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Dos chicos asesinos vs. la prensa británica

Los niños que en 1993 mataron a un nene saldrán libres. Temen ser linchados y
piden que no se publique nada sobre ellos. La prensa no aceptó. Y decide la Justicia.

Robert Thompson y Jon Venables, dos niños asesinos. Papá Bulger y su hijo, James, la víctima de los chicos.

Por Marcelo Justo
Desde Londres

El telón de fondo es uno de los crímenes más espeluznantes de las últimas décadas en Gran Bretaña: el del pequeño James Bulger, de dos años, asesinado en 1993 por otros dos chicos de diez. Ahora, una pelea judicial tiene en vilo a la sociedad británica. Es la que protagonizan los dos homicidas, ya próximos a cumplir la mayoría de edad, y tres pulpos editoriales que dominan el 80 por ciento de la circulación de diarios en el país. Los dos adolescentes saldrán en libertad condicional en enero con otra identidad y piden que se prohíba la publicación de cualquier dato que los pueda identificar: temen, no sin razón, ser víctimas de una venganza. Las editoriales, a su vez, argumentan que esa limitación vulneraría la libertad de prensa. El caso está en manos de la Justicia, que debe decidir si les permite a los adolescentes reconstruir sus vidas o si prioriza el derecho a la información y los deja expuestos a una revancha. El fallo se conocerá antes de Navidad.
La carátula lleva el título de “Jon Venables and Robert Thompson versus News Group Newspapers Ltd., Associated Newspaper and the Mirror Group”. El caso constituye una sutil radiografía de la sociedad británica, que se vio conmovida en 1993 por el asesinato a golpes y pedradas del pequeño James en una abandonada vía ferroviaria de Liverpool. Los abogados de Venables y Thompson, que ese año fueron hallados culpables del brutal asesinato, solicitaron a la División de Familia de la Alta Corte de Justicia que prohibiera a los periódicos la publicación de toda información sobre sus vidas cuando recuperen la libertad a principios del año próximo.
Según los letrados, la medida se basa en el derecho a la privacidad y la confidencialidad que proclama la Convención Europea de los Derechos Humanos y en el riesgo que correría la vida de los dos chicos si la prensa revela la nueva identidad y domicilio que tendrán cuando sean puestos en libertad condicional. Desde un principio, el padre de James Bulger juró que no cejaría hasta encontrarlos, pero el peligro al que aluden los abogados va más allá de una posible revancha familiar y apunta a las oscuras fuerzas que laten en el fondo de la sociedad. Este año, una campaña lanzada por el News of The World para escrachar a pedófilos terminó con la formación de grupos de “vigilantes” y una caza de brujas que empujó al suicidio a dos personas que estaban a la espera de juicio y obligó a cuatro familias inocentes a evacuar sus hogares.
Los tres grupos editoriales, por su parte, alegan que una veda informativa sobre la vida de los dos muchachos es un atentado contra la libertad de prensa y la seguridad pública. Según los abogados, se estaría dando una protección sin precedentes a dos adultos acusados de un crimen espeluznante y se rompería la función protectora de la libertad informativa, al impedir que los diarios den a conocer eventuales futuras actividades delictivas en la que Venables y Thompson pudieran incurrir. La sociedad en su conjunto se vería perjudicada porque el precedente que sentaría una decisión tan drástica sería aprovechado por otros criminales, como los pedófilos, que podrían desarrollar sus actividades ilegales amparados por un anonimato similar.
El flanco más débil de esta posición es el obvio peligro que corren las vidas de Venables y Thompson. En la corte, los abogados de los tres grupos editoriales aseguraron que la autorización a informar sobre los chicos no significaba una publicación automática de noticias y que se comprometían a manejar sus datos con “responsabilidad”. Este argumento fue recibido con escepticismo. La jueza Elizabeth Butler-Sloss pareció reflejar el sentir de una buena parte de la sociedad respecto de los mismos medios quepersiguieron a Lady Diana hasta la muerte cuando dijo que “no es muy realista pensar que los editores no publicarán cualquier información que tengan sobre el caso”. En términos más contundentes se manifestó el matutino de centroizquierda The Guardian, uno de los pocos que no forma parte de la causa: “El único argumento que cuenta para los tabloides es de un cinismo ilimitado y se basa en un solo criterio: el interés comercial”.
Dos decisiones previas de la Justicia inglesa y la europea favorecieron a los adolescentes. El año pasado, la Corte Europea de Derechos Humanos dictaminó que se habían violado los derechos humanos de Venables y Thompson al juzgárselos en una corte de adultos. En julio, la máxima instancia judicial británica determinó que ambos habían cumplido el mínimo de condena necesaria para acceder a la libertad condicional y dispuso una prohibición interina a toda información periodística sobre sus vidas.
La sociedad misma parece haber cambiado de posición. En 1993 una larga recesión y el aumento de la delincuencia juvenil habían generado un clima social mucho más intolerante, que el entonces primer ministro conservador John Major resumió cono una frase lapidaria: “Como sociedad debemos comprender un poco menos y castigar un poco más”. Con una economía floreciente y un gobierno laborista, la visión que prevalece ahora es diferente. El Ministerio del Interior apoyó la veda informativa de por vida para proteger a los dos adolescentes y permitirles reconstruir sus vidas cuando salgan a la sociedad con una identidad secreta y un denso pasado a cuestas.

