Por
Raúl Kollmann
Cuando
estaba a punto de cumplir su mandato, la transición más
difícil de la historia de la comunidad judía, y tras una
durísima enfermedad, falleció ayer el titular de la DAIA,
Rogelio Cichowolsky. Fue el hombre que tomó la posta tras la debacle
que se produjo en la conducción de la comunidad judía y
que llevó a la renuncia y al ostracismo de su principal
líder, Rubén Beraja. Tal vez muchos lo recuerden en lo que
fue su última y dramática aparición pública:
visiblemente afectado por la enfermedad, le reclamó al presidente
Fernando de la Rúa una transformación social de la Argentina
algo no habitual para un dirigente de la DAIA y lanzó
un vibrante llamado a los líderes de Israel para que hicieran los
máximos esfuerzos tendientes a la paz con los palestinos.
Tras integrar durante años la conducción del Club Náutico
Hacoaj, Cichowolsky llegó como delegado a la DAIA y se convirtió
rápidamente en uno de los dirigentes más cercanos a Rubén
Beraja. Su mano derecha. Por su condición de abogado, fue el encargado
de seguir los pasos de las dos causas judiciales, la del atentado contra
la Embajada de Israel y la del posterior ataque contra la AMIA. En el
caso de la embajada, mantuvo una fuerte ofensiva contra la Corte Suprema
por su inacción en la pesquisa, en tanto que en el expediente AMIA
dio apoyo prácticamente sin crítica alguna a
la discutida labor del juez Juan José Galeano y a lo poco que hizo
el gobierno de Carlos Menem.
El punto de inflexión de su papel de dirigente se produjo con la
caída de Beraja. En ese momento, la mayor parte de la comunidad
judía reclamaba la renovación de la conducción y
que los dirigentes berajistas dieran un paso al costado. Las acusaciones
más duras eran la cercanía con Carlos Menem y la poca firmeza
en los reclamos para que se investiguen los atentados. Para colmo, toda
la conducción apareció envuelta en el escándalo financiero
de la quiebra del Banco Mayo.
Sin embargo, apoyado en buena parte por los clubes, centros religiosos
y comunidades más pequeñas, Cichowolsky consiguió
su designación como titular de la DAIA en enero de 1999. Desde
entonces se diferenció levemente de Beraja, sobre todo cuando consideró
que tal vez fue un error tener a un banquero como máximo
representante de la comunidad judía. Paralelamente impulsó
un mayor acercamiento con el embajador de Israel, Itzhak Avirán,
un adversario de Beraja en casi todos los terrenos. No obstante, en lo
esencial, las políticas fueron las mismas: buenas relaciones con
el gobierno de Menem y después, con el de Fernando de la Rúa,
apoyo acrítico al juez Galeano y relación más que
tensa con Memoria Activa.
Sin duda, su labor más destacada fue la aplicación de la
ley Antidiscriminatoria y la batalla contra las distintas manifestaciones
racistas, no sólo contra judíos sino también contra
los inmigrantes bolivianos y paraguayos.
La muerte de Cichowolsky se produce a una semana exacta de la asamblea
que debe elegir su sucesor. Pese a las promesas, el sistema de votación
no hay sufragio directo, es en una asamblea de representantes
casi no varió, por lo que instituciones grandes como Hebraica,
Hacoaj o Macabi, con miles de socios, tienen casi los mismos votos que
un centro religioso de 100 miembros. La alianza de los clubes e instituciones
pequeñas seguramente pondrá en el cargo otra vez a un hombre
que viene del berajismo. Los candidatos son dos: Roberto Zeidemberg y
José Ercman, ambos estrechos colaboradores de Beraja.
Más allá de las adhesiones y las críticas, lo cierto
es que Cichowolsky ha sido reconocido como un tremendo batallador que
no llegó a la dirigencia por fortuna personal ni por ser cultor
del alto perfil. Es más, la mayoría de los que lo conocieron
aseguran que lo que siempre quiso fue trabajar para la comunidad judía,
no ser dirigente.
Cichowolsky, que tenía sólo 57 años, será
enterrado hoy a las 12 en la parte nueva del Cementerio de La Tablada.
El cortejo fúnebre partirá a las 11 de la sede de la AMIA-DAIA,
el reconstruido edificio de la calle Pasteur, donde fue velado. Hasta
allí se acercó todo el abanico de la dirigencia política
argentina, incluido el presidente de la Nación. Fernando de la
Rúa lo despidió en una carta pública escrita de su
puño y letra, donde lo definió como mi querido amigo
(...), un hombre de paz, incansable defensor de la igualdad y la justicia.
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