros para registrar transeúntes con miedo.
Además, bancar un ministro impopular, relanzarlo, requiere
un liderazgo político fuerte. Y parece un exceso de simplismo
o de optimismo homologar la capacidad de liderazgo del
presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso con la que
viene mostrando su tocayo De la Rúa.
El historiador Tinelli
Es torpe, de movimientos lentos y mal sincronizados. Se equivoca
permanentemente, repite sonsonetes (no hay crisis),
tropieza con las paredes, quiere hablarles a las cámaras
y les da la espalda. Esas y otras lindezas hace el imitador de Fernando
de la Rúa en el programa más visto de la televisión
argentina, el de Marcelo Tinelli.
No hay género más editorial que la caricatura política.
Se puede ser burdo, se puede ser panfletario, se puede ser y
es el caso descortés y hasta grosero pero sólo
se consigue enganchar con el público si hay, a trazos gruesos,
coincidencias con su sentido común. Si una caricatura asímás
allá de su (im)pertinencia como pièce de resistence
en un programa diario produce risas (esto es, adhesión)
es porque tiene muchos puntos tangentes con la mirada del espectador.
Nadie hubiera hecho reír mostrando a Carlos Menem o a Alfonsín
como inexpertos, lentos o torpes, aunque los humoristas jamás
se privaron de marcarles defectos, acaso igualmente o más
graves. No es menudo lastre en un país que honra la
viveza como virtud nacional que la imagen presidencial a un
año de mandato se deje describir así.
Podría intentarse una suerte de extraña defensa frente
a esa crítica que parece ganar la calle. La desarrolló
en un reciente seminario el sociólogo Oscar Landi: visto
a través del prisma de sus actos de gobierno, De la Rúa
no es un irresoluto que va a la deriva sino un dirigente de derecha.
Tal vez trepide antes de tomar ciertas medidas, pero siempre se
cae para el mismo lado.
Quizás en el medio esté la verdad, una marcada dificultad
para las reacciones veloces y una brújula que siempre apunta
a un mismo norte, háblese de equilibrios fiscales, relaciones
con Cuba, tarifas de transporte o situación de los presos
del MTP. Por no mencionar el pesebre con que la Casa Rosada saludó
la Marcha de la Resistencia de esta semana.
Un detalle, claro está, pero bien a tono con el estilo presidencial.
Una forma personal de saludar un fin de año que, en las calles,
se percibe sombrío, tinto de desesperanza y bajón.
Y, con razón o sin ella, las miradas convergen en la Casa
Rosada, ese extraño paraje en el que, sea quien sea su morador,
dos más dos nunca termina siendo igual a cuatro.
|