Por Miguel Bonasso
Creo que hay voluntad
política del gobierno argentino para encontrarle solución
(al tema de los presos de La Tablada). Una solución oportuna y
legal, a través de un decreto que no es un indulto, pero que cumple
con las recomendaciones de la CIDH, adelantó el ex presidente
de Nicaragua, Daniel Ortega, a Página/12. El máximo dirigente
del Frente Sandinista de Liberación finalizó ayer una visita
a la Argentina, destinada centralmente a solidarizarse con los presos
en huelga de hambre, a varios de los cuales definió como compañeros
nuestros en la lucha contra la tiranía de (Anastasio) Somoza.
Su último acto en el país fue una visita a los hospitales
Santojanni y Fernández donde se encuentran, en estado crítico,
los doce ayunantes. En un bar cercano a este último hospital concedió
una entrevista exclusiva a Página/12, en la que relató entretelones
de su gestión, hizo un balance de los diez años que lleva
fuera del poder -incluyendo temas difíciles como las denuncias
por abuso deshonesto que le hizo su hijastra Zoila América Narváez
y aventuró que el Frente Sandinista de Liberación Nacional
ganará las elecciones presidenciales del año próximo.
Con mesura y cautela, procurando no pisar nunca la delgada línea
que separa la solidaridad de la intromisión en los asuntos internos
de otro país, el comandante Daniel Ortega estuvo en Buenos Aires,
entre el miércoles y el sábado para realizar gestiones por
los presos de La Tablada, el más notorio de los cuales (Enrique
Gorriarán) fue una pieza clave en el gobierno revolucionario sandinista
que derrocó a la dinastía Somoza en julio de 1979.
Ortega no pudo entrevistarse con el presidente Fernando de la Rúa,
pero sí con el ministro del Interior, Federico Storani, con la
subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, y con diversos parlamentarios
de la Alianza y el Partido Justicialista. Ante quienes, por obvias razones
de prudencia diplomática, no esgrimió un argumento de peso:
la inevitable conmoción que causaría en la comunidad internacional
la muerte de alguno de estos prisioneros. Pero la prudencia no le impide
señalar que la búsqueda de una solución para el tema
de los presos se ha visto trabada por razones políticas que impidieron
una solución conjunta, que hubiera fortalecido por igual
a oficialismo y oposición.
El líder sandinista tiene aceitados contactos en la Argentina,
que ya visitó como presidente de Nicaragua cuando Raúl Alfonsín
asumió el primer gobierno constitucional tras la dictadura militar.
También mantuvo varias reuniones con el ex presidente Carlos Menem,
ante quien abogó en su momento por la libertad de los presos de
La Tablada.
A pesar de los años y las vicisitudes del poder, Daniel Ortega
sigue idéntico a sí mismo: es sobrio, sereno, casi taciturno,
no brilla en la exposición, pero razona bien, contesta todo y va
derecho al grano. Se le nota la experiencia del gobierno, que ejerció
durante cinco años como jefe de la junta revolucionaria y otros
seis como presidente elegido en comicios libres. Y se le nota asimismo
su curioso status de jefe de una oposición muy fuerte, que conserva
influencia sobre sectores claves del Estado como el ejército y
la policía. También el fogueo en las relaciones internacionales
donde se codeó por años con mandatarios de toda laya.
Con su manera escasamente expresiva, se lo percibía conmovido por
el estado físico de los huelguistas que acababa de visitar. Tres
de ellos se encuentran en estado crítico, comentó
sin estridencias, con el mismo estilo parco con que en los 80 solía
referirse a las acciones que emprendía la contra para
desestabilizar su gobierno. Están en una fase crítica
y en cualquier momento se puede producir un shock fatal. (Se refería
a Carlos Motto, Roberto Felicetti y Miguel Angel Aguirre.) Por esa misma
razón, el jefe sandinista considera que una posible solución
a través de la Corte Suprema demoraría mucho, tal
vez dos meses y en dos meses no lo dude estarían todos
muertos. Prefiere creer en un decreto, que no
es un indulto presidencial, sino una solución absolutamente
dentro de la ley que permitiría cumplir con la recomendación
de la CIDH de la OEA y otorgarles la libertad. Según el ex mandatario
nicaragüense esa solución podría aplicarse en las próximas
horas. Soy optimista, reitera.
