Por Pablo Rodríguez
Es una sorpresa,
dijo el líder derechista Ariel Sharon. Pero no deja de tener su
lógica, que favorece justamente a Sharon. El premier israelí
Ehud Barak anunció ayer que hoy renunciará para que en 60
días se convoque a elecciones para cubrir el cargo, sin que eso
implique que también haya comicios parlamentarios. Quizá
no se esperase en Israel que su renuncia llegara ya, pero hay dos situaciones
para las cuales Barak no tenía otra salida. La primera, mirando
la situación actual, es que desde hace una semana el premier es
sólo un adorno que se rompe al ritmo del actual conflicto palestino-israelí:
el Knesset (Parlamento israelí) ató de pies y manos a Barak
para que no negociara en su situación actual ningún acuerdo
con los palestinos que frene la violencia. La segunda razón, mirando
el futuro cercano, es que con esta decisión le cierra el camino
al ex premier Benjamin Netanyahu para que presente su candidatura por
el Likud, y lo abre para Ariel Sharon, otro halcón contra el cual
Barak tiene más posibilidades de ganar.
No podía ser de otra manera en estos tiempos tribunalicios. La
crisis que generó en Medio Oriente algo tan terreno y palpable
como los muertos que caen día a día en Israel pero sobre
todo en los territorios palestinos (más de 300 palestinos, más
de 40 israelíes desde el 28 de setiembre) tenía que tener
su complicado correlato legal. Resulta que, por una ley sancionada en
1996, las elecciones en Israel pueden ser convocadas solamente para elegir
premier, sin tocar al Parlamento, cuando lo común es que los parlamentarios
elegidos sean quienes elijan a su vez al premier. Esa ley también
dice que, si un premier renuncia, para esas nuevas elecciones el candidato
a premier debe ser diputado. Sharon lo es, Netanyahu (que regresó
esta semana a su país) no. Y si bien ambos líderes derechistas
aventajan a Barak en las encuestas, Netanyahu arrasaría con Barak,
mientras que con Sharon la lucha sería pareja.
A juzgar por las reacciones en el Likud y en otros partidos derechistas,
Barak también habría calculado la crisis que precipita su
decisión en la orilla de enfrente. Avigdor Liberman, diputado de
Israel Beitenu-Unión Nacional, dijo presentará hoy mismo
un proyecto de ley para que en estas elecciones especiales
se pueda presentar un candidato que no es diputado. Su colega Israel Katz,
del Likud, bramó: No dejaré que Ariel Sharon sea elegido
candidato a primer ministro y acusó al líder de su
propio partido de armar un truco con Barak. El Partido Nacional
Religioso e Israel Be Aliya exigieron que se siguiera adelante con el
proyecto de autodisolución y convocatoria a elecciones anticipadas,
que fue aprobado esta semana pero que necesita dos votaciones más.
Dejando el plano legal y aún la política estrictamente interna
de Israel (que de por sí es muy complicada), la renuncia de Barak
aparece en toda su dimensión. Es el último paso del congelamiento
y quizá la muerte del proceso de paz. No porque Barak encarnara
este proceso necesariamente, sino porque, si las figuras de reemplazo
de Barak son Sharon o Netanyahu, no hay nada que esperar del lado palestino
para que se cumpla lo que Israel (no Rabin, sino el Estado de Israel)
firmó en 1993: que al día de hoy ya debería existir
un Estado palestino. En realidad, según varios miembros de la Autoridad
Palestina, tampoco se podía esperar nada de Barak, a la luz de
lo que hizo durante este año.
El premier israelí renunciante se presentó el año
pasado como la única esperanza para revivir la letra y el espíritu
de Rabin, enterrados durante el gobierno de Netanyahu. Durante el corto
gobierno de Barak, Israel se retiró del sur del Líbano y
sostuvo algunas conversaciones con Siria por el destino de las Alturas
del Golán. Ambas regiones fueron ocupadas por Israel en la Guerra
de 1967. Pero en el frente palestino, la Autoridad Palestina vio que Barak,
mientras firmaba con Arafat acuerdos de acuerdos para llegar en algún
momento a un acuerdo final, sólo encaraba tímidamente el
desmantelamiento la estructura de asentamientos ilegales judíos
dentrodel territorio que los Acuerdos de Oslo prevén para un futuro
Estado palestino.
En julio, Barak y Arafat fueron a la residencia presidencial norteamericana
de Camp David para alcanzar un acuerdo de paz definitivo, urgidos por
Bill Clinton. No lo lograron. Barak volvió a Israel sin mayoría
parlamentaria y Arafat volvió a Gaza (sede de la ANP) con las organizaciones
terroristas musulmanas (Jihad Islámica y Hamas) inflamadas. Parece
que ambos cedieron demasiado y no sólo no obtuvieron nada a cambio,
sino que retrocedieron algunos casilleros.
Dos meses después de Camp David, Sharon visitó con cientos
de efectivos israelíes armados hasta los dientes la muy musulmana
Explanada de las Mezquitas. Y empezó la historia que se vive hoy,
donde el Estado israelí y la ANP ahora están enfrascados
en la crisis más grande del proceso de paz. Y es la más
grande porque la salida del proceso de paz de este atolladero es un congelamiento
prolongado. Barak está enfrentado a la derecha de su país,
a gran parte de la comunidad internacional y a la resignación de
un Arafat que lo mira tan mal como Barak lo mira a él. Si gana
las próximas elecciones, no podrá volver en el corto plazo
a negociar nada importante (o sea, volver a los puntos tratados en Camp
David) porque en ese caso su gobierno volverá a estar sostenido
con alfileres, como ocurrió desde julio. Y si las ganan Sharon
o Netanyahu, se pasa del congelamiento a la morgue.
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