 

La historia de Mary Bell

Desde un principio, el caso Bulger presentó asombrosos paralelos con el de Mary Bell, una chica de 11 años que en 1968 asesinó a sangre fría a dos niños, de 3 y 4 años. Como Venables y Thompson, Mary se crió en un medio marginal. Al igual que Thompson, había revelado una personalidad fría y manipuladora que los medios tradujeron como “psicopática” y “diabólica”. Como los asesinos de Bulger, Mary Bell fue sometida al asedio de la prensa y, cuando salió en libertad en 1980, obtuvo una nueva identidad y domicilio para reconstruir su vida. Cuatro años más tarde, tuvo una hija y consiguió que, para proteger a la niña, se prohibiera de por vida revelar su nombre y dirección. Durante 18 años el anonimato se mantuvo. En 1998 se publicó una biografía de Bell, Cries Unheard (Un grito sin respuesta). Por colaborar en el libro, la editorial pagó unos 80 mil dólares a Mary Bell. El pago desató el escándalo y aceleró el desenlace. A pesar de la orden judicial, un tabloide consiguió localizarla y, a partir de ese momento, los medios cercaron su casa. La policía debió intervenir, pero para la hija de Mary Bell ya fue tarde.

 

LA HISTORIA DEL CRIMEN Y EL JUICIO POSTERIOR
Un caso donde las dudas no cierran

Por M.J.

En 1993, Jon Venables y Robert Thompson tenían diez años y presentaban el cuadro típico de chicos al borde de la marginalidad: hogares fracturados por la pobreza y el alcoholismo, serios problemas de aprendizaje y conducta. Uno de los tantos días que faltaron a clase, fueron a un centro comercial y, en el medio de una multitud, aprovecharon una fatal distracción de la madre de James Bulger para llevarse a su hijo. Las cámaras de vigilancia del centro registraron el momento en toda su patética desolación: el niño que sería asesinado caminaba de la mano de sus dos pequeños verdugos.
El juicio a que fueron sometidos nueve meses después fue igualmente perturbador. La imagen de dos chicos escuchando incomprensibles audiencias judiciales en un tribunal de adultos abrió un pesado interrogante sobre la validez del juicio y la naturaleza misma de lo que se estaba juzgando. Las preguntas parecían incontestables: ¿es igual un crimen cometido por un adulto y un niño?, ¿existe la premeditación infantil?, ¿tiene un niño conciencia cabal de las consecuencias de sus actos? En medio de un clima social de odio y desconcierto, los jueces dictaminaron que los niños sabían lo que estaban haciendo. Al llevarse a Bulger del centro comercial, Venables y Thompson tenían la idea de matarlo en las abandonadas vías de un tren a dos kilómetros de distancia. “Dos pequeños monstruos diabólicos”, titularon los tabloides.
Los años transcurridos dieron lugar a otras interpretaciones. Según Blake Morrison, autor de un libro sobre el asesinato de James, As if, la conducta de los chicos no revelaba premeditación. “Desde un principio fue confusa y dominada por el pánico. La audaz broma infantil, la travesura que habían imaginado, se había vuelto realidad. De pronto, tenían un chico de dos años que lloraba de la mano de ellos y con el que no sabían qué hacer. Cuando decidieron caminar con el pequeño James durante más de dos kilómetros hasta la vía ferroviaria no estaban pensando en matarlo. Estaban regresando a su propio barrio, es decir, a un lugar que conocían”.
Según Morrison, las categorías de intencionalidad y premeditación, clave en casos de asesinos adultos, son más complejas y resbalosas cuando se aplican a un niño. “¿Sabían o no lo que hacían? A un nivel sabían. El hecho de que intentaron ocultar el asesinato fue utilizado en la corte como evidencia de que comprendían la diferencia entre el bien y el mal. Pero Thompson, el sabelotodo, el canchero, preguntó si ya habían llevado a James al hospital “para que lo revivieran”. “Las cosas fueron más complicadas. Los chicos sabían y no sabían. Desde ya que no actuaban con la mentalidad de un adulto”, asegura Morrison.

 

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