Ese optimismo se traslada a la visión de la Nicaragua postsandinista
que le requiere Página/12. ¿Fue duro caer desde la cima
de una revolución? Fue duro, pero Daniel Ortega lo racionaliza
con un dato cierto: a partir de abril de 1990, cuando ascendió
a la presidencia Violeta Chamorro (la candidata de la coalición
derechista UNO), hubo que continuar la lucha de otro modo, gobernando
desde abajo. Demostrando que nadie podía gobernar ignorando a las
fuerzas sociales y al sandinismo. Que, además conserva el
control de un ejército que ahora es nacional y no sandinista,
pero sigue teniendo al frente a un cuadro histórico del FSLN, el
comandante Javier Carrión. Igual que la policía, que también
ha pasado a ser nacional y a veces se enfrenta con la base
social del sandinismo y con los estudiantes, en una confrontación
en el seno del pueblo que Ortega describe con objetividad, casi
como si lo analizara desde la academia, subrayando con una sonrisa la
situación paradójica que acaba de describir.
La derrota, sin embargo, no tiene padres y algo debió ocurrir para
que la fuerza que protagonizó la segunda revolución de América
se dividiera en el 94, cuando el escritor Sergio Ramírez,
vicepresidente de Ortega, fundó el MRS (Movimiento de Renovación
Sandinista). Ortega subestima esa escisión. Con una sonrisa dura
recuerda que el MSR sólo sacó un diputado en 1996 y sugiere
que fue por un acto de favoritismo familiar de un miembro del tribunal
electoral. El MRS, según Ortega, sería solamente un
membrete. ¡Qué lástima evoca Página/12;
Ramírez estuvo tanto tiempo junto a usted!. La respuesta
es dura: Cuando estás en el poder todas las moscas se pegan
a la miel.
El ex presidente de Nicaragua sigue defendiendo la piñata,
el reparto de propiedades confiscadas a los somocistas entre campesinos
y trabajadores. Aunque los críticos sostienen que muchos
humildes y anónimos beneficiarios eran, en realidad, testaferros
de los dirigentes sandinistas. La ofensiva de los propios somocistas para
recuperar esas propiedades fundamentales para el cultivo cafetalero,
por ejemplo han sido un factor permanente de inestabilidad.
Ya se han promulgado tres leyes sobre la materia, pero el debate continúa.
En lo personal, Daniel Ortega sufrió un golpe muy duro cuando Zoila
América Narváez, hija de su compañera histórica
y actual, Rosario Murillo, lo denunció por abuso deshonesto
y violación ante la Justicia. Zoila y su hermano fueron
adoptados como hijos por Ortega desde que tenían once o doce años,
en los tiempos de la clandestinidad. El ex presidente subraya que esa
denuncia se produjo en vísperas de un decisivo congreso del FSLN
y fue obviamente capitalizada por la derecha aunque no logró
nunca credibilidad. La explica como una manipulación sobre
la muchacha, aunque recuerda que tiene treinta años
y por tanto cualquier manipulación tiene un límite. Para
él hay diversos factores políticos y personales que lo llevaron
a dar ese paso que lo sigue afectando porque su esposa se sigue viendo
con su hija.
La política, en cambio, le facilita el optimismo. El sandinismo
acaba de ganar los comicios municipales en Managua y en otros distritos
importantes y Ortega está seguro de que el año próximo
se van a imponer en las elecciones nacionales, lo que podría reinstalarlo
en la presidencia de la república en un contexto latinoamericano
que no ve desfavorable. Hacia el norte, en México, observa con
inesperada simpatía el arribo del panistaVicente Fox, con quien
ha mantenido ya varias reuniones. Y hacia el sur, el mandatario venezolano
Hugo Chávez se perfila como un gran aliado.
Según su análisis, las simpatías electorales de los
nicaragüenses regresan al sandinismo porque el viejo chantaje
de la guerra, agitado por Estados Unidos y sus rivales internos
de los partidos liberal y conservador, han perdido considerable terreno.
También porque el modelo neoliberal ha fracasado generando
miseria y desocupación. Un frente que según él
se ha renovado (en la dirección sandinista sólo queda otro
histórico, el ex ministro del Interior, Tomás
Borge) aparece ahora como una opción más madura y realista
que a comienzos de los ochenta. Levanta una flexibilización
de las políticas económicas que es más modesta
que el sueño socialista de los tiempos heroicos y admite la realidad
de la globalización aunque busca relativizarla con
la unidad centroamericana y del Caribe. Una de las etapas
hacia la unidad latinoamericana que, según Ortega, tendría
en Hugo Chávez a uno de sus grandes paladines. Chavez está
diciendo lo que muchos líderes latinoamericanos quisieran decir
y no se atreven. Que debemos borrar fronteras y monedas, como lo han logrado
en Europa. Si los europeos pese a todas sus contradicciones y guerras
han conseguido acoplarse, ¿por qué no podemos lograrlo nosotros?
Parece una utopía inalcanzable, pero es la única alternativa
verdaderamente realista que nos queda para seguir siendo soberanos y arrancar
a nuestros pueblos del endeudamiento y la miseria.
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