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OPINION

Una nación de cuervos

Por Alfredo Greco y Bavio

Si algo quedó como herencia inconmovible de la presidencia de Bill Clinton es que en Estados Unidos los únicos privilegiados son los abogados. O quienes sepan valerse de ellos y accionar, a su favor, el costoso y difícil sistema de los tribunales. Esta es la nueva división clasista que dejó una administración que incluyó como nunca a profesionales del derecho, empezando por la pareja presidencial.
Los años de Clinton ofrecieron vistosos espectáculos judiciales, desde los particulares (de O.J. Simpson a Microsoft) hasta aquellos que directamente incluyeron al gobierno como protagonista principal (Paula Jones, Monica Lewinsky, Elián). Más acá de inocentes y culpables, esto probó que la división más nítida en la sociedad norteamericana opone a los que saben cómo valerse del conocimiento de los mercenarios legales, por un lado, contra la basura blanca, o negra, que vive en casas rodantes, y tiene un acceso limitado al sistema judicial, por otro.
Los republicanos clamaban que ese sistema judicial se iba infectando de principios liberales. Pero esta visión era engañosa: sólo podían gozar de los beneficios de esas nuevas igualdades tan publicitadas los integrantes más acreditados de las clases medias. Bill Clinton, lejos de ser el progresista que sus enemigos querían ver en él, fue el presidente demócrata más conservador desde el Harry Truman que decidió bombardear Hiroshima y Nagasaki. En sus imágenes de caos moral sin lugar para los matices, los republicanos lo convirtieron en la punta del iceberg del liberacionismo de los ‘60, disolvente a la vez de América y de la Cristiandad. Clinton firmó la ley de Defensa del Matrimonio, ayudó a desmantelar el estado de bienestar, descuidó las libertades individuales en su lucha contra el terrorismo y, sobre todo, predicó la prudencia fiscal y consiguió que le cerrara el balance del presupuesto.
Alexis de Tocqueville ya había escrito que “los juristas norteamericanos se parecen de algún modo a los sacerdotes de Egipto; como ellos, son el intérprete solitario de una ciencia oculta”. Fue en 1835. Hoy, republicanos y demócratas, derechas e izquierdas, tal como se definen en Estados Unidos, tienden a respetar el “nomocentrismo” nacional, en el cual todos dicen someterse al imperio de la ley. En Estados Unidos, decía el mismo Tocqueville, todo acaba por resolverse en un juzgado. Como hoy su más alto tribunal está decidiendo quién será el futuro presidente.


 